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Los restos del país envuelven pescados
Sobre la poesía de Jorge Torres y José Angel Cuevas

Por Guido Arroyo
Publicado en Revista Contrafuerte, N°2, 27 de Abril de 2009



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Los diecisiete años de dictadura fueron un telón negro que acaeció sobre el paisaje. Un vaho aún nubla el ambiente, impide caminar con tranquilidad por las modernas avenidas, como si el miedo que asechaba bajo dictadura perpetrará tiempos donde supuestamente no existe represión. Los registros de esa época son fotos en blanco y negro corridas, tristes chispas tornasoladas, que se velan difusas para cualquier espectador.

En esas fotos intentan inmiscuirse -en la madurez de sus carreras- los poetas José Ángel Cuevas y Jorge Torres. El primero retratando el Chile de la UP, aquel país con cordones industriales donde la gente marchaba por las calles gritando en apoyo al “compañero” presidente Allende, y el segundo reflejando la atmósfera opresiva que reinaba en los medios de comunicación de la dictadura.

La obra del poeta José Ángel Cuevas ha sido crecientemente revalidada por la crítica, que ha elogiado su calidad testimonial rayana en el poema panfletario. Y también por la escena literaria (ejemplo de ello fue la candidatura al premio nacional impulsada por varios poetas “jóvenes”) que ven en su figura un símbolo de resistencia a la dictadura y un sujeto que persiste con desgano en un país que ama y odia. Resulta trascendente saber que Cuevas fue uno de los primeros actores culturales en cuestionar el modelo de vida que ofrecía el Chile democrático. Llegado la democracia concertacionista, difundió su poesía en autoediciones de bajo tiraje que repartía mano en mano. Se presentaba como un ex  – poeta que escribía en un ex – país. Su gesto enrostraba la pérdida definitiva de una sociedad, cuyo proyecto social se había extinguido.

El Álbum del ex – Chile, su obra más reciente, puede ser leído como selección de imágenes que retratan el simulacro revolucionario de la UP. Digo “simulacro” porque la sensación que dejan los registros periodísticos es una épica social contenida, la tragedia de un pueblo que buscaba cambiar el orden de las cosas, dispuesto incluso al enfrenamiento bélico pero cuyo esperanza fue cortada de cuajo. El libro se constituye de fotografías de periódicos divididas por años, acompañadas de textos que aluden a la época. Pero la forma en que Cuevas realiza el montaje carece de interés. No se trata de poesía concreta o poesía visual como afirma indocumentado el ex poeta en una entrevista, sino de un gesto personalísimo por evidenciar el motor de su escritura, el porqué de su lamento que se mimetiza con el del trabajador que en los sesentas apoyaba la revolución popular y que hoy sobrevive como gasfitero o mueblista. Como dijo en la última feria del libro: “a mí me gustaría creer que el mundo fronterizo de Teiller volviera”, pero sé que no será así. Por eso este documento no debería leerse como poesía, sino como una interesante pieza que se inserta dentro del creciente mercado de la memoria. La mayoría de los textos del álbum, son ejercicios nemotécnicos cargados de nostalgia que intentar reflejar al Chile que se perdió: “En todo Chile florecían grupos de arte, cantoras de folklore, teatro, diarios murales, poetas populares. Emergía la memoria, el ser de la comunidad. Era bonito…”, o fugaces recuerdos que dan cuenta del espíritu comunitario de aquella época: “Tomaba una cerveza cuando dieron un extra, extra, todos los que estábamos en las mesas levantamos la cabeza. ¡Neruda premio Nobel! Se sintió una ovación generalizada”.

La mirada de Cuevas carece de datos e ideas críticas, por eso no logra la hondura de obras que intentan su mismo ejercicio como La Batalla de Chile de Patricio Guzmán o Pinochet, los archivos secretos de Peter Kornbluh. El álbum se inscribe en la lectura sugerida por el sociólogo Tomás Moulián, que analiza aquel período histórico como una gran fiesta aún anhelada por quienes la vivieron. De ahí que el eslogan de la derecha “Junten Odio chilenos”, es el que más repite Cuevas, refiriendo en último término a sí mismo y a la necesidad de purgar como sea la frustración de la derrota, la rabia y odio que naturalmente siente alguien cuando le bajan la música y en vez de echarlo lo encierran en un recinto de tortura.



Parecido dolor es el que sentía el poeta Jorge Torres cuando elaboró la obra Poemas encontrados y otros pre-textos. Resulta trascendente saber que fue el primer poeta que hizo “publica” una obra bajo dictadura. Como varios, y al igual que Cuevas, podría haber publicado antes pero la urgencia política que demandaba la UP sugería que esa época no había que hacer poesía sino disponer las manos para la obra. Fue en 1975 cuando apareció el folleto de poemas -editado artesanalmente y distribuido mano en mano- Recurso de amparo, donde ya se atisbaba como tema central de su obra la angustia del sujeto oprimido por el sistema dictatorial. No se trató simplemente de una obra que reflejó lo que sería su trabajo poético de ahí en adelante, sino del primer registro de publicación poética que existe en Chile bajo dictadura. Poemas encontrados intenta dar cuenta de otro Chile, aquel dominado por la “gloriosa junta militar” que sufre cotidianamente los absurdos artilugios que el régimen imperante realiza para encubrir las muertes a través de los medios. La obra se construye con definiciones de la R.A.E sobre palabras como Literatura, estupor y coma, noticias insólitas, afiches intervenidos que promocionan la “jornada del dolor”, reglamentos jurídicos, emotivas solicitudes de indulto presidencial o célebres fragmentos de entrevista donde Pinochet dice odiar las poesías.

El ejercicio de Jorge Torres no tiene muchos precedentes en la historia literaria chilena. Tendría alguna relación con el objeto encontrado (object trouvé) Duchampiano o el collage dadaísta, pero cargado de ironía y cuestionamiento político. Podríamos relacionarlo en la tradición chilena con el Paseo Ahumada (1983) de Lihn, La Ciudad de Gonzalo Millán (1986), o el desconocido Arre Halley Arre (1986) de Elvira Hernández, aunque en el caso de Torres este ejercicio se extrema, ya que no está formado por textos poéticos que refieran al manejo mediático y territorial de la dictadura, sino objetos materiales que mezclados articulan un discurso que puede ser leído como análisis sociológico o desgarrador diario poético. El libro intenta reconstruir esas zonas perdidas que aparecen golpeando la cotidianidad a través del periódico, demostrando una satírica desconfianza hacia el lenguaje y su capacidad por reproducir textualmente desde los códigos de represión más evidentes, como las bandos militares, hasta los más tácitos, como una crónica roja publicada en el Mercurio en 1986 que anuncia el supuesto suicidio de un hombre vinculado a la resistencia en una banca del Parque Forestal con un arma hechiza.

Con Textos encontrados y otros pre-textos, Torres se inscribe como uno de los artistas que ha llevado al límite el ejercicio de la escritura en relación con su método, la forma y el discurso político, cercano a figuras como Guillermo Deissler o Eugenio Dittborn. Su obra se adelanta al concepto de contra-comunicación en el decir del filosofo Gilles Deleuze, que a grosso modo sugiere que todo discurso crítico debe basarse en la dislocación de un discurso dominante y mediatizado, rompiendo la falsa emotividad de las imágenes e intentando poner en recirculación ese mismo discurso alterado.

Si Pepe Cuevas, el ex poeta, se refiere a un ex país incitado por el odio contenido y la nostalgia, Torres recorta diarios y acumula documentos con la parsimonia y desesperación del deprimido que intenta hacer un panorama de su época. El procedimiento resulta similar, pero la potencia crítica que logran los textos encontrados, como registro y reflexión, resulta superior a la emotividad con que Cuevas repasa la historia en su Álbum. Esto nos vuelve a demostrar lo importante del método y la técnica a la hora de elaborar un discurso o texto poético y, por otra parte, confirma la tesis de que la historia no la cuenta quien la vivió sino quien puede reflexionar sobre ella.

En todo caso, ambas obras dan cuenta de ese telón oscuro caído sobre este país -que para Nicanor Parra es un gracioso paisaje de figuritas presidenciales ahorcadas sobre un muro concertacionista-,  que al parecer no será levantado hasta que revisemos en detalle los diarios personales, para descubrir cuánta dictadura quedó dentro de cada uno.

 

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GUIDO ARROYO (Valdivia, Chile, 1986). Poeta. Ha hecho circular su libro-objeto Postales (Bs. As, 2006) y una plaquette adelanto de su libro Cerrado por derrumbe (Editorial Fuga, 2008). Críticas literarias, artículos, entrevistas y creaciones suyas han aparecido en diversos medios, destacan: La Avispa (Mar del Plata), Grifo (Santiago), Fosa (Temuco), LP5 (Chile), además de las revistas digitales letras.s5, lanzallamas y La Siega. Ha obtenido menciones honrosas y segundos lugares en concursos de narrativa y poesía que prefiere no nombrar para no ser un chileno medio. Es miembro del taller Santa Rosa 57. Dirige la editorial Alquimia.



 

 

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