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        Haciéndole el  quite al corazón
          Apuntes sobre Falso  Positivo, de Andrés Kalawski
(Das Kapital, 2015, 90 p)
        Por Guido Arroyo González 
          
        
        
          
          
        
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          Todo  falso positivo es un error. Sucede cuando un examen complementario arroja una  enfermedad que no existe, o cuando aquellos molestos programas de antivirus nos  avisan que hay un agente maligno en nuestro computador, pese a que el porno sea  un arte de lo más benigno. Este Falso  Positivo en cambio, es una alegoría que devela un estado de ánimo ante la  escritura. Ya en su primer poema, Outsourcing,  vocablo gringo para referirse a la subcontratación, la poesía de Kalawski toma  distancia de las figuraciones totémicas del lenguaje, que siempre suenan a  sonsonete nerudiano. (Cito) “Un día, los poemas de la evaporación van a  ganarle/ a las canciones de los ríos y la lluvia” (9). Se anula entonces la  variante metafísica que suele asignarse a la escritura poética, y a la vez se  entiende con estoicismo que la naturaleza, en su mutación y violencia, en su  ensayo y error, seguirá siendo siempre una fuente inagotable de escritura,  aunque quieran tapizar de hidroeléctricas el paisaje. 
           El verso que  cierra el poema es una sentencia: “También se ama cuando se escribe por  obligación.” (9). Suscribo plenamente. Y creo que aquél verso debería animar a  todos los ghostwriter del mundo aún no uníos, pues plantea una superación de  cierta figuración romántica, recubriendo de belleza la escritura por encargo.  Ya no importa el ego hipertofriado del autor, sino el efecto que las  operaciones del lenguaje generan, por ejemplo en el poema “Muestra Gratis”, que  está compuesto sólo por frases publicitarias pre-hechas del tipo “presione para  hablar” o “consulte a su médico”, y que sin embargo logra rozar el pozo  subjetivo del lector. Pues efectivamente hay amor en cualquier acto de  escritura, y quizá aún más si de antemano se tiene la conciencia que cualquier  pretensión científica suele basarse en un error, como las excavaciones  arqueológicas o la intención de comunicar un sentimiento mediante el poema. Si  hay una equivocación entonces en este Falso  Positivo, emerge como diría el colega de Kalawski Samuel Beckett: se debe  siempre fracasar, fracasar otra vez, pero fracasar mejor. 
          
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          Antes de seguir,  una aclaración. Todo libro es un montaje pero Falso Positivo es particular. Reúne diversos textos ya publicados  por Kalawski (casi veinte años de escritura), que han sido reescritos o  reelaborados con las pulsaciones del tiempo. Se trata de nueve poemas que  fueron premiados en el concurso por los 70 años de las Juventudes Comunistas  (imagino que ese tiempo habían menos concursantes de los que habrían hoy); y  diecinueve poemas que aparecieron en su libro Ensayo y Error, publicado por la gloriosa Ediciones del Temple el  2003. 
           En general,  cuando un autor reelabora su material suele realizar un chanchullo. Porque  muchas veces es la presión editorial o personal lo que impulsa tamaña empresa.  En este caso, y lo digo como lector del primer libro de Kalawaski, no pareciera  existir esa presión sino una resistencia. Porque los poemas modificados no  conforman unidades sino ingresan, desperdigados, a un nuevo montaje, que los  engarza alterando su espacio original o generando un nuevo espacio: este Falso Positivo que podría leerse como  una tomadura de pelo a esas reescrituras pasadas a teoría, que intentan validar  la ausencia de escritura, cosa que aquí, no sucede.
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          Cuál es la  imagen de un falso positivo? Hay alguna? Quizá la más cercana para cualquier  señorita y seroñito moderno, no militante Opus Dei, sea 
ese par de minutos  interminables cuando junto a la pareja esperamos las líneas del test de  embarazo. Este libro debería tener un poema sobre aquella escena. Porque para  llenar el espacio vacante del título, sus poemas diseminan imágenes que capturan  el error tautológico del nombre, reflejando la fractura que genera cualquier  modernización. 
           En el poema Insert Coin, donde la autoría simula un Walking Arround en formato Mario Bross o  Crash Bandicot, leemos: “Mira la ciudad. Empieza/ Las cáscaras de sandía en los  basurales/ tú saltas te comes las vitrinas de las lencerías/ aumentando el  puntaje./ No ganas vidas./ Mira su comida cachureo/ mira tu piel tartrazina”  (p32). La mentada figura del flaneúr emerge como un juego, que no da vidas sino  focaliza su sentido en utilizar un colorante como metáfora de la piel. Se trata  de una idea aguda que valida una forma de experiencia, la actual, pues en un  entorno arrasado por la publicidad, qué puede hacer la poesía sino abrir la  herida en vez de cantar a los pájaros? Y si en Falso Positivo aparecen seres alados están muertos, como en el  poema Domingo en la mañana, donde  alguien ofrenda un pajarito muerto para mostrar su cariño, “Tócalo, está  tibio”, dice, pidiendo un poco de cariño antes de salir por la ventana, dando  cuenta la plasticidad que poseen las relaciones humanas. Esta risa en sordina  que tensionan los poemas, se extrema en Teodoro,  donde se muestra al hombre dependiente ya no de la mascota sino de su puro  simulacro, el oso de peluche (cito): “hombre abrazado a oso/ no siente miedo”  // “oso que abraza a hombre/ no puede cerrar los ojos”. Es el oso inanimado el  que le teme al hombre, su realidad monocorde y egoísta, que busca en su felpuda  composición un amuleto, un fármaco para ansiedad o el dolor. Y esta imagen cala  hondo, porque Teodoro podría ser cualquier adorno,  cualquier objeto que ahora mismo guardamos en los bolsillos. 
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          Qué  significa que un libro de poesía tenga humor. Mucho. Porque para hacer reír  evitando el desmontaje de la parodia, hay que penetrar en la tragedia. No sólo  con el tiempo sino con el lenguaje: develar el horror, superando cualquier  cinismo y moralina. Y Falso positivo lo consigue con creces. El poema titulado “Fugaz”, que bien podría ser un haikú  occidentalizado, dice así: “Mira./ Eso allá es una persona/ viene cayendo”  (36). Es la sequedad desnuda de la descripción, lo que genera una risa en la  espina dorsal -o al menos eso me sucede. Como dice Henri Bergson, cualquier  acto humano visto con detención es fuente de risa, y el trágico acto de caer se  expone como si fuera un dibujo animado, una escena externa que nos interpela  como una luminaria. En este sentido, la escritura de Kalawski devela una  afilada compresión de la materia, utilizando ese recurso para tensionar aún más  cualquier inocencia a la hora de leer estos textos. En el poema Hombre tratando de entrar en la biblioteca encontramos:  “Ahora mi hija desmiga galletas las palomas/ cargan con las almas de las vacas  sacrificadas para fabricar/ las galletas con las que ahora las alimento”. Lo  que abunda es una risa entre dientes, que quizá para algunas suscite algo de  culpa, y es allí donde encontramos su rendimiento más interesante, la resaca  reflexiva que deja instalada. 
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          A todo esto,  nota tendenciosa al margen, así como para ir cerrando: pucha que cuesta afiliar  la escritura de Kalawski dentro del panorama poético chileno contemporáneo. Hay  cierta cercanía al Yanko González de Alto  Volta, al Gustavo Barrera de Exquisite, algunos pasajes de Andrés Andwandter o la Malú Urriola de Nada. Pero esta escritura se asemeja más  a una isla estética, una suerte de fármaco importado que no se encuentra en las  farmacias. Su carácter entonces es la excentricidad, la búsqueda de abandonar  el mapa céntrico que siempre aburre. En el poema Nota al pie de una antología por ejemplo, que bien podría ser la nota al pie del mismo libro,se aclara el asunto: “He sentido la  ansiedad, el dolor./ Y se reparte, pero vuelve al centro./ Y el centro en el  centro está en el corazón// -no es culpa de nadie-// y el corazón está seco”  (20)
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          Quería  cerrar esta presentación con algún chiste rotundo, o una idea que englobe de  forma certera, como lo haría un historiador frankfuriano, las tensiones que  deambulan por este Falso Positivo. Pero  claramente fracasé. Porque el poema homónimo del libro, que tramposamente está  situado al final, me perturba e inhibe. Acá una síntesis: una pareja camina  hacia la plaza central y en vez de las aburridas estatuas de turno está el mar.  No saben si es un premio o un castigo. Miran las gaviotas, piensan. Luego  deciden (cito): “La foto que mostramos es esa./ Nosotros somos los de ahí”.
           Qué  resonancias tendrían estos versos para nosotros, ya no sólo la pareja, si  tomamos conciencia que habitamos el segundo estado nación con más fallas  sísmicas de la tierra. La naturaleza como ensayo y error, pienso, y nosotros  allí adentro, esperando que nuestra foto sea otro falso positivo, pero esta vez  rodeado de mar.
          
            Nueva Extremadura, 2015.