Poemas de un hombre del libro
“Playa Las Dichas”, Iván Quezada, Ediciones Mago, Santiago, 120 págs.
Por Javier Edwards Renard
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Iván Quezada escribe libros: ficción, poemas, ensayos; también los edita, arma libros con oficio y dedicación, los propios y ajenos, con la artesanía impecable de quien sabe lo que un libro implica, los significados posibles que contiene, los universos impensados, imaginarios que sin la palabra del autor, sin las horas de soledad dedicadas frente a la página en blanco, quizás, quedarían en silencio para siempre jamás y la existencia de lo posible reducida en la merma de esa indagación del sentido de la vida. Iván Quezada es, entonces, un verdadero señor del libro y leer sus textos adquiere un significado polimorfo y profundo, como es el caso de su reciente libro de poemas “Playa Las Dichas”.
¿Cuántos poemas caben en 120 páginas de un libro de bolsillo, formato un cuarto? Muchos más de los que uno podría imaginar y así, este pequeño objeto escrito, se convierte en un verdadero Aleph verbal tanto por la cantidad que representa sus más de 40 poemas, como en la vastedad de contenidos y exploraciones que contienen sus versos. Playa Las Dichas reúne distintos viajes sentimentales, historias, caminos recorridos de la mano de la palabra, siempre la palabra convertida en lenguaje que dice o va diciendo con un ritmo propio, único, esos secretos de la vida que solo el poeta puede escudriñar con misterioso poder de síntesis y evocación, de metáfora lírica, métrica, a veces rima que la prosa muchas veces envidia y toma prestada o simplemente roba.
Quezada es un poeta mayor que se presenta con los ropajes modestos de quien escribe desde la pura sinceridad, desde lo necesario, desde el mandato impuesto por una melancolía lúcida, pausada, recogida en versos de una precisa y sobria belleza que, de tanto en tanto, se abre a un guiñó irónico, a una sonrisa que juega con las posibilidades como diciendo, aquí no es todo tristeza. Aunque, finalmente, lo que prima es esa mirada existencial en la que el hombre va jugando contra la muerte y el olvido: “Envejecer es un recuerdo viejo / una grieta cualquiera: / ya no más un desnudo entrecejo / o una fugaz caricia siquiera”, dice sin lograr derrotar ese abandono progresivo de la vida que se va viviendo y se queda en el camino.
A lo largo de las páginas de Playa Las Dichas, uno se va encontrando con muchas cosas, imágenes potentes que nos hablan de sentimientos que algunas vez hemos oído balbucear desde algún rincón del alma, pero aquí se transforman en palabra sólida que ilumina y confirma. Cuesta quedarse con uno u otro, son todos, sucesivos e incisivos los versos que van hablando al ojo que se abre y entiende descubriendo. Como ese poema que se inspira en la reciente película de Lars Von Trier, Melancholia, y que dedica a una amiga, quizás después de una tarde de cine en la que las imágenes del director danés han dejando una huella fuerte de fin de mundo, contado en el más perfecto contexto íntimo, definitivo que no es, sino y por último, el Apocalipsis diario y personal de millones de seres humanos que se esfuman de la faz de la tierra por muertes multifacéticas e inevitables. “La vida se vino encima / por un pasadizo secreto / las estrellas llovieron / a plena luz del día / por caminos inciertos / Y luego mujeres tristes / no atendieron el teléfono” es sólo parte de un poema cuyas estrofas y versos compiten en profundidad y belleza con la película que lo inspira. Y no es fácil hablar de lo obvio –del terror del fin- de un modo que sorprenda, estremezca de verdad y obligue a permanecer en la reflexión.
Pero los ejemplos se hacen pocos y sólo cabe una sincera y convencida invitación a leer este libro que, disimuladamente, nos muestra la escritura profunda de un poeta de tomo y lomo. Entonces, a modo de conclusión, sacarse el sombrero y dejar que la propia palabra del poeta hable por si misma, descubriendo el dolor de la precaria existencia: “Si pudiese ahora masticar / el árbol de la plenitud / arañar el cuero del paisaje / envolverme en el mar de lágrimas cálidas…”.