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          Tras la fuga del tiempo
        Por Francisco Véjar
          El Mercurio, 22 de Julio de 2012
          
         
         
         
         
        
 
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        "En Norteamérica hay tres grandes escritores: primero está Wolfe, después yo,   y después Hemingway". Así sentenció el escritor Willian Faulkner, en 1947, dos   años antes de recibir el Premio Nobel de Literatura. Y el tiempo le ha dado la   razón. Una prueba de ello es la reciente publicación de El niño perdido y   otros relatos por Tajamar Editores. El volumen, traducido por Óscar Luis   Molina, contiene tres relatos inéditos en lengua castellana: "El regreso del   hijo pródigo", "Oscuro en el bosque, extraño como el tiempo" y "Lo distante y lo   próximo".
        El libro incluye además la nouvelle "El niño perdido", cuya trama da cuenta   de la muerte en Saint Louis del hermano de Wolfe, Grover, cuando tenía doce   años. Cargada de lirismo y contada en varias voces, comienza con la del propio   Grover. "Aquí está la plaza tal como ha estado siempre, y la tienda de papá, el   cuartel de bomberos y el municipio, la fuente y los 
pulsos de su surtidor, los   tranvías que llegan y aparecen por un cuarto de hora". Luego habla la madre,   después la hermana y finalmente el hermano. "Eugene supo que los ojos oscuros y   el rostro sosegado de su amigo y hermano -pobre niño, extranjero de la vida,   exiliado de la vida, perdido como todos nosotros, una cifra en laberintos   ciegos, hace tanto tiempo-, que el niño perdido se había marchado para siempre y   jamás regresaría".
        La principal inquietud de Wolfe es el paso del tiempo y las pérdidas que ese   transcurrir conlleva. La descripción del paisaje desplegada en esta ficción, que   lleva necesariamente a reconstruir la América provinciana de principios del   siglo XX que tanto fascinó a escritores como Truman Capote y Jack Kerouac, no ha   perdido su frugalidad. No en vano Kerouac dijo que "una de las máximas   aspiraciones de cualquiera de nosotros sería llegar a escribir algo con la   altura y la poesía de 'El niño perdido'". El influjo de Wolfe sobre este último   es palpable en novelas como En el camino (1957) y Visiones de   Gerard (1963); luego trascendería a toda la generación beat
        La estructura literaria de este volumen quiebra las fronteras del cuento y se   transforma en digresiones y episodios que incluso podrían ser parte de algunas   de sus narraciones autobiográficas. Por ejemplo, de la ya célebre novela Del   tiempo y el río, publicada por su editor Maxwell E. Perkins, el año 1935.   Se manifiesta, entonces, el mismo anhelo de abarcarlo todo. No es casual que   Perkins dijera de él: "Thomas Wolfe necesitaba un continente para recorrerlo,   realmente o con su imaginación. Y este lugar era América. Era América lo que más   hondamente le preocupaba, y yo creo que nos reveló el país como ningún otro   escritor lo hiciera para la gente de su tiempo y para los escritores y artistas   del mañana. Ciertamente, tenía algo que decirnos".
        Nacido en 1900, en Ashville, Estados Unidos, donde su padre era dueño de un   negocio de lápidas y mausoleos, Thomas Wolfe fue un escritor de acción que no   sólo recorrió su país, sino que también viajó por Europa -léase "Oscuro en el   bosque, extraño como el tiempo", incluido en este libro-, tras las principales   motivaciones de su obra: el desplazamiento y la remembranza. Como él mismo lo   dijo: "Quiero volcar mi alma en el papel y expresarlo todo... Iré a todos los   lugares y haré todas las cosas. Conoceré a toda la gente que pueda. Pensaré   todos los pensamientos, sentiré todas las emociones de que sea capaz y   escribiré, escribiré, escribiré".
        Se echaba de menos un nuevo libro suyo en librerías. Y El niño perdido y   otros relatos ratifica las palabras de Francis Scott Fitzgerald: "Los más   entrañables momentos de Thomas Wolfe son las partes del más profundo lirismo, un   lirismo que se funde con su portentoso poder de observación... Admiro   enormemente el talento de Wolfe y creo que no tiene parangón en este ni en   ningún país".
        Relatos como "Lo imaginado" y "Lo verdadero" -del capítulo "El regreso del   hijo pródigo"-, y "Lo distante y lo próximo", entre otras narraciones, son   sencillamente notables. Aquí no sobra ni siquiera una coma. Y si hay nostalgia,   es para reunir a vivos y muertos con su respectiva   impronta.
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        Lecturas chilenas
        Jorge Teillier se familiarizó tanto con la obra de Wolfe, que en una crónica titulada "Lautaro y los trenes", recogida en su libro Prosas (1999), apunta: "Todo pueblo  tiene un ritmo, y el ritmo de Lautaro, mi pueblo natal, es el que le da el río y los trenes. Sí, Lautaro es en verdad un pueblo de ríos, de trenes, de campanas, que hubiese amado Thomas Wolfe, el errante y solitario novelista norteamericano". Por su parte, Claudio Giaconi, en su libro de ensayo Un hombre en la trampa (Gogol) (1960), hace un parangón entre ambos creadores. Giaconi afirma: "El propósito de Wolfe ha sido, como lo ha dicho John Peale Bishop, y como el mismo novelista lo demostró, cubrir con su obra los Estados Unidos de América, tanto como pudiera hacerlo la experiencia de un sólo hombre".
        En tanto el poeta Miguel Arteche le dedicó el poema "Thomas Wolfe camina por Virginia". Ahí dice: "Virginia, los pinos de Virginia, las playas con secretos,/ la estación neblinosa,/ el mar como mujer dormida:/ todo pasó a tu lado, pero tu amor persiste; / cada paso tuyo es un paso hacia la muerte,/ como los tristes fantasmas de las hojas/ tras tu espalda cansada, como esperan/ al llegar a tu casa la muerte de tu hermano./ ¡Y alguien entona al tiempo de morir solitario/ una antigua canción de angustia y de nostalgia!".