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"Bitácora
del Emboscado" de Francisco Véjar
Por Pedro
Lastra
"Pluma y Pincel", Número
188, Abril 2006, página 47
En la poesía chilena actual que me ha sido posible conocer,
el trabajo de Francisco Véjar me parece sobresaliente,
por lo que este acto de presentación de su nuevo libro tiene
hoy para mí un sentido muy especial. Desde luego, no lo siento
como la repetición de una ceremonia en la cual alguien invita
a sus oyentes a compartir la experiencia de una determinada lectura.
Yo quisiera agregar a esa cordial necesidad una significativa e intensa
nota de fervor. Y esto, porque desde mis primeros
encuentros con poemas suyos en antologías y en sus libros iniciales
me sentí convocado por esta palabra siempre exigente y precisa,
y siempre traspasada por sugerentes y ricas resonancias. Hay que decir,
además, que tales resonancias tienen un secreto poder que se
va revelando en sucesivas relecturas, pues ésta es una poesía
invocadora de la convivencia que es siempre una relectura: lo que
llamaría "ondas expansivas" de ese poder llegan al
lector comprometiendo al mismo tiempo su emocionalidad y su inteligencia.
Algo de eso es lo que Hugo Mujica describe en la nota de contratapa
al hablar del "entrañable amor a la vida" subyacente
en la escritura de Véjar: el haber entendido, dice, que muerte
y belleza son una misma realidad.
Francisco Véjar, lector de poesía singularmente lúcido
e informado, acierta una vez más, por su parte, al leerse a
sí mismo y dar la clave justa para acercarse a sus poemas,
cuando anticipa en su "Nota del autor" algunas de sus constantes
centrales, como el paisaje, la ciudad, la costa, el jazz y la muerte.
Tales temas o lugares poéticos aparecen y reaparecen en sus
textos, y constituyen la base fundacional de un mundo propio, fugazmente
próximo a otros mundos queridos de sus lecturas y reflexiones,
pero que se impone en seguida como figuración única
y personal: una figuración que la segura mano de Francisco
Véjar despliega verso a verso.
Leyéndolo y releyéndolo en estos días he recordado
una feliz formulación de Gabriela Mistral, que en su recado
sobre Joaquín Edwards Bello hizo la memorable distinción
entre lo que ella entendía como el 'ojo recogedor' "y
el otro que está más adentro y que es el 'transformador'":
en el caso de Véjar, el espectáculo de lo real y mucho
más cuando funciona ese ojo "transformador", multiplicando
el sentido de las constantes señaladas por el mismo poeta:
paisaje, ciudad, costa, pero puntuadas al final por la mención
de la muerte. Porque esta poesía es engañosamente cotidiana
y directa: su dimensión más profunda es metafísica
y su tema último se llama tiempo, o fugacidad y fragilidad
del ser.
La atracción de la sugerencia mistraliana no es caprichosa
referida a Bitácora del Emboscado. Se me ha ocurrido
al advertir la notable configuración de un verdadero campo
semántico constituido por la frecuencia con que recurre en
los poemas el acto de ver, mirar, contemplar, divisar: "el cielo
se ve sólo una vez"; "los ojos se desprenden del
peso de la noche"; "vemos desfallecer las nubes"; "hasta
el río que contemplamos"; "la presencia del río
en el campo visual" "la llama que queda en nuestros ojos";
"pájaros que veo volar"… Y de pronto, en medio de
ese móvil panorama de lo visto surge su negación más
sombría: la ceguera, la imposibilidad de ver: "no andar
a tientas, ciego"; "nuestra suerte sigue en manos de los
ciegos", etc. 'Signos valorizados', llamó Pierre Guiraud
a esa recurrencia de voces de significación semejante en la
obra de un poeta, y cuyo resultado es profundizador del sentido más
pleno de una poesía. La de Francisco Véjar ilustra esa
idea de manera ejemplar.
Y por esas avenidas y otras abiertas con sutileza consumada en es
Bitácora del Emboscado, pueden discurrir largamente
sus lectores y celebrar, entre otros hallazgos felices, la exactitud
expresiva de este autor cuyos versos, por fortuna para todos nosotros,
no conocen ni el exceso ni la gratuidad.