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Golpear con llave roma para salir de la suite.
Presentación de "Suite", poesía de Yuri Pérez

Por Guido Arroyo González
Marzo, 2009

 

Para los que aún gustan de esos rótulos llamados géneros, debo aclararles que “Suite” es una obra hibrida, cuya definición quedará en suspenso. No se trata de una nouvelle,ni tampoco de una antología de relatos para leer en la playa, sino de postales que describen visitantes diversos e indefinidos, que beben en aviones, juegan futbol por la razón o la fuerza o habitan una casa de palacio. En medio de ellos emerge un visitante en particular, que le escribe a su amante desde una asfixiante pieza oscura, por eso quizá, sea nombrada con idioma ajeno y dominante. Esa suite podría estar en Suecia, país al que fueron a parar varios chilenos por razones políticas, y al que nuestro narrador pareciera viajar para operarse de un cáncer, del cráneo o del corazón o lo que sea, la verdad no importa, porque allá la nieve es como un cuchillo. Pero quizá esa siute -esa pieza oscura- esté ubicada en una pobla como San Bernardo, tierra conocida por Yuri pues lleva años fomentando la literatura, y a la vez, observando un tanto perplejo y a la intemperie la “fealdad de su barrio, hecha a medida de la miseria”.

El nudo argumental que une a estos textos diversos, son las siete cartas que el personaje autor -un poeta que sufre no poder lograr la consagración- le escribe a Bárbara, la madre de sus hijos, quien sólo le responde en una última carta. Para ser honesto -y qué tiene si estuviera mintiendo?- me parece que el ímpetu romántico del escritor que aparece en esas epístolas, resulta lo menos atractivo de Suite. Además del temple nostálgico con que el narrador se refiere a la mujer lejana y amada, la angustia por ver inscrito su nombre dentro de las letras chilenas, termina deviniendo en la intención de recopilar todos los textos para que sus hijos sepan que el autor fue un buen hombre, en otras palabras, para redimirlo. Resuena entonces el Por qué escribí estoy vivo, de Enrique Lihn, poema generalmente mal leído pues se tiende a desprender sólo el halo romántico de devoción por la escritura con mayúscula, que deja bastantes dudas.  

Pero el oficio y técnica que entrega la escritura de poesía, y no necesariamente el ser poeta, resulta un sello en la escritura de Yuri Pérez quien sabe mucho de escribir poemas. Encontramos giros sutiles y alegóricos, que potencian los relatos cargando de relieve a los personajes. Leemos entonces cierres potentes que concentran el sentido, sentir e intención del hablante, (cito): “Yo, que tengo más de 50 horas de vuelo, no soy chileno ni argentino ni peruano ni boliviano. Soy un puto y digno Iraquí”. Por otra parte, vemos aparecer objetos desordenados en la siute, que despojados de su naturalidad y funcionalidad, generan un entramado que opera como registro vital (cito:): “los mechones que han caído en medio del cenicero abrirán sus puntas quebradas como racimo de tulipanes. De este modo nos mostrarán un diario de vida que puede ser el de un pariente, de un amante, de un amigo, de un enemigo”.

Ambos fragmentos tienen algo en común que resulta, a mí parecer, lo más interesante del libro. La indeterminación es el tamiz que cubre la siute, pues actúa en el plano del sujeto y el objeto, del retratista y el retratado, generado un vórtice de suspenso que no tiene resolución, ya que se profundiza por la dureza con que el narrador describe o detalla el destino de los personajes, dureza que se debe a la posición histórica donde el autor  inscribe su obra. Como plantea Francine Maisello, citada por el poeta Cristian Gómez en el prólogo de “Ghetto” antología que reúne la obra de Yuri. “Cada vez que se aborda el tema de la representación en el neoliberalismo, afloran una serie de tensiones. Entre ellas podemos mencionar, por un lado, la circulación de las reproducciones massmediáticas y las demandas del mercado por una diferencia normativizada frente a la circulación de identidades heterogéneas, aún no asimiladas y, por el otro, la orquestación, por parte del Estado, de proyectos culturales homogeneizantes”. La imposibilidad de representación entonces, se vuelve el derrotero para un país que ha llevado el neoliberalismo al paroxismo, incidiendo tanto en los sujetos migrantes o híbridos que aplanan las avenidas, como en los objetos y costumbres que realizan. Por esta razón no resulta raro encontrar en el libro a hombres solos que se enamoran de la única media peruana sexi del pueblo, y ante la frustración de no poder tenerla la tachan de Chavista, de Guevarista, de nazi, y prefieren volver a sus diminutos imperios baldíos, para manosearse hasta obtener un diametrial nirvana. O ver a un parroquiano de chopería que espera a la esposa del dueño, una bella y triste koreana, para que lo acompañe a plantar verduras y hacer quesos frescos a su campo, para que deje a su marido ridículo, avaro y karateca.  

El autor, el poeta instruido, se ve enfrentado a narrar su entorno como si se tratase de su propio trauma, dándose el tiempo a la vez de putear opinando, de odiar mirando. Pero como plantea Ricardo Piglia, “El intelectual, el letrado, no solamente siente el mundo bárbaro y popular como adverso y antagónico, sino también como un destino, como un lugar de fuga, como un punto de llegada”. Esa fuerza bárbara parece rozar el narrador, cuando se reconoce un puto iraquí, cuando detesta la identidad de su patria o cuando afirma que nunca será un cuerpo determinado. La relación con el otro, el mismo, actúa desde una curiosa relación de rechazo y empatía. Es través del resentimiento que se abre un lazo de igualdad entre el letrado y los habitantes del feo barrio hecho a medida de la miseria. La hibridez absoluta deviene a cierta desconfianza por el que se encuentra ajeno a su calaña. La clase política dominante, por ejemplo, está plagada de sujetos ex revolucionarios, de presidentas socialistas hijas de milicos que fueron bellas y pro-cubanas, pero que ahora son gordas y terribles. El narrador afirma que no cree en ningún “artista” validado por esa izquierda, y además asegura que nunca será negro, ni mapuche ni menos aprenderá el mapuzungun (ni escribirá como si lo hiciera) porque en todos lados lo mirarían feo. Allende la mirada, podemos suponer que esa negación al oficialismo tiene incidencia en la hibridez de lo feo. Me parece quelos textos de Suite, y otros libros como Cumbia de Yuri Pérez, niegan la opción de ser inscritos o validados a través de la discriminación positiva, de ser vistos como piezas del buen salvaje, política favorita del coopteo institucional del centro centro que hoy gobierna y que a pesar de mirar feo al iraki o al Mapuche, le daría voz y voto en la medida que pueda anularlo, civilizarlo.

Pero como afirma Idelber Avelar, debemos saber que no existen espacios de habla que no puedan ser cooptados, y por otra parte, parafraseando a Jameson y Zizek, las escrituras reivindicativas encubren el problema mayor que es la apelación directa sobre el sistema neoliberal que problematiza, en este caso, la posibilidad de representación y posibilita la miseria de los representados. Pero no todo parece estar perdido. Porque en un cojonudo texto inspirado en la presidenta, que se describe como una tía política, una gordita masturbatoria, una cajita de pandora apunto de reventar, se promete una venganza (cito:) “Pero los que debieron crecer y madurar con la bota de Pinochet sobre las costillas saben que el tiempo cobrará lo justo. Las cuentas deben ser canceladas y el llanto y la esquizofrenia.”. De ahí que el narrador intente mantener su pequeño lugar privado, su suite, su espacio nombrado por otro, que le permite contemplar el ingreso de una mosca a un vaso de leche, o mirar la caída del cabello de la amante, actos tan trascendentes pero imperceptibles para el que no soporta el encierro. 

Por estas razones y otras, que se filtran entre las hendiduras de la aldaba, la sensación de cerrar, de terminar la lectura de siute, resulta parecida a la de dar un portazo. La puerta no queda entreabierta, porque no hay pie para términos medios, no se filia con el oficialismo ni tampoco con el mapuchismo, no se acepta al chileno medio pues se reconoce que somos los más analfabetos del continente, y el narrador-poeta no termina con Bárbara ni llega a formar parte del incipiente y rasca cannon de las letras chilenas, sino todo lo contrario, ella sueña que Dios le dice que cierto hijo ha perdido la fe, y el termina escribiendo que al caer a un Pantano nuestro cuerpo se hará barro, sólo barro, y así nunca más veremos la luz.

Parece entonces que el resentimiento y la desazón, producida por la fealdad del barrio hecha a imagen y semejanza del neoliberalismo, obligan a repetir los siguientes versos del poeta nobel Joseph Brodsky:

A quienes aflige el individuo
o la conjuntivitis, todos ellos
que se vayan a la mierda, de la A a la Z
¡Democracia en toda su extensión!

Sin embargo, el autor que se ha fugado a la barbarie, diría sin más: ¡Y váyanse todos a la conchadesumadre!, como dice el Pelado Cordera de la banda Ver-suit.

 

 

 

 

 

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