El mar es   nuestro refugio
              En días de navegación por el Pacífico Sur
              Ese curioso resplandor
              Ha sido la única piedra filosofal
              Que hemos llegado a poseer
              Anoche la vaguada costera viajó con  nosotros
              Y todo parecía detenerse en ese instante
              Tan claro como la luz de la luna
              Plateando arena, mar y muelles
              Una extraña ave vino a morir a nuestros  pies
              Mas sobrevivimos burlándonos de nosotros  mismos
              Y viendo pájaros acuáticos donde sólo había  silencio
              O poniendo libros sobre mesas de  restaurantes marítimos
              En comunión con los demás
              O con las discriminaciones silvestres a que  incita el cielo
              La brisa del mar insiste en desordenar el  texto
              Y repentinamente estas palabras
              Relatan – es su derecho – 
              Lo que ellas son entre nosotros
             
             
            Ha muerto Joseph Brodsky
            Ha muerto Joseph Brodsky
              En nuestro barrio alguien tocaba un  anacrónico piano de cola
              Y se encendía la luz de melodías cansinas
              Esos días no entran en el calendario
              Y se mezclan como un ponche
              Suave como el fluir de nuestra sangre
              Pero no sólo ponche corre por las venas
              En la calle las motocicletas pasan como  avispas
              Y una adolescente abandona su doble vida para  volver a casa.
              Ha muerto Joseph Brodsky y con él parte de  las lecturas
              Que hacíamos de sus poemas en veranos  marítimos.
              Ya no bastan sol, mar, ni luna
              Y no vale la pena preguntarnos por el valor  de la vida
              Sólo queda vagabundear por calles y lugares  donde nos gustaría
              Hacer como tú una antología universal del  amor
              Para los amantes de hoteles de paso.
              Queremos recordar estas palabras tuyas:
                  El  día te va buscando en el armario una camisa
                  Ojalá  llegue pronto el invierno y con la nieve cubra
                  Las  ciudades los hombres sobre todo lo verde
                  Si de  noche veo una estrella en el techo
                  Ella  – según las leyes de combustión – 
                  Me  resbala por la mejilla hasta la almohada
                  Sin  darme tiempo a pensar un deseo.
             
             
            Habitar  un país como tus ojos
            Quiero vivir en un país como tus ojos
              más nítido que las horas que el tiempo  deshecha,
              más lúcido y real.
            Quiero habitar un país como tus ojos;
              tu piel navegando en mi piel,
              las coincidencias, la respiración,
              las horas que sin saberlo se unen,
              un bolero y el abrir y cerrar de puertas,
              sabiendo que nuestro tema sigue siendo el  viento.
              Mas el lenguaje no basta, ni el fragmento  del sol
              que guardabas en tu cuerpo para  entregármelo
              tras un ir y venir poblado de voces.
            Desde las enrarecidas calles me haces señas
              para que no ande a tientas,
              ciego, borracho o como yo.
            El aire de la mañana se suspende allá  afuera.
             
             
            Ella es una vagabunda en el país del insomnio
            Una vagabunda en  el país del insomnio
              sabe apenas el  sonido de una palabra
              que no  alcanzamos a pronunciar:
              las raíces de un  árbol que no ha cumplido su edad.
            Fulgor y vértigo  se confunden en su rostro,
              también el mar  que nos hace existir.
                  A ella la enceguecen las nubes de neón
                  y abandona ebria a medianoche el círculo
                            oscuro  de los hombres.
            Bailé con ella,
              escuchando en el  silencio de la vida
              aquel lugar no  cifrado en mapas
              mas es difícil  recuperarla
              pues el cielo se  ve sólo una vez.
             
             
            Carta a mis amigos muertos*
            Ustedes estaban conmigo: eran
              Un espejo entre mis manos
              Mas el vago y huidizo sol de junio
              Hace desaparecer vuestros rostros.
            Sin duda, les debería escribir cada día
              Y hacer llegar a ustedes mis páginas
              En nombre de los pájaros y las nubes
              Pero nadie obtendría ganancia alguna
              Sin embargo continuaré escribiéndoles.
            El mes de agosto desaparecerá
              A pesar de los helechos y las flores
              Mientras la traducción de diversas cosas
              Me hace proseguir
              En la lengua azul que ustedes conocen.
            Ahora temo la llegada del otoño
              Y las conversaciones de invierno sin  ustedes
              ¿Vendrá alguien a buscarme?
              ¿Algún perdido y entrañable amigo?
            Vengan pronto, los esperaré
              Con todas las palabras de antaño
              Siento frío
              Y ya tengo dos agujeros negros en las alas.
            *René  Guy-Cadou
             
             
            Carta  astral
            En  memoria de René Char
            Mi carta astral después de años
              Entre el vértigo y la espera
              El vaho de espejos y canciones escarchadas
              Eso era lo mismo que la muerte
              Donde lentamente se pierde el combate
              En los cambios que hace la luna
              O el viaje de retorno al lugar de origen.
            Ahora cada uno de nosotros puede recibir
              La parte misteriosa del otro
              Noches de caminar bajo el resplandor de la  tierra
              Sin siquiera derramar su luminoso secreto.
            Cada uno es hacedor de lo indecible
              Incluso los pesares que se lanzan al vacío
              Y luego pasan como una hoja en la  tempestad.
            Nadie quiere morir al borde de sus abismos
              Sólo se necesita espacio y aire para vivir.
             
             
            Estación Leopoldo María Panero
            Estación  Leopoldo María Panero
              todo lo que  escribo y diviso
              se va al fondo  de la sangre.
              Fumo para mirar  la vida que pasa
              mientras el  cenicero acumula
              voces e ideas de  locos rematados.
            El dipsómano  baja urgente en la estación
              a beberse un Nevermore.
            Nuestra suerte  sigue en manos de los ciegos
              y lo que  escribimos tal vez sea leído por parejas del 2050
              en el follaje de  un bosque agitado por el viento.
              Hay luces  harapientas, tumbas sin sosiego,
              niebla sobre el  césped de la calle Miguel de Cervantes.
            El dipsómano  sale urgente de la estación
              a beberse el  crepúsculo Nevermore.
            Aquí dejamos  latas de cervezas,
              colillas que se  acumulan en ceniceros,
              cenizas que se  acumulan en cementerios.
            Observamos el  funcionamiento del camión de la basura
              mientras el  dipsómano vuelve urgente a la estación
              a beberse el  crepúsculo Nevermore.
            Es tan bella la  ruina, tan profunda
              que ni siquiera  el tiempo puede hacernos morir. 
            Niebla en la  calle Miguel de Cervantes,
              niebla en la  estación Leopoldo María Panero.
             
             
            La vibración del río sobre la ciudad
            Hemos visto  árboles desnudos en la ciudad
              que levantan  veredas y reclaman lo suyo.
              Sus raíces se  abrazan como amantes subterráneos
              que saben de  sueños y pérdidas.
            Es extraño estar  aquí y oír el grito de las gaviotas
              que caen  inciertas sobre el agua.
              Esperar una barcaza  de madera
              o la huida del  sol en el océano.
              Seis y media de  la tarde en las riberas del Mapocho,
              la inevitable  cicatriz de Santiago.
            Estos escritos se  perderán con el fluir del río
              y su eco será  como verse en una película absurda
              cuyos actores  principales han sido dados de baja.
             
             
            Apuntes sobre la carátula de un disco de Stan Getz
            Salimos del amor como de una catástrofe aérea
              después de vagar por moteles y playas  solitarias
              donde nuestras huellas desaparecían tras la  marea;
              días y días de bañarnos con champaña
              y hacer el amor mientras gritaba el oleaje. 
              Fuimos una rara especie de animales
              que escribían sáficos imperfectos
              en sus cuerpos desnudos.
              Así, jugábamos a creer que dominábamos la  lengua
              como dominábamos ese instante.
            Hoy atesoramos manuscritos, discos de jazz,  libros
              y esa llama que quisiéramos encender
              como un profano que retorna a su creencia
              y enciende las velas de un oxidado  candelabro.
            Salimos del amor como de una catástrofe  aérea
              sin equipaje ni boletos de vuelta.
             
             
            Escrito  encontrado en una mesa del restaurante Miramar (Quintay)
            Si el abismo no nos llamara con su silencio
              no podríamos leer a Trakl, ni permanecer  horas
              mirando estas lápidas anónimas que golpea  la tempestad
              como el grito del ave que acompaña a los  muertos.
              Líneas de Sebastián en sueños al  fin de una playa
              de arenas movedizas como náufragos. Nuestro  tiempo
              debería ser infinito como las arenas de esa  playa.
              Mas toda ceniza, toda embriaguez, toda  permanencia
              es innecesaria porque perecemos. Y en la  costa – como se sabe – sigue
              el incesante espectáculo del oleaje.  Caminamos
              sobre osamentas dispersas que han devuelto  las olas del mar,
              caminamos para abrir tantas puertas;
              puertas de acero, puertas de madera,  puertas invisibles,
              - mudanza interior de la cual queremos  desprendernos -
              donde una palabra lleva todo lo que hemos  podido poseer.
             
             
            Los amigos ya no son originales ante la muerte
            La muerte es la  ceniza del poema
              La muerte anda  en todas partes 
              La muerte es  huésped predilecta
              La muerte es  anáfora y puñal
              La muerte garabatea  páginas a diario
              (y desordena los  cuartos de hoteles
              que abandonamos  al amanecer).
            La muerte se  impacienta
              y somos sus  fieles cautivos. 
              Nos aguarda en  la ciudad 
              con gentíos  sombríos
              que se buscan  entre la muchedumbre 
              y comentan los  juegos de azar
              cerca de puentes  y avenidas.
            Por eso, lo  nuestro es guarecernos en la noche
              para llegar a la  eterna conclusión:
              los amigos ya no  son originales ante la muerte.
             
             
            La tempestad no ha  terminado
            La tempestad no  ha terminado 
              es verano en 2004
              traduces poemas  que hablan de jazz
              y de semanas  enteras en estado de embriaguez
              Ahora miles de  caminos se abren
              visitamos la casa  de un escritor
              que en realidad  es un barco anclado en tierra
              y vemos al sol  tan desnudo
              como los ojos de  los demás
              Las líneas de tu  mano
                                     dan sabiduría
              los pasos que  quedan en los escaños de la escalera
                                      dan sabiduría
              A las cuatro de  la mañana viste un caballo blanco
              galopando en las  praderas de los sueños
              sentiste una voz  repitiendo:
              “soy el último en  tu ruta
              la última  primavera la última nieve
              el último combate  para no morir”
              La tempestad  –como dije- no ha terminado
              las agujas de la  locura penetran en todas partes
              sólo un poco de  silencio
              para escuchar el  mudo lenguaje de las cosas
              un poco de silencio
              para sellar el  pacto entre lo que soy y no soy. 
             
             
            Lo que te ofrezco
            Nada de lo que te  ofrezco
              es imposible:
              un cielo surcado  de pájaros, caricias como nubes
              - los inimitables  latidos de tu corazón-
              Todo eso es  posible
              sin siquiera  recurrir a la fantasía.
            No somos más que  las huellas plateadas
              que dejan los  caracoles en los lugares
              visitados en  sueños.
              Ya nadie  preguntará en qué día
              ni en qué mes  estamos.
            Una cuña de luz  entrando en el tiempo
              es lo que debemos  ahorrar.
              La ilusión de  estar el uno con el otro.
            Nada de lo que te  ofrezco
              puede ser  imposible:
              pensamientos que  vuelan como pájaros,
              un puente entre  ambos mundos.
             
             
            El viaje
            Si somos o no  universales,
              no importa.
              Afuera el río  fluye, mudo y silencioso
              como las hojas  de los árboles.
              No tenemos más  que contemplarlo.
              El ave que pasa  es real,
              el haz de luz  que llevas de una a otra ventana,
              es real.
            Nosotros somos  reales.
              Comienza el  siglo XXI.
              No hay preguntas  por hacer.
              Sólo te gustaría  oír: "escribes como el velero que
              viaja por el  río,
              apenas movido  por el viento".
              Hemos vuelto del  Sur,
              la luna y los  prados
              vienen ahora en  una postal.
              Anochece,
              puertas y  ventanas se cierran
              en las casas de  familiares.
              Otra ciudad  despierta a esa hora.
              Si entramos a  esa realidad
              las calles  cambian de nombre.
              Se encienden  luces para gatos y vagabundos.
              Afuera el río  fluye, mudo y silencioso.
              Tras la ventana,
              el tiempo  continúa trabajando para nuestra muerte. 
             
             
            Allí duerme mi padre
            Visito el  cementerio:
              allí duerme mi  padre
              sobre polvo y  más polvo
              donde no hay más  que el silencio sordo de otras voces,
              lápidas casi  borradas por las tempestades:
              débiles huellas  sobre el mármol.
            El viento  desordena el entorno.
              Camino sobre  pétalos resecos
              que se unen a la  tierra,
              sobre pedazos de  labios
              que se juntaban  para amarse.
              Pero no hay  respuesta.
            Un día espíritu  y carne
              fueron fuertes,
              vagaban sin  prisa,
              releyendo en el  aire las señales de la vida.
            Estoy de pie en  este mundo,
              mirando como  muere la tarde,
              sintiendo la  enarbolada sensación de contener
              en un segundo  otros ecos.
            Hay pasos que  oyen,
              hay ojos  disueltos que observan,
              también el  destello de la nada.
            Allí duerme mi  padre
              frío y delicado  como la nieve.