UN SILENCIO QUE DELATA
Infracciones al orden patriarcal en el cuento “La mano”, de Guillermo Blanco
Por Alejandra Bórquez Jaque
“La mano”: La sucesión de acontecimientos se inicia cuando, inmersos en un espacio rural, Mañungo, el protagonista, y su enamorada, cuyo nombre no es mencionado, conciben un hijo, razón por la cual (según se da a entender) se casan. Años más tarde, cuando la criatura está apenas comenzando a hablar, este hombre (sin explicación manifiesta para el lector), borracho, maltrata a su esposa y luego la asesina con un hacha. El narrador lo muestra cavilando insistentemente en el motivo que lo llevó a matarla (un sentido de posesión absoluto sobre ella, sumado a una ira irrefrenable, aumentada por el hecho de que la mujer en ningún momento grita) y en lo que debía hacer con el cadáver, hasta que se presenta su hijo, que es muy pequeño para darse cuenta de lo que sucede. Mañungo no sabe qué hacer con él, así que lo sube a la carretilla donde llevaba el cuerpo de su esposa y, en medio de la noche, parte con ambos camino al pantano. Al ver al pequeño reír, creyendo que su madre juega a hacerse la dormida, Mañungo siente un peso del que sólo se libra arrojando repentinamente a su hijo al pantano; luego hace lo mismo con el cadáver de la mujer. De vuelta en casa, limpia la mancha de sangre en el suelo y, ansioso por continuar embriagado, se dirige a la taberna, donde relata a los presentes que su mujer lo ha abandonado y se da cuenta de que todos miran fijamente la marca que ha dejado en su camisa la mano ensangrentada de su hijo, quien había estado acariciando a su madre muerta.
Desde su publicación, el cuento de Guillermo Blanco “La mano”, ha sido interpretado de tantas maneras como historias secretas contiene. Ganador del Premio Único en el Concurso Chile-Perú, organizado por la Asociación del Libro Americano en 1957, fue publicado recién en 1966, junto con otros ocho cuentos, en un volumen titulado Cuero de Diablo, obra que fue bien recibida por la crítica de la época, que valoró la tersura de su prosa y el manejo tanto del suspenso y el terror, como de la ternura. Cuarenta y dos años más tarde, Cuero de Diablo es ya un clásico de la literatura chilena. Es en este contexto que propongo una lectura “La mano” como un relato que descubre en nuestra identidad nacional cierta estructura que por mucho tiempo fue omitida, como hoy en día oficialmente rechazada.
Este cuento manifiesta de manera íntegra cómo opera el sistema patriarcal en nuestra cultura y las estrategias de los sujetos subordinados para contravenir este orden. Esto se evidencia, en primer lugar, a través de la estructura del relato, en la cual, a nivel narrativo, la voz conferida a los personajes que representan a los individuos pasivos del patriarcado (mujer y niño) es tan escasa que éstos no logran constituirse como sujetos activos a través del discurso, como sí lo hace Mañungo, cuya palabra, en tanto producida desde el sitial dominante (hombre), está en principio legitimada por un narrador en estilo indirecto libre que pone su vocabulario y redacción eruditos al servicio de una justificación del crimen perpetrado. En segundo lugar, el significado propuesto para el cuento se puede apreciar a través del análisis de la actitud de la esposa de Mañungo y su silencio ambivalente en tanto sumiso (esperó callada a que la matara) y transgresivo (jamás gritó ni imploró, lo cual exacerbó la ira de Mañungo). Además, la participación en la trama de otro personaje subordinado, el hijo, da cuenta de una manera diferente a la de la madre de alterar el orden patriarcal, desautorizando el discurso del padre por medio de un significante visual (la mano estampada en su camisa). Finalmente – y en este aspecto se centra el presente artículo –, la superficie textual del cuento muestra de manera literal la interpretación de la totalidad del relato: el significado es revelado en el significante.
Existen dos instancias, el título y un par de frases al interior del cuento, que en conjunto revelan la significación propuesta para la historia secreta: los sujetos pasivos, pese a no tener voz, pueden igualmente comunicar e incluso trasgredir las voces autorizadas por el orden patriarcal. El título del cuento obliga a remitirse al final del mismo, donde “una pequeña mano roja –la del chico, tinta en sangre de ella- había quedado impresa”, en la camisa de Mañungo. Esta marca de la mano opera como un significante propio o adecuado al código no verbal de los sujetos subordinados. De esta manera se sugiere pesquisar las alusiones textuales a la presencia de las manos en el relato. Hallamos, entonces, una relación metonímica, de la parte por el todo, entre los personajes y sus manos, revelándose la situación de cada uno de ellos y su influencia en el significado de los acontecimientos.
En primer lugar, la descripción del cadáver repara en su “mano izquierda crispada”, haciendo referencia a la crispadura o contracción del personaje femenino: la mujer reconduce la agresión contra sí misma, recogiéndose. En segundo lugar, encontramos, por una parte, “la mano que sostenía el hacha”, lo que refiere al poder destructivo del personaje masculino y su rol de agresor; y por otra, una “mano que acaricia”, que remite al poder protector de Mañungo, quien también siente ternura por su esposa. En tercer lugar, el niño “acariciaba con la mano el rostro ensangrentado” de la madre, mano que imprimirá su marca sobre la camisa de Mañungo. En relación metonímica, la mano cumple el rol delator, ingenuo y silencioso, del niño que amorosamente juega, ignorante, con su madre muerta.
Unido a estas relaciones metonímicas, la significación propuesta para el relato es completada por frases secretas, claves de la historia connotada. La primera de ellas se manifiesta cuando Mañungo es exhibido por el narrador en plena meditación acerca de lo que debería hacer con el cadáver de su esposa, cuando decide no arrojarlo al río, ya que “aparecería más allá, y sabrían que no se ahogó, pues ahí estaban el pequeño tajo en la frente y el gran tajo que empezaba desde atrás de la oreja hacia arriba: “dos pares de labios que contarían el cuento, a voces”. En este caso, las marcas de hachazos en el cráneo de la mujer delatarían la real índole de su muerte, por lo tanto, el río no era buen lugar para deshacerse del cuerpo. El pantano, en cambio, era el sitio ideal, pues “también era una boca: la de un mudo, que traga y no cuenta. No habría búsquedas que valieran allí, ni olfato de pacos. Ni heridas visibles”. Tanto los tajos en el cráneo como el pantano, son vistos por la mentalidad criminal como posibles emisores: el primero, unos labios que hablan y el segundo, una boca que calla. Hay, entonces, dos tipos de silencio: el que encubre, como el pantano que tapa los vestigios de un crimen; y el que delata, como los tajos del cráneo que evidencian golpes de hacha, como el de la mujer, que desconoce la hombría de Mañungo y su poder sobre ella, o como el del hijo, que sin emitir sonido alguno, devela a través de un signo visual el crimen cometido por su padre.
Estos dos enunciados que he identificado como frases depositarias del secreto del cuento, hacen referencia a ciertos labios que hablan (los tajos en el cráneo) y a una boca de mudo (el pantano). Los primeros quedan inmediatamente descartados, pues lo deseado es el silencio, el encubrimiento de lo que realmente ha sucedido. En cambio, la boca de mudo, el pantano, “le vino igual que una luz se enciende repentinamente”, aceptándola porque le permitiría esconder la verdad. Esta boca muda hace directa referencia, a nivel textual, a la actitud de la esposa de Mañungo, quien se mantiene en silencio a lo largo de todo el cuento, salvo cuando saca la voz para manifestar su preocupación por un posible embarazo. Pero el silencio de la mujer no es solamente textual, es decir, una ausencia en los discursos del cuento, sino también constitutivo del personaje. El campo semántico asociado a la construcción del personaje viene a confluir completamente en esta boca muda, concepto que simboliza cabalmente, por sinécdoque, la forma en que debe comportarse una mujer y el lugar que ocupa en el sistema patriarcal: obediente, callada, controlada. Sin embargo, la boca muda también abarca la actitud de la mujer que, en lugar de gritar para manifestar su miedo, mantiene un silencio transgresivo, pues impide que Mañungo sienta que tiene posesión y poder sobre ella.
También la boca del niño es muda, más que por aún no haber aprendido a hablar, porque es silenciada por el padre. El narrador dispone la información de tal manera que muestra a Mañungo ultimando a su hijo en un arrebato de desesperación ante la siniestra situación de verlo reír mientras juega, engañado, con la madre muerta. A la luz de la frase secreta, la significación del lanzamiento del niño al pantano es enriquecida, develándose como forma de callar una boca que más adelante hablaría y cuyo discurso, al convertirse en hombre, sería legitimado. Así, el niño queda simbolizado por los labios que cuentan el cuento, puesto que, finalmente, aunque su voz es silenciada, delata al padre por una vía alternativa a la de las palabras, la de la imagen.
Si bien las transgresiones de la mujer y el niño al orden patriarcal son sutiles, más bien simbólicas, no por ello dejan de ser sumamente significativas, reveladoras de una parte importante de nuestro comportamiento como cultura, donde a los débiles no les queda más opción que valerse de ciertas tretas para defenderse de un sistema que los contiene y en el que no tienen voz.