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Fernando van de Wyngard | Autores |














SELECCIÓN DE PASAJES DE TEXTOS ANTERIORES
(pensando la poesía)

Fernando van de Wyngard


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1

De sitio y no-lugar

(Publicado en libro Citiedad. VV. AA., Santiago: El Aristotélico siniestro, 2000)

El hombre es un ser localizado. Su estado constitutivo es el de aparecer arrojado sobre dos suelos primarios: la madre tierra y la lengua madre. Ambos suelos hacen posible la configuración de la patria, como dirección a la herencia: como paso de la tradición a la tarea, de la memoria al deseo.

Pertenencia doble: a tierra y lengua. Las dos conforman la duplicidad del territorio. Porque tierra es, también, una trama de significación, en equivalencia a la lengua. Ejemplos de ello son la presencia articulada que hacemos en las huellas, los rodeos, las pendientes, los umbrales, los claros, los bordes, con los que contamos sintácticamente en la función generativa de nuestro habitar; al igual que en los giros de las estructuras lingüísticas. Ambos, ser del lenguaje y ser de la tierra, tienen y posibilitan al ser del hombre.

Al contar con ambos suelos sustentantes el hombre articula un tercer topos, sobre la base de su pertenencia a la comunidad, y que es el ángulo de entrada por el que ingresa a hacer del núcleo desplegante de su oficio una profesión. Semántica del acto profesional: qué signos hay de lo que nos ocupa para ocuparnos de ello entre los demás hombres.

Y puesto que el lenguaje común es siempre residuo de una poesía primitiva, la fundación de un lenguaje opera primordialmente en el fundamento de pertenencia territorial del poeta, a quien le es posible sustraerse a la función pública del habla (al comercio lingüístico, al trato, a la negociación cotidiana) para hacer aparecer en él la voz oculta de la neutralidad: aquello que no es ni-los-unos-ni-los-otros del diálogo, sino sólo la potencia que subyace a este mismo diálogo para mantener ligados en él precisamente a unos y otros.

Esta potencia es el habla originaria, la que, si bien habla 'dentro' del habla pública (dinamizando la raíz de sus componentes), no es -en cuanto habla originaria- la cultura sino la crisis la que en ella habla. En verdad, la modulación de la crisis, vale decir, una obra.

En ambos, tierra y lengua, se mantiene velada, oculta la neutralidad que está por debajo y al interior de la trama de significaciones, y que permite significar, en cada caso y cada vez, tanto topográfica como lingüísticamente.

De lo neutro puede decirse que se trata de una totalidad, en tanto recorrida por un impulso de despliegue, que acciona desde el interior mismo la aglutinación arbórea de la materia, cuya fuerza podemos movilizar de diversas maneras provocando sentido y significación.

Se dice neutro porque ella no toma parte ni en pro ni en contra de la experiencia humana, cuya vida está abierta a la valoración y, por lo tanto, a la decisibilidad permanente.

Neutro implica también que se nos aparece plástica a la acción humana: se deja, se muestra dúctil en el orden elemental, en la medida en que parece comportarse regularmente a nuestros ojos. Ciertamente posee reglas de asociación y de desenlace a la base misma de sus elementos, pero reglas «conocidas» en cada caso por cada mundo que con ella hacemos; mundos en permanente reemplazo a través de la extensa historia filogenética.

Occidente es en sí mismo una fisura. La fisura es, entonces, continua y paralela a su devenir. Ella va deglutiendo y consumiendo permanentemente el relato de integración que se configura para sí mismo. Vivimos en el aceleramiento de la fragmentación de su relato, como si ya casi estuviéramos prescindiendo de él. Más a nadie le es posible operar fuera de un relato, cualquiera que éste fuere. El intento de reciclar los sentidos romos y desencajados que resultan de dicha fragmentación, es lo que hace justamente la administración política de las profesiones, la mirada del poder que no es un acontecimiento originario, sino una operación derivada. Y viceversa, el poetizar, que no es nunca derivado sino ontológicamente originario, acontece sólo en cuanto su área de acción se mantiene lejana de aquel acto administrativo y, las más de las veces a pesar del mismo.

La auténtica crisis creativa, mencionada apenas como irrupción, se constituye paradójica y precisamente bajo la forma de dis-locación (y a su vez, des-localización), como pérdida de los suelos sustentantes: falta de sitio y falta de palabra. Porque en ese asalto de lo originario, lo que se pierde es fundamentalmente el suelo domesticado: los circuitos, el tráfico, el comercio. El poeta se vuelve un sujeto radicalmente ineficaz, discapacitado. Se pierde del suelo primordial todo lo que se ha fatigado en su duplicidad originaria y reaparece en cuanto pura potencia. La potencia neutra, así vista, revierte el suelo domesticado, el suelo 'firme' en suelo nuevamente vivo y, por tanto, precario para el sustentarse. En éste no puede nadie sostenerse si no es en estado de alerta, de vigilia y en forma radicalmente transitoria.

En la crisis creativa, la familiaridad es reemplazada por la extrañeza, porque este vida neutral (donde no se puede apoyar el curso establecido de nuestras decisiones) sobre la que el poeta intenta tenerse en pie, contiene potencias imprevistas, facultades desconocidas, que en una primera instancia no le parecen en absoluto propias, sino del todos otras. Es decir constituidas en su ser como surgimiento, pero con costo de sí mismo.

La obra creadora, poética por antonomasia, es así, performativa. La performatividad consiste en la inseparabilidad del ser y del decir, en donde la realidad de su dicho es el estar ahí con la propia vida puesta en el juego (y en el trance de la muerte simbólica) de decirlo, obrarlo.

Es por tal razón que el texto poético, aunque parece actuar como relato, no lo es jamás, y no puede nunca conformar un compendio de afirmaciones positivas que sea posible de administrar. Aquel contiene posibilidades de sentido que sólo se desarrollan actualizándose al interior de la existencia que las lee, es decir del que las escucha poéticamente. La performatividad en que se ha movilizado el creador, actúa como movilización del ser, también en su escucha, produciéndose en este último sujeto la modulación y expansión del primero. La poesía constituye así, tarde y temprano, masa crítica y, por ende, génesis histórica.

Lo poético, entonces, no está en el texto en cuanto tal, sino en la escucha que genera el mismo.

Pero, ¿es posible pensar una poesía no escritural (no textual)?

¿Es que hay un tipo de existencia poética que genera una escritura y, a su vez un oficio que genera una existencia poética? ¿Puede haber existencias poéticas que nunca llegan a la escritura?

Justamente lo que hace poeta a un poeta, es la propiciación de obra, dada en él originariamente. Todo ser humano nace con la virtud neta del poeta, en el estricto sentido de poseer una mera creatividad configurante, que puede eventualmente llevar a una escucha relativa. Pero la distinción que constituye el propio lugar donde el poeta orienta su participación dentro de la comunidad, está definido por destinación recíproca; es decir, por un destino de doble dirección entre sujeto y grupo, respecto de un conjunto operativo de seres humanos, consistente en una consagración a través de no-lugar que le es dado (o, digamos mejor, quitado).

La obra de poesía, en sentido estricto, no es nunca el resultado de un trabajo, según este término se entiende en nuestro modelo occidental de acción activa, sino que responde a una auténtica respiración ontológica entre comunidad y poeta. No se vale de un recurso, como en lo que consiste la faena literaria, porque no se trata de una industria sino del resultado de una pulsión, un apremio de raigambre pulsional realizándose. En esta medida la creación es antes que nada creación-crítica-de-sí-mismo.

Dejar(se) ser campo de aparición en la mirada, y no administrar la mirada como aquello acostumbrado que se impone sobre lo real, imponiendo con ello estructuras de anhelo y consecuentes estrategias de lectura. En definitiva, dejar(se) ser a lo real, sin adjudicarle las propias necesidades de que sea aquello que determina nuestras expectativas sobre la existencia, nuestras valoraciones ni sus respuestas en que esperamos de antemano guarecernos.

La mirada poética es de aproximación. Vale decir, se mantiene vigilante y custodia de un territorio que se remueve y se moviliza sin intentar constituirse en su administradora, ni para el cultivo ni para la edificación.

Dejar que la mirada rodee perimetralmente este ámbito, que lo prepare, que lo disloque de la posición ganada dentro de un cierto tráfico preconcebido, dislocándose el poeta mismo en el acontecimiento. Que, en definitiva, se extrañe en su propia provocación, propiciando en última instancia un desmontaje de sus suelos madres, como pasaje y posibilidad para la remodulación sintáctica de los mismos. El no-lugar en el lugar de cada uno.

Escrito en Caja Negra, Santiago, 1996

 

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 2

 Reglar de mundo

(Documento inédito. Escrito para seminario interno en Taller Travesía Poética del Mapocho)

 

Poesía es introducción irruptiva de reglas en la experiencia histórica.
Esta introducción se realiza, acontece performativamente, en la obra de un hombre señalado por lo originario. Es decir, sustentándose en la propia existencia del que lo propicia, precisamente en su estar dándose.
Se da el ser. El ser histórico se da como descubrimiento del signo. Es decir, se da a sí mismo en el asomo de una nueva articulación que permita habitar.
El espíritu de habitación es el que reconoce sus nuevos espacios de posibilidad. Posibilitación de la historia.
Es descubierto el signo que nombra el nuevo espacio. Nombrar como dar lugar. Provocar.
El gesto instaura y da a ver. El gesto nunca es una maniobra cualquiera, sino una extraordinariamente precisa, quirúrgica. Y precipitante de realidad.
El poeta, en sentido lato, el poietés, no es que capte las necesidades que lo requieren, sino que vive en ellas como el necesitado.
Se le impone al poeta, entonces, la inminencia de la crisis, en la medida que la necesidad histórica hace vida en él como falta de lugar, en términos ontológicos. Como falta también de oficio necesario, como dificultad del sentido.
La crisis adviene como crisis de la integración de la conciencia, siendo que se constituye, a la vez, un simultáneo encuentro de la integración perdida en una voz-otra. Voz que es índice de la autoproducción, voz de la autopoiesis. Surge así la mirada y, con ella, el sistema reglar que la soporta. Sólo la crisis genésica del hacer poiético contiene esta concurrencia del fracaso y del logro.
¿Cómo estar en la cercanía de la poeticidad?
Sólo puede vivirse de su fe. En su fe y no en la búsqueda.
Se puede vivir de su verdad. Esto es, en la consideración de que el conjunto de lo real es el producto poiético por excelencia. Más que producción del hombre, en el hombre.
La realidad es la mano que se dibuja a sí misma [siendo el hombre la disposición del lápiz].
Nuestro límite está rayado por la tremendura de la Physis, que no alcanzamos a abarcar ni menos a comprender.
Estamos dados. La poiesis espejea el acontecimiento de sernos dados, y como tal no se juega nunca en la fabricación sino en la instauración.
Fabricar es operar con lo disponible y con principios de disposición. Instaurar, en cambio, es fundar sentido en acto, constituir la obra del inicio, obra que se deja ver en lo que ve. Dicho más claramente aun, fabricar efectivamente es proyectarse, mientras que instaurar es devenir como proyecto. Uno inicia la obra, y el otro obra el inicio.
Que se deje ver en lo que ve, es el carácter sígnico del gesto. Y en ese dejarse actuante es en donde acontecen las modificaciones del campo de posibilidades operativas, las articulaciones sintácticas de la existencia del que es vidente del ver de la obra.
La irrupción [de la productividad poética] acontece como extrañamiento y excitación de la habitualidad o del campo de realización de las posibilidades existentivas. Se remueve el piso articulado que tiene y sostiene en uso lo real en su lugar. Lo que surge es primeramente la otredad del sí mismo, el espacio habitual del yo convertido en lejanía. Éste es el verdadero nido en que el hacer poiético da a luz un mundo.
Es el grupo humano, diversamente constituido, el que arregla esta acción sobre sus márgenes.
Pero, si es así que hay alumbramiento o apertura de mundo, es que a su vez implica que hay oscurecimiento o clausura de espacios anteriores (los que se efectúan como muerte de los tejidos históricos, por causa de las pérdidas de sentido, por las desacralizaciones, por el acontecer en vano).
Por decirlo así, hay una medida relativamente igual de aparecimiento como de oscurecimiento, y, no importa lo que veamos como humanidad, la dimensión de visibilidad es constante.
Aunque también es cierto que, como se verifican ambos polos, es posible llevar la existencia a arrimarse más a uno de ellos que al otro.
Es posible vivir, es decir, construir la cotidianeidad, la habitualidad, el ritmo y el pulso existencial, más cerca de la fuente de aparición de sentido, o más cerca del tráfago y la fricción oscurecedora.

Escrito en viaje, entre Bolivia, febrero de 1996, y Santiago de Chile, enero de 2005

 

 

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 3

 Travesía Poética del Mapocho

(Artículo-ensayo publicado en Catálogo arteurbe, Ciclo de instalaciones. Santiago:
Museo de Santiago – Casa Colorada, 1998)

Travesía Poética del Mapocho es una investigación del periplo de los más de 30 kilómetros en que la escorrentía del río cruza la ciudad contemporánea. La realización de este peregrinar, un grupo lo ha entendido como encargo, no inter- (concéntrico, purgante), sino trans-disciplinario (centrífugo, contaminante), poético en su vocación y por lo tanto diagonal, o bien oblicuo, en su pretensión descubridora.

Hay veces en que es necesario dar vuelta los goznes con el fin de abrir las puertas en sentido contrario, para ingresar en el revés de un problema, y entonces emprender su desmontaje, exteriorizando así, con la elemental imprevisión de lo repentino, su interior inalcanzable. En este caso [donde aparentemente lo deseado por descubrir habría que experimentarlo por una estrategia de la vista, y no de otros sentidos] la sencilla inversión de la palabrarío” nos dejó revelar nada menos que la palabraoír”. Palabra que denota uno de los sentidos más exquisitos y postergados por la arrogante predominancia de la vista y su colusión con el gesto ilustrado, propio del rendimiento racional de la cultura. Es que hemos dejado de oír nuestra instauración poética en la actividad (la voz que habla desde la espalda) y, por consecuencia, también la convocatoria que le dirige el territorio al asentamiento de la polis (como un voceo que da a brotar la luz al hombre que se congrega).

La noción de fundar, que deriva del término latino profundus (romanizado luego como ‘fondo’), alude a una hondura que le es necesario al hombre poner bajo la cambiante superficie de su ansioso desplazamiento y sosegar con ello también el tormentoso cielo en ciclos regulares. Si metafísicamente el acto de fundar es colocar los fundamentos, colocar los principios de razón última, podemos pensarlo ahora (a la muerte de la metafísica) mejor como un hundir que es a la vez un levantar. Lo que se hunde es una palabra bautismal y el aguijón del compás (actos de fundador y alarife, respectivamente), mientras lo que se levanta es una plaza a cielo abierto, una arena, un vacío central en el que acogerse para desplegar la escena de la escritura urbanística; o bien para replegarse en la pregunta en torno al axis mundi. Hundido y levantado fue desde un principio […].

El margen del frente de la cuenca [donde se asienta la ciudad], llamado La Chimba, perteneció siempre a la ancestral trastienda por antonomasia, la zona del desmadre. Su nombre, en lengua autóctona, contemplaba el significado de ‘el otro lado’, la-ribera-opuesta (diría incluso con propiedad, ‘la-otra-orilla’), suscitando toda la polivalente imaginación colectiva.

Nuestra Travesía es un ejercicio de laboratorio creador, cuya pesquisa nunca ha querido ser la de generar saberes positivos (por lo que no habrían de esperarse de ello planificaciones urbanas ni aportes a las ciencias sociales sobre el carácter del capitalino). Su solo propósito es la conquista de un saber oblicuo, más adecuadamente la de una episthéme “negativa”, como lo es en totalidad la producción poética.

En él hemos consagrado al Mapocho como “el eje fundacional” de este Santiago de la Nueva Extremadura. Aquí es desde donde, poniendo el cuerpo en travesía (con el costado izquierdo enfrente: costa sinistra, avante) poder pensar esta ciudad que no se piensa a sí misma. Poder obrar este pensamiento ‒decimos‒ y, a su vez, dejar que este pensamiento obre en nosotros. Este taller peripatético sigue el flujo de este río Andariego […].

Entonces recobramos de súbito la memoria: porque la geografía es un conjunto de espíritus que obligan, y su ser se hace hermosamente catastrófico, nítido, por unos instantes breves y feroces. Pero éstos no son sino los tempos del afloramiento de una interlocución incesantemente interrumpida por nuestra fatua habladuría.

Nuestra constante santiaguina ha sido vivir de la ficción, que no del real.

Mas, ni la administración política de la orilla ni la responsabilidad de los particulares colindantes han escuchado jamás la voz de las aguas. Lo que nunca hemos sabido es cultivar un litoral, no hacemos costa en la herida nutricia. Hacemos sutura, costura, remiendo, pespunte, apenas con terraplenes voladizos y con los que creemos acallar la exclamación de la physis, transgrediendo con la rutina de nuestro cruce la celebración del rito de paso. Lo más externo a la ciudad, su afuera, no está ni más al sur ni más al norte de los anillos periféricos de lo urbano, sino al interior mismo de la ciudad, sangrándola de los humores del excitado tiempo decisorio de la humanidad, y, a la vez, virgen en su tiempo geológico. Esto es algo que sólo lo saben los habitantes miserados del lecho, los abandonados, los sin tiempo (sin tiempo que perder, sin tiempo que ganar).

¿Qué permanece de nuestra instalación primera? ¿Qué, de ese morar junto al río que nos muestra? Somos un intento de reinar sin geografía, sin latitudes, sin suelo sustentante. Vanidosos (por la pérfida interpretación del pasaje bíblico de la expulsión), como si diera igual que nos levantáramos sobre nuestros pies en Berlín, Nueva Delhi, Chicago, Caracas, Sydney o Bombay; en fin, desoyendo nuestra instauración poética que nos impulsa a ocuparnos de aquello que, anticipándose, nos ocupa previamente, al surgir en el relieve internalizado del propio topos. Que nos impulsa, por fin, a ser los creadores incestuosos de la única auténtica obra, tanto desde la madre tierra como desde la lengua madre.

(Destacados en el original. Texto escrito sobre experiencia iniciada en 1995, pero recién redactado
‒casi a modo de recapitulación‒ para su inserción en este Catálogo, en 1998)

 



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4

Post scriptum para una obra breve

(Fragmento del capítulo de nota libre, que forma parte del libro mixto de poesía y ensayo Lo inminente.
Santiago: Laboratorios Caja Negra, 2005)


Conquistar el estado de la pregunta, no cabe duda, es la más difícil de las tareas. Y no tanto así desplegar la revelación que invoca, ya que, con certeza se dice, una pregunta bien planteada contiene siempre dentro de sí su respuesta. La verdadera dificultad de esta tarea prefigura una sucesión de etapas consecutivas y consecuentes, cuya ruta consiste en avanzar por los actos de trazar, fundar, levantar, habilitar y –finalmente- habitar, en cada caso, la pregunta. Hacia el cumplimiento de dicha habitación se dirige todo el ser de la preguntabilidad, como un llegar a vivir propiamente desde la herida de mundo que abre abismo en el suelo de lo real. Vale decir, no haciendo vivir la pregunta en uno, sino a uno en ella. Aquel cumplimiento de habitación supone convertir, así, la falta-de-lugar real del poeta justamente en su lugar: sea pues que en su profesión debamos reconocer la realización del principio de espaciamiento.

¿Para qué (i.e., en último término, para quién) publicar, entonces, si justamente fue la arquitectura de lo público la que se nos desplomó entre las manos sobre su propia fundación? Aquel cuestionamiento por la arqueología de la escucha ardió largamente como una escocedura, sobre todo en las partes más desolladas por el hastío. Falaz, el supuesto tan propio de los tiempos de modernidad de que entre obra y ágora hay una contigüidad que es posible surcar con el puro gesto ostensivo –y animatorio- del editor. Un humanismo patético que, en la medida de su sepultación, me fue abriendo a la concepción de que la obra no se determina por una salida definitiva de lo privado a lo expuesto, sino que por el estar en el-ser-de-la-relación, por el estar en el circuito de una posibilidad. Experiencia y acontecimiento que, por necesidad, es siempre regional: alumbrar un lugar, habilitar una morada, espaciar.

Devine amante de la textura contingente de la experiencia: en tanto oportunidad de asistir a la continua escenificación primigenia. Y en esa tal respiración ya no me fue posible seguir sosteniendo que es el hombre quien posee el lenguaje, sino que terminé de rendirme frente al hecho de que es el lenguaje el que posee al hombre.

De ahí la decisión de poner el ánimo atento en los dos modos eminentes de la búsqueda, a saber: la investigación y la consideración, los que consisten originariamente, el primero, en hacerse hacia las huellas del territorio (los vestigios conducentes, la grammé de una pisada que se retira) y, el segundo, en estar vigilantes a los signos del cielo (la orientación estelar requerida por la travesía, los acontecimientos siderales, las constelaciones, el sino). Dentro de este todo significante, los gestos de investigar y considerar constituyen los modos recíprocos de poner la existencia en tensión hacia lo que de suyo se sustrae. Más ahora, donde tal sustracción se nos da que pensar, a partir del privilegio de esta época postmetafísica.

 Y es que entiendo la poesía como un viaje epistemológico (o quizá deba decir, mejor: epistémico).

Esto es (a diferencia de una operación intelectiva), el viaje en el que se busca persistentemente alcanzar el umbral, allí donde la contención de las combinaciones sintácticas del mundo que habitamos se inflexiona. A fin de cuentas, el viaje como obra, que no es otra cosa que la remodulación de sí en el seno de la devaluación constante del texto ontológico de la comunidad.

Mas, lo que rige esta vida poética consiste, precisamente, en el ponerse cada vez y siempre en camino, y en el dejarse conducir por las señas que de él mismo emanan, que él mismo dona en su encaminamiento. Aunque, por cierto, pienso heideggerianamente en el hodós griego (la senda), acariciando, después de todo, la última y decisiva frase que cierra la obra Amereida, que dice sencillamente, como si nada dijera: el camino no es el camino.

 


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5

La pregunta heideggeriana por el ser
(en la búsqueda de una perspectiva auroral)

(Ensayo académico, escrito entre los años 1993-1995 y 2005-2006.
Fue
originalmente publicado en sitio web Sepiensa.cl, con fecha de mayo de 2005)

Preguntamos por nuestro origen, en el que a la vez nunca hemos estado. Y preguntamos desde la textualidad por la naturaleza extraña de los textos que no somos.

[Así, no estoy lejos de sentir nostalgia por aquellos momentos anteriores a nuestra propia entificación, momentos conviviales, en los que el ser era para nosotros una intimidad que nos permitía morar en el entre. Dicha nostalgia no tiene objeto en ningún origen. Es u-tópica. Una u-topía o un estado de promesa persistente sobre el pasado.]

Y en otro sentido, este yo que soy, y que somos -ya que por cierto es siempre plural (por la diferencia)-, ¿podría ser que sea nuestro impostor?, ¿un momento de impostación y refracción? Pues dicho estar yo indicado en el habla como el emisor, como el principio que habla, como origen de la voz, estoy ya por lo mismo fuera de lo que el habla oculta. Esto que oculta parece lo irremontable.

Entonces, algo habla por nosotros. Aunque lo correcto sería decir tan sólo: algo habla (reservándonos todavía la problematicidad de la noción del algo). Al menos, un cierto evento aparece en el habla. No podemos decir que algo no aparece. Y sin embargo el ser no aparece. Aunque toda el habla hable acerca del ser-siendo, que no aparece.

Mejor dicho: el habla opera en el ser, como apareciendo y haciendo aparecer.

Entre la obligación (cientifizante) de decir que el ser es siempre ser-algo, y la tentación (metafisizante) de decir que el ser siempre es, en un sentido rotundo y más allá de los entes; digo: entre las dos alas de este batir binario surge una sensación de olfato de una cierta posibilidad, hasta entonces bloqueada por los términos expuestos. Se trataría de un cierto olfato de y hacia la desmesura, de y hacia la terribilidad.

Quiero decir que la categoría y el nombre del Dasein, en tanto se vuelca como ser-ahí, esconde para mí, y en cuanto me permite mi idioma, pensar un no lugar, una u-topía, que sería el aquí frente al ahí. Noción adverbial y eventualizada del lugar abismal del propio cuerpo, en el destino de la imago supuesta del yo-piel (en su liminariedad, o sea desde el lado de la organización interna), el fantasma de sí, que no tiene otra forma de sondaje que la de dirigirse hacia lo lejos, en retirada, incumbente a lo público de los entes, vaciado hacia y luego de vuelta desde el se (es decir, en esa permeabilidad).

¿Hay alguna forma de significar el ser que somos, sin que por ello, y en ello, signifiquemos el ente que de sólito y habitualmente resultamos ser?

Toda pregunta es siempre por un qué. El qué de quién, el qué de cuál, el qué de dónde, el qué de cómo, etc. Un qué se trata de un nombre, de la nominación de algo que es. En cuanto pregunta vale lo mismo decir búsqueda de ese nombre, vale decir también petición del mismo.

¿Qué es lo que busca y pide siempre, en todos los casos, una pregunta? La cabidad.

La cabidad (la condición de que quepa) para el desplazamiento de la quilla (a saber, la estructura del ente) de la embarcación que somos. Medir la profundidad del agua, sondear el fondo; en el entendido de un símil de la existencia con la náutica, de un verosímil de la existencia como náutica; existencia que busca caber y encajar en un puerto de acogida. (Ver novena entrega.)

La pregunta no puede des-pejarse el paso hacia el acontecimiento (el evento de sí) sin la historia de su hacerse cargo.

Una pregunta, aunque pregunte por el sentido del ser, puede a su vez tener o no tener sentido. Que pueda tener sentido cualquier pregunta depende de la oportunidad en donde sea planteada y surja como tal (esto, tomando una observación wittgensteiniana encontrada en su examen sobre la certeza).

Una pregunta oportuna llama a re-lucir a la oportunidad, al tiempo favorable, al tiempo provechoso, a la temporaneidad, dando por entendido el hecho de que no todo tiempo es igualmente propicio y benigno. Esto que resulta evidente respecto de una pregunta habitual, es más gravemente cierto mientras más extra-habitual (o radical) sea aquello de lo preguntado, precisamente porque alude al destinarse históricamente de la historia, cuestión de la que habría que hacerse cargo, al parecer, sólo en momentos muy precisos de una articulación experiencial (y no en cualquiera). En otro caso, decimos, carece de sentido.

-PREGUNTAR (de PERCONTARI): ‘someter a interrogatorio’. Propiamente significa ‘tantear, sondear, buscar el fondo del mar o río’. Derivado de CONTUS: ‘bichero, percha’, que es un asta larga con punta y gancho de fierro que usan las embarcaciones.

-OPORTUNO (de OPORTUNUS): ‘bien situado’, ‘cómodo’. Propiamente significa ‘(viento) que conduce al puerto’. Derivado de PORTUS: ‘puerto’, ‘apertura, paso, pasaje’, ‘conducto hacia el otro lado’.

En suma, pregunta y oportunidad están en una íntima relación necesaria, para que la primera tenga sentido y pueda des-pejarse en la trama de una historia, como acontecimiento. Si la existencia se asume como navegación, viaje, búsqueda de mares navegables, la pregunta oportuna que nos empina de lo óntico a lo ontológico, será el sondeo de la profundidad de las aguas para la cabida de la quilla, el acomodo de la nave y la orientación debida del velamen respecto al viento favorable, de tal modo que éste permita el arribo y la recalada en el puerto donde se nos (des)espera después de tan larga jornada.

La pregunta por el ser es siempre performativa. Se edifica y resuelve en la propia e intransferible habitabilidad que ella genera en el acto de otorgarse uno a sí mismo una forma, en tanto su estar dándose como lo que es: edificio y resolución simultáneos en la endogenia.

 

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6


La poesía es un acto epistémico

(Texto publicado primeramente como inserción, acompañado de una gráfica propia, en plaquette Lo inminente, 2005,
y luego como artículo in extenso en Rev. Nueva Crónica, La Paz: Plural, 2012)

Y porque se trata de un saber, se ha preparado para saber-dejar-venir lo que ha de venir. ¿Y cómo? Pues en una vida íntimamente atenta, vigilante de la pascua (literalmente: paso) a la que se lanza sin tregua ni precaución alguna. Ha despertado, ha ganado secretamente el don, porque secretamente ha sido inoculado en su carne, mientras se mantenía en la estancia del estudio fundido con la vida, en el estado de investigación permanente, porque ésa –digámoslo- es su durante, su anticipación primera, en tanto todo es indicio.  Mirémoslo ahora desde su propio testimonio.

Entonces, el rol de la investigación en el pensamiento poético (sígnico), para nosotros los poetas, ¿en qué nos va? Pues admitimos que, en rigor, uno no piensa del todo soberanamente su problema, sino que es pensado por su objeto, es pastoreado por él. El pensamiento nos tiene. ¿De qué sirve adelantarse? ¿O sólo sería cuestión de esperar y dejarse coger? ¿Cómo pasar del in-vocar al pro-vocar?

De comienzo, cabe una pregunta demorosa, a saber, ¿qué resulta ser y en qué deviene el acto de investigar?

La investigatio, como ‘seguimiento de la pista o las huellas’, examina el vestigium, que no es originariamente sino la huella estampada por el peso de un pie de aquel (o de aquello) que avanzando se retira. Pero, ¿qué es lo que de suyo se retira? Por lo pronto, lo que da a pensar. ¿Y por qué da a pensar? Pues, en principio, precisamente porque se retira, sustrayéndose.

Aun más, tengamos presente antes que nada que si el término “investigación” significa ‘hacerse cargo de los vestigios (encontrados)’, entonces investigar será, por una parte, sopesar el paso de una presencia que se ausenta, habiendo dejado ahí su estampa, y, por otra, cavilar en torno a ese retiro de lo que se retrae en la omisión de su presencia.

Equivale, en consecuencia, a interrogarse qué es lo que estuvo ahí y ya no está, y por qué ha dejado de estar lo que ahí estuvo. Dicha retracción ha de ser pensada como fuga de nuestro lado, como di-vergencia.

Hacerse cargo, entonces, de la huella, sí, lo que pide ojalá poder palparla (en su hondura y en su pendiente) y fijar con ello el rumbo de dicho retirarse, pues se trataría de algo que pasa, algo que muda, algo viajante. Investigar, así, es también –lejos de un torpe positivismo- ir tras aquello que se nos retrae, en su búsqueda y persecución, y hacia su hallazgo. Concebimos a este último como destino, porque reconoceríamos lazos originarios con la ubicación de su ausencia, de su merma. Esto implica recorrido, traslación, peregrinaje, modificación del propio lugar por las clementes o inclementes circunstancias del arrojo. Como también implica recuperación o restauración del contacto con lo sustraído, aunque (en un sentido rotundo) nunca antes lo hubiere habido. Esto es, seducción, puesto que el vacío irradia su propio vértigo de llenar y ser llenado. Y esa seducción es conquista, proyección. A fin de cuentas, proyecto.

Éste es nuestro breve manifiesto de trabajo para concebir la poesía no sólo como una patente creación de poemas, sino -y sobre todo- como in-flexión de nuestro carácter habitativo, como in-flexión de la sintaxis ontológica en que hasta entonces habíase habitado (su siendo) […], viéndose presentada como disposición, actitud, prestancia, como cuidado (sabiendo dejar venir lo que ha de llegar), en el viaje creador y destinante del sistente que, puesto en situación, hace cosas y que, además, piensa en las cosas que hace.

 

 

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7

 Un nudo más en la red. Informe sobre la poíesis


(Fragmentos del libro de teoría, publicado por Altazor Ediciones, Viña del Mar, 2010)

Decimos, entonces, que habría un pensar sin positividad, un pensar negativo, un pensar del revés, que se in-flexiona en la misma medida que la torsión desgarra la semiosfera y rearticula la aperturabilidad del mundo, como ‘pascua’ [literalmente, paso] entre un orden que colapsa y un orden que se inaugura en dicho gesto. Por lo tanto, inmediato respecto de los signos en que se inscribe. Como pensar del revés es, por una parte, un pensar zurdo, por ende errante; y, por otra, furtivo, y por ende también errante. ¿Se trata de un pensar primitivo? Pensar de suyo, que no por ello deja de ser una consideración libidinizada que sondea la hondura de nuestra destinación y, más aun, quizá la mayormente capaz de cavilar con una profundidad de campo insospechada en torno al destino sígnico del hombre arrojado a existir siempre en situación.

¿Y el rol de la investigación en el pensamiento poético (sígnico), en qué nos va? Pues admitamos que, en rigor, uno no piensa del todo soberanamente su problema, es pastoreado por él. El pensamiento nos tiene. ¿De qué sirve adelantarse? ¿O sólo sería cuestión de esperar y dejarse coger? ¿Cómo pasar del in-vocar al pro-vocar?

Adolfo Couve [artista y escritor]: “El único trabajo verdadero es de la investigación”. Las ‘musas’ [en otro momento de este texto se aclara la noción que ellas nombran, en cuanto que indican ciertas instancias (no religiosas) de poder e ímpetu que trascienden la mera idea de industria] -de acuerdo a sus postulados- serían  las que gobiernan y realizan el verdadero ‘trabajo de la obra’, por uno; y, cuando ellas no están trabajando, es uno quien posee la tarea de investigar para el trabajo de las mismas, constituyendo esta disposición una pre-disposición, la forja de una actitud de vida: la búsqueda, el estudio lateral.

En su visión episódica de la mecánica creativa y del talante del existir fundamentado en la encaminación constante (pensada como investigación), se trata, además, de una cuestión de oportunidad. Existen ciertamente momentos críticos, donde es imperativo ponerse en situación: como la condición para poder arribar, a pesar de que el manejo de mareas y vientos no resida en nuestro poder, en el arte de navegar. Así, toda oportunidad encaja en el relieve existencial de la temporalidad como un momento denso [un momento enérgico].

La actitud, el talante, la disposición de vida gravitan, empero, en la estructura constructiva que el poietés le haya dado al permiso que le es otorgado de pronto al poíema [para aparecer conflictiva, productiva e instauratoriamente]. Es “la conciencia de poeta en el poeta” (Óscar Velásquez). La investigación es eso, nada menos y nada más que salir de sí para lograr poder ser encontrado por lo adviniente. Quien investiga y hace de ello una vida, sabe que vive en pos de esa adveniencia sobre la que no tiene control, pero que sí puede ser seducida.

 

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8

No pacto lector

Lanzamiento escenografiado en los ojos de quien mira, o puro acto de fe
(En torno a la aparición del libro de poesía El inicio es aún, La Paz: Plural 2014)


(Texto inédito. Originalmente fue escrito y enviado a la Revista Mar con Soroche, en esas fechas,
en respuesta a petición del editor)

Que me presente aquí bajo el rumor de una poética no ha de extrañar, puesto que soy un poeta que piensa (en) lo que hace. Por tanto, mi pensamiento avanza junto a, y por mor de, la creación efectiva. Esta vez, en la oportunidad de aparecer el libro atribuido a mi persona, que sale en estos días de su casa editora, pero rehusándome a efectuar el lanzamiento acostumbrado y ritual, en pro de llevar a cabo, en cambio, esta declaración de intenciones y descorrer la cortina del designio que esconde. He decidido volver aquí sobre el asunto de una teoría de la poesía (ya iniciada en el libro de ensayo Un nudo más en la red, Valparaíso: Altazor 2010), repasando la circunstancia que implicaría presentarlo frente a vosotros que estáis tan lejos, tan allá. Aunque la cuestión sería, más bien, si no todo público está allá, radicalmente distanciado de la temporalidad vernácula de quien se dobla sobre sí mismo en función de la letra. Veamos.

Soy, pues, ese “varón al que le ha sucedido la escritura”, el que ha devenido escribiéndose como el suscrito. Pero, si estamos aquí –ustedes lectores hipotéticamente delante de una obra mía y yo siendo inopinadamente el demiurgo de ésta– es porque formamos parte de, y celebramos, un mismo pacto. ¿Pacto de qué? Pacto de escucha, de lectura, de recepción, de apreciación, de apropiación y, aun, de clasificación respecto de lo que es una obra. Y hasta de confinamiento de su virtual poder revulsivo. A esto llamémosle el “pacto lector”, sin más.

Y éste, básicamente, consiste en que tales instancias son reguladas y fijadas por un contrato que anteriormente se ha establecido y por el cual se asegura que nadie importune a nadie. Cada cual actúa su rol satisfactoriamente y espera a que el otro haga lo mismo: el autor ofertará y el lector consumirá, y si tal cosa sucede en santa felicidad, se prometen mutuamente volver a reiterar sus respectivas performances, una y otra vez, toda vez que ambos son disímiles entre sí y se congracian desde sus respectivas posiciones. Por él, se aceptan ciertas condiciones de atestiguamiento y colaboramos para que en la vida de todos, y de nadie, nada cambie.

Pero, si digo que mi poesía se postula como una poesía conceptual –en que el poema es un mapa o cartografía para un devenir sináptico–, además de cifrada –donde por su misma condición lo velado re-vela– y sobre todo crítica –es decir, que busca poner entre paréntesis el contrato que la supone–, empiezan las contrariedades.

Lo que quiero de mi obra, lo diré en breve, es romper el hechizo –que hemos convenido obtener de una lectura estética, y no ética, incluso antes de confluir a ambos lados de la criatura– y dejar en evidencia la operación en que está comprometida ésta mi actividad de poeta, al hacer-decir y al decir-hacer. En el camino, casi naturalizadamente aceptamos todos que, ya cometido el despropósito de su hechura, la posterior gravedad de su puesta en circulación (i.e., su publicación) demanda un mínimo de narcicismo necesario y, por ello, absuelto de todo juicio. Volviendo atrás, si digo que quiero transgredir (¿también lo haré desde el protector Narciso, o contra él?) el pacto de la intermediación, es porque busco tensionar y conflictuar el establecimiento de la actitud natural, la que podemos (de un modo institucionario) nombrar como ‘meramente’ literaria.

Esta modalidad de recepción involucra, antes que nada, una epojé, una suspensión del juicio de realidad. ¿En qué consiste? Es el hecho –devenido subliminal– de que no se espere ni se busque veracidad en la escena de lenguaje presentada, o que, más bien, se reciba e incorpore bajo el valor de la ficción. Es decir, que se extienda el crédito de la escucha/lectura y no se decida sino sólo sobre su valor estético, jamás ontológico, de manera que la propia locura en juego del poeta sea neutralizada por el presupuesto de la intermediación comunicativa (y es lo que ustedes harían como condicionamiento reflejo, si no fueran aquí invitados a hacer otra cosa). Gracias a ella, logramos que ninguno –por ningún motivo– se sienta interpelado (en este caso, ‘contagiado’, por el poeta) en su particular modo de existir. Si somos rígidos para regular y fomentar este papel convencional de autor y público, es porque tememos que la enunciación misma se desborde desde el texto hacia nuestras vidas.

Cuando, en verdad, sostengo primordialmente que la poesía no es un acto del habla –aunque sea en propiedad un decir– y que, por ende, no es nunca comunicativa. No ex-presa sino in-scribe ‒perdón, sería más pertinente utilizar aquí el modismo: ex-cribe. Elle consiste en un dispositivo que continúa al cuerpo, y que no busca transmitir un mensaje entre emisor y receptor (ni siquiera bajo esa bella, pero antigua imagen del arrojar una botella), sino que se dirige frontalmente a interpelar el orden de lo real, en cuanto tal, de modo que algo se dispute y esa disputa sea desde sí. Como un rito. Ello es lo que puede ser atestiguado por el lector y es la posición que esta escritura plantea: el estar frente al origen, ser invadido por él, asolado por su fuerza.

Su consecuencia: que, en vez de ser leída como medio para referir algo que estaría fuera del texto (en la realidad consensuada como tal) ‒aunque sea como potencialidad o posibilidad (siempre figurada) de la misma‒, propongo y pido que sea leída como brutal inmediatez ‒donde no haya correlato; donde no haya un fuera del texto; donde el afuera que compartimos esté dentro y aquél esté dicho en el cuerpo textual, como diciéndose; donde éste se doble tal como se dobla la cinta de Moebius y todo termine no siendo más que pura e incesante superficie, al modo de una diablura. Así, tal escritura formularía el suelo mismo de lo real, donde ustedes también se yerguen. ¿Lo pueden, aun de esta manera, tolerar?

El poeta es el actuante de la voz del texto y, como tal, es inventado e investido por éste. Es decir, es quien se pone en la escena de su propia constitución y, por la sucesiva interrupción en la continuidad de su propio ser, hace-hacer lo que dice, cuanto dice-hacer lo que hace. El poeta no es sino un proceso arrojado hacia adelante, proceso en el cual tal aparecer, en cuanto letra, es sólo un momento de densidad inconmensurable, pero radicalmente suspensiva. Es el acto fundante de la realidad en que ya vive, después de ser instaurado el mundo al que el texto mismo da lugar. Aunque, como proceso de instauración, éste nunca termina de acabar, pues es siempre diferido por la escritura. Aun más, en ello precisamente consiste la escritura.

El texto, por decirlo así, cuelga de la escena que abre y no de la pretendida sustancia de un sí mismo anterior. En el caso de esta producción, reconozco no ser un autor, sino lo que queda de la visita trabajada de un fantasma. Soy no más el sitio de aparición de una alteridad. De ser algo, lo soy en la periferia, nunca en el centro. Soy el recogerse, el hacerse a un lado, para recibir, para dejar que algo se haga. Soy marginal en cuanto al lugar de la voz que enuncio. Soy la ejecución descentrada de un don, de un presente. Soy el resultado, no su principio. No soy quien inicia la obra, sino quien obra el inicio. Soy el nuncio del anuncio: el del mi propia ocurrencia en el poema. Y, en vuestra lectura, existo.

Se dice que la poesía contemporánea ha restituido al sujeto, se habla de su retorno (esta vez, del hombre común). Pero, en ningún caso se trata de reponer la instancia de la vivencia subjetiva, propia de la persona civil. No. A lo más, de cierta situabilidad del creador, que hace de su experiencia sea capaz de ser actuada por otro(s), y recibir así el impacto de lo determinado, pero sin sus determinaciones. Y, ello, porque éstas aún no son su ser, pero paradojalmente ya sí son. Primeramente, crear es crear-se. No he pretendido, como poeta, ser un vidente. Si es que defiendo la virtud propia de la poesía como un de-velar, es en cuanto que ella permite leerse de un modo en que no habíamos sido leídos hasta entonces. Porque des-cubre (sorprende, ajusta y da) un lugar que la misma conciencia ignora, un lugar donde actuarse como sujeto y, tal vez, poder llegar a la presencia. La poesía, de este modo, libera algo de sí, algo que sin la obra no se habría podido articular, no se habría podido modular, no se habría podido luminar como real.

Lo que se dice, en realidad sucede, y lo hace de un modo inmediato, imperioso, urgente, como obligación que desmesura el temple en el oído. El texto deviene un bio-texto. Esta poesía constituye y verifica, a la vez que desgarra y socaba. Y lo hace en el flujo de su propia productividad, en medio de su establecerse. La gesta del poeta queda totalmente inmersa dentro de su gesto. Puro concierto de concurrencias a ras de piel, donde la prontitud es una distancia que, por alejada, se viene encima, bajo la forma de la extrañeza. Especie de infamiliaridad que, por supuesto, no es una agresión al lector (no, nuevamente no), sino apenas un deslizamiento del terreno, un declive de mundo...

A esto congrega el poeta, ¿a qué otra cosa, si no? A escuchar esa tesitura donde acontece que la realidad aparezca, bajo la máscara que la hace posible: una cierta sintaxis, una cierta ideación, una constelación de signos, un acento y la proposición de franquear el límite invisible —aunque muy resistente a los embates del quicio— que resguarda ese fantasmal dominio, ya no de lo íntimo, sino de lo éxtimo que palpita dentro de todos nosotros, como una borrasca que aúlla sordamente detrás del lenguaje común.

Queda, entonces, vuestra lectura de esta proclama como un acto de fe por el cual los convoco a sortear el protocolo de lectura que, comúnmente, induce a que no ‘leamos’ lo que leemos. Y, espero, encuentren en ello la invitación a precipitarse en el enajenamiento creador, ocupando el sitio de la enunciación que les comparto, tocando su vida misma con mi vida.

Escrito en La Paz, durante el invierno de 2014

 

 

 

 

PUBLICACIÓN INDEPENDIENTE – EQUIS EDICIONES
LA PAZ. MAYO DE 2017

 


 



 

 

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