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Vacío Animal de Georgina Canifrú

Por Eugenia Brito.
Noviembre 2009



“Yo huyo como el domador inepto/ sobre muñones corro sin voltear la vista/ sin desplegar las alas”.

Esta primera sección de Vacío Animal, el primer poemario publicado de Georgina Canifrú,  genera la imagen de una mujer y su  inserción en un mundo lleno de representaciones  bastardeadas y cuestionables. Lo que Canifru llamaría “la doma” y que va dejando restos de cuerpos, sensaciones, experiencias, órganos que no se ocupan, no se prolongan y que, sin embargo, se extienden, se ensanchan  en las horas de insomnio. “Huyo sobre muñones corro sin voltear la vista”, dice la poeta.

Lo que se desprende de este poemario es un viaje como lo dice bien su prologuista,  que se inicia  como experiencia mítica de reconocimiento de nuevas realidades para re-organizar la realidad conocida y de la cual se desprende  un cansancio sin tiempo. Se trata de un mundo estereotipado que no provee de experiencias ricas o bien de experiencias no reconocidas por los soportes que  la hablante o sujeto del texto posee. Sujeto que aparenta multiplicarse en sus contornos bífidos, múltiples  a la que el significante del texto certifica en su metaforización  como: loba, leona, tigre o  puma.

 Hay una potencia, un lujo y tal vez un exceso en el animal que posee aún un  resto de la naturaleza que  el hombre disimula como artífice de la cultura.

“Yo me golpeo también con su fuga/ en la ventana  sin salida a la noche/ se agitan las aguas de mi pecho/ que no alcanza  la orilla y sus diamantes/ donde no podrá el junco florecer en el riachuelo”

“Mis extremidades se proyectan en el muro/ en el vacío de esta caverna sin llama / dentro del globo de la noche / es mi rugido que rema eternamente silencioso/ son mis monstruos/ los que tejen en silencio/ ciegos / y negramente sordos”. En “El Salmo de las Manecillas”

En la escritura de los sueños, no se le permite el habla, dice Canifrú, está atrapada en la lógica de un tiempo del trabajo y de la alienación, lo que conlleva la formulación de una rebeldía, una protesta en su trabajo literario, por ello, siempre “su corazón huye en la estampida”, su grito es  “una gota que desaparece en el bebedero”,  porque el lenguaje no calza siempre con el ser. Ajena ya a las palabras, que la configuran como marioneta, se retira metaforizada en el caballo porque “es ese pelaje el que guarda mis raíces verdaderas”.

“En el alba mi pecho ruge/ como el tigre dentro de sus llamas negras”(14)

La poesía de Canifrú toca el principio de la analogía en su forma de representar la realidad, una forma mágica de atracción de los opuestos en una sola resolución sintética que eleva los restos de una experiencia premoderna para un modo poético del ser; que, poética y proféticamente se unen para expresar la melancolía y el desaliento, quizá el desamparo de la vida moderna. Por eso el cuerpo del poema se extiende desde las ortopedias humanas a la integración, el ingreso de otras experiencias, unidas al grito, el rugido, el olor, la experiencia del vacío  del cuerpo con respecto a su naturaleza hasta armar una especie de “bosque salvaje”, parodiando El bosque de la noche de Djuna Barnes, en que el cuerpo  elabora un ritual sagrado: la fusión de lo humano con el todo:

“se convierte el cuerpo/ en el origen del primer pétalo / y es necesario establecer el olor de la primavera”

Y en otras: “El bosque el bosque  no es verde/ y la fogata aún no se ha encendido/el cuerpo  entonces es una llama azul / que desaparece entre las aguas”.

Es una sujeto que busca desde la palabra- sin aliento- y por lo tanto experimentada como fósil, una escena integral, como hubiera deseado Artaud,  reformulando la  forma de un cuerpo sin órganos: “porque quería que llegáramos hasta los muros de la eternidad/ ambos vivíamos en el haz de la luz del canelo/ abrazados en el agua de los primeros mares” p.18.

De este modo, la hablante se divide, una la que padece el tiempo y las ruinas de la existencia cotidiana, la otra, la poeta, artífice, constructora de los tiempos contrarios, la que tiene una palomera en el corazón, la que pregunta por el color del sol, por el amarillo,

Irradiando una luz similar a la de la máxima plenitud, el amarillo es  el color de la máxima espiritualidad, el color de la brillantez, cuando el ser se deja sentir y manifiesta bajo su color la vertebración de los entes de este mundo. Así Georgina  busca el sonido atemporal de un piano secreto, que puntea la estereografía de los sentidos,  de manera pausada y detenida.

“Muerte Animal”, la tercera etapa  de este poema, es el retorno al tiempo lineal, en el que sufre el acoso de las nominaciones otorgadas por el absurdo citadino, por la alienada y desabastecida experiencia de un exilio del ser que pocas veces antes un poeta experimentara como Canifrú: “me lanzo al vacío/ en una cruz impenetrable/ con la misma precisión que tienen las leonas/ al cruzar mi círculo de fuego”.

Ese es el aporte de Georgina a la poesía chilena: rejuvenecer el lenguaje chileno, debatido entre la ironía parriana y la denuncia de los males de una sociedad de mercado, la desarmada subjetividad del hombre que consume y lo consumen  los estereotipos del mercado, la mortífera luz de la pantalla neoliberal y su enmascaramiento. Y por otra parte, la propuesta de una nueva lírica  que  desde Sade, Lautréamont, De Rokha,  y otros, piensa en el lenguaje de la poesía, del sueño, la embriaguez y el éxtasis  como un enclave nuevo a partir de la sangre, la  vuelta a lo primigenio y la justa  unión de las diferencias en un plano otro, que como señala Canifrú, recupere el piano interno, el sonido del hambre en el ser de los que padecen existencia. Creo que ella aborda una nueva veta desgarrada en la que se encuentra Huidobro, Neruda de las Residencias,  y Stella Díaz Varín para hacer vibrar ese sonido que  reparar el animal  que  muere de melancolía tras las máquinas,  tras los muros y los malls, enjaulado y supernumerado.

Su verso es en cambio lleno de poderes rituales de evocación y de  recuerdos, en los que busca materias vivas para fabricar un universo nuevo y brillante en el que circula una identidad muy poco conmovida con los signos consabidos del maquillado femenino de hoy, y que desde  este libro otorga una posibilidad de ser, de  construir sentidos a partir de la escena corporal. Reelaborando un guión, una partitura de este YO_ OTRO, entre distintas poses y fluctuaciones identitarias para hacer vibrar el pulso de una cita de la palabra con su historia, construyendo un puente  político hacia un proceso de reunión  plural y misteriosa con  las distintas materias que nutren y vivifican las experiencias del ser latinoamericano.



 

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