Me encanta ir al norte, porque allá vivía una hija que cultiva un huerto, grande y bien provisto. Como la naturaleza es cruel, no cría gallinas o conejos, un zorro o una comadreja podrían devorarlos. Por la mañana para mi es un placer tomar desayuno, mientras observo los árboles frutales y las plantas. El norte me agrada, igualmente, porque sus habitantes son muy amables y comunicativos. Aclaro el hecho de que a mí la hosquedad de los parisinos no me molesta en absoluto. Cuando vuelvo del extranjero esta me hace sentirme de nuevo en casa. Yo soy una persona de ideas demasiado fijas dicen en mi familia a menudo. En su listado de reproches Janine incluía mis obsesiones. La última vez que fui, insistí mucho para ir a Brujas. Finalmente, logré convencer a mi hija, que fuéramos, tiempo atrás ella había asistido a la Saint Sang una procesión religiosa que Marguerite Yourcenar menciona en un libro, el espectáculo callejero le había encantado. Yo odio los sentimentalismos, en lugar de decirle que, décadas atrás, ya había estado con su madre, le dije que en Brujas existe un museo de la tortura, que ansiaba visitar; porque este aroma a Santa Inquisición y a Tomás de Torquemada me fascinaba, además unos ancestros nuestros habrían tenido problemas con esta honorable institución y todavía sentía un ligero olor a chamuscado …. Otra chifladura tuya me respondió, algo irritada, en francés. Por teléfono su hermana gemela estuvo de acuerdo, con ella, en que viajar, centenas de kilómetros, solamente para ver la escenificación del sufrimiento humano, era algo propio de un psicópata. Cuando se juntan esas dos gemelas son terribles, mi pequeño proyecto de viaje estuvo a punto de fracasar. Partimos después que terminamos de desayunar, el estanque del auto estaba lleno, no tuvimos necesidad de pasar por una gasolinera; durante todo el trayecto, por la autopista, miraba disgustado el paisaje demasiado humanizado que desfilaba delante de mí ventanilla; tenía prisa por llegar a Brujas. De repente un letrero nos informó que dejábamos el territorio de nuestra douce France y entrabamos en Bélgica. Como ya era hora de almorzar, mi hija me propuso que lo hiciéramos en un restaurante de la autopista. Escogimos un fast food donde pedí el peor Fish and chips que he comido en mi vida. Media hora más tarde entramos en una Brujas aplastada por la canícula. Impresión bastante desagradable para mí. Cuando estuve de visita con mi exesposa era invierno y hacia frio, recuerdo un paseo, que hicimos en victoria, por unas calles cuasi desiertas. Ahora el centro histórico era un hormiguero de gente, con cafés, restaurantes, pizzerías y tiendas de souvenirs por todos lados. Por suerte pudimos aparcarnos a pocas cuadras del museo; aun así, la caminata me resulto bien penosa, no había un árbol y el calor era infernal. Ese fue buen un preludio de lo que me esperaba un poco más adelante, mi museo de la tortura funcionaba en un sótano, muy pequeño, que era un verdadero horno. En este mundo cruel los psicópatas deben ser legión porque estaba atiborrado de visitantes (lo que agravaba la sensación de calor). Durante la Edad Media, la expresión francesa poser la question era sinónimo de tortura física. Un eufemismo que ha llegado hasta nuestros días. La question es, justamente, el título que eligió el periodista Henri Alleg, torturado por paracaidistas franceses durante la guerra de Argelia, para su libro autobiográfico. Mis visitas a los museos nunca son acuciosas, sin embargo, estos suplicios lograron retener mi atención: un sillón lleno de clavos, una corona de púas metálicas, un barril con un individuo en el interior, etc. La imaginación de los verdugos, para arrancarles a los acusados la confesión de sus pecados, no tenía límites. Los tribunales eclesiásticos buscaban la salvación del alma del torturado, toda la inteligencia humana estaba al servicio de esta” noble” causa. La reconstitución histórica parecía verdadera, muy detallada, el ambiente resultaba angustiante. A un momento dado no aguanté más y me fui de la sala de exposición . Mientras mi hija tomaba notas y sacaba fotos con su teléfono móvil, yo la esperaba en la entrada del museo. Una vez en la calle, como, salvo el paso de una victoria, nada me interesaba ya, le dije que deseaba irme. Nueva pelea, tuve que aclararle el hecho de que deseaba, sobre todo, capear el calor en un parque, finalmente, entramos en un café; en el camino pude reconciliarme un poco con Brujas, saliendo del centro histórico, las arterias eran amplias y con muchos árboles, la temperatura bajaba agradablemente. En este café, con ambiente muy flamenco, no sentamos en una mesa de la terraza. Mientras bebía mi vaso de agua tónica me sorprendió ver una bicicleta que le permitía a una mama transportar tres niños al mismo tiempo. Mi hija me informo que la Montse tenía una igual. Yo no tenía la más mínima idea.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com RETORNO A BRUJAS
Por Georges Aguayo