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ET MAINTENANT?

Georges Aguayo



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Este viaje que hice a Chile en diciembre partió con muchas interrogaciones. Para empezar, no estaba seguro de poder tomar el avión. Mi país de adopción atravesaba esos días por conflictos sociales. El personal navegante de mi línea aérea podía tirarse en huelga. Los controladores aéreos  del aeropuerto también podían tirarse en huelga. El transporte público de la región parisina ya estaba en huelga. En general, para ir a al aeropuerto Charles de Gaulle yo tomo el tren. Esta vez tuve que irme en taxi. Por temor, a que hubiera tacos en la autopista, me fui de mi casa con varias horas de anticipación. En el aeropuerto mi espera, delante de la puerta de embarque, fue larguísima. Para soportar este viaje tan prolongado elegí para leer: Notre dame de Paris de Víctor Hugo. Gracias a esta obra, a ratos aburrida para el lector del siglo veinte y uno que soy, pude soportar una noche casi entera sin dormir, así como mis dolores crónicos de espalda. La otra solución habría sido emborracharme. Una posibilidad que ningún pasajero puede realizar. Desde hace unos años, la línea área, con la que acostumbro viajar, se ha vuelto muy avara con el servicio de bebidas alcohólicas. Víctor Hugo entonces, y hasta aturdirse. Este viaje yo lo organice, a la manera europea, con seis meses de anticipación. Solo que el destino me reservaba todavía   otras sorpresas. Desde el 18 de octubre los chilenos estaban destrozando su excelente imagen de pueblo ordenado, disciplinado y trabajador. El mentado modelo económico chileno, tan elogiado por las elites económicas internacionales, se estaba yendo al carajo. Las imágenes que había visto, en internet, mostraban un país, a sangre y a fuego. En la prensa francesa calificaban la situación chilena de insurrección popular. Algunos amigos franceses me aconsejaron anular mi viaje. Por supuesto que no les hice caso. Pese a la infinidad de años que vivo en el extranjero yo me sigo sintiendo chileno. Además, y esta razón también es importante para mí, tengo la pretensión de ser escritor. Algunos libritos que logre publicar, y otros que tengo archivados en mi computador, estarían ahí para probarlo. Contradiciendo todas mis aprehensiones, mi vuelo tampoco   fue anulado a causa de los disturbios, mi llegada a Santiago fue normal. Después de atravesar la cordillera, la bajada el avión me pareció interminable. Ya no tuve que llenar una ficha de desembarco donde se debía indicar dirección y motivos del viaje, solo una destinada al servicio de control agropecuario. En el aeropuerto me estaba esperando un sobrino en segundo grado para llevarme a Valparaíso. Un hombre de más de cuarenta años que no vi crecer. Gracias a él, durante el trayecto en auto pude poderme al día de todo el cotilleo familiar. Un ejercicio al cual me libro rara vez. No por falta de afición si no de ocasiones. Tras una ausencia de seis años, ver de nuevo Valparaíso me impacto bastante. Yo detesto a esos escritores que en sus textos citan a la ciudad, donde yo nací, como ejemplo de decadencia urbana, y también humana ¿porque no? Sin embargo, debo reconocer que todas las calles del plan, y obviamente también las de los cerros, necesitaban con urgencia una renovación. A medida que envejezco me vuelvo más maniático. Mi domicilio en Valparaíso, el que declare a policía internacional, porque entré al país con un pasaporte europeo, fue un hotel de una cadena francesa muy conocida. Después de almorzar, en un bar restaurant famoso por sus veladas de tango, animadas por unos músicos ya bastante ancianos, me despedí del sobrino en segundo grado que me fue a buscar al aeropuerto. Valparaíso es patrimonio cultural de la Unesco, por lo tanto, me cruce con algunos turistas. Viendo el estado de sus calles céntricas, me pregunto si el principal atractivo de Valparaíso no sería, ahora, ver el estado de una ciudad después de una revuelta social. Edificios quemados o blindados, tiendas cerradas, grafitis y consignas en todas las paredes. Las calles del plan reflejaban la erupción de una violencia interior reprimida durante decenas de años. Valparaíso se hunde, este no es un fenómeno nuevo al parecer, habría comenzado con la apertura del canal de Panamá…, pero todavía tiene fuerzas para rebelarse, y con Las Tesis gritarle al mundo su rabia. Yo detesto el turismo de masas. Durante mi estadía no fui a pasearme por el cerro Alegre o el cerro Concepción. Ya no me interesa recorrer unos barrios donde alguna vez viví. Ese sábado tras pasar a la Feria del Libro, que tenía lugar ese fin de semana, bajo la carpa el calor era insoportable, me fui a la estación a tomar el tren a Limache. Cambia, todo cambia, dice una canción de la Mercedes Sosa y no siempre para bien. La estación Puerto es ahora un centro comercial. El fresco que había en la sala de espera está prácticamente desaparecido. Esperé unos quince minutos a que parta mi tren. Éste, y eso no era ningún descubrimiento para mí, se fue   bordeando la costa. La playa Poca Ola y la piscina, frente a Recreo, hace muchos años que no existen. ¿El precio del progreso?  No conté el número de estaciones que hay ahora en Metroval, pero observé con atención Villa Alemana. En esta ciudad transcurrió toda mi infancia. En la ciudad del tomate, (¿lo es todavía?)  me quedé todo el resto de la tarde. Bajo los árboles de la avenida Urmeneta y tomándome, sin apuro, un café en una terraza, como si estuviera en París.  La plaza central, y su pérgola todavía estaban allí. Espero que en cincuenta años más todavía sea el caso. El regreso en tren fue interesante, y penoso al mismo tiempo. Al igual que a la ida, durante todo el trayecto hubo animación. Cantantes, un violinista incluso, y sobre todo vendedores, mujeres en su mayoría, de dulces y alfajores. ¿Esta es la tan mentada pujanza de la economía chilena? ¿Con una franja importante de su joven población trabajadora condenada a la precariedad? El día siguiente fui a darme un paseo a Reñaca. La antigua ciudad jardín también mostraba huellas de la manifestación de la ira popular. Tiendas blindadas por todas partes. En esa playa de Reñaca, un lugar donde mucha gente va a mostrase en sociedad, una mujer de unos cuarenta años mostraba sus nalgas. Y la parte delantera también.  Esa mujer debía sufrir de un desajuste mental, tal vez no más grave que el masivo desajuste mental que vive el país desde hace más de cuarenta años. Pienso en algunos   textos que he publicado, que transcurren en la capital de nuestra ex capitanía general. En mi cuento el “Baile de los lemmings” los santiaguinos, después de desnudarse, de quedar calatos, como digo en ese cuento, se tiran en masa al rio Mapocho. En mi novela “Santiago mon amour” sufren una epidemia de peste y también, sufriendo lo indecible, mueren en masa. Quien te quiere te aporrea, en sentido figurado por supuesto. Para mi Santiago es una ciudad espantosa y fascinante al mismo tiempo. Mi barrio de predilección es la estación Central. No soy el primero en decirlo: las estaciones de ferrocarriles son un punto de llegada y de partida, un lugar de sueños y de pesadillas, de vicio y de virtud, y todo eso en el mismo lugar y al mismo tiempo. Ojalá que el tren llegue de nuevo hasta Puerto Montt, y lo más pronto posible, así la estación Central podrá vivir de nuevo a pleno régimen. En Santiago me quedé una semana. El hotel donde me alojé, de un nivel correcto, estaba situado muy cerca de la Moneda. A mí el once de septiembre   me sorprendió a más de mil kilómetros de la capital. Esta vez estoy super bien ubicado, si hay otro golpe de estado, me dije a mi mismo, reflexionando como el escritor canalla que a menudo soy. La ubicación de mi hotel era excelente, igualmente, porque estaba muy cerca de la Unión chica.  Para mí una estadía en Santiago es incompleta si no voy por lo menos una vez. Aunque en general tomo agua mineral, mi organismo ya no soporta muy bien el alcohol, a mí me encantan los ambientes dionisiacos.  Yo realicé este viaje porque deseaba visitar la Furia del Libro. Sin ver, necesariamente, a gentes del mundo literario. Primero porque no conozco a casi nadie. Segundo porque mi condición de escritor fantasma me conviene muy bien. Los días previos me dediqué a visitar a algunos familiares (en Valparaíso también lo hice) A recorrer las calles céntricas donde, esto no me sorprendió, no reinaba ningún espíritu navideño. A dar un paseo más allá de Melipilla. Como cuadro para una ficción literaria o cinematográfica, estos últimos lugares me parecieron formidables. Me acorde de Badgad Café y de la voluptuosa Marianne Sagebrecht. A nivel político mi reflexión deja de ser positiva. El país sufre de sequía, los campesinos de esos lugares, abandonados   por dios y por el diablo, no pueden plantar porque no tienen agua. El recalentamiento del planeta es un hecho indiscutible. El modelo económico chileno ha contribuido con su grano de arena a esta situación catastrófica. Nuestro presidente, un gran beneficiario del susodicho modelo, tiene que ser muy caradura para pretender erigirse, antes que la revuelta le estalle en la cara, en líder de la lucha en contra del recalentamiento del planeta.  En Santiago un ex compañero de Paris 8 me vino a buscar en su auto. Gracias a él   pude recorrer con facilidad otros barrios de la capital. Muchos semáforos no funcionaban, pero el transito no era caótico. Todas las veces que nos vimos con mi amigo cenamos juntos. Los platos, que nos sirvieron, en los restaurantes que estuvimos, eran exquisitos y muy sofisticados, durante estos últimos años, la gastronomía chilena habría dado un salto cualitativo importante, las páginas de la revista Week End lo dicen hasta el hartazgo, pero yo sigo apegado a las empanadas, al pastel de choclo, a las humitas, a los arrollados huasos y al pescado frito. Mis veladas en el hotel   las ocupaba viendo películas mejicanas en blanco y negro.  ¡Estaba encantado! Y así fue como llego el 21 de diciembre. Dia de inauguración de la Furia del Libro 2019.   Me divirtió un poco la distribución espacial del evento. Casi en plena calle, se parecía mucho a un souk de África del norte. A causa de la situación política, la Furia del Libro había acortado su calendario y cambiado la programación. No sé cuántas plumas famosas, estaban previstas al principio, pero nuestros vecinos argentinos y peruanos estaban presentes. Acompañándonos en el dolor… Asistí a todas las conferencias y debates que pude. Compre todos los libros que deseaba comprar, y, como me lo esperaba, no conversé casi con nadie. No me aburrí para nada en todo caso. (En la cafetería del Gam me comí un delicioso plato de porotos granados) Detalle curioso y revelador: en un debate, que contaba con la presencia de una psicoanalista, los panelistas parecían darles mucha importancia a las opiniones del rector de la UDP. Un filósofo que oficia, igualmente, de analista político, tengo entendido. Un pálido remedo de Bernard Henri Levy. Este último, por lo menos ha osado, tomando muchas precauciones, seguramente, recorrer algunos frentes bélicos.  El discurso de Peña, por muy sesudo que sea, o parezca dentro de poco no valdrá nada. Si ya no es el caso. ¿Para qué darle tanta importancia entonces? En otra conferencia escuche decir que Chile estaría atravesando por un periodo revolucionario. El uso del adjetivo revolucionario me pareció discutible. Esta revuelta moviliza a amplias capas de la sociedad, es muy violenta, pero dudo que sea revolucionaria. La gente reclama el restablecimiento de derechos que, en cierta medida, existían antes del golpe de estado. La lucha de clases es implacable. La derrota del proyecto político de la Unidad Popular, y la consiguiente represión política y sindical, le dejo a las clases dominantes el campo libre para explotar a su guisa a los trabajadores. Para oprimir al conjunto de la sociedad. La gran burguesía sabe muy bien cuáles son sus intereses de clase. Las otras clases, sobre todo la pequeña burguesía, tienden a olvidarlo. Nunca fui partidario de la Concertación y pienso que la entrada al gobierno del   Partido Comunista solo sirvió para prolongar la agonía de la coalición que negoció la transición política. Mis convicciones son muy   básicas y elementales. La dictadura militar fue una usurpación del poder político. Todos los actos de gobierno de Pinochet, y compañía, son ilegítimos y por lo tanto anulables. Conscientes que en algo tenían que ceder, las clases dominantes aceptaron una justicia “en lo medida de lo posible” en lo que respecta a las violaciones de los derechos humanos. El razonamiento oligárquico fue muy cínico: si ustedes tienen necesidad de llorar, pues lloren todo lo que quieran, nosotros no vamos a renunciar a este sistema económico, que nos permite ser cada vez más ricos. A propósito ¿desde cuándo figuran chilenos en el listado Forbes de multimillonarios? A mí me inspira mucho respeto la figura de Carmen Hertz. Recuerdo haber visto varias veces en Chuquicamata, yo era un joven militante, a su marido Carlos Berger, pero también estoy firmemente convencido que se podría haber ido más lejos, en esta demanda de justicia, si primero se hubiera desmontado enteramente el andamiaje institucional, económico y social que dejo la dictadura. Este estallido social, un eufemismo para no utilizar las palabras revuelta, rebelión o insurrección, es la continuación, el pueblo chileno nunca ha dejado de protestar y de luchar, de unas tareas políticas que los partidos de la Concertación dejaron inconclusas... Que sencillamente no emprendieron, o no quisieron emprender. 

De un punto de vista etario, yo pertenecería (si ellos me aceptan en sus filas) a esa generación literaria que comenzó a escribir y a publicar en los años 80. Una generación que creció sin el apoyo de escritores más experimentados. Sin embargo, me da la impresión que estos escritores no se quejan mucho de su pasada orfandad literaria. Probablemente, la ausencia de escritores más avezados fue positivo para ellos. Es bastante cruel decirlo, la literatura es muy cruel, pero el hecho de estar solos les habría permitido, crearse más fácilmente un espacio propio.  Esto me sirve de introducción para decir que los lamentos literarios de los hijos de la dictadura me caen como patada en la guata. Primero porque, como ya lo dije en el párrafo anterior, las clases dominantes les dijeron a sus víctimas; quéjense, laméntense, lloren si eso les ayuda a sentirse un poco mejor.  De todas formas, nosotros guardaremos siempre el control político y económico de la sociedad. Segundo porque esta teoría de una infancia sacrificada por la dictadura me parece muy discutible. (salvo los niños cuyas familias sufrieron una represión directa, por cierto). Que yo recuerde la sociedad chilena era conservadora y autoritaria. Lo que repercutía forzosamente en la vida familiar. Los castigos físicos eran muy bien aceptados socialmente. Para muchos niños ya con la dictadura familiar tenían suficiente, pienso yo.  Ceci étant dit, me parece que el concepto de generaciones literarias está pasando de moda, pero como tengo la impresión que en Chile se ha insistido demasiado con esto de los “hijos de la dictadura" he decidido utilizarlo una vez más. Mis observaciones apuntan sobre todo a aquellos hijos de la dictadura que, en sus libros o en sus declaraciones públicas, han emitido, o emiten juicios políticos.  La literatura es un espacio de libertad y cada uno es libre de escribir como le da la gana. Ah, por favor no digan que estoy haciendo lo mismo que Roberto Bolaño. A mí los premios literarios, las cátedras y otras vainas, no me impresionan para nada. Estimo que el finado (no soy el único en decirlo) no era un buen escritor. Su incontinencia verbal me irrita profundamente. Leer un libro de Bolaño   para mi es sinónimo de pasar un mal rato.  Sin embargo, como no deseo que no me califiquen de envidioso, o de “resentido”, quisiera evocar dos textos (une pensée pour German Marín, paix à son âme) cuya lectura me ha impactado: La cara del Juanano de Luis Alberto Tamayo y Pájaros de acero de Andrea Jeftanovic. En La cara del Juanano, un niño pequeño narra, con lujo de detalles; el allanamiento que los militares perpetran, a las cinco de la mañana; en su población. Vuelo de helicópteros, ráfagas de metralleta, gritos e insultos por los parlantes. Los soldados sacan, sin excepción, a todos los pobladores fuera de sus casas. Interrogan y golpean a los hombres. Controlan los carnets de identidad de todo el mundo. La violencia de la represión es total; no deja ningún espacio sin ocupar. Pero en apariencia, solamente, porque esta violencia no logra, y no lograra nunca, doblegar las conciencias. Los pobladores esconden fotos de Allende, paquetes, material de propaganda contra los militares. Frente a esta violencia represiva, que se desencadena periódicamente sobre su población, nuestro pequeño narrador es protegido y reconfortado por su madre. Los lazos afectivos siguen intactos. Al igual que el sentimiento de pertenecer a una misma comunidad:  la de los vecinos de la población. Esta cohesión social y familiar es ya una forma exitosa de resistir. En Pájaros de acero la narradora, cuenta sus impresiones, a tres años de edad, del golpe de estado. Su familia vive a unas cuadras de Tomas Moro. En su cabeza de niña los aviones y helicópteros que vienen a bombardear la residencia presidencial son   pájaros de acero. La narradora crece, con sus amigos, recorre en bicicleta las calles de las Condes. Cuando su bicicleta necesita una reparación va a un taller de su barrio. Sus amigos también van con ella. Peter les repara las bicis y casi nunca les cobra por su trabajo. Peter Tormen es hermano de Sergio Tormen, un campeón nacional de ciclismo ligado al MIR, desaparecido el 20 de julio de 1974. Los niños le hacen preguntas… Este relato transcurre escalonado en el tiempo. En 1987 Peter Tormen gana la Vuelta de Chile. Cuando un periodista le pregunta a quien le dedica su victoria, sin dudarlo un instante, Peter Tormem responde que a su hermano desaparecido. Corte inmediato de las trasmisiones. Lo más probable es que, durante toda la larga y penosa carrera Peter Tormen no pensó en su   hermano. Peu importe, dedicándole este triunfo deportivo a su hermano desaparecido, Peter Tormen se impone simbólicamente a la dictadura.  

Por internet me ha tocado ver a escritores conocidos. La forma de expresarse que tienen, los giros coloquiales que utilizan, me resultan familiares, pero también extraños. (Demasiados tics lingüísticos para mi gusto.)  Pienso que a mí nunca me van ver mostrando mi rostro a alguna camara, (si por casualidad me invitan). Yo soy un electrón libre. No me quejo, es lo que he elegido ser. Como tantos otros chilenos,  en mí misma situación me imagino, a menudo tengo la impresión que más que pertenecer a un país llamado Chile, yo pertenezco a una diáspora  chilena. Un lugar simbólico destinado a desaparecer por extinción física y asimilación cultural. Este fin programado no me parece   dramático en absoluto. Tal vez el país real no es el en que se nace, si no en el que se muere. Et c’est la destinée, depuis toujours, de tous les émigrants   de la terre.



 

 

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