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        Giuseppe Ungaretti  
            
            El poeta de Entreguerras
            
            Por Francisco Véjar
        
        A  120 años de su nacimiento, la poesía de Giuseppe  Ungaretti cobra vigencia como un testimonio de la historia del siglo  XX. 
          
        
        A  algunos autores, el tiempo pasa por ellos y los sepulta. Pero también  están los que perduran. Giuseppe Ungaretti (nacido en  Alejandría, Egipto, en 1888) es la prueba de esto último.  Fue partícipe y testigo de su 
época. Sin ir más  lejos, su libro El puerto enterrado, está inspirado en  experiencias ocurridas en la Primera Guerra Mundial. El poema Desvelo, escrito el 23 de diciembre de 1915, da cuenta de ese  sufrimiento al decir: “Toda una noche / echado junto / a un  compañero / masacrado / con su boca / rechinando / vuelta al  plenilunio / con la congestión / de sus manos / penetrando /  en mi silencio / he escrito / cartas llenas de amor / Nunca estuve /  tan / apegado a la vida”. 
         Más tarde, en una declaración fechada en 1934, adujo:  “El poeta de hoy ha sentido y siente muy de cerca el horror y la  verdad de la muerte”. 
         En  otro de sus volúmenes, titulado El dolor (1947),  trasunta sus vivencias en la Segunda Guerra Mundial con un estilo  conciso y universal. Vintila Horia, en la compilación Poesía  italiana contemporánea, afirma acerca de Ungaretti: “Su  tema es el del hombre frente a Dios. Habla de una misión  religiosa del poeta, que sería la de buscar un camino  transitable entre el hombre consumido por el sentimiento del tiempo  (el hombre kierkegaardiano) y la lejana presencia de Dios. El  poema Piedad, obra maestra de la lírica ungarettiana,  es un trágico llanto en el cual el poeta trata de colmar ese  vacío”. Allí se lee: “El pecado qué importa,  / Si a la pureza no nos conduce ya (…) / Dios, mira nuestra  flaqueza”.
         Admirador de Petrarca, Góngora, Leopardi y Baudelaire, tradujo  desde William Shakespeare a Edgar Allan Poe. Entre sus opúsculos,  cabe destacar: La alegría; Sentimiento del tiempo; La tierra prometida; El cuaderno del viejo, y Vida  de un hombre.
         En  Chile su obra tiene adeptos. Armando Uribe publicó en los  Anales de la Universidad de Chile, en agosto de 1963, versiones de  sus textos en lengua castellana, junto al ensayo Tres poetas  italianos. En el pasaje dedicado a Ungaretti, relata su encuentro  con el vate en Roma, a principios de los ’60: “La casa parecía  estar en abandono total. Rasguñamos apenas en la puerta.  Golpeamos un  poco más fuerte. (…) La puerta se abrió.  Adentro estaba oscuro, oscuro. (…) De pronto, saltó detrás  del escritorio una figura toda vestida de blanco (…). ¿Y  usted qué quiere? Me dijo entonces, volviéndome a  mirar. ¿Es usted poeta, crítico, novelista, estudiante  de literatura?
         ”Ay, no, Maestro”, musité. ”Soy abogado”.
         ¿Qué? Gritó el poeta dando un brinco hacia  atrás. ¡Y qué diablos quiere! Yo no necesito  abogados, no tengo pleitos, no quiero chicana… ¡No quiero!”.
         Uribe no volvió más a casa de Ungaretti. Sin embargo,  ahora habla nuevamente de él, como lo hacen Diego Maqueira,  Cristián Warnken y Luis López Aliaga. Ellos dan fe de  la vigencia del vate italiano, muerto en Milán el 2 de julio  de 1970.
        
            Luis  López Aliaga
        El  poeta y la historia
        En el  medio del mar hay una plataforma petrolera. Las olas golpean rítmicas  sobre sus pilares. Calma. De pronto una chispa misteriosa enciende  todo. Estalla la catástrofe. Y es, en más de algún  sentido, hermosa. Se trata del comienzo de La vida secreta de las  palabras (2005), la película de la catalana Isabel Coixet.  Y es la imagen que me viene a la cabeza al pensar en la vigencia de  Ungaretti. Que ciento veinte  años es nada, viste. El tiempo  es nada, está mudo, en una obra concebida, sin embargo, en  medio de los fuegos cruzados del siglo XX. O habla, canta, el tiempo,  en su dimensión más dolorosa y esencial. Qué  lejano, anecdótico y superficial se ve a la distancia un  prólogo de Mussolini. Ungaretti es, en cambio, el héroe.  Su atrevimiento tiene que ver con el afán por devolverle a la  poesía su lugar en la historia. Porque la palabra es la  historia. La palabra desnuda, con vida propia, que canta su verdad  más íntima y misteriosa. Trasciende, pero duele.  Sangra. Porque, a pesar de la osadía, “en el misterio de las  propias olas / Naufraga toda voz terrena”.
        
            Diego  Maqueira
        El  reverso de lo inescrutable
        Ungaretti  jamás ha sido un poeta hermético, como se le ha  encarcelado. Ese es un error garrafal, característico de la  crítica obtusa de siempre, que ha desviado la atención  de la verdadera sustancia de su obra.
         La  poesía de Ungaretti es más clara que el agua, más  transparente que el aire y más elevada que el viento. Por  ejemplo, cito los siguientes versos:
        
           I
           El verdadero amor
            es una calma encendida.
          
 
            II
           La muerte se paga viviendo.
          
 
            III
           Y por último su autorretrato:
           Ungaretti 
           hombre de penas
            te basta una ilusión
            para darte coraje.
        
        
            Cristián  Warnken
        El  dolor
        Estoy  releyendo Il dolore de Ungaretti, y dentro de ese libro El  tiempo es mudo y Día a Día, que, según  palabras del autor, “fueron escritos llorando”. En ellos se  traspasa al lector ese dolor indecible e imposible por la muerte de  un hijo. La muerte de Antonello, su hijo de nueve años, lo  precipita en un proceso de desgarro y depuración, y de muerte  propia. Quien ha perdido un hijo sabe que uno debe morir en el  proceso de duelo, si es que quiere vivir después de la  desesperación. Ungaretti desciende al infierno con su hijo,  como antes hicieran otros poetas y héroes con sus amadas  (Orfeo, Dante, Novalis). Los versos de estos textos son cenizas de la  derrota y fuego de la resurrección, desde el dolor vivido a  fondo, no escamoteado detrás de lugares comunes y fáciles  consuelos. Todo ese proceso permitirá a Ungaretti atravesar el  río de sus propias lágrimas, para poder decir ya en la  otra orilla: “Dejad de matar a los muertos / no gritéis, no  gritéis / si aún los quieres oír / (…) Tienen  un imperceptible susurro / no hacen más rumor / que el crecer  de la hierba (…)”. Para acceder a las claves de ese silencio  sagrado, Ungaretti tuvo que pasar por los gemidos del duelo, sin los  cuales estos versos magníficos y esperanzadotes serían  pura retórica.
        
            Armando  Uribe
        El  poeta y el espadachín
        Con mi  hermana María de la Luz estuvimos en Italia. Ella en Vercelli,  estudiando método Monttesori, y yo en Roma becado por el  gobierno de ese país. Ya entonces teníamos conocimiento  de Ungaretti y lo seguimos leyendo de vuelta a Chile. Empezamos a  traducirlo. En 1961 concluimos una serie de versiones de sus poemas.  Por esa época mantenía correspondencia con José  Luis Cano, español que dirigía la colección Adonais de Poesía. Le ofrecí el libro de poemas  de Ungaretti y aceptó. Le envié el original por correo  aéreo, pero nunca llegó a destino. 
         Confieso que la persona de Ungaretti y las historias personales que  sabía de él, no me gustaban. Por ejemplo, su afición  inicial por las juventudes fascistas de los años ’20. Lo vi  en la Universidad de Roma, haciendo su curso de literatura italiana.  Era un hombre de edad avanzada. Su carácter era irascible y  con ciertas brutalidades. En fin, la impresión que producía  al verlo caminar al interior de su casa o cerca de las aulas  universitarias, era el de una letra zeta, como si contuviera algo  quebrado. Tenía un ceño fruncido y una nariz de águila  que revelaba un aspecto de desafío a todo. También supe  de un duelo a espadas que protagonizó con otro escritor de su  época. Sin embargo, la obra de Ungaretti es importante y  vigente en el siglo XX, y hasta ahora.