Elucubraciones sobre “Creatur”, de Gustavo Barrera
Por Andrés Urzúa de la Sotta
El asunto es el siguiente: intento escribir una reseña a partir de la idea que tengo del libro en mi cabeza, sin haberlo leído del todo. Supongo que muchos, en secreto, lo hacen así, mas nunca develan su desconocimiento. No quiero que se entienda que el poemario es indigno de ser leído hasta el final (ni siquiera lo sé), 
ni mucho menos que es aburrido, sino –tal vez- todo lo contrario: atrae a primera vista, desde el nombre, la portada y el presentimiento, incluso a quienes no se emparentan con el lenguaje poético: a modo de ejemplo, las palabras de mi polola al hojearlo: “entretenido… te va a gustar”.
Mi primer contacto con Creatur fue mediante google books. Estuve leyendo con entusiasmo algunos poemas, los cuales no dejan de sorprenderme. La habilidad para crear escenarios verbales, situaciones y mundos que no existen sino dentro del texto, quizás al modo de espacios, planos, personajes y etcéteras imaginarios, los cuales en su ficción son tan reales como la (ir)realidad (véase poema Caja uno: la idea de relación). Como lector es posible entrar, sumergirse en la atmósfera que propone el autor; es posible delirar y deambular por el texto como quien asiste a una ciudad interior: al interior de una cabeza, cuya tapa, los sesos, se ha elevado hasta el techo.
Más tarde vendrían las expectativas, las elucubraciones mentales: el libro llega a mi domicilio cuarenta y ocho horas después de encargarlo: un hombre toca el citófono, sube por el ascensor y me entrega el sobre respectivo; en el interior se encuentra el libro: una pareja de muñecos inertes en la portada.
Reitero y agrego: mi polola toma el libro, lo mece y lo hojea; dice aquello que cité en el primer párrafo de la reseña. Luego me lo pasa y empiezo a abanicar las hojas, a echar un vistazo rápido y azaroso. Acto seguido, pienso en cómo se funden las parejas, cómo se mimetizan hasta no diferenciarse del todo. Después empiezo a escribir lo que estoy escribiendo, pero me detengo a recordar la impresión que me causaron algunos poemas de Creatur cuando los leí en internet por primera vez: virtuales, visuales, modernos, alucinantes, lúdicos, espaciales. Hay una especie de originalidad, de aliento nuevo en estos versos, me dije. Son frescos o al menos refrescan; no se empantanan en ese realismo explícito de una parte no menor de la poesía joven actual. Hay juego, hay realismo en la fantasía y espacios siempre fronterizos, me repetí. Hay habitantes que simbolizan nuestro habitar complejo, inextricable: una suerte de arquitectura interior, la que seduce. Hay un libro en mi cabeza que me gusta.
