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Versos e ironía
"Las caras y las arcas", de Sergio Infante. Editorial Catalonia, 2017. Poesía. 118 páginas.
Por Francisco Véjar
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 19 de Agosto de 2018
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En Las caras y las arcas, Sergio Infante (Santiago, 1947) hace una radiografía y reflexión sobre temas que hoy son moneda cotidiana en distintos segmentos de la sociedad chilena. Muestra de ello, es lo que Infante consigna aquí, como el Gran Rasca, punto de partida y viga maestra de todo el libro. En el poema "Eternos preliminares", escribe: "No me basta con un mito latino/ ni con la elocuencia del cine mudo/ cuando toco el despliegue ominoso/ donde el Gran Rasca se calza/ las caras que le convengan./ Infinitamente. Simultáneamente/ si así lo estiman". El trasunto de estas páginas así lo demuestran.
Heredero de cierto influjo de Francisco de Quevedo, explora el humor como si su escritura fuera una plumilla de bádminton, capaz de revolotear y observar la realidad, a través de la ironía. No en vano, comienza riéndose de sí mismo. En "Cotidiano", apunta: "—Si pudieras, ¿cambiarías mi destino?/ tu edad, Infante arrugado?/ Cerró su contrapregunta con una sonrisa".
Las caras y las arcas es una trilogía que se inicia con "Epifanía y trastienda", sigue con "Alameda almenada", y finaliza con "Oculto en el doble fondo". La lectura de los poemas es amena y los versos fluyen, sin tropiezos. El poeta demuestra haber aprendido la lección de Ezra Pound, cuando sentenció: "Creo en un ritmo absoluto, vale decir, un ritmo en la poesía que corresponda exactamente a la emoción o a la huella de la emoción que se intenta expresar. El ritmo de un poeta debe ser interpretativo, personal, infalsificado e infalsificable". Por ejemplo, en "Alameda almenada", hace la conjunción entre lo histórico, contingente y poético, sin prescindir de la cadencia ni de la métrica. Allí puntualiza: "Por hallar el contento,/ atravieso estas nieblas./ Tercos gases infectan/ la ciudad y la férula/ de lo que apenas ayer/ canté llanura fuerte: vastas arboledas,/ hortalizas y semillas/ para el brote venidero,/ hoy bajo el mal menor/ y la subasta en secreto".
En estas páginas, hallamos también una crítica al mal uso de la era cibernética, donde hay mensajes que agonizan de alegría artificial, en Twitter o correos electrónicos. Sin embargo, la mejor descripción de esta obra está en las palabras que aparecen en su contraportada: "El Gran Rasca —a quien ya habíamos divisado en otros libros de Infante— ahora copa los espacios encarnándose en quien estime conveniente, tanto en un luminoso palacio, en un patio escolar o en un abyecto cuchitril como mediatizado por una pantalla o una zarza ardiente. El Gran Rasca trata de encubrir con aires de megalómano las notorias chapucerías de su quehacer, actitud que termina por revelar nuestra puesta en el mundo y el actual reglamento de la ética".
Perteneciente a la generación del 60, junto a Sergio Badilla y Juan Cameron, entre otros poetas, da un paso adelante con respecto a publicaciones anteriores y retoma la risa y la ironía en asuntos de orden social, que nunca han sido ajenos a la poesía chilena.