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MICROCUENTOS DE GEORGES AGUAYO




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CONTRARIEDAD

Desde hace unos quince días Hugo andaba con un humor de perros. En  la oficina, a menos que  fuera  necesario, nunca respondía cuando le hablaban. En casa no pronunciaba jamás un monosílabo. Ni siquiera los  ardides de su hija Beatriz, lograban volverle más comunicativo. Su familia y sus colegas de trabajo se preguntaban qué diablos le pasaba. Haciendo un esfuerzo para olvidar resquemores antiguos, Sofía, su dulce y devota esposa, se decidió a pedirle ayuda a su suegra. Se supone que las madres, con su scanner cerebral, son capaces de adivinar siempre lo que les pasa a sus hijos. Fracaso en toda la línea. Su corazón de madre hecho trizas, doña Matilde tuvo que confesarle a su nuera su total impotencia. Por razones diplomáticas, no le enrostró la mudez, la postración psicológica, en el cual estaba sumido su hijo. Su íntima convicción era  que Sofía era  responsable de esta situación, sin embargo. En realidad  Hugo no estaba enojado, más bien  estaba deprimido. Pronto iba a cumplir cuarenta y cinco años y la mera verdad  es que estaba harto  de todos y de todo. Con su esposa compartían  una  cómoda. Por regla general Sofía no hurgaba jamás en sus cajones. Bajo sus camisas, ropa interior y calcetines tenía escondida una soga que había comprado en una ferretería de la calle San Diego. Con esta soga, misteriosamente desaparecida, pensaba ahorcarse el día de su cumpleaños.

 

 

LAPSUS DE MEMORIA

Son las ocho de la mañana. Jean Colas, inspector de la Police Judiciaire de Paris se levanta de la cama con un terrible dolor cabeza. Estamos en febrero, los escolares de la región parisina están de vacaciones. Su familia está en la montaña practicando esquí. Ayer, a las seis de la tarde, hablo con ellos por teléfono justamente. Además del dolor de cabeza  hay otra cosa que le molesta. Que le angustia. Después de  esa conversación con su esposa y sus hijos  no se acuerda de nada  de lo que hizo ayer por la noche.  Cuando llega a su cuartel, 5 de quai des Orfebres, se encuentra con una enorme sorpresa. El  inspector Pierre Durand, con el cual competía  para ocupar el puesto del  comisario Maigret, que está por jubilarse, había sido asesinado en su casa. La noche anterior con toda seguridad. Parte al domicilio del asesinado. A su llegada un especialista de la policía científica le informa que el inspector Durand fue ultimado con un arma blanca bien particular. La hoja  no es recta  sino ondulada. Como un kris malayo, dice espontáneamente el inspector Colas, gran coleccionista de dagas antiguas. El resto de la diligencia policiaca transcurre con algunas dificultades. El asesinato del inspector Durand atrae a la prensa, evidentemente. Tiene que parar en seco las preguntas de una periodista demasiado curiosa.

Esa tarde lo primero que hace al llegar a casa es constatar si su kris malayo está en su lugar de siempre. No lo encuentra.


 




UNA  VENGANZA DUAL

Juanita y Anita eran hermanas gemelas, y monocigóticas por añadidura. Ocho años, rubitas, bonitas, encantadoras. El orgullo de sus padres jóvenes, apuestos y acomodados. Una hermosa familia como muchos quisieran ser. Esta imagen idílica nunca fue real para ellas, sin embargo. Ser gemelas era para ellas un verdadero tormento. Para empezar sus padres siempre las vestían de la misma manera. Unos vestiditos con muchos lazos y encajes, los dos idénticos por supuesto. El pelo rubio sujeto con un cintillo rosado. En el colegio iban al mismo curso. A pedido de su madre se sentaban en el mismo banco. Esto último no era lo peor para ellas. Lo realmente insoportable , para ellas ,era tener que soportar  las idioteces de los amigos de sus padres. Al igual que las del resto de la familia durante los almuerzos dominicales. Para algunas gentes los gemelos siempre van a ser una fuente de curiosidad malsana.  

Un día hubo un incidente, uno más, que fue la gota que hizo desbordar el vaso de agua.  Esta intolerable situación debía terminarse de una vez por todas. Tras una larga reflexión, influenciadas tal vez por unas películas que veían a escondidas, las dos niñas decidieron suprimir a sus padres queridos. El asunto no se presentaba fácil. En casa no había ninguna arma de fuego. Su físico infantil no les permitía ahorcarles o apuñalearles. Después de pensarlo mucho decidieron utilizar el arma tradicional de las féminas: el veneno. En un armario de la cocina encontraron un producto para matar ratones.



 

 

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