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La pregunta heideggeriana por el ser
(en la búsqueda de una perspectiva auroral)

Por Fernando van de Wyngard
fernandovw@vtr.net
(Ensayo publicado originalmente en revista virtual “Sepiensa.cl”.

 


Dedicado a Pablo Oyarzún R.

 

NOTA I

La connotada pregunta tiene el prestigio de un problema antiguo, proveniente de los mismísimos orígenes de la occidentalidad (occidente: ‘muerte’) de éste, nuestro mundo contemporáneo.

El que un problema antiguo posea un valor vigente en nuestro medio significa, antes que nada, que, aunque la lengua en que apareciera el το όν como tal problema haya muerto, dando paso herencialmente a nuestros idiomas familiares, en un curso de veintitantos siglos, puede y debe ser también un problema propio en, desde y, en definitiva, de esta lengua actual. Es decir, en la medida que se nos presenta idiomáticamente, acarrea consigo las cargas de sentido que el arrastre lingüístico revela en nuestros usos coloquiales, no necesariamente especializados. Más aun, se debe a sus usuarios.

Aclarado lo anterior, esta lengua romance, por el paso dado hacia y desde el alemán original (necesarios para atender a este pensador moderno, que aquí nos atañe), y el interpaso desde allí al griego antiguo, se llena de dobleces traductivos. Sin embargo, reconozco que en todo provecho por llevar a cabo semejante tarea de escritura (la que sigue), ejerzo estas entregas con el placer del desentendido, porque juego a partir de la gozosa instalación en el castellano, del que soy miembro capaz y al que no renuncio.

PRIMERA ENTREGA:

En efecto, “Ser y tiempo” es un eminente nombre compuesto que supone, o no, el artículo de sus componentes. Es radicalmente distinto nombrarlo “El ser y el tiempo” a hacerlo abruptamente sin su articulación. La obra así mencionada ¿cambia de sentido? La pregunta por el sentido, entonces, que estructura dicha obra es ¿por el-ser, o por (el) ser? De principio, parecería que una trataría de aquello que sostiene y funda una predicación en su acción, mientras que la otra referiría a la acción predicada primigenia. Es una zanja profunda la decisión de incorporar el artículo al evento llamado ser.

En ambos casos, empero, estamos presentes ante lo más peculiar del lenguaje, ya que decimos que el-ser-es. El lenguaje tiene la capacidad de doblarse sobre sí mismo. De ahí que sea posible encontrarle sentido a un juicio paradójico como: “soy el que soy”, sentido no menos poético (en su acepción fuerte) que noético, que surge de la intrepidez del recorrido de Moebius, ingresando así a su revés infinitamente. De alguna manera, fundación oculta y acción manifiesta se identifican en una mismidad. Allí el fundamento no-es-un-algo y la acción no-es-real.

El verbo ser es anterior a lo real. Es lo que hace real a lo real, es lo que le otorga a la realidad la conexión con su talidad. Es el verbo que posibilita, al menos, el juicio. En el plano de la experiencia, empero, no experimentamos el ser, sino el haber. Hay mundo. Mundo como presentación y presentificación.

SEGUNDA ENTREGA:

Preguntar por el ser quiere decir, en primer lugar, que no somos el ser. ¿De dónde nos viene la seguridad de que somos un ente?

¿No podríamos pensar que si acaso la pregunta bien planteada, el buen planteo de la interrogación, fuera un boomerang que no encuentra otra trayectoria que volver sobre su origen, e interrogar al mismo texto en que ha quedado inscrita como tal pregunta?

Por lo pronto la acción de preguntar arrastra consigo tanto una mismidad (porque ya se tiene algo de lo buscado que quiere completarse), como una extrañeza (porque es necesario que algo le sea trascendente al buscar y lo oriente desde fuera). Unidad y diferenciación.

Preguntamos por nuestro origen, en el que a la vez nunca hemos estado. Y preguntamos desde la textualidad por la naturaleza extraña de los textos que no somos.

Que el yo o el nosotros constituya el sujeto, y, más aun, el nombre de cuya acción verbal, en esta gramática, le corresponde a la conjugación del preguntar en la voz activa (aquella que debería recaer sobre un objeto distinto de sí) de la primera persona, permite acoplar otra cuestión decisiva: ¿quién es esta primera persona? E incluso: ¿qué habría que entender por la determinación personal en la gramática?

Dicho de otra manera: ¿qué es quién? Este quién que es, ¿es algo?

¿Tenemos a la vista necesaria y estrictamente un ente?, ¿o podríamos alguna vez, y bajo ciertas circunstancias a las que todavía no hemos accedido, tener mucho más o mucho menos que un algo, en el camino en que el ser es también algo?

Si este último camino es propiamente la determinación, digamos: ¿podría estar-siendo, de un modo que no termina de determinarse, más como un verbo que no remitiera del todo a un sujeto?

Y en otro sentido, este yo que soy, y que somos -ya que por cierto es siempre plural (por la diferencia)-, ¿podría ser que sea nuestro impostor?, ¿un momento de impostación y refracción? Pues dicho estar yo indicado en el habla como el emisor, como el principio que habla, como origen de la voz, estoy ya por lo mismo fuera de lo que el habla oculta. Esto que oculta parece lo irremontable.

Entonces, algo habla por nosotros. Aunque lo correcto sería decir tan sólo: algo habla (reservándonos todavía la prolematicidad de la noción del algo). Al menos, un cierto evento aparece en el habla. No podemos decir que algo no aparece. Y sin embargo el ser no aparece. Aunque toda el habla hable acerca del ser-siendo, que no aparece.

Mejor dicho: el habla opera en el ser, como apareciendo y haciendo aparecer.

Entre la obligación (cientifizante) de decir que el ser es siempre ser-algo, y la tentación (metafisizante) de decir que el ser siempre es, en un sentido rotundo y más allá de los entes; digo: entre las dos alas de este batir binario surge una sensación de olfato de una cierta posibilidad, hasta entonces bloqueada por los términos expuestos. Se trataría de un cierto olfato de y hacia la desmesura, de y hacia la terribilidad.

Quiero decir que la categoría y el nombre del Dasein, en tanto se vuelca como ser-ahí, esconde para mí, y en cuanto me permite mi idioma, pensar un no lugar, una u-topía, que sería el aquí frente al ahí. Noción adverbial y eventualizada del lugar abismal del propio cuerpo, en el destino de la imago supuesta del yo-piel (en su liminariedad, o sea desde el lado de la organización interna), el fantasma de sí, que no tiene otra forma de sondaje que la de dirigirse hacia lo lejos, en retirada, incumbente a lo público de los entes, vaciado hacia y luego de vuelta desde el se (es decir, en esa permeabilidad).

Entonces, desde un comportamiento en el habla del tipo de la voz media (aquella donde la acción verbal ejercida recae sobre uno mismo, que es la forma reflexiva del castellano), la que, siendo media, requiere colocarse en el texto antes de que recaiga sobre la propia diferencia, presentándose como el boomerang que derriba los propios pies de lo que se priva en lo privado.

El ahí y el aquí del lenguaje ¿siendo, respectivamente, el horizonte del mundo y el horizonte de la tierra, en su oposición? Lo propio de lo que se dice y lo propio del diciendo.

¿Hay alguna forma de significar el ser que somos, sin que por ello, y en ello, signifiquemos el ente que de sólito y habitualmente resultamos ser? Lo aclaro de la siguiente manera: nuestro itinerario de recorrido en la formación del lenguaje hace transparente primero el adjetivo antes que el sustantivo. De este modo, por ejemplo, tal vez encontremos el hecho de que nombramos “dios” a una situación antes que a un ente (i.e., antes que supongamos que la atribución le corresponde a una cosa tal que así designemos).

La formación del sustantivo “dios” corresponde a la fase de entificación de lo que dejamos aparecer primero en el adjetivo (como cualificación de una experiencia extra-ordinaria de mundo, de modo tal que el mundo no nos basta). Digo fase, mirándolo retrospectivamente, pero el punto es que, en último término, dicha fase puede destinarse de otros modos, dando lugar a otras entificaciones. O, acaso, ninguna.

Entonces quisiera yo creer que el momento en que este ente se conforma es, por sí, un momento degradado respecto de aquella experiencia primordial, cualesquiera sea la construcción social en que se halle, encaminada ya de una vez en el lenguaje. Y, en todo caso, no un momento necesario.

Tal experiencia primordial (donada), la que habría sido dejada aparecer en el adjetivo, carece de los conceptos sustentantes que la determinan al modo como se determina un ente respecto de su ser. Para el pensar, empero, hay una manera posible de volver a hacerse cargo de esa donación y de esa primordialidad, en una cierta medida, la cual consiste en considerarla a través del neutro lo. Considerándola como un lo. Para seguir puestos en el ejemplo: considerar lo dios, como lo que desmide y terribiliza la situación terrible y desmesurada de lo extra-ordinario, sin que por ello situemos a su vez lo que sitúa a la situación.

Es decir, planteamos, así, la pregunta por lo-dios y no por el-dios, al menos según este giro lo permite y lo regala de esta forma nuestro idioma, al articular lo adjetivante de un adjetivo así poetizado, mas manteniéndolo en la suspensión de la neutralidad. Lo neutro, aquí, es la participación plausible dentro del grupo gramatical en el que está actuando, y lo que lo preserva viene a ser su no llegada al invento de un ente.

Puestos en el castellano, entonces, es un don la distinción que podemos encontrar entre hacer la pregunta por lo ser y hacer la pregunta por el ser.

Así, no estoy lejos de sentir nostalgia por aquellos momentos anteriores a nuestra propia entificación, momentos conviviales, en los que el ser era para nosotros una intimidad que nos permitía morar en el entre. Dicha nostalgia no tiene objeto en ningún origen. Es u-tópica. Una u-topía o un estado de promesa persistente sobre el pasado.

Pero, acaso, la pregunta que ahora sabemos hacer ya no pueda mostrar otra cosa que el bosque donde se ha perdido el claro que buscamos. Una pregunta bien planteada, contiene siempre su respuesta.

TERCERA ENTREGA:

Sobreponerse desde el estado óntico al ontológico se realiza por la decisión y fuerza de un diferenciarse de sí mismo. Esto es, por cierto, realizar un giro, una vuelta sobre sí. De algún modo es entonces una pirueta. Y consiste primero y esencialmente en invertir, en hacer de lo más cercano lo más lejano.

Volver lejano lo más cercano es hacer de aquello que me sostiene en mi modo de ser, un tema. Volcarme no ya hacia el mundo, sino hacia mí mismo, mismidad que no es sino mi modo singular de vérmelas con ese destino corpóreo que me sitúa. Volcarme hacia este fondo que yo indico involuntariamente con mi mano sobre el propio pecho, como lugar remoto del soplo (pnéuma) en el seno del pulmón (pneumón). Volcarme, entonces: básicamente, sea realizar una re-flexión.

Vida (…) Es lo conocido por dentro y aquello por detrás de lo cual no se puede pasar. La vida no puede ser colocada ante el tribunal de la razón” -dice Wilhelm Dilthey. Nos hacemos libres en la medida proporcional que nos hace deudores de la perspectiva. ¿Y cuál es esta perspectiva? Pues, es el paso de una estación a otra que según una denominación poco usual llamamos rito de paso, el que consiste (casi iniciáticamente –aunque marginalmente no lo es por fuer de su exoteria) en nacer por segunda vez, ahora por mérito de la intencionalidad que fuerza el límite de lo mortal, no para ampliar el lapso vital, sino para que amanezca nuestra conciencia de la autopόiesis: base del señorío sobre la forma.

Mas, se trata de ir/viniendo hacia mí como un comprender mi ser, comprender cómo-el-ser-me-tiene, de cara a la muerte absoluta, la que no cancela sino que enciende aun más el proyecto. Que pueda comprender éste mi ser en el ahí, pasa por el hecho de que yo lo comprenda siendo. Que yo me comprenda siendo(me) lo que soy, en el horizonte del tiempo que se consume. De ello se sigue que lo que soy-siendo es mi propio comprender el-comprender-que-soy: el comprendiendo. Es decir, la cuestión supone que me comporte sobre mi comportamiento: el comportando-me, que busca transparentarse. Pero, bueno, si se trata de hacerse transparente ante una transparencia, “¿qué observaría?”.

La transparencia no podrá nunca observarse a sí misma” (ambas citas de Juan Luis Martínez, “La Nueva Novela”). Vale decir, “no veo lo que no veo”. Ya atenderemos, pues, a qué especie de observación podría tratarse entonces. Por lo pronto, el origen y el destino de la intencionalidad están forzosamente sujetos al imperativo de desdoblarse. Pero si ambos son modalidades fácticas del sujeto que reflexiona, del tipo: yo me intenciono sobre mí, ¿qué evitaría que entren en identidad absoluta? Al menos, el horizonte del tiempo inyecta un líquido de contraste en el cuerpo de visualidad ontológica. Cuestión de tempos, entonces.

Y, por lo tanto, ¿todo esto es simple recursividad?, ¿el entendimiento entendiéndose a sí mismo? Recordemos que el asumir ontológico del propio destino lo realizamos en/desde/por el lenguaje. Y el lenguaje es desplazamiento, por lo tanto indicación: indica en la medida que localiza y sitúa (situaciona). En primer lugar no puede indicarse a sí mismo sin pasar por alto el uso de una historia (y también la historia de su uso); digamos, su instalación. No es posible que en el habla sea dicho, en rigor, algo así como: “yo, el lenguaje”. Sólo es posible decir: “yo, que estoy en (el uso de) el lenguaje”. Éste, mi uso, es una malla que no puedo situar en dónde existe, o, más bien, estoy cierto sólo de que radica en el entre (como lugar indeterminado que se desplaza emplazando los lugares propios), siendo que me reconozco como una de las posibles orientaciones (oriente: ‘nacimiento’) del darse, u horizonte perspectivo inverso.

Parecería propio, en consecuencia, generar otra malla, más virtual que la primera, para así poder indicarla como primera. Pero, ¿otro discurso?, ¿un metalenguaje? Más bien otra totalidad discursiva, más leve (que sería algo así como más cerca del hablante, menos cerca del mundo), para poder indicar la menos leve (más mundanal). Sería totalmente otra modulación, ya que parece no ser posible decir mi decir, sin decir otra cosa: sólo se dice el mundo (es decir, sólo puedo decir de mi decir aquello en lo que atañe al mundo). No parece posible agenciar mi agenciación: sólo es posible encarar un mundo.

A lo más tenemos disponible indicar el mundo en donde ha tenido lugar y sentido intentar girar el dictado sobre sí mismo, donde reside el empeño por retrucar la verbalidad hasta allí en donde somos sostenidos, como historia, cada cual en el unísono. Este unísono es la palabra circulante, propiamente lo público: como el estrato de posibilidad del propio actuar en el lenguaje, dimensión del surgimiento de mi decir, de mi carácter, de mi animus.

Insisto: detrás de la pregunta y delante de ella sólo se ve una historia, más bien el espesor de una historia, la textura de una experiencia, una destinación (la del preguntante, en tanto preguntando). ¿Habría que derivar en la glorificación de la cotidianeidad, como trama? Lo que está en juego es (el) relato.

CUARTA ENTREGA:

No hay noticia fuera del lenguaje.

Sólo en el lenguaje está, para nuestra diferenciación ontológica, el ser.

Pero está encriptado en el lenguaje en tanto que circulación (¿el lenguajear?), ya que no se encuentra en el vestigio material del mismo fuera del acto significativo (el que vuelve a actualizar la puesta en obra del signo).

El acto de preguntar es un acto del ser.

Toda actualización del lenguaje revela una expectativa. En última instancia, el ser me pre-ocupa, y en variadas oportunidades.

“¿Por qué el ser y no la nada?” Pregunta in-sensata. Toda negatividad es parte del ser. El ser también (se) expresa como no-siendo.

El ser es lo rotundo de algo. Su rotundidad.

¿Cómo puede interrogarse por el sentido, si no es el sentido de algo en situación? ¿Habría un sentido que colma todo otro sentido?

No podemos dirigirnos hacia el ser sin la historia. La historia misma se presenta como lo más íntimo de su nombre (el nombre del ser).

Sólo podemos reconocer un cierto punto de fuga.

Hay preguntas que no piden su contestación. Diríamos, quizás, que no la requieren. Y sin embargo no se trata siempre de un preguntar retórico.

Se trata de una pregunta instalada en el discurso, o, mejor, de un discurso que atraviesa por el modo de la interrogación, que instaura un campo de responsabilidad (responsoriedad), que ya no pertenece al discurso (al texto). Se dirige al campo de la vida.

Esta pregunta no pregunta. Apunta, no acompaña. Hiere, no procesa. Hace las veces de instrumento quirúrgico, precisamente aplicado sobre los tejidos reflexivos.

NOTA II

Me abstengo de rendir cuentas. No soy ilustrado, pues no creo en el contrato ni en el tributo a la razón: no intento convencer a nadie y no acepto que nadie intente convencerme a mí. Sólo admito los juegos de seducción recíprocos. Al respecto del propio ejercicio, incluso, quisiera que el mismísimo referente de este informe (Heidegger) se disipe entre mis manos, lo bastante como para que se vele. Velar, como ocultar en la desaparición.

Pero, ¿en función de qué? No, no nos estamos entendiendo. Sólo digo que acepto las señales de ruta, pero desdeñando las clavijas de la culpa intelectual, aquella suerte echada acerca de lo que se debe y lo que no se debe hacer y decir, cuando la libre colaboración da paso al colérico debate por los pasaportes del pensar oficial, vale decir bibliográficamente autorizado. Allí donde la palabra deja de ser genuina en la medida que, en vez de citar con atávico placer, se empeña al comprometedor aval de los autores previamente sancionados por el tribunal, a su inquisidora autoridad. Lo que se obvia es que la cultura, como conductora del instinto, se torna una grotesca mascarada precisamente por su proceso de judicalización, y se vuelve contra aquél. O quizás este destino le sea endémico. Si es así, entonces quizás estas entregas no posean el estatuto propio del pensamiento, sino el de la ficción. Pues lo que deseo es descansar en el despliegue, deseo cavilar y revelar en el reposo, cuestión para la que tal vez sólo baste decir: (yo) deseo.

QUINTA ENTREGA:

Toda pregunta es siempre por un qué. El qué de quién, el qué de cuál, el qué de dónde, el qué de cómo, etc. Un qué se trata de un nombre, de la nominación de algo que es. En cuanto pregunta vale lo mismo decir búsqueda de ese nombre, vale decir también petición del mismo.

Para nuestro caso, no se pregunta por el ser en el desnudo, sino por el-sentido-del-ser. El sentido es el misterio, lo que nos incumbe en propiedad. Pero, ¿por qué no soportamos estar ante un no-conocible?

Cuando decimos “sentido” aludimos justamente a aquello que no hemos podido conceptualizar de algo dado. En general, su carácter de dado en nuestro mundo. El a-propósito-de-qué-se-da, se supone, está vinculado a mi ser, en cuanto que encuentra sentido en mí (la relación que guardamos), como oculto y a la vez inquieto por ser des-ocultado.

SEXTA ENTREGA:

¿Qué es lo que busca y pide siempre, en todos los casos, una pregunta? La cabidad.

La cabidad (la condición de que quepa) para el desplazamiento de la quilla (a saber, la estructura del ente) de la embarcación que somos. Medir la profundidad del agua, sondear el fondo; en el entendido de un símil de la existencia con la náutica, de un verosímil de la existencia como náutica; existencia que busca caber y encajar en un puerto de acogida. (Ver novena entrega.)

Existir, en el sentido de echarse a la dejadez del camino sin trazas del océano, que se conduce (para cada cual y cada vez) por remos y velas a su propia Ítaca.

Navegar es necesario. Vivir no es necesario” (Cristóbal Colón / Jaime Sáenz / Marcia Mogro).

SÉPTIMA ENTREGA:

El lenguaje: un brotar del ser, en cuanto estar puestos en la transformación.

Todo uso es transformante. Un uso es ante todo la resolución de una estrategia.

Estrategia implica parcialidad, interés, circunscripción del dominio, es decir, delimitación de un espacio de pre-ocupaciones históricas y, a la vez, historizantes.

Historicidad conlleva necesariamente un determinado dramatismo, vivido bajo la forma de la co-existencia Remite al malestar de un lugar común, tanto como a una angustia individual. Quizá diríamos mejor, remite a un conflicto del ser-situado que somos, puestos en nuestra historia.

OCTAVA ENTREGA:

Habrían dos modulaciones para el propio pensamiento que se pregunta de sí mismo:
. . .. . -el yo que piensa (el sí mismo), siendo su carácter la potencia. Y
ffffef-el yo pensado (el re-presentado), siendo su carácter la vaciedad.

Esta diferenciación me parece clave de ser efectuada, y está concebida a partir de un pasaje de Vattimo en “El pensamiento débil” (la que debiera ser elucidada de la mano de su postulante en otra empresa escritural). Por medio de la pregunta de este ente por su ser, el ser-sujeto que pregunta no puede dirigirse sino sobre su ser-objeto, como contenido de pre-dicación, que resulta ser para este nombre oculto de su propio acontecer, desdoblado y desencajado de sí. La pregunta no puede des-pejarse el paso hacia el acontecimiento (el evento de sí) sin la historia de su hacerse cargo.

Cada uno es, en primera instancia, testigo presencial del evento que lo constituye, nunca una sustancia.

Otra cosa es tener noticias de sí, lo que no es por necesidad un pensar-se. Sería la potencia aconteciendo la que se intuye a sí misma por medio de su efectividad para estar por anticipado en el habla. El reflujo de la potencia –entiéndase-, su intuición de sí, opera en la confirmación del mundo, y por ésta.

NOVENA ENTREGA:

Una pregunta, aunque pregunte por el sentido del ser, puede a su vez tener o no tener sentido. Que pueda tener sentido cualquier pregunta depende de la oportunidad en donde sea planteada y surja como tal (esto, tomando una observación wittgensteiniana encontrada en su examen sobre la certeza).

Una pregunta oportuna llama a re-lucir a la oportunidad, al tiempo favorable, al tiempo provechoso, a la temporaneidad, dando por entendido el hecho de que no todo tiempo es igualmente propicio y benigno. Esto que resulta evidente respecto de una pregunta habitual, es más gravemente cierto mientras más extra-habitual (o radical) sea aquello de lo preguntado, precisamente porque alude al destinarse históricamente de la historia, cuestión de la que habría que hacerse cargo, al parecer, sólo en momentos muy precisos de una articulación experiencial (y no en cualquiera). En otro caso, decimos, carece de sentido.

Propongo el recurso a la etimología.

-PREGUNTAR (de PERCONTARI): ‘someter a interrogatorio’. Propiamente significa ‘tantear, sondear, buscar el fondo del mar o río’. Derivado de CONTUS: ‘bichero, percha’, que es un asta larga con punta y gancho de fierro que usan las embarcaciones.

-OPORTUNO (de OPORTUNUS): ‘bien situado’, ‘cómodo’. Propiamente significa ‘(viento) que conduce al puerto’. Derivado de PORTUS: ‘puerto’, ‘apertura, paso, pasaje’, ‘conducto hacia el otro lado’.

En suma, pregunta y oportunidad están en una íntima relación necesaria, para que la primera tenga sentido y pueda des-pejarse en la trama de una historia, como acontecimiento. Si la existencia se asume como navegación, viaje, búsqueda de mares navegables, la pregunta oportuna que nos empina de lo óntico a lo ontológico, será el sondeo de la profundidad de las aguas para la cabida de la quilla, el acomodo de la nave y la orientación debida del velamen respecto al viento favorable, de tal modo que éste permita el arribo y la recalada en el puerto donde se nos (des)espera después de tan larga jornada.

Así, finalmente, con Odiseo alcanzamos el paso de nuestro lado a uno otro. El del origen y del destino. La morada, el hogar.

DÉCIMA ENTREGA:

La pregunta por el ser es siempre performativa. Se edifica y resuelve en la propia e intransferible habitabilidad que ella genera en el acto de otorgarse uno a sí mismo una forma, en tanto su estar dándose como lo que es: edificio y resolución simultáneos en la endogenia.

Se trata de un momento, de un gesto, de un corte profundo con respecto al flujo ensortijado del dime-que-te-digo relativo al relato en que nos tenemos unos con otros en el entrevero respecto de la verdad iluminadora de nuestro evento, corte expuesto en la propia articulación petitoria y oportuna de la existencia, acontecida en el entre. Mientras, los dimes y diretes que envían y traen de vuelta la noticia de nuestra instalación en el mundo -siempre situada, siempre domiciliada- se nos acoplan, ahora ya en la serenidad.

Santiago, 1993-1995 y 2005-2006


 


 

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