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TOYA O LA NOVELA DEL AMOR DOLIENTE

Por Georges Aguayo



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A veces hay primeras obras que tienen un destino excepcional. Este es el caso de La novela del amor doliente, publicada en Santiago en 1923, de la escritora francesa Marcelle Auclair. Nacida en Montluçon, en 1899, se viene a vivir a Chile en 1906 con su padre, Víctor Auclair que es arquitecto y viene a trabajar en la reconstrucción de Valparaíso, asolado por un reciente terremoto.  Marcelle Auclair pasa una buena parte de su infancia y juventud en Chile. Vuelve a Francia en 1924. Esta primera novela de Marcelle Auclair, reescrita en francés, y con un nuevo título, Toya, es publicada por ediciones Gallimard en 1927. Y reeditada en marzo de 2022 por Les Lapidaires (prólogo de Laurence Campana), una editorial independiente.  La trama de esta obra, un diario íntimo, se desarrolla en un ambiente social acomodado. El personaje principal, Victoria Urquiza Iturbe, una católica ferviente, vive en Santiago, cerca del cerro Santa Lucia. Hacendados de origen castellano-vasco, servidumbre sumisa, mucho rezo e iglesia.  En las páginas de este diario íntimo la chapa conservadora parece total. No obstante, entre líneas se pueden adivinar algunas claves contestarias. Un espíritu de rebeldía latente. Entre muchas otras obras, más tarde Marcelle Auclair escribiría una biografía de Santa Teresa de Ávila y del dirigente socialista Jean Jaures. También traduciría al francés la obra de Federico García Lorca. Fundadora en 1937 de la revista femenina Marie Claire, en 1962 publica Le livre noir de l’avortement (El libro negro del aborto), que disgustó tanto a las mujeres católicas practicantes, como a las militantes por un derecho libre a abortar.  Esta obra, una recopilación   de testimonios personales, les entrega la palabra a voces que hasta ese momento permanecían calladas.  Contribuyendo de esta manera a modificar las mentalidades y a abrir nuevos caminos.

TOYA
Marcelle Auclair (1899-1983)

Victoria fue el nombre impuesto por su padre. Y sobre todo por sus abuelos paternos.  Su madre no logro hacer valer el que deseaba para su hija. Que soñaba incluso.  Quedo entonces Victoria. Un nombre antipático y autoritario. El mismo que portaba su abuela paterna, una mujer avasalladora, que afirmo a su nacimiento: se llamará Victoria y será bella. La realidad la contradijo. Cierto se llama Victoria, pero es fea. Cuando tiene la edad para ser escolarizada la matriculan en un establecimiento católico. Allí sufre el asedio de sus compañeras, que la tildan de hipócrita.  Según ellas, es una rebelde que se reprime. Aunque no puede mirarse en un espejo de bolsillo, estos están prohibidos, ella sabe muy bien que es fea. No es buena alumna, pero tiene buena nota en conducta. Sus compañeras dicen que es una delatora, pero ella nunca ha delatado a nadie. Para solucionar este problema le pide a la virgen que la haga bella. Cuando se lo cuenta a su confesor, este le inflige una penitencia por vanidosa. Su padre muere poco tiempo después del nacimiento de su hermana Silvia. Su madre, una mujer gorda , pero relativamente bella, lleva una vida despreocupada y ociosa. A menudo vienen a verla a casa amigas suyas. Con ellas conversa de enfermedades y de remedios. A la hora del té consumen una abundante colación (los muebles del comedor y la vajilla son imponentes). Algunas de sus amigas, a causa de su mala dentadura, no pueden disfrutar de las delicias que hay en los platos. De vez en cuando su madre tiene algunos accesos de ternura.  Les dice, a ella y a Silvia, que las ama mucho. Las besa y las abraza tan de cerca que casi las sofoca. Victoria no aprecia demasiado estos desbordes de amor materno. Ocasionales, porque a ella y a Silvia las cuida la gobernanta. Los criados ocupan un lugar importante en la familia. Sobre todo, la repostera que tiene una “mano de monja”. Como no soporta su fealdad, prefiere los rincones sombríos. Le agradaría tener amigos, pero el miedo a hacer el ridículo, a causa de su torpeza, la retienen. Cuando se sienta tiene miedo que se le caigan los calzones al pararse. Su madre no le es ningún alivio para su soledad. Su abuela, mundana y superficial, prefiere la belleza de su hermana Silvia ¿Por qué no sonríe a Pancho Vergara o a Cucho Fernández? ¿A su edad ya debería tener un pololo, dice misia Victoria? En realidad, su nieta está enamorada de ese Pancho Vergara, pero sus piernas tiemblan y no sabe qué decirle. Lo que no le impide tener algunas ideas algo fantasiosas. El universo de las relaciones entre los dos sexos lo percibe a través de las conversaciones de sus compañeras de pensión. A partir de veinte años se relaciona un poco más con Silvia. También se ocupa de la casa. Su confesor ha logrado que   la sensualidad de sus quince años evolucione. El mal humor reemplaza su pasión por Pancho Vergara. No intenta para nada ser amable. A menudo reza por el alma de sus padres difuntos, pero en la iglesia no soporta la presencia de tanto carcamal decrépito.  En realidad, ella desea vivir. Más que por la religión su relación con el sexo la rige el honor. Primero morir, antes que confesar su amor.  Es una idealista que necesita que la fuercen. Sueña que su tío Joaquín le regala tres rosas blancas. Este sueño es pecaminoso porque, además de ser su pariente, este hombre está casado. Sus amigas se casan, ella sueña con ser adulada y deseada. Para pasar el tiempo se inventa algunas supersticiones. Por el resto de las cosas cree en dios. Está convencida que una vez casada sabría hacer feliz a su marido. Desgraciadamente, eso nadie lo percibe. En las fiestas danza cuando la dueña de casa le pide a un joven invitado que se sacrifique. Una vez en la pista, como es torpe, le pisa los pies. El joven sacrificado lo único que desea es sentarla de nuevo en su silla. La imagen de ella que guarda de esa época es decididamente ridícula. Como vive cerca del Santa Lucia, a menudo observa la calle desde una ventana. Las casas son bajas y rechonchas. Por la mañana las criadas regatean los precios de las mercancías con los vendedores ambulantes. Más tarde, a mediodía, suena el cañón del cerro. Las mozas hacen el signo de la cruz. En su cabeza de joven devota, Victoria imagina una deliciosa cazuela. Las muchachas tornan la cabeza para sonreírles a sus admiradores. Victoria observa la calle con ojos tristes. Cuando llega el periodo de las vacaciones, que pasa en el campo, se aburre aún más. Puesto que el Amor no viene a buscarla, la propiedad familiar, que se extiende del mar a la cordillera, no le interesa. Los inquilinos y sus hijos tampoco le interesan. Ocupa su tiempo en rumiar sueños. Cuando tiene veinticuatro años durante ocho días se cree amada. Resiente incluso las emociones, un beso incluido, del contacto físico. Solo le queda un recuerdo fugitivo y triste, pero sin amargura, por el hombre que le dio la limosna de una mentira. Silvia, su hermana menor, se casa con Hernán Arriagada. A su hermana, ella no la ha visto crecer.  Su abuela se ha encargado de acompañarla e inculcarle ciertas cualidades femeninas. Coquetería, superficialidad y habilidad para manipular a los hombres. Victoria, qué ya tiene treinta y cuatro años, es una “solterona”. Durante el noviazgo, la proximidad física de su hermana con Hernán le disgusta. Le pregunta a su confesor si debería vigilarla. “Con discreción, le responde el hombre de iglesia. Una vez casados, la pareja se viene a vivir a la casa. La masculinidad de Hernán la perturba. Está acostumbrada que en su casa solo vivan mujeres. Como dirige las tareas domésticas le pide Silvia que se encargue ella del lavado de las prendas de su marido. Meses después del casamiento de Silvia, su madre muere. Presintiendo su fin, antes de morir es muy tierna con Victoria. Lo que no le impide a Victoria imaginarla en el Purgatorio. Un lugar donde su alma debía forzosamente pasar un tiempo. Tiempo después se entera que su cuñado construye una casa en un nuevo barrio residencial. Esta perspectiva no le agrada en absoluto. Piensa que la pareja va a dejarla sola en la casa antigua; perseguida por el recuerdo de los muertos. Esta posibilidad le angustia y le impide dormir.  Finalmente, se enferma, tiene fiebre. Prevenida por su criada, Silvia viene a verla a su habitación. Tanto miedo por nada. Silvia le informa que en la casa nueva tienen previsto para ella un departamento. Al día siguiente nueva crisis de susceptibilidad. Como sabe dirigir una casa, Silvia desea seguramente utilizarla como gobernanta. Su utilidad práctica compensaría el fastidio de su presencia. Silvia le dice que no. Ya ha contratado una persona joven y dinámica para esta función. Victoria, que acaba de recibir una herencia, decide comprar muebles, y algunas telas para las paredes de sus nuevos aposentos. Silvia la acompaña cuando hace estas compras. Sus nuevos aposentos dan sobre un jardín. Una delicada atención de Silvia, que sabe qué ama la vegetación. Contrata a una criada, Palmira. Una muchacha joven que no se demora mucho en contarle sus amores. Sus historias le permiten vivir las emociones de los veinte años a través de ella. Es una solterona que le cuesta renunciar al amor. Contradictoria consigo misma, finalmente considera que la soltería la protege de las desdichas del matrimonio. Es buena hermana y buena cuñada. Llegado el momento será una tía algo chocha. Solo le queda prepararse a envejecer con suavidad. ¡Pamplinas!, Todavía está joven para la resignación total. Victoria se aburre y pide a su hermana Silvia que le devuelva la responsabilidad del manejo de la casa. Silvia se hace de rogar un poco porque, desconfía de su humor fantasioso, pero finalmente accede. Una tarde que está en el  jardín , Silvia se acerca y la toma por la cintura, “deja el trabajo, conversemos un rato”. Victoria la sigue silenciosa, no está acostumbrada a tanta intimidad. "Enséñame a tejer, voy a necesitar chalequitos de bebe", le dice su hermana. Victoria, una mujer fea y sin amor, se alegra. Como todas las mujeres, ella también hubiera querido ser madre. Victoria sigue de cerca el embarazo de Silvia. Después que nace Decito, le ayuda a cuidar el bebe. Estas ocupaciones, aunque placenteras, no la colman por completo, sin embargo. En realidad, siente envidia de Silvia. Su felicidad le molesta. Cuando la ve con su marido a menudo se pincha con la aguja los dedos cuando está cosiendo. Silvia es buena madre, no le confía la crianza del bebe. Con su marido han abandonado la vida mundana y prefieren quedarse en casa. Victoria prefiere recluirse en sus aposentos.  Dejar a los otros tres habitantes de la casa vivir su felicidad.  Para consolarse de su desdicha, se dedica cada vez más al jardín. Se procura una gatita blanca sobre la cual deposita todas sus frustraciones de solterona.  Finalmente, esta situación le avergüenza y tira por el suelo al animalito. Un día recorre un comercio de flores. Como buena dueña de casa recorre todos los locales de venta. A fin de comparar la calidad de los productos y los precios. Unas mujeres jóvenes y bonitas hacen compras para sus hogares. Hay vendedores que las engañan con los precios. Victoria sí que sabe comprar, es hábil para todo lo inútil. Las flores que va a comprar no son para su casa. Siente unos celos atroces. En casa de Silvia y Hernán ella está de sobra. Cuando se pasean por el jardín estos son amables con ella. En cuanto se alejan, libres de su presencia molesta, se besan en la boca. Hernán recibí a menudo visitas. Ella se encarga del menú de la comida y de elegir los vinos. Un día Silvia le dice que un pariente alejado viene de visita. Un hacendado al cual sus ocupaciones no le impiden viajar. Benítez es amable y bien educado, tiene las manos blancas y un poco blandas. Parece encantado por la cena. Cuando Hernán le dice que Victoria se ocupa de todo el quehacer de la casa, esta juzga la escena algo ridícula. No obstante, su timidez, lamenta no haberse puesto un vestido nuevo para esa ocasión. Finalmente, Benítez desea casarse. Victoria se queda a la expectativa. A treinta y siete años no quiere perder el último tren. Trata de guardar las formas, sin embargo. No desea parecer demasiado ansiosa por casarse. Reflexiona en algunos aspectos de su relación: cuando se siente cercana, su pretendiente se llama Julio, cuando hay una cierta distancia es Benítez. Rara vez junta el nombre con el apellido.  La presencia de su cuñado Hernán la perturba. Cuando está cerca  respira con la boca abierta para no sentir el perfume de su pelo. Aunque reciente, su espacio privado le parece viejo, pasado de moda, propio de una solterona. Sueña con la casa que tendrá con Julio Benítez. Se imagina ya un dormitorio con cama doble. Sin percibir que Julio Benítez nunca estará en esa casa.  Siempre estará sola, esperando a su amante. En realidad, no espera un hombre en piyama sino una mariposa triunfante. Victoria visita el fundo de Benítez. Los sirvientes parecen desconfiados. Para ellos seguramente Victoria es una mujer “que merece un marido”. La propiedad, situada en Bellavista, es hermosa. Un parque rodea la casa. Benítez acaba de recibir una maquinaria agrícola de los Estados Unidos.  Así son las cosas en el país. Los muebles se encargan a Inglaterra, los vestidos a Francia, pero la maquinaria agrícola a Estados Unidos. Durante un paseo Silvia y Hernán van tomados de la mano.  Victoria se dice que no van a tardar mucho en besarse. Le dan ganas de llorar. De repente se da cuenta    de  que Julio está a su lado.  Días más tarde Julio Benítez se le declara por fin, le pide matrimonio. Sin exigirle una respuesta inmediata. Esta declaración tiene lugar después de un paseo por el campo. Como Hernán se acerca a ellos, Victoria se desvanece. Le ponen compresas frías en la frente, la hacen beber un poco de coñac. El paseo después de la comida, con ese sol, le había sentado mal seguramente. Los cuidados de Julio la dejan indiferente. Guarda cama durante varios días. Al parecer tiene una crisis hepática. Está bien que el doctor ponga un nombre a su enfermedad. Aunque duda todavía, piensa en la ruptura. Un casamiento de razón podría ser una buena decisión. Un excelente medio para enterrar una pasión ilícita. Finalmente, Silvia se encarga de comunicar su rechazo definitivo. Benítez recibe apenado su decisión. Victoria medita fríamente a su atracción por Hernán y la repugnancia que siente por Benítez. Si este último no le hubiera propuesto matrimonio una relación de amistad hubiera funcionado. Ella sentía una cierta ternura por él.  Pasa el tiempo. A Victoria le basta con mirar de reojo a Hernán durante un segundo para ser feliz. Pensar en él le ayuda a sentirse bien. Sin embargo, como buena hermana le satisface que Silvia le haga feliz y que le haya dado Decito. Siente que su capacidad, para ser generosa y al mismo tiempo infortunada, es admirable. En sus aposentos Palmira, abandonada por un novio, es su compañera de desdichas.  Palmira le manifiesta un día sus deseos de   partir.  Victoria le reprocha su partida.  Palmira le responde que esa casa esta embrujada, y que si no la abandona   nunca tendrá un marido. Victoria   logra retenerla con algunos regalos. Mas tarde su salud se resiente. El doctor le prescribe remedios, pero ella rompe las recetas. No duerme bien y siempre anda de mal talante. Es intratable con los sirvientes, con Silvia e incluso con Hernán. Este toma la costumbre de regresar tarde a casa. Victoria trata de indisponerlo con Silvia. Su compañera de desdichas, Palmira, se hace de un nuevo amante.  Victoria los espía. Así ve como Palmira, interrumpe un largo beso, y lo introduce en su habitación. Se acerca para escuchar lo que pasa al otro lado de la puerta. Su curiosidad tiene algunos limites, sin embargo. No observa a través del orificio de la cerradura por una cuestión de dignidad personal. Palmira invita a menudo a su amante a pasar la noche con ella. Al día siguiente, furiosa, Victoria se venga abrumándola de trabajo. Finalmente, Palmira  queda embarazada. Confrontada a esta nueva situación Victoria adopta una actitud bastante moralista. Palmira debe abandonar la casa. Victoria le da dinero cuando parte. El matrimonio de su hermana comienza a funcionar mal. Hernán ya no sale por las noches, pero sus amigos vienen a casa. Silvia decide cambiar los juegos de cartas por la música de Liszt y los poemas de Amado Nervo. A los hombres no les agrada este cambio y dejan de venir. Hernán cambia de conducta. Toma la costumbre de no regresar a casa por la noche. Las conversaciones de Silvia con él se vuelven ásperas y desagradables. Cuando de pasada Hernán le habla mal, Victoria goza, incluso le agradaría que le pegase… Silvia le confiesa que no desea ser madre de nuevo. El físico de una mujer se degrada demasiado con las maternidades. Confiesa que cuando se pelea con Hernán ama menos a su hijo Decito. Hernán vuelve a casa borracho, mal vestido y mal peinado, completamente ido. Victoria lo conduce al cuarto de baño para lavarle la cara.  Después va a ver a Silvia, que le dice que no es la primera vez que vuelve en este estado. Por esta razón cierra con llave la puerta de su dormitorio. Hernán puede terminar su noche en cualquier parte. En la tina del baño si eso le place. Victoria vuelve donde Hernán, que   la toca con sus manazas y le dice “Victoria usted es como un hermano…” Silvia y Hernán se alejan el uno del otro, la relación se degrada más. Victoria les sirve de intermediaria, de negociadora. Se vuelve la confidente de Hernán.  Sobre todo, cuando este ebrio. No se queja de esta situación.  En el fondo esta le agrada porque le acerca a Hernán. Cuando éste anda de viaje espera con ansia que le escriba a Silvia. Cuando llega una carta de él si Silvia no la lee de inmediato se enoja. Luego de uno de estos viajes, tras una ausencia de quince días, Hernán vuelve a casa. Silvia, que acaba de recibir un vestido de París que le descubre los brazos hasta los hombros, se va a una té bailable. Cuando vuelve a casa su disputa con Hernán es feroz. Los dos se encierran en su dormitorio, sin cenar. La discordia entre ellos se termina. El día siguiente, a mediodía, vuelven al comedor reconciliados. La “psicología “de Victoria ya no sirve de nada.  Pasan los meses y llega el verano, Victoria los acompaña al fundo de la familia. Es demasiado miedosa para quedarse sola en Santiago. Parte entonces obligada. Pero de pésimo humor, porque apenas responde cuando le hablan. Silvia y Hernán toleran su conducta, no le dicen nada. Hernán se dedica a las labores agrícolas, Silvia a la costura. Un día pregunta a los sirvientes por Palmira. "Ay señora, Palmira perdió a su bebe y ella también se murió. Como desaprobaba su conducta, su padre se negó a que recibiese asistencia médica". Esta noticia la deja anonada. Se siente culpable porque en el fondo ella quería a Palmira. Victoria recorre un   potrero donde hay dos toros que, en lugar de estar amarrados a una estaca, deberían estar en el establo. Un día ocurre algo que era previsible. Los dos toros se desatan y parten en tromba hacia la casa. Victoria no previene a su hermana. Silvia es atropellada por los dos toros. Victoria pierde el conocimiento durante cuatro horas. Cuando vuelve en sí le informan que Silvia está internada en una clínica de Santiago, pero que está bien. Esa misma tarde parte a Santiago. Victoria que ya no puede más con su sentimiento de culpa por la muerte de Palmira (y su bebe), decide suicidarse. En la familia hay una tía que es morfinómana. Procurarse la droga y poner fin a sus días le parece una tarea fácil. Adormecida por la morfina sería una muerte indolora y suave. Cambia de idea cuando Hernán y Silvia le informan que tienen proyectado viajar a Estados Unidos durante cinco a seis meses. ¿Aceptaría ocuparse de Decito como una segunda madre? Victoria acepta. Desgraciadamente, Decito se enferma, a las dos semanas de la partida de sus padres. Aunque decide no comunicarles lo de la enfermedad, Victoria se siente culpable. El médico trata de convencerla de  que el germen del tifus puede estar latente un mes antes de manifestarse. Por suerte Decito se salva. Este niño es para ella su razón de existir. Victoria trata de dominar su pena. A su regreso, Victoria y Hernán dicen que el niño debe dormir en su pieza y se llevan la cama. Siguiendo los consejos del doctor parten con su hijo a la costa. Victoria retoma sus deberes religiosos. Antes de partir Silvia le promete que estará presente para el día de su cumpleaños. Contenta porque el niño va a venir, Victoria se resigna, pero   no completamente. La casa está demasiado desierta, tiene miedo y todo lo ve negro. Los rezos no pueden reemplazar a Decito. Se dirige a Dios. Como no puede ofrecerle un alma en paz le propone sus penas. Y sus esfuerzos para amarlo solo a él. El día del regreso de Decito a la casa, Victoria lo espera con regalos y manjares. Una espera que se revela vana. Silvia y Decito no vienen. A las cinco de la tarde recibe un mensaje. Las felicitaciones de Silvia por su cumpleaños y el aviso de un imprevisto: unas visitas no anunciadas. Inconsolable, Victoria se dice que su hermana tiene razón, su marido, sus relaciones mundanas, deben pasar antes que las susceptibilidades de una hermana maniática.

Victoria tiene ideas extrañas. Aunque le complace contemplar el declive físico del ser humano (prótesis, heridas, pus) no entra en la Cruz Roja. Prefiere   refugiarse en las oraciones.   Un refugio que no le sirve de mucho ¡una naranja pelada le hace pensar en las nalgas de un ángel! ¿Está loca o maldita?  A su director de consciencia le propone que lea su diario íntimo. Este no aprueba que escriba sus confesiones. ¿Para qué recordar miserias que la memoria no puede contener?  La virgen María se le aparece en sueños. Vestida como una mujer corriente, pero levantando el dedo para señalarle la gravedad de sus faltas. El 12 de julio de 1920, tras una evolución de tres semanas, Victoria tiene mucha   fiebre. No puede hablar ni tragar nada porque tiene un absceso en la boca. Los médicos deciden operarla al día siguiente. Como la situación parece crítica viene a verla su director de consciencia. Después de la partida del religioso, Victoria le pide ayuda a una imagen de Santa Filomena. ¡Milagro!  El absceso se revienta solo. Nota final de su diario íntimo: ahora se va a dedicar solamente a Dios. Su salud no le permite entrar en un convento, pero va a observar las mismas reglas de vida de un convento en su casa. Promesa que cumple escrupulosamente. Enorme decepción: Decito, su sobrino tan querido, se burla de ella con mucha crueldad.

 

 

 

 



 

 

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Toya o La novela del amor doliente.
(Novela de Marcelle Auclair).
Por Georges Aguayo