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Entrevista a Gustavo Boldrini :
“PATAGÓNICOS, MAPUCHES, NORTINOS... NO CONFORMAN UNA IDENTIDAD COMÚN”

Por Francisca Olivares
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Gustavo Boldrini escribe no sólo de lo que conoce, sino de lo que ha recorrido. Cuando uno lee sobre algún cerro, una oculta quebrada o un portezuelo que describe, parece estar viéndolos “in situ”. Y cuando agrega detalles que hacen aflorar la vibración telúrica en esos lugares, también.

Algo similar ocurre con sus personajes. Gentes alejadas del progreso como se entiende hoy, pero que pasan por este mundo con mucho qué decir sobre lo que vale la pena vivir en esta tierra.

Boldrini creció en Quillota, y también en Chiloé. Sus estudios los combinó siempre con viajes, vivencias muy intensas y también con oficios diversos. Junto con la literatura y trabajos académicos, ha mantenido siempre labores de carpintero a la antigua y montañista solitario que le han dado una gran sensibilidad para captar la esencia de los temas que va encontrando y narrando. Por eso, algunos estudiosos afirman que las novelas de Boldrini están instalando en Chile la antropología poética, esa nueva corriente que quiere conocer no sólo la materialidad de la vida de los seres humanos, sino llegar a la esencia de sus aspectos más sutiles: los sentimientos, la expresión artística, la espiritualidad, los sueños...

Con esos conocimientos e intuiciones, escribió hace algunos años “Raín, Crónica del último canoero”, ambientada en Chiloé, y recientemente “¡Chuchetas! Resistencia y esplendor de una banda de cuatreros en el Norte Chico”. De ella hablamos en esta entrevista...

Antiguos señoríos

–Su anterior libro estaba ambientado en Chiloé. ¿Cómo saltó al Norte Chico?
–Tengo interés por geografías muy diversas. Parte de mi vida la pasé en Quillota. De adolescente hacía apuntes sobre caminos, plantas, mitos... Después, como estudiante o profesor universitario, volví muchas veces al Norte Chico, un territorio donde se vive intensamente la cultura local, casi como en Chiloé. Cuando apareció un tema concreto, el de los cuatreros... lo asumí.

–Dice que el Norte Chico empieza al norte de la cuesta del Melón, pero la geografía oficial no señala lo mismo...
–Es que aparte de lo administrativo los territorios también bullen y se definen por otras cosas. Geografía, origen común de sus habitantes, mentalidad... La mayoría de las personas en la Quinta Región alguna vez vino del Norte Grande o Chico. Encontraron un clima benigno, trabajo, y siguieron conformando una singularidad que se expresa en festividades, religiosidad, culinaria, anhelos... Quillota, La Calera, La Ligua, son antesalas mentales y paisajísticas del Norte Verde; centros de una movilidad muy visible..., como si los antiguos señoríos mollenses, diaguitas, inkas, siguieran actuando hoy.

–Da la impresión que usted ha recorrido más de un vez los caminos y cerros que nombra...
–Cientos de veces. Tengo pasión por el territorio. El viaje, el “pequeño viaje” le llamo yo, comenzó siendo un hábito imprescindible cuando adolescente y ahora se me transformó en una metodología para conocer. Escribo porque viajo; debo vivir los temas. Sólo desde el viaje llego a tener una noción del ser humano; sobre todo, el de aquí.

–¿Por qué sus protagonistas pertenecen a una banda de cuatreros? Son delincuentes muy marginales, escasos...
–Dirigía unas tesis sobre territorialidad en el Norte Chico. Temas que tenían que ver con la ocupación del suelo, sus palabras, la identidad... En eso llegó a su “peak” el caso de una familia de cuatreros, “Los chuchetas del Río”. En 2004 la banda comenzó a ser desbaratada y hoy la mayoría cumple penas en cárceles del norte. Desde el conocimiento que tenía de la zona, pude comprender muy claramente la naturaleza del delito.

–¿En qué sentido?
–Este delito no tiene que ver con una delincuencia compulsiva resultante del consumismo, la pobreza o las drogas. Su razón es mucho más visceral y antigua. Por un lado tiene que ver con la exclusión social desde tiempos coloniales; pero sobre todo, con una resistencia ante la pérdida de un mundo tradicional. En especial, la pérdida de la economía ganadera y todo lo que le incumbía: talabarteros, herreros, arrieros, baqueanos, veterinarios... y más, oficios y símbolos de gran dignidad, que constituían culturas locales. Muchos no supieron, no pudieron o no quisieron emprender una reconversión hacia otra actividad. Algunos, por defensa o resistencia cultural, quizás inconsciente, devinieron en cuatreros. De la antigua vida, sólo les quedó la gallardía, la dignidad, el amor por los caballos, el arrojo... Por eso los elegí como tema, ellos hacen la humanidad crítica nacida del territorio nacional.

–¿Son una metáfora?
–Sí, una metáfora de la exclusión. Puntualmente representan a muchos de los chilenos que por alguna razón perdieron algo que no pudieron recuperar. Son los habitantes de un Estado Nacional a los que se les impidió vivir en sus valores consuetudinarios.

–Sorprenden, en medio de esos cuatreros la presencia de un estudiante de arquitectura, un juez, un abogado. ¿Qué hacen?
–Grafican la impotencia y la inefectividad que tienen para actuar los jóvenes profesionales que ejercen en esos lugares. El abogado se encuentra con que allí existen leyes locales muy antiguas, consuetudinarias. Sobre todo códigos de honor o de buena vecindad; otras medidas, costumbres, que no coinciden con las reglas del Estado. Lo mismo el estudiante de arquitectura. Resulta raro el Derecho Romano o el urbanismo español en lugares vernáculos, americanos y en donde la problemática moderna apenas llegó, ni menos un pensamiento occidentalizado. Ellos también devienen en chuchetas, por otras razones.

–La palabra chucheta es muy popular. ¿cuál es la definición que más se acerca a los personajes del libro?
–Expresa a una persona que por un lado dice una cosa y luego hace otra. Es una especie de engaño, una conducta bastante desesperada, dual, desconcertante. Pero también, históricamente, chucheta definió a un hombre elegante. La banda de chuchetas de mi libro son personajes altamente cultos en el modo perfecto en que conocen su territorio. También son nobles, caballerosos; pero, por otro lado, roban animales. Resisten y se defienden de ese modo de un mundo que les ha sido hostil, poco generoso.

–Las gentes del Norte Chico que usted describe parecen vivir en otro país, con mentalidades muy diferentes a las “chilenas”. ¿Son invención?
–En realidad son otro país; uno conformado por la reminiscencia de muchos ethos que durante la historia se desarrollaron allí. La pretensión de una única “mentalidad chilena” en realidad es un acto de fe, quizás la presunción de que el Estado Nacional fue constituido por decenas de pequeñas patrias. No es así. Hasta hoy los patagónicos, chilotes, mapuches, centralinos, nortinos, no conforman una identidad común; tampoco son devotos de un único Estado. De verdad, las regionalizaciones políticas, las planificaciones territoriales, no expresan una realidad común. De ahí las exclusiones, las injusticias, la falta de participación social...

–En la banda hay dos mujeres poderosas y una es medio maga. ¿Ha conocido mujeres así?
–Claro, una es la guía táctica, también a cargo de la talabartería, construcción de los lugares que frecuentan; en fin, algo así como la celadora y reproductora del símbolo. La otra es la médica en todas sus formas: yerbatera, compositora de huesos, rezadora, quehaceres que tienen que ver con el dolor y los intangibles humanos. Este tipo de mujeres existe. Las médicas son las más comunes. Son mujeres muy poderosas que han trascendido los conocimientos prácticos, pues también han heredado o cultivado dotes para conectarse con planos o realidades que están mucho más allá de lo concreto.

–En su libro, algunos espacios geográficos tienen una especie de sacralidad, ¿eso es para darle ambiente a la novela o es real?
–La tienen, es muy evidente para quienes viven por allí. El nortino tiene, por ejemplo, una deferencia sacra hacia sus montañas, hacia el modo cómo lleva su trabajo diario, una devoción hacia sus árboles, el agua, sobre todo ahora que no alcanza para todos. Tras la revalorización que se ha hecho (en los últimos años) de las etnias y su legitimidad, reaparecieron muchas actitudes sacras que se comenzaron a reproducir.

–¿Cuáles?
–Ritos, ceremonias, lugares sagrados, reutilización de palabras, celebraciones que revivieron y les borraron el estigma de ser “indios” o de menoscabo cultural. En las ciudades del Norte Chico hay organizaciones que agrupan a descendientes de diaguitas, aimaras, changos, mapuches... que vuelven a dar valor a sus creencias, a su cosmovisión, y a cautelar sus herencias –tangibles o no–, como sus manantiales, tierras, sus petroglifos, su religiosidad....

–¿Usted diría que allí está o se expresa el alma de Chile?
–No sé si de Chile. Prefiero decir que en esas supervivencias culturales se expresan las prácticas espirituales y mentales de muchos pueblos y gentes que en este suelo político –Chile, si usted quiere– quedaron al margen de un Estado Nacional y que hoy tratan de sobrevivir, reproducirse o resistir desde sus más atávicas convicciones morales, las que hacen su costumbre. Sobre eso me interesa escribir.

 

Foto: Bárbara San Martín


 

 

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“PATAGÓNICOS, MAPUCHES, NORTINOS... NO CONFORMAN UNA IDENTIDAD COMÚN”.
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