Proyecto Patrimonio - 2018 | index |
Georges Aguayo | Autores |

 







 

LISBOA POST MORTEM

Georges AGUAYO
  Escritor chileno residente en Francia ( Ril editores)


.. .. .. .. ..

A mi edad a mí no me gusta viajar demasiado. - Ma vie est réglée comme un papier de musique-. Por lo tanto, debo aclarar que fui a Lisboa motivado sobre todo por una cuestión de amor propio. “De honor personal”. Puede parecer ridículo, pero así es. Hacia unas semanas había tenido una pésima idea: decirle a Elsa que hacía años que deseaba visitarla, pero que siempre me había detenido la barrera del idioma. 

- Tú con la vejez te estas poniendo demasiado miedoso. Cuando he ido de vacaciones, yo nunca he tenido problemas para comunicarme con los portugueses, y eso que solo hablo francés. –

Me respondió, la mujer que comparte mi vida, mofándose abiertamente de mí. Y sabiendo, pertinentemente, que yo nunca me ofendo mucho por sus observaciones críticas. Que soy capaz de perdonarle todo. En fin, casi todo…

-Aunque después tenga que pedir hora urgente con el kinesiólogo, (mi otra excusa para no ir era una incipiente gonartrosis) voy a ir a Lisboa, y solo porque tú te vas a quedar acá-.

Honestamente, debo admitir que Elsa tenía en parte razón calificándome de “miedoso”. Treinta años atrás yo era capaz de partir a Varsovia, sin hablar una palabra de polaco, desde allí hacer un salto a Moscú, sin hablar una palabra de ruso, para finalmente terminar en Ulán Bator, sin hablar una palabra de mongol. En fin, como la verdadera valentía consiste en superar sus propios temores y terrores, me fui a Lisboa. Solo porque después de dármelas de “grande”, no podía solicitarle a Elsa que me acompañara. El viaje lo hice en avión, por supuesto. Me hubiera gustado ir en tren, pero el trayecto me pareció demasiado largo y complicado. Creo que desde hacía   años que no miraba con tanto interés como mi avión bajaba de los cielos. Tenía la impresión de estar llegando a Recife o a Rio Janeiro, donde los aeropuertos, al igual que en Lisboa, están pegados a la ciudad. El espacio Schengen tiene algunas ventajas. No tuve que mostrar mi pasaporte en ninguna parte. En ninguna parte tampoco controlaron mis maletas. En lugar de salir de un aeropuerto tuve la impresión de estar saliendo de una gran estación ferroviaria. Elsa tenía razón en lo de del idioma. Gracias al uso de mi español latinoamericano logre llegar a mi destinación. El metro de Lisboa tiene solo cuatro líneas, representadas por cuatro colores diferentes. En este metro no se pierde nadie. No recuerdo cuantas veces exactamente pregunte mi camino, pero al final llegue.

En el hotel mi habitación estaba ubicada en el segundo piso. Afortunadamente no tenía que subir muchas escaleras. Yo no tomo nunca el ascensor porque soy claustrofóbico. La empleada de la agencia de turismo, donde había hecho mi reservación, me había dicho que, según los comentarios de internet, el establecimiento era correcto, y sin más. Aunque el precio de la habitación no tenía nada de extravagante, se trataba de un hotel tres estrellas. Comparado a las normas hoteleras francesas, este establecimiento parecía algo anticuado. Tal vez por esta razón en internet los comentarios no eran entusiastas. Hay gustos para todo. Ese pequeño aire de otra época, esa patina, a mí me encanto. Portugal tiene un pasado histórico brillante. De cierta manera eso era lo que yo había ido a buscar a este país. En el hotel me topé con un grupo de brasileños. De edad mediana tirando para avanzada, blancos ycon guata. Gente con plata, en suma. A causa de las barreras de clase, no de edad y de lengua, no intercambiamos una sola palabra.

Esa primera noche cene en una cafetería que estaba situada frente al hotel. Me hubiera gustado acompañar, con una buena botella de vino, mi carne de cerdo al horno No lo hice. Para volver tenía que cruzar una avenida con mucho tránsito de vehículos. Yo todavía le tengo un cierto apego a la vida. Prudentemente pedí un solo vaso. Sin embargo, dadas mis irreprimibles tendencias alcohólicas, un solo vaso no me basto, tuve que pedir dos más Esa primera noche dormí poco y mal. Mi hotel estaba ubicado en una esquina con semáforo. Al lado había un local nocturno, el letrero que había en la entrada era muy explícito, con mujeres jóvenes y bien ligeras de ropa. Tengo que tener cuidado que no se me escape este detalle con Elsa. Su interrogatorio podría ser insoportable. Como no podía quedarme dormido, me puse a mirar la televisión. Yo soy aficionado a las telenovelas. ¨Por lo tanto me quede pegado la mayor parte de la noche a un canal que trasmitía producciones de Globo. La máquina brasileña de producir lágrimas. Pienso que las escenografías de esas telenovelas, algunas con fondo histórico, estaban muy bien hechas. Mentalmente esa noche estaba en Brasil.

Aunque esa primera noche dormí poco y mal, al día siguiente me levante bien temprano porque tenía planificado visitar Évora. Había leído en internet, que de la estación Santa Apolonia partía un tren a las ocho de la mañana. Para esa destinación había trenes solo en los horarios de punta. Si no recuerdo mal tres por la mañana y tres por la tarde. En la recepción me habían aconsejado tomar el bus, pero no quise hacerles caso. Una escena de la película “Tren nocturno a Lisboa “de Bille August (el mismo director de la “Casa de los espíritus”) había sido rodada en la estación Santa Apolonia. Mis pies debían pisar el suelo de esta estación. No me resulto difícil llegar porque estaba muy cerca de mi hotel. Santa Apolonia fue una estación importante en su tiempo, pero ya no. Los trenes con destinación a otras regiones o a otros países ya no partían de allí.  Mi tren partía de la estación Oriente. Sentí como mi pulso cardiaco se aceleraba un tanto. Entre otras razones, yo había elegido Santa Apolonia porque la idea de perderme en una moderna mega estación me aterrorizaba.

Una vez más mis temores se revelaron infundados. El tren interurbano que tome, me dejo muy cerca del andén, del tren interregional que debía tomar después. En la estación Oriente había una farmacia donde pude, sin alejarme demasiado de mi anden, comprar tapones para los oídos. Esa noche podría dormir un poco mejor.  Mi tren Corail llego diez minutos antes de la hora prevista. Primero la locomotora, después los vagones. Pequeña nostalgia.  Este material ferroviario de origen francés me hacía retroceder treinta años en el tiempo. Cuando todavía en mi cabeza no tenía el enredo (había otros) de tener dos culturas y ser bilingüe.

Los suburbios lisboetas me parecieron feos e interminables. El desarrollo relativo del país saltaba a la vista. El Alentejo no estaba muy lejos. A unos ciento cincuenta kilómetros, pero, como el tren iba parando en todas las estaciones, el viaje duro dos horas. En alguna parte debía haber leído que el Alentejo era una región más bien seca y pedregosa (los vinos son excelentes) Lo que había leído era exacto. Pienso que Sergio Leone hubiera podido elegirla para filmar uno de sus spaghettis westerns. El tren llego poco antes de mediodía. La estación daba la impresión de estar situada en ninguna parte. Los alrededores parecían secos, desiertos, de Sergio Leone casi. Bueno, exagero un poco. El centro histórico de la ciudad estaba situado a solo veinte minutos a pie. Tome un taxi porque el sol estaba pegando demasiado fuerte. Agarrarme una insolación no estaba previsto en mi programa.

Aunque el centro histórico de Évora es patrimonio de la Unesco y también están las ruinas de un templo romano, mi único objetivo era conocer la “capilla de los huesos”. Una capilla que se llama de esta manera, porque sus muros están recubiertos con huesos humanos. Me fui directo para allá en consecuencia. El taxista no pareció sorprendido. Turistas medio chalados, como yo, debía haber visto por montones.

La entrada de la iglesia, cuyo interior alberga a la Capela dos ossos, costaba cuatro euros solamente. Comparado a los museos franceses este precio no era excesivo. Confieso que retrase un poco de adrede mi entrada en la capilla de los huesos.  Primero recorrí tres salas repletas con pinturas del siglo XV y XVI.  Yo no soy muy sensible a las imágenes religiosas, pero el mensaje de esos cuadros me impacto. De ellos se desprendía una fe demasiado profunda. Lo que más me agrado fue su imperfección. Comparada a sus similares españoles, la representación de los cuerpos humanos parecía menos bien proporcionada, más imperfecta. El encanto de estas pinturas residía en esta aparente falla, a mi modo de ver. El ser humano no es perfecto. Esas pinturas nos devolvían a nuestra pequeñez existencial.  

Después que terminé de observar estas pinturas, armándome de un poco de coraje, me fui, puesto que a eso había venido a Évora, a recorrer la Capela dos ossos. En fin, no enseguida.En la entrada estaba grabada la siguiente expresión: Nos ossos que aquí estamos pelos vossos esperamos. (Nosotros, los huesos que aquí estamos, por los vuestros esperamos) Un mensaje para ponerle los pelos de punta a cualquiera. Me senté unos minutos, en un banco que había en la entrada, a admirar los azulejos, de las paredes. Finalmente, mi recorrido no fue breve y pude sobrevivir a la experiencia. Esos muros, tapizados con los huesos de centenares de monjes, eran fascinantes. Cráneos, tibias, y fémures eran los huesos más visibles. La argamasa de los muros contenía los huesos más chicos. Apunto una pequeña desilusión.  Los dos esqueletos, que se suponen debían estar colgados del techo, no estaban.   

Después de almorzar, el mejor guiso de pescado que he comido en mi vida, me volví a Lisboa de inmediato. Partí en bus, un medio de transporte rápido y confortable, pero que a mí me pareció mucho más fome que el tren. Cuando llegué a Lisboa, como todavía era temprano, me fui a dar un paseo por la Praça do Comércio. Esta plaza estaba situada a orillas del rio Tajo. Contemplar su curso, y las gaviotas, que revoleteaban en sus orillas, me puso de nuevo de ánimo nostálgico. Nostalgia por un espacio físico, en el cual ya no estoy, y, por un tiempo que para mí ya se fue. Como estos estados de ánimo no son muy recomendables, me fui al Martinho da Arcada a los pocos minutos. El mejor restaurante de la ciudad, al parecer. (y el más caro también) Un pedazo de historia. Durante varios decenios fue un lugar de reunión de la intelligentsia literaria portuguesa. Aunque ofrecía un servicio ininterrumpido, de las siete de la mañana hasta las once de la noche, su sala principal estaba cerrada para los simples mortales como yo. Al parecer para los inmortales no, porque, al poco rato vi salir de esta misma sala,  yo estaba sentado en una mesa de la terraza, a un hombre proveniente de las primeras décadas del siglo pasado. Paso titubeante, traje oscuro, sombrero alón, camisa alba, corbata estilo mariposa, rostro delgado, bigotes. El poeta Fernando Pessoa en persona. Elsa tiene razón quizás. Yo soy demasiado impresionable. A causa de esta aparición venida de ultratumba, me tome mi copa de oporto de un solo golpe.  Después de eso, como el susto todavía no se me pasaba, pedí un brandy doble.



 

 

Proyecto Patrimonio Año 2018
A Página Principal
| A Archivo Georges Aguayo | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
LISBOA POST MORTEM
Por Georges AGUAYO
Escritor chileno residente en Francia ( Ril editores)