Proyecto Patrimonio - 2011 | index | Fernando van de Wyngard | Autores |


 


 

 



Aproximaciones al texto

Prólogo para el libro “La erótica del conocimiento
Y la cuestión del poder desde Nietzsche”, de Mario Rossel C.,
Ediciones Altazor, 2010.

Por Fernando van de Wyngard
fernandovw@vtr.net

 



¿Hablo por hablar? La editorial destinó este espacio como presentación, y por ello intentaré darle a esta escritura sobre la cognición y el poder, un respaldo que no necesita.

Son muy pocos los respetables en materia de interpretar al heraldo de la interpretatividad (Friedrich Nietzsche), como el reconocido profesor José Jara, a quien estaba dedicado inicialmente este primer ensayo del presente libro triple. Si Mario Rossel fuera un principiante, habría que haber visto si se agregaba a este puñado de diligentes estudiosos, o daría un paso al costado para referirnos luego su caminar por las refriegas de la filosofía contemporánea, haciendo de la herencia nietzscheana un puntapié para lanzar el balón contra el arco contrario, con una finta propia. Pero –ahora que conozco en algo su semblanza, sin conocerlo personalmente aún- me doy cuenta de que estamos delante de un reputado profesor de generaciones, y he aquí su tributo: una lectura impresionante, transcrita en debida nota para que nosotros (los venideros), gracias a un magistral pase de esquina, ataquemos este arco contrario, alertados sobre lo que nos separa de aquél.

Cuando me refiero a la mencionada herencia nietzscheana –líneas atrás-, pienso sobre todo en Foucault y, en seguida, especialmente en Deleuze y Guattari, dentro de las más inquietantes, que, fundando la noción de vida como obra en constante proceso, proponen todos una ética y una estética (que no son, respectivamente, ni moral ni arte), ambas como única forma electiva de la ‘inquietud de sí’, el estilo con que adoptamos un punto de fuga, cada vez que nos singularizamos.

No podemos dejar constancia de si Nietzsche se habría puesto orgulloso (incluso altanero), o más bien furibundo (respondiendo con horror y furia), al ver que su posteridad lo organizó, al leerlo atentamente, fuera del propio acto de desmontaje de las bases de la cultura Occidental, habiendo él puesto el cuerpo por delante en esa maniobra. ¿No sería acaso operar esta organización, precisamente, el darle la necesaria espalda al maestro? ¿Y, así, al usarlo con diversos rendimientos intelectivos, dar razón de su malestar y amargura? Seguro se habría espantado frente a una erudición que anquilosara su furor y su pasión, a través de una docta moraleja, en buenas cuentas, una calumnia. Pero aquí se trata de un notable subrayado a la erótica y la seducción, como articuladoras de toda capacidad de des-ocultar el conocimiento, de seducirlo, tratando a la verdad correspondientemente como a una mujer, desvestible, poseíble, carnosa, allí donde se entrega en el claro-oscuro de su manifestación. Entonces, no hay tal anquilosamiento, sino (al revés) licuefacción: un llamado claro –esto es mío- a la voluptuosidad (¿lubricidad?) y lujuria de la exhuberancia, con su propio rechazo a la abstracción, desde la pulsión de un cuerpo hasta entonces desvalorizado por el engaño de lo trascendente e impersonal de la metafísica que aún nos gobierna. A la afirmación de la fisiología, Rossel, siguiendo a Nietzsche, participa del eterno retorno, de una falta de esperanza, que deviene seriedad para algunos, como falta a la historicidad genealógica para otros. Traigamos aquí a colación la tríada reír-llorar-odiar (citada en el libro), tan querida al maestro. Estar contentos (no felices), ser felinos, sin ninguna meta, plenos de sensualidad, es a lo que se nos apela –por fuera de la moral del rebaño.

Sin embargo, para lograr esto, ¿cómo unificar a Nietzsche?, pues parece que no hay unidad en su obra. En efecto, ésta, más que un panóptico, es un calidoscopio, y así se entiende. Pero, ¿no habría preferido, más bien, que lo entendieran instrumentalmente, en la acción bizarra y arrogante, -digamos- no en el despacho, sino en la arena de la lucha pública, de una manera fogosa? ¿O en la lucha vital, sin nada que temer, sin nada que ocultar, sin nada de qué excusarse, sin remordimientos, sin culpa, viviendo los siempre escasos días sobre todo sin renuncias? Parece ser que este último fuera el caso, y, por tanto, es mejor sólo saludar.

Lo que, a buenas y primeras, parece ser el resumen de una brillante tesis de postgrado es, en realidad (lo que aquí tenemos entre manos), un atrevido y lúcido ensayo (en verdad, tres ensayos) que, muy pronto, se hace(n) querible(s). Pero lo que yo, personalmente, entendería de manera lata por un ensayo, sería matar al maestro, ir-en-contra-de-él, para maximizarlo con ideas propias, defendidas con palabras propias, no autorizadas por las citas del pensador estudiado. Darle aire al ensayo que lo tematiza, como discusión en curso y, por tanto, debatible, que es lo que lo haría siempre controversial. En este caso, lo controversial en el aporte de Rossel, es haber des-cubierto la organicidad del conjunto temático dentro del des-ordenado ideario de Nietzsche. Aunque –creo (como se lo hice saber con anticipación, por vía del editor)- debería, más bien no sea, haberse acompañado de una introducción o una conclusión, explicitándose así la postura del ensayista que así lo postula, su lugar en este baile, cosa que en su recato no hace. En este sentido, Rossel se tacha como autor (en este primer ensayo), y asiste a su propia muerte: la muerte del ensayista, dejando en la palabra su particular lectura, en vez de su voz. Prefirió diluirse en la ‘espetación’ de Nietzsche. Espetar: ‘atravesar, clavar, meter por un cuerpo un instrumento puntiagudo’. Espeto: ‘espetón’, ‘hierro largo’. Esto es lo que nos dice a cada instante, que Nietzsche espeta tal y cual cosa, como vocablo reiterativo y dador del tono.

He aquí que han sido reunidas, por inducción, piezas diversas, trayendo de aquí y de allá pistas que el mismo Nietzsche quizás jamás imaginó que podían ensamblarse entre sí, casi como un pensamiento sistémico, y ello es lo sorprendente. Rossel se tacha tras la combinatoria de pasajes que sólo él articula de éste, y no de otro modo. Digo: hace querible al maestro, para retomarlo nuevamente y releer las dichas conexiones donde se suscita luz, allí donde Nietzsche es enfrentado consigo mismo, por arte de este estudio, que acompaña con leves y tenues insinuaciones lo que el mismo maestro espetó: que hay una voluntad de poder alojada en el cuerpo, una sensualidad, un sentimiento de fuerza, un instinto titánico y guerrero, un combate sin apaciguamiento, un desborde sin ahorro, una insaciabilidad frente a la verdad-mujer, un derroche animal, de donde se voca y provoca la sed donjuanezca o fáustica, en el eterno retorno del provocar-suscitar-incitar de la verdad. Ésta, sólo seducible y atrapable con el anhelo, acecho y sigilo necesarios frente a lo extraño, como afirmación de sí, desmesura y delirio, tomando el conocimiento como afecto, incluso como incapacidad de ser ante lo dionisíaco que es, fisiológicamente, el conocimiento de suyo, en tanto producto de la pura y gozosa sensualidad.

En el 2º ensayo Rossel más bien expone su propia y cabal reconstrucción acerca del contexto nietzscheano, como un sobrevuelo que aterriza suavemente en lo que pudiera ser su pensamiento político. Lo sitúa con extraordinaria información, y postula –creo- que la lectura puramente filosófica de Nietzsche sea restrictiva, pudiendo derivarse macizas posturas respecto de su relación con su tiempo y pasado y con el tiempo por venir, que resultan en extremo iluminadoras. Rossel así expone su propia y cabal reconstrucción acerca del contexto histórico-político donde Nietzsche tuvo a bien aparecer y surgir. Digamos: el orden del mundo, las tensiones, los compromisos, las obligaciones, en que estaba, no sólo sumida, sino enredada (con cierta holgura) la Alemania de su tiempo. Alemania desde donde no sólo profirió su particular destinación de un señorío exaltado, sino que premonizó lo que habría de constituir el porvenir: un aplanamiento en la igualdad (que aunque apenas vio surgir, pero concitan ya su enojo). Mas, él habla ¿cómo contemporáneo o como póstumo? Difícil elucidarlo. De todos modos, se siente un elegido auroral, en medio de un estado de cosas que concluye. Es en este paraje que se yergue el profeta Zaratustra. ¿En verdad, inaugura la postmodernidad, como algunos dicen? Al menos introduce el perspectivismo –relacional y relativista-, como raíz de la hermenéutica moderna, e indica (acusa) el engaño del nacionalismo (con su parlamentarismo y su periodismo), que destruye, según él, lo noble-poderoso, dentro de su correspondiente apetito de despliegue vital -en que la voluntad acumula fuerzas, con goce de sí-, frente a lo plebeyo-débil, creyente en el engaño del derecho y la naturaleza -en que los menos fuertes se sojuzgan a la contractualidad-, construyendo el supuesto progreso.

Rossel lo enfrenta, asimismo, al Estado liberal, al anarquismo, y al socialismo también. En éstos el maestro ve la misma consecuencia de la moral socrática-platónica-cristiana de suprimir el dolor de la existencia (y de ahí su utilitarismo). Pues, no habría derecho ninguno, sino sólo mezquindad ante lo libre que constituiría lo excelente, que es capaz por sí solo (instintivamente) de determinar los valores. Decadencia, degeneración, embrutecimiento y mezquindad de la plebe, frente a lo glorificante y guerrero que sería el espíritu del señor. Pero, lo que quiere Nietzsche, sobre todo, es sobreponerse al nihilismo (del cual, a veces, se le acusa, del todo injustificadamente). Crear y destruir, con gratitud ante lo ido, pues todo retorna. Impugnar al hombre teórico que, frente a la vida, sepulta el mito. Transmutar todos los valores, lo demás es un engaño. Conflicto frente a la sumisión, sed de adversarios (venidos prefrentemente de la metafísica-moral-religión-ciencia). Y, para ello, se auto-proclama como “el primer hombre honrado".

Aquí el ensayista realiza todo el trabajo, se nota a lo lejos que la meditación es suya y que la investigación de los pasajes del maestro están en tensión de conjetura –y así lo confiesa-. Además trae a cuento otros autores, cuestión que lo nutre de universalidad.

En el tercer ensayo, Rossel vuelve sobre el tema del erotismo, esta vez desocupado de Nietzsche, para ocuparse por completo a don Juan –de Tirso de Molina, Moliere y, sobre todo, Mozart-, en tanto destello, fuga y queda, en el rico ropaje barroco del manifestarse y del ocultarse, en los olores y pliegues, en su equívoco, en su delirio, en su desaparición del afuera. Disfraces, máscaras, umbrales, contrapuestos a la regularidad, la opacidad y la restauración del orden, propios del Comendador, subvertido por el señor de la noche: este fugaz amador que, en la plenitud del fuego, devora y es devorado, al mismo instante de su intransigencia. Aquí, como en los místicos citados, no hay confrontación entre erotismo y ascesis, sino sólo dolor y goce dionisíacos.

El erotismo y la voluntad, entonces, parecen ser la cuestión axial. El erotismo que sabe cómo tratar a una mujer, y la voluntad de poder, guerrera y gozosa de sí, constituyen ambas el instinto, la alojación en el cuerpo. Y si nos quedáramos con algo, sería, no la pluma, sino el cuerpo aquí manifestado de Rossel, es decir, el despropósito de escritura que vela su amor y su odio.

Felicito a Mario Rossel por su profundidad e ilustración, esperando que –a través de su editor- considere los comentarios, y que su libro vea la luz de la edición lo más pronto posible.


Santiago, agosto de 2010


 

 


Proyecto Patrimonio— Año 2011
A Página Principal
| A Archivo Fernando van de Wyngard | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Prólogo para el libro “La erótica del conocimiento
Y la cuestión del poder desde Nietzsche”, de Mario Rossel C.,
Ediciones Altazor, 2010.
Aproximaciones al texto.
Por Fernando van de Wyngard.