Reseña de "Bitácora del emboscado" de Francisco Véjar Por Dave Oliphant Publicado en Hallazgo y traducción de poesía chilena. Editorial A Contracorriente, 2019
Hay lugares que inspiran a la poesía, ya sea en alabanza o censura[1]. Tradicionalmente, los poetas tienden a cele-brar el campo o la pequeña aldea, oponiéndolo a la ciudad, como hace Gabriela Mistral en su: «Elogio de los pequeños pueblos», que alaba la falta de materialismo. Jorge Teillier —cuya obra Francisco Véjar admira— también miró con nostalgia a su small-town, ubicado en la zona sureña de La Fron-tera. La Mistral prosigue en «Recado sobre Pable Neruda», donde cuenta que el bardo podía ofrendarnos «ciudades modernas en sus muecas de monstruosas criaturas». Pero tal vez ella en su fase final no se refería únicamente a la ciudad, más bien tendió a presentar ambos lados de la vida urbana, el dolor y la ternura, que es la disposición visible de Bitácora del emboscado.
Véjar describe la playa de Quintay como un escenario idílico, pero también puede ver a la ciudad como «único espacio donde encuentras una parte del cosmos». Entiende que Santiago es un lugar donde uno entra en el «inmenso oleaje de las cosas» y descubre, como dice en una nota, «la caducidad y el esplendor del ámbito urbano». De algún modo el océano se transforma en un emblema de la ciudad y hasta parece capaz, como declara Gabriela Mistral, «de tornar todo en una joya». De regreso de la playa, Véjar asimila el tedio de la ciudad a la muerte que aguarda con sus oscuras multitudes; pero luego se reconcilia con la urbe y la ficción que encarna: «El sueño de alguien que no se reconoce / y se busca incesante en los espejos».
La ciudad y su identidad son las imágenes que articulan el tema central de Bitácora del emboscado. Hacen de este libro, pese a sus frecuentes alusiones románticas, un retrato realista y actual del hombre en busca de significado. No es casual que hable de «la pesadumbre de puertas y ventanas», de una «extraña intimidad». Pero se da cuenta de que en la misma ciudad puede ponerse en contacto con la naturaleza, porque en sus parques «Siempre habrá algo que te guste; / como el vuelo del mirlo / o la compañía muda de los árboles». Aunque encuentra en ella innumerables barreras, con su «enigma de llaves y cerraduras», ve en lo citadino su acceso a la cultura. En la costa, siente que algunos de sus amigos no apreciarían el mar por sí mismo, sino que buscarían en él sus propias imágenes. Sin embargo, él mismo, al repetir su necesidad del océano, compara las olas con el fraseo rítmico de Charles Mingus, acompañado de un poemario del escocés Douglas Dunn. Su apego a la ciudad es inevitable.
Puede decir que el mar es «la única piedra filosofal que llegamos a poseer», pero también la ciudad «nos une y separa de cuartos vacíos y sombras / que por un instante se encuentran / más allá de nosotros». El poeta siente urgencia de descubrir lo inefable, lo incomprensible. Y es la ciudad, con sus condiciones multitudinarias e impersonales, donde captura esa realidad que traspasa lo cotidiano. Este descubrimiento proviene a menudo de la relación con su amada y algunos objetos compartidos, simples ceniceros o libros de lomos quebrados que revelan un valor superior. Incluso desea habitar en un país semejante a los ojos y el cuerpo de su amada, quien llega a ser como extrañas calles que orientan su vida. Muchos de los versos celebran a otros poetas por buscar «ese lugar no cifrado», irrecuperable.
Músicos como Mingus, Duke Ellington, Stan Getz o Chet Baker, aparecen en sus poemas viviendo en una ciudad ideal, abstracta. El poeta incluso puede contactarse con el arte a través de la calle que habita: Miguel de Cervantes. Y en su poema a Leopoldo María Panero, asocia la niebla de su pasaje citadino, con una estación mítica inspirada en este influyente poeta español.
En suma, la urbanidad nos une a mundos de significados dispares. El libro entero quiere construir puentes entre esos universos, equilibrando múltiples oposiciones: la opresiva y deprimente congestión de la ciudad, con sus puertas que pueden conducirnos al amor, la música y a ese «inmenso oleaje de las cosas».
[ Traducción de Claudio Giaconi]
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Notas
[1] Reseña de Bitácora del emboscado de Francisco Véjar, Mapocho: Revista de humanidades, no. 59 (2006): 433-434.
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Dave Oliphant
Publicado en Hallazgo y traducción de poesía chilena. Editorial A Contracorriente, 2019