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Guillermo Blest Gana, romántico total


Por Dave Oliphant
Publicado en Hallazgo y traducción de poesía chilena
Raleigh, NC: Editorial A Contracorriente. 2019


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En la historia del romanticismo, vemos que algunos de los más grandes exponentes de esta visión del mundo murieron jóvenes [1]. Los poetas en especial parecían secarse a temprana edad tratando de superar lo que veían como una enfermedad común al Hombre y la Naturaleza: la de la imposibilidad de realizar los sueños más acariciados. Estos románticos buscaban lograr la cura mediante el establecimiento de una conveniente comunicación entre el hombre y su medio. Raras veces, sin embargo, hubo un poeta que viviera lo suficiente para alcanzar su objetivo en toda su amplitud. Analizándolo demasiado en términos filosóficos, a menudo los poetas perdían el poder poético que su ventajoso e idealista punto de vista les prestaba. Por esta razón, dentro de la historia casi universal del romanticismo, el caso de Guillermo Blest Gana es de inusitado interés. Avanzado ya en años, hizo esta declaración que epitomiza su propia práctica:


Los versos que hacen los poetas de ahora, aquí en Chile i en América en general, se lo digo con toda sinceridad, no me agradan. Ellos dicen que la poesía debe nacer más del cerebro que del corazón (...) como viejo diré que éstas son novedades pasajeras, como lo fue el decadentismo i que la única poesía que puede vivir i que usted debe hacer, si quiere que sus versos no duren lo que las rosas de verano, es bella poesía, poesía suave, verdadera y sobre todo con mucho sentimiento»[2].


Aunque hay características que Blest Gana no comparte con románticos extranjeros o contemporáneos chilenos, su tipo de «romanticismo» está basado en los aspectos más elementales de ese movimiento y de una manera que incluye lo mejor y lo peor de sus manifestaciones literarias. Uno de estos elementos básicos dentro del repertorio romántico se encuentra en su relación con la Naturaleza, que sufre con él los efectos de la Caída. Como ambos están sujetos al nacimiento y muerte, un sentimiento de identificación es la resultante en el espíritu del poeta:


Para el romántico la realidad no es algo objetivo e inmóvil, independiente de sus estados emotivos, sino un reflejo de éstos. El romántico siente el paisaje como un estado de espíritu, lo deforma filtrándolo a través de su sensibilidad, nos da de la realidad una visión personal [3].


De esta desfiguración de la Naturaleza se deriva la mayor parte de la crítica al romanticismo. Aunque no sería posible ser objetivo, la acusación de una visión artificial no podría aplicarse a los románticos con justicia, ya que los sentimientos siempre se privilegiaron por sobre la razón, la única comprensión verdadera se deriva de una identificación emocional. Un ejemplo importante de este rechazo a una visión ordinaria de la realidad por una visión superior se encuentra en el poema «Ilusión» de Blest Gana. Aquí, el poeta celebra las bellezas de la vida como la única felicidad verdadera e identifica el dolor como pura ilusión. Este tipo de miopía ha sido atacada durante mucho tiempo como una de las peores debilidades románticas. Sin embargo, no debe dejar de considerarse si se quiere apreciar realmente adónde condujo a los románticos.

Aunque Blest Gana no entra en detalles sobre los esfuerzos de la Naturaleza para realizarse a través de una relación conveniente con el Hombre, se ve que él está consciente de este cariz del problema, que tiene el poder del poeta de ponerse dentro de lo que ve. El poeta cree que el Hombre y la Naturaleza pueden lograr sus más profundos anhelos, siempre que cultiven las relaciones más naturales y puras. En «Noche XV», el poeta nos da uno de sus más sensuales relatos de las actividades de los hombres y la Naturaleza. Los sonidos y movimiento de ella («el arroyo ... besando al paso las pendientes ramas / del verde sauce») son comparados con una frenética algazara humana donde la Naturaleza «remeda el ruido del hablar secreto / de dos amantes»[4]. Aquí lo inanimado siente lo humano y se lanza a imitarlo. A través de este poema, las imágenes son comparaciones de las relaciones humanas, de madre a hija, de hermana a hermana, relaciones que se dice existen entre montaña y llovizna, tierra y luz de la luna, cada parte protegiendo a la otra con un interés y afecto como de carne y hueso. Las hojas que se mueven son comparadas con labios hablando de amor, y la luciérnaga, con una persona que ora y después trata de esconder sus dudas. En último término, sin embargo, el significado de todo esto está dirigido, naturalmente, más hacia lo humano que a lo inanimado. Amar las ilusiones de la noche sin inquietarse porque son nada más que eso, amar la sola apariencia de similitud humana sin sufrir creyéndolas producto de la imaginación, es para Blest Gana una felicidad que vale el dolor de engañarse a sí mismo.

En «Noche XXII» el poeta también refiere a la noche como un medio de esconderse de la realidad y ganar por lo menos una felicidad transitoria. Este escapismo también es una de las debilidades que se encuentra en el romanticismo, pero dentro de este tema se introduce uno de los más significativos elementos para Blest Gana y todos los románticos: la del recuerdo como el sentimiento más sustancial, y la noche, como su hora más propicia. Cuando el narrador, en su soneto que empieza «Si a veces silencioso y pensativo», teme que en la presencia de su amada su solo respirar la haga desparecer como todas sus otras felicidades, debe ser evidente la importancia para el romántico del poder recordar esos paraísos perdidos, ya que si la felicidad es algo tan frágil, no queda otra manera de retenerla sino que a través de un recuerdo inolvidable. Evidente también es la predilección por la experiencia mental por sobre el contacto directo. La debilidad de tal actitud está expuesta a una crítica severa; sin embargo, como siempre, los resultados poéticos pueden, hasta cierto punto, justificar los efectos irracionales.

Explicar mediante referencias biográficas este temor de aceptar una felicidad fugaz por sí misma, parecía a los más tempranos admiradores de los poetas románticos el camino más positivo posible. Esto es correcto en el caso de Blest Gana, si el enfoque hecho por Enrique Nercasseau y Morán en 1906, puede considerarse como típico de su época. Este crítico considera la muerte de la madre del poeta a tan temprana edad como el factor determinante en herir «tan profundamente las cuerdas de la sensibilidad, que desde ese instante su lira se sintió más predispuesta a la queja i al llanto, que a la sonrisa y la alegría»[5]. El recuerdo de su pérdida persigue al poeta, como también su desilusión frente a una mujer que él amaba como su «amor primero, cuando el alma, como las flores al rocío, se abre a las dulces i nobles emociones de la existencia»[6]. Aunque esto puede ser cierto, dicha postura de Blest Gana, la cual es común a casi todos los románticos, ya no satisface. Es una suerte, por lo tanto, tener un crítico tan penetrante como Fernando Alegría que le dedica varias páginas a este poeta en su libro La poesía chilena: orígenes y desarrollo del siglo XVI al XIX de 1954. Al tratar del temor de Blest Gana a que el amor pueda acabarse para siempre, como indica por ejemplo en «¡Oh, mis cartas de amor!», Alegría considera el problema con humanidad y lógica. En el poema al que Alegría parece hacer referencia, Blest Gana dice que preferiría no haber amado nunca, ya que al amar una vez no podrá hacerlo de nuevo. Alegría defiende esta debilidad romántica preguntándose y contestando una pregunta muy razonable: «¿Quién cree que su amargura fue eterna o que jamás volvería a amar en su vida? Nadie que esté en sus cinco sentidos. Pero como él no estaba en sus cinco sentidos cuando tenía veinte años tenía derecho a creerlo y proclamarlo en sus versos»[7] .

Además de este estigma un tanto juvenil, hay otros elementos en este mismo poema que merecen detallada atención. Como en muchos románticos, la verdadera razón para dejar de atesorar el pasado no es mencionada por el poeta. En el caso de Blest Gana apenas dice que fue «por mi mal», aunque este «apenas» pasará a significar muchísimo más en sus obras posteriores. Aquí, el poeta concentra su atención en el hecho que el recuerdo es a la vez fuente de tormento y placer. Cree que su primer amor fue el eco de una melodía celestial interna, idea cercana a la de Wordsworth cuando el poeta inglés presenta a un niño como viniendo a este mundo con nubes de gloria arrastrando de su existencia pasada, nubes que desaparecen gradualmente, mientras más tiempo vive el hombre separado del cielo. La pérdida de la inocencia es descrita por Blest Gana, como un transitar orgullosamente por el camino de la vida, lleno de confianza, cuando de pronto, las espinas clavan y rompen tan tiernos pies. Después, la vida parece vacía, la juventud, una flor marchita, la humanidad, una forma de esclavitud. La melancolía pasa a ser entonces la única amiga («tierra amiga»). La única realidad está en el sueño retenido por el recuerdo intacto, inviolado, ni una sola hoja marchita ahí, desechando así la razón una vez más por una realidad superior: la del recuerdo de la inocencia y su conexión con el todo. Como Alegría tan bien lo dice:


Desde entonces Blest Gana se dedica a poetizar su tragedia de adolescente. Busca incesantemente en su mundo interior, expresa su amargura en diferentes matices, se hiere, se consuela, suspira, parece alcanzar la calma, ilumina sus versos un recuerdo amable, pero vuelve a la melancolía, encuentra, sin duda, deleite en sufrir una pena tan seductora[8].


La memoria es, entonces, un lugar donde tanto el placer como el dolor se experimentan simultáneamente. En «Marina», esto se observa especialmente junto con la ulterior evidencia de la relación recíproca entre el Hombre y la Naturaleza. Aquí, nubes y emociones (recuerdos, soledad, melancolía, alegría) y creaciones humanas (monstruos, columnas, templos, incensarios) están relacionadas en la forma más poética y el poema termina con una nota típicamente feliz-triste: «esta promesa y este adiós a un tiempo: ¡Hasta mañana!» (105). Noche y día son tal vez las imágenes desarrolladas más a fondo en Blest Gana y a través de ellas, descubrimos sus temas favoritos. Por ejemplo, en «La tarde» la puesta del sol es comparada con «las dulces memorias de la infancia»:


Es la hora del amor y del recuerdo,
la hora de los proyectos encantados,
la hora en que en los mundos ignorados
de los ensueños, con placer me pierdo.

Hallo en esa hora, que a la tierra viste
con su manto indeciso, algo más grave:
algo como el amor dulce y suave,
y algo como la muerte amargo y triste. (106)


Aquí una vez más el poeta indica su atracción por la seriedad y también su predilección por lo dulce y amargo al mismo tiempo. A esta hora su alma puede entrar en comunicación con el infinito, consiguiendo un sentido de liberación del peso de un mundo opresivo, ambos deseos comunes a todos los románticos:


Mi alma en lo infinito se espacia,
y desplegando sus doradas alas,
el orbe viste de lucientes galas
voladora mi alegre fantasía. (106)


La tarde simboliza también la hora cuando las luces mueren y renacen perpetuamente. Finalmente, de esta hora de eternidad el egocentrismo del romántico emerge, cuando el poeta dice que vive «¡cuando todo muere!» (107). Solamente cuando está abstraído de todo lo demás, su fantasía puede tomar forma. Este estado de ánimo producido por la tarde, dice él, es responsable de su amor por todo lo bueno y bello y protege su recuerdo a través del dolor y del placer, y eso es lo único que lo acerca a Dios.

El triunfo sobre el estado consciente, no obstante, no es completamente satisfactorio para el poeta. El preferiría realizarse a través de la Naturaleza antes que rechazarla como un oponente. Sin embargo, aunque la identificación es tal vez más a menudo de entendimiento mutuo, el Hombre y la Naturaleza no siempre son presentados en la literatura romántica como protagonistas asociados en el drama de nacimiento y muerte. Así, la fuerza demoníaca de la naturaleza es, a veces, interpretada por el poeta como antagonista. Cuando Blest Gana compara su soledad en la niñez con un árbol cuyas hojas han sido arrancadas por un huracán, él está claramente en armonía con el sufrimiento de la naturaleza. Pero cuando en un poema reminiscente de la composición de Coleridge, «Work without hope», el poeta chileno, como el inglés, se muestra algo envidioso de la alegría de la naturaleza, una nota de desarmonía entra en juego. A pesar de las lecciones que la Naturaleza da al Hombre, la inhabilidad de éste para aprenderlas es otra fuente de honda melancolía. Insatisfacción con la vida y la oposición de ésta a sus tentativas de realización, se transforman en una aflicción constante. La lucha, por lo tanto, el exilio dentro de la naturaleza que a menudo el hombre siente, se agrava con este conflicto entre el sujeto y la Naturaleza —su espejo emocional—, ya que el reconocimiento del romántico de esta separación aún más honda del complemento suyo es extremadamente deprimente para su división interna-externa ya existente.

La única cura para este divorcio, según Blest Gana y muchos otros románticos, es el bálsamo del recuerdo, ya que él solamente limita la distancia entre su esperanza y su realización. En una de sus variadas alusiones al amanecer, el poeta asocia un primer beso («El primer beso») con una época cuando su prima le parecía más hermosa. Aun «mi fría razón» (113), dice, corrobora esta visión de esas horas despreocupadas de esa experiencia. Y aunque su tía dice que la memoria del poeta lo ha hecho confundir la edad de la joven en ese entonces, él declara que no tiene importancia, ya que en su memoria la edad no existe, es decir, su prima «jamás, jamás envejece» (113). El amanecer es, entonces, símbolo de una cognición que, una vez que su luz ha alcanzado la mente, ninguna noche puede arrancarla. Después, la vida debe haber parecido un océano tumultuoso, porque


La dicha de mi existencia
quedó a la orilla del mar (114)


donde el abrazo tuvo lugar, un beso que une simbólicamente a través del recuerdo del mágico momento cuando el poeta se acercó más a una experiencia de felicidad completa.

En «Adán y Eva», la salida del sol es comparada con la llama del amor que corre en las venas de los enamorados, ya que aquí nuevamente, la naturaleza se ve en armonía con las emociones humanas. El comienzo, por lo tanto, el alba del amor verdadero, fue y es el único paraíso, y su recuerdo, la única felicidad. El amor primero es también el tema de «El Crepúsculo», donde el poeta es visitado y reconocido como un hermano original por «fantasmas bellos» (110). Sus sueños nacen de esta primera luz y éstas son las típicas visiones románticas: de gente libre, tiranos destronados, de felicidad, y de poemas de amor sin escribir aún: «Salud, bellos fantasmas del pasado! / quien os tiene jamás es desgraciado» (111).

Este optimismo en la vida de ensueño es reemplazado en las obras posteriores del poeta, por un pesimismo y su expresión en la literatura romántica. Esta evolución, sin embargo, fue anticipada ya en 1858, cuando el poeta declara que «las exageraciones de la escuela romántica, propagaron el mal»[9]. Pero no fue hasta tiempo después que en sus obras pudo evitar la calamidad del escapismo. Ahí aporta una madurez creada por esa agudeza crítica temprana, así como por un intento genuino de buscar en su alma la verdadera relación romántica entre la naturaleza y el mundo emocional del poeta. Alegría resume este desarrollo cuando escribe que «De aquí surge Blest Gana como el poeta más profundo de inspiración en la primera generación de románticos chilenos»[10]. Hugo Montes dice que «es cierto también que ambos [Blest Gana y Guillermo Matta] acompañaron y hasta precedieron la poesía de uno de los grandes forjadores [Gustavo A. Bécquer] de la moderna lírica en español» [11]. Pero para hablar en extensión acerca de su propio logro, debemos prestar atención más cuidadosa a la transición de Blest Gana de un poeta satisfecho con la más débil posición romántica de escapismo, a la de un poeta deseoso de reevaluarse a la luz de su visión superior de la relación entre lo que él cree que el hombre debiera hacer y lo que hace en realidad. Así, en su soneto que comienza «Voy quedando tan solo», él era «la vieja nave que no encuentra puerto» (114). Y el sólo hecho de su continua búsqueda de comprensión y verdad, sin encontrar sus esfuerzos satisfactorios, es la evidencia de un poeta consumado. Esto se ve de manera magnífica en su poema titulado, característica, «Mirada retrospectiva», cuando, antes que lamentar sola la pérdida de algo que él no podía tener, debido a la interferencia del mundo, el poeta dice que:


es mi mayor pesar, es mi quebranto,
no haber amado más, yo, que creía,
yo que pensaba haber amado tanto! (114)


La crítica final del poeta no es contra el mundo, ya que como en «Lo único eterno» él sabe que, aunque aun «ciego destruye o cínico profana / lo que, poco antes, ensalzó la lira» (115), sólo el amor es la verdad eterna en la tierra, que continúa valiendo la pena del sufrimiento y búsqueda, el único eslabón, vital y satisfactorio, entre el hombre y sus mundos externos e internos.

Esta comprensión, este reconocimiento de los excesos fundamentales del Romanticismo demuestra en Blest Gana una visión interna y una honestidad rara entre los miembros de ese movimiento. Reconociendo dónde ha estribado su mayor fracaso, el poeta muestra que para él continúa siendo válida la necesidad de amar y también la necesidad de contabilizar la incongruencia entre aspiración y logro, porque sólo así los sentimientos, muy susceptibles de ser llevados a la exageración, pueden servir al hombre de manera significativa. No solamente aminora esta exageración mediante una confesión de fracaso en el amor, que para los románticos es la consideración más importante, sino que también deja en claro que aún cree en ese objetivo verdadero de la búsqueda del hombre, esa cualidad que está llamada a unir sus mundos dispares. Lo que él afirma, en último término, es que sólo una vigilancia constante para darse cuenta dónde termina el sueño y dónde comienza la realidad, puede hacer de estas dos partes partícipes en la formación de un todo, que es la característica propia del hombre.

Completando el círculo como pocos poetas, Guillermo Blest Gana logra, a través de tal vez las más ordinarias tendencias románticas, un resumen que, al fin de cuentas, suple el egocentrismo e imágenes extremadamente simples. Además de este logro, la clara musicalidad de sus versos debería asegurar su presencia en antologías líricas en años venideros. Y con esta combinación de autocrítica y dedicación a la formación de su pensamiento, Guillermo Blest Gana merece el título que le ha otorgado Norberto Pinilla de «el primer poeta romántico nacional legítimo», y tal vez, el mejor de todos [12].

 


Traducción de María Isabel Jofré

 


 

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Notas

[1] «Guillermo Blest Gana, romántico total», en Revista Chilena de literatura, nos. 5/6 (1972): 37-45.
[2] Fernando Alegría, La poesía chilena: orígenes y desarrollo del siglo XVI al XIX (Berkeley y Los Angeles: University of California Press, 1953), 251.
[3] Fuente desconocida. Cuando este ensayo se publicó en 1972 en Revista chilena de literatura, no aparecían notas, solamente una bibliografía. Entre los libros en la bibliografía no he podido encontrar las fuentes de dos citaciones, esta y la de la nota 3.
[4] Guillermo Blest Gana, «Noche XV», Antología general de la poesía chilena, ed. Raul Silva Castro (Santiago: Empresa editora Zig-Zag, S.A., 1959), 102. Las siguientes citas a la poesía de Blest Gana pertenecen a esta antología de Silva Castro, con el número de la página en paréntisis.
[5] Enrique Nercasseau y Morán, «Conferencia sobre la poesía en general i en especial sobre las de don Guillermo Blest Gana», Anales de la Universidad de Chile (Santiago, 1906), 240.
[6] Nercasseau y Morán, 240.
[7] Alegría, 244
[8] Alegría, 244.
[9] Véase la nota 2.
[10] Alegría, 248.
[11] Hugo Montes, Poesía actual de Chile y España (Santiago de Chile: Editorial del Pacífico, 1970), 31
[12] Norberto Pinilla, La Generación chilena de 1842 (Santiago: Ediciones de la Universidad de Chile, 1943), 200.




 

 



 

 

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