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Cuentos de un escribidor
«Cuentos Parisinos» de Georges Aguayo. Ril editores, 2011. 130 págs.
Por José Promis
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 6 de mayo de 2012
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Los Cuentos parisinos de Georges Aguayo se inician con "Alsacia", un relato que con justificada propiedad el autor denomina "preámbulo". Su lectura nos informa que Aguayo (no el hombre real, por supuesto, sino el Aguayo imaginario que se configura a través de su propio lenguaje) se define vargasllosianamente como "escribidor", que el material de sus narraciones proviene del saqueo de vivencias ajenas —por eso anda siempre con una grabadora oculta— y que les hace el quite a los temas políticos. A pesar de que su editor no quiere seguir publicándolo y que la escritura misma le causa dificultades considerables —así lo reconoce honesta y humorísticamente en el último relato del volumen, que también con toda propiedad es denominado "Epílogo"—, escribir es para él "una necesidad y una obsesión vital". Y con el mismo tono humorístico, este Aguayo imaginario define a su libro como compilación "harto flacuchenta" cuya redacción le ha tomado más de diez años de trabajo.
Con esta información a la mano, el lector puede sospechar que entre el preámbulo y el epílogo de Cuentos parisinos encontrará relatos livianos, narrados con el lenguaje sencillo de voces a las que no les interesa encerrarnos en conflictos complicados ni conducirnos a grandes profundidades, y que por estas mismas razones no abandonan la mirada festiva ni aún para tratar con alguna frecuencia los temas más dolorosos o espinudos. Y no se equivocará. Los cuentos de Georges Aguayo son ejemplo de literatura sin mayores alcances ni pretensiones, que reduce la complejidad de lo real a paralelismos y correspondencias, y que responde a una actitud narrativa que, para algunos, es síntoma del derrumbe y pérdida que sufren las grandes aspiraciones y compromisos en la sociedad neoliberal o, para otros, la manifestación palmaria de los nuevos ideales superficiales y perecibles que ha impuesto esa misma sociedad.
Pero no quiero ser excesivamente riguroso. A pesar de que este Aguayo imaginario ha declarado en el preámbulo que le atraen más los temas prosaicos que los políticos, la distinción no es tan radical ni excluyente como pudiera parecer. Varias narraciones ofrecen como referente las consecuencias que tuvieron para algunos individuos los acontecimientos políticos que vivió Chile en 1973, o la guerra de los Balcanes en la Europa oriental. Pero la perspectiva es fundamentalmente la misma que se proyecta con cierto cruel regocijo sobre parejas disfuncionales, fracasos sentimentales, infidelidades matrimoniales, desarraigos y reencuentros, culpas, o ilusiones secretas de personajes comunes y corrientes. La lectura de Cuentos parisinos produce así la impresión de que la existencia contemporánea se ha transformado en una carga muy difícil de sobrellevar, en una penuria de permanentes tonos oscuros, en una ruleta de sinsentidos y contradicciones que sólo puede ser representada con humor e ironía o, cuando no, con una actitud de ácido desenfado que nos proteja del peligro de sus aristas.
Ciertos teóricos de la posmodernidad afirman que el neoliberalismo ha transformado a la realidad en un objeto imposible de ser representado o, peor aún, que resiste con fiereza todo intento para descubrir sus ocultos sentidos, si es que los tiene. Los cuentos de Georges Aguayo responden muy bien a la actitud fatalista del escritor que se niega, por las razones que sean, a otorgar a su literatura la función ordenadora de la existencia que tradicionalmente se atribuía al arte. Muchos son sólo viñetas o imágenes de movimientos mínimos donde los personajes quedan en la mitad de un paso. En otras palabras, son representaciones de escenas carentes de las secuencias clásicas del nudo y desenlace porque sus narradores no quieren, no pueden, no desean o temen encontrar un sentido a lo que avanza y se desarrolla. Al arrebatarles su capacidad de interpretación, Aguayo los ha transformado efectivamente en escribidores, como lo anunciaba en el primer relato del volumen.