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El juego de hacer versos de Óscar Hahn y Francisco Véjar

Francisco Véjar
Revista Cuadernos Hispanoamericanos N° 744 (Junio 2012)

 

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Óscar Hahn nació en Chile en 1938. Es Master of Arts por la Universidad de Iowa y Doctor en Filosofía por la Universidad de Maryland. Actualmente es miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua y Profesor Emérito de la Universidad de Iowa. Sus libros de poesía son: Arte de morir, Mal de amor, Apariciones profanas, Versos robados, En un abrir y cerrar de ojos, Pena de vida y La primera oscuridad. Sus poemas se han traducido a diversos idiomas y están recogidos en numerosas antologías nacionales e internacionales. En 2011 obtuvo el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda. Acaba de ser galardonado en Chile con el premio “Altazor” de poesía por votación de sus pares.

Francisco Véjar (Viña del Mar, 1967) reside en Santiago, donde realiza diversas labores culturales, como director de talleres literarios, cronista de “Revista de Libros” del diario El Mercurio, antologador y difusor de la poesía chilena. Ha publicado la Antología de la joven poesía chilena; y Georg Trakl. Homenaje desde Chile (en coautoría con Sven Olsen y Armando Roa Vial); los poemarios Fluvial (1988); Música para un álbum personal (1992); Continuidad del viaje (1994); Canciones imposibles (1998); País Insomnio (2000); El emboscado (2004); La fiesta y la ceniza (2008) y Los Inesperados (2009).

Esta conversación se realizó en Santiago de Chile, en el otoño de 2012.

Véjar -Acabas de publicar dos libros de poesía; La suprema soledad y No hay amor como esta herida, donde surge “el hechizo de dos motivos poéticos de primer orden: el amor y la muerte” ¿Qué me dirías al respecto?
Hahn -Se produjo una curiosa coincidencia. Sin que yo ni nadie se lo propusiera, esas dos antologías aparecieron la misma semana en distintas casas editoriales. Una sobre el amor y la otra sobre la muerte. Es decir, aquello que algún día llamé “la pareja original”. Si alguien compra los dos libros tendría las dos caras de la misma moneda: la creación y la destrucción. Pero también comprobaría que el amor y la muerte coinciden en un punto, y ese punto es el erotismo. De un libro a otro Eros y Thánatos caminan tomados de la mano.

Véjar -Anteriormente escribiste La primera oscuridad, publicada por la editorial del Fondo de Cultura de México, el año 2011. Son como cuentos fantásticos versificados y de gran intensidad. Incluso en un texto anterior das cuentas del terremoto del 27 de febrero del 2010. Se titula: “Todas las cosas se deslizan”. ¿De qué manera te ha influido esta vertiente literaria?
Hahn -“Todas las cosas se deslizan” fue escrito y publicado antes del terremoto. Lo que ocurre es que ahora es visto como un texto premonitorio, porque una de las experiencias que tuvo mucha gente en Chile durante el sismo, incluido yo mismo, fue ver cómo las cosas, literalmente, se deslizaban por el suelo. En efecto, en La primera oscuridad hay varios poemas que funcionan como si fueran historias fantásticas. Pero en libros míos anteriores hay otros poemas en los que ocurre lo mismo, como por ejemplo “Una noche en el Café Berlioz”. Durante muchos años enseñé en la Universidad de Iowa un curso sobre el cuento fantástico hispanoamericano. De ahí salieron un par de antologías y varios estudios críticos. No me cabe duda de que todo eso tiene que haber influido en mi poesía.

Hahn -Y tú Francisco, ¿cuándo sientes que se decanta tu obra poética?
Véjar - Distingo que hay dos etapas dentro de mi poesía. La primera parte con Fluvial, libro que se publica en 1988. Es un volumen vivencial. Yo estaba descontento con el presente que me tocaba vivir que eran las postrimerías de la dictadura militar en Chile. Por eso me vuelco al pasado y vuelvo a viajar con mi padre hacia el sur, de manera idílica. Fue mi carta de presentación para conocer a Jorge Teillier. A él le gusto Fluvial y escribió para el diario la Época una reseña sobre dicho volumen, en el suplemento Literatura & Libros, dirigido entonces por el escritor Carlos Olivárez. Luego publiqué Música para un Álbum Personal (1992) y Continuidad del Viaje (1994) y A vuelo de poeta (1996). Ahí culmina la primera etapa de mi poesía. Más tarde, doy a conocer Canciones imposibles (1998). Y es a partir de ahí donde se decantan mis lecturas para dar paso a mi propia voz, poblada por constantes centrales, como el paisaje, la ciudad, la costa, el jazz y la muerte. Un ejemplo de ello es La Fiesta y La Ceniza, publicada por Editorial Universitaria, en la colección El Poliedro y el Mar. En ese libro reuní 10 años de poesía. Es decir, desde 1998 hasta el año 2008, incluyendo poemas inéditos. Ahora estoy escribiendo otra obra poética que empieza con el siguiente epígrafe de John Ashbery: “Una botella con un mensaje / Aparece en la playa y nadie la ve, nadie la recoge”. Se hace necesario recordar que nací en Viña del mar, el 14 de diciembre de 1967, en la Clínica Miraflores, a las seis y media de la madrugada. Eso también lo determina a uno, en términos geográficos y astrológicos. Tal vez de ahí viene mi sensibilidad marítima que no prescinde de lo urbano.

Véjar - El año en que publiqué mi primer libro de poemas murió Enrique Lihn. Es uno de mis poetas favoritos. ¿Es cierto que Lihn fue clave en el orden final de Arte de morir (1977)?
Hahn -En 1976 yo estaba haciendo mi doctorado en la Universidad de Maryland. Enrique fue invitado por el Departamento de Español y alojó en mi casa. Una noche me preguntó sobre los poemas que había escrito en los últimos años y que él no conocía. Yo saqué una carpeta con poemas y se la pasé. Me dijo que esa misma noche los leería en su habitación. A la mañana siguiente puso las hojas sobre la alfombra en un cierto orden y me dijo: “Este no me gusta, éste tampoco y éste tampoco. Los otros sí. Ahí tienes un libro. Busquémosle un título”. Analizamos varias posibilidades, hasta que recordé que había uno que a lo mejor podía funcionar. “Escríbelo en una hoja con letras grandes”, me dijo. Yo escribí: ARTE DE MORIR. “Ese es el título”, dijo Enrique. “Búscate un editor y yo te hago el prólogo”. Y es así como Arte de morir fue publicado por Ediciones Hispamérica de Buenos Aires.

Hahn- Sé que tú fuiste amigo de Jorge Teillier, otro importante poeta nuestro. ¿Qué nos puedes decir de él?
Véjar- Tengo que reconocer que fue uno de mis grandes amigos. Lo conocí en el Refugio López Velarde de la Sociedad de Escritores de Chile, a fines de 1988. Luego tuve la suerte de pasar largas temporadas con él en El Molino del Ingenio, fundo ubicado entre La Ligua y Cabildo. Compartíamos lecturas y poemas. Lo ayudé en la compilación de El Molino y la higuera (1993) y En el mudo corazón del bosque (1997). Me invitó a participar en L´ école Buissonniére que se traduce como La Escuela de la Cimarra, descubierta mucho antes por Jacques Prévert y los surrealistas. Pero no era un pretexto para vagar, muy por el contrario. Se leía mucho y pude constatar in situ como trabajaba Teillier. A lo menos, hacía diez versiones de un poema para llegar al texto definitivo. Había rigor. Pero también un espacio para la existencia, vista desde lo lúdico y creativo. En definitiva, esa fue mi universidad.

Véjar - Te acabo de contar alguna de las características de la personalidad de Teillier. Me gustaría saber cómo conociste a Raymond Carver, antes que fuera famoso.
Hahn -Lo conocí en Iowa en 1978. Un grupo de profesores y alumnos de posgrado de la Universidad de Iowa nos juntábamos en un café, tipo 5 de la tarde. Hablábamos de literatura, de cine, de política y de asuntos de actualidad. En ese tiempo a Raymond Carver lo conocía sólo como Ray. No tenía presente su apellido. Sólo supe que era él diez años después, cuando murió, porque una chica que asistía a esas tertulias me lo dijo. Por supuesto que en ese tiempo él todavía no era la figura de culto en la que se transformó después. Ahora, retrospectivamente, algunas cosas que conversamos han cobrado sentido. Recuerdo que una vez se puso a atacar al realismo mágico con mucha virulencia y a defender el realismo sin adornos de la vida diaria. En otra ocasión lo encontré en una lavandería. Había metido su ropa en una de esas enormes lavadoras que hay ahí. Cuando me vio entrar me dijo que pusiera mi ropa en su misma lavadora; que para qué iba a gastar plata en otra. Y eso fue lo que hice. Me senté a su lado y estuvimos conversando un buen rato. Me preguntó qué año había nacido yo. Le dije: en 1938. Curioso, me dijo, yo nací ese mismo año.

Hahn – Tú también has tenido experiencias interesantes con algunos escritores, de las que das cuenta en tu libro de crónicas Los Inesperados (2009). Cuéntanos cómo surgió ese libro.
Véjar - En realidad, yo quería reunir mis crónicas periodísticas, publicadas en Revista de Libros del diario El Mercurio. Pero un amigo me dijo: “Asume un desafío mayor y escribe un libro de crónicas sobre tus amigos escritores”. Entonces empecé a darle forma a Los Inesperados, que se transformaron en mis memorias de veinte años en la literatura chilena. Tuve la fortuna de conocer personalmente a Claudio Giaconi, Armando Uribe, Miguel Serrano, Raúl Ruiz, Nicanor Parra, Efraín Barquero, Rolando Cárdenas, Enrique Volpe, Antonio Avaria, Pedro Lastra y Carlos Olivárez, entre otros autores que consigno en el libro. A cada autor le dedico una crónica. Muchos de ellos están muertos. Entonces recordé los versos de un soneto de Quevedo que dice: “Retirado en la paz de estos desiertos, / con pocos, pero doctos libros juntos, / vivo en conversación con los difuntos, / y escucho con mis ojos a los muertos”. Y al escribir sobre ellos, fue como revivir de nuevo su conocimiento, amistad e innumerables anécdotas. Por ejemplo, recuerdo como si fuera ayer, mis conversaciones con Parra, caminando por la costa del litoral central y luego volver a su casa de Las Cruces y almorzar una cazuela con ensalada a la chilena. Muchas veces recitaba de memoria el diálogo del sepulturero de Hamlet de Shakespeare, en inglés isabelino y luego hacía una traducción inmediata a la lengua castellana. Aprendí mucho con él. Me invitaba a las clases que dictaba en la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile. Fueron tiempos inolvidables. También se hace visible en Los Inesperados, la lucidez de Giaconi, la nostalgia de Olivárez por la década del sesenta, el esoterismo de Serrano, la bondad de Avaria, entre un sin número de sorpresas que contiene dicho volumen. Pienso que es un libro que quedará para las generaciones venideras, pues cada crónica retrata por dentro a cada creador, es decir, desde lo cotidiano hasta su forma de afrontar sus labores literarias. No puedo dejar de lado a Raúl Ruiz. Sin duda, fue uno de los cineastas y pensadores más independiente del cine occidental de las últimas décadas.

Véjar -Cuando escribí Los Inesperados, sentía que el teclado del ordenador era un piano, tocado por Erroll Garner o Keih Jarret. Ya sabes mi fascinación por el jazz. Ahora bien, ¿cómo llegaste a la música de Miles Davis y a la poesía de San Juan de la Cruz?
Hahn -A San Juan de la Cruz lo empecé a leer por azar cuando era muy joven. Lo he seguido leyendo con mucha devoción hasta ahora mismo. El hecho de que con una obra tan exigua sea capaz de llegar a donde casi nadie ha llegado, lo sentí como una lección de lo que es la verdadera poesía. Es uno de los pocos poetas que resisten numerosas relecturas, sin agotar jamás su manantial de deslumbramientos. A Miles Davis, en cambio, lo descubrí cuando yo era bastante mayor, a pesar de que llevaba varias décadas viviendo en Estados Unidos. También fue por azar. Compré una selección de sus interpretaciones por la espúrea razón de que formaba parte de una colección de CDs de jazz que se vendía demasiado barata como para no aprovechar la ocasión. Cuando llegué a mi casa y puse, como de mala gana, “Stella by starlights” me quedé en trance. Detrasito venían “My funny Valentine” y “Cooking”, con John Coltrane. No sé por qué sentí que esas voladuras de Miles tenían algo que ver con San Juan de la Cruz y escribí un poema en el que los junto a los dos, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio. El poema se llama “San Juan de la Cruz escucha a Miles Davis”.

Hahn -Más allá del placer puramente musical, me imagino que para ti el jazz tiene un significado trascendente. ¿Es así, no?
Véjar - El jazz forma parte de la respiración interna de mis textos. Ahora mismo viene a mi memoria auditiva, la música de Jaco Pastorius o la voz de Sara Vaughan. En realidad, el jazz me acompaña siempre y a veces lo siento en el oleaje de la playa grande de Quintay. Además, dicho estilo musical nace con los cantos espirituales en Estados Unidos, por allá por el siglo XVIII. Eran los cantos religiosos de los esclavos en Estados Unidos, ahí nace el blues, como un acto de rebeldía. Ya se ha hablado mucho de la influencia afro en la evolución del jazz. Yo me identifico plenamente con ese mundo.

Véjar -Pasemos ahora a un tema contingente, ¿cuál es tu opinión del Chile actual?
Hahn -Yo creo que el mundo occidental, incluido Chile, está en un “turning point”, es decir, está experimentando un cambio de dirección que va a funcionar a partir de coordenadas muy distintas a las que nos gobiernan ahora. Algo así como lo que Michel Foucault llamaba el reemplazo de una episteme por otra, sin olvidar que ahora esa mutación está alimentada por las redes sociales que antes no existían. En Chile, no estar consciente de esto produce un estado de confusión general y una gran desorientación. El gobierno no sabe hacia dónde gobernar ni para quién. La oposición, sin proyecto de futuro, se dedica sólo a actividades de tipo electoralista para ganar el poder, aunque no sepan qué van a hacer con él si lo obtienen. Sólo los movimientos sociales, encabezados por los líderes estudiantiles, tienen más o menos claro que “esto no da para más”. El problema es que a veces son absorbidos y utilizados por los partidos políticos establecidos y, desafortunadamente, sus utopías terminan siendo sólo eso: utopías. Esperemos que no sea así.

Hahn -¿Y tú, en este mismo orden de cosas, qué les dirías a las nuevas generaciones de poetas chilenos?
Véjar -A los jóvenes les diría que no nacimos de la nada. Nos ha determinado la lengua castellana, la geografía y el mestizaje. Somos herederos de una tradición que parte con Carlos Pezoa Véliz, a principios de la primera década del siglo XX y que dura hasta nuestros días. Los poetas chilenos en la actualidad han formado editoriales alternativas para mantener su vigencia. Asimismo dan recitales, etc. En fin, están vivos de una manera singular, fuera de los caprichos del Mercado, y su propuesta siempre será un acto de rebeldía que se contrasta ante un mundo que agoniza de alegría artificial.





 

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