Con el paso del tiempo yo he me he vuelto una persona muy rutinaria. Por regla general no salgo nunca de noche. Apenas se esconde el sol me retiro a mis penates. Y bien este domingo 3 de octubre fue un día diferente. Armándome de coraje, hacía unos días me había puesto la tercera vacuna contra el COVID y me sentía bastante cansado, asistí a un espectáculo teatral que tuvo lugar en Ivry sur Seine. Una ciudad de la región parisina situada bastante lejos de la mía. No obstante que sabía, pertinentemente, que el teatro Aleph, estaba situado a varias cuadras de la estación del metro Pierre et Marie Curie; antes de partir cometí el error no llevar mi teléfono móvil para orientarme. Evidentemente, cuando llegue consulte el mapa del barrio, que hay en todas las estaciones de la RTAP. En este mapa aparecía una gran arteria circular. Ivry sur Seine vota a la izquierda desde hace una eternidad. Los nombres de las calles evocaban figuras de la resistencia anti nazi. Aunque no era la primera que venía tuve que preguntarles a varias personas el camino que debía seguir. Un trayecto que a ratos me pareció angustiante. Por una vez odie la presencia de tanta vegetación. En lugar del pavimento urbano me adentré en un parque que no parecía terminar nunca. En fin, todo no estaba perdido, después de descender unas escaleras, que parecían conducir a ninguna parte, pude toparme de nuevo con una acera y sus correspondientes veredas. Reconocí la calle inmediatamente. El espectáculo comenzaba a las 18 horas y solo me quedaban unos minutos para llegar. Un café, un restaurant de comida turca, y a la vuelta de la esquina estaba el teatro Aleph. No obstante, todas mis manías de viejo, asistir a este espectáculo era para mí una obligación. Oscar Castro, el Cuervo, había emprendido vuelo eterno un 25 de abril. Dejándonos a los chilenos, que vivimos en Francia desde hace décadas, con una rara impresión, de haber perdido una parte de nosotros mismos. Tuve que esperar, delante de la taquilla, unos cinco minutos antes de pagar mi boleto y entrar. En el vestíbulo ya habían entrado muchos espectadores. En el teatro no puede haber fronteras de generación. Los actores, algunos de ellos de una cierta edad, circulaban entre ellos. Tras unos veinte minutos de espera, entramos todos en la sala. Sylvie Miqueu acogió al público con un pequeño discurso. Fue un instante de gran emoción. Este homenaje al actor, al dramaturgo, al hombre que fue Oscar Castro comenzó con un video. Sentado en el andén de la estación de Colin, en el sur de Chile, el Cuervo conversa con un niño de corta edad, su lenguaje es simple, pero sobre todo claro: “para que algo se haga realidad primero hay que soñarlo”. Después de estas primeras imágenes, mi memoria retiene unas extraídas de la película Ardiente paciencia de Antonio Skarmeta. Nuestro cartero de Neruda parece muy enamorado de una Marcela Osorio también muy joven… Hace unas semanas María José Navia publicó en The Clinicuna columna sobre el sentimiento de perdida y de duelo. Las palabras que utilizó en esa columna calzan muy bien con los momentos que estábamos viviendo en la sala. Recuerdo su obra mítica: La triste e increíble historia del general Peñaloza y el exiliado Mateluna, que vi en la Cartoucherie de Vincennes… Después hubieron muchas otras, por cierto. Oscar Castro era un autor muy productivo. Oscar llego a Francia como refugiado político. Golpe de estado, represión, prisión, exilio, estos fueron su leitmotiv. Pienso, sin embargo, que poco a poco fue integrando a su trabajo artístico otros temas, otras problemáticas, otras realidades. Con su acento à couper au couteau, sin perder su identidad chilena, se fue transformando en un artista francés. “Logro pegar los pedazos de su exilio”, como decía el mismo. Fiel a su pasado, Oscar no podía ignorar en su obra la suerte de esos centenares de personas que atraviesan el Mediterráneo, en busca de un techo donde cobijarse, de pan para comer y de una escuela para educarse, y que muchas veces mueren en el intento. Pude hablar con Oscar una última vez en la plaza Salvador Allende - frente al consulado y la embajada chilena -. Corría la segunda quincena de octubre del 2019. El pueblo chileno acababa de rebelarse en contra del Estado y las autoridades establecidas. Una erupción muy violenta como siempre son las revueltas populares. Un fulgor destinado a apagarse meses más tarde porque la paz de los hospitales y de los cementerios se instaló en todo el planeta Tierra. El Cuervo no sobrevivió a esta ola mortífera. Continuando con una vieja tradición, después del fin del espectáculo, todo el mundo ceno en el teatro. Yo me tomé una copa de vino tinto en la barra y después me fui. Como estábamos en otoño afuera ya hacía frío. Mientras esperaba un bus, que debía llevarme a la estación Bibliothèque Nationale François Mitterand, me puse a pensar. El teatro Aleph tenía más de cincuenta años de vida. Sylvie Miqueu había asumido la dirección en Francia. La aventura iba a continuar. Si perduraba en el tiempo las generaciones futuras se acordarán, seguramente, que este teatro nació gracias a la voluntad de una persona que amaba el arte escénico, pero sobre todo al ser humano. Y que sus orígenes primeros se situaban en un lejano país de América del sur.
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UNA VELADA CON EL TEATRO ALEPH EN IVRY SUR SEINE
Por Georges Aguayo