Antihéroe: Elías Salvatierra o la anulación del sujeto
sobre SALVATIERRA de Francisco Miranda (Ajiaco Ediciones, 2012)
Por Gastón Carrrasco Aguilar
Salvatierra es sin duda un libro experiencial y discursivamente comprometido en lo político. La construcción de Elías, protagonista de esta entrega, se erige tanto en su propia voz como en la del narrador, narrador que nos da cuenta del paso del tiempo, de la corrosidad de la ciudad y de sus habitantes, desde el golpe hasta nuestros tiempos.
A la manera de un antihéroe, Elías pasa de ser un estudiante de filosofía, y joven promesa académica, a un hippie que vive el golpe de manera inconsciente, en lo más alto de la experimentación con alucinógenos del pleno vuelo de las tendencias libertadoras y pacíficas acaecidas, a modo de importación, en los años setenta de este país.
Como antihéroe, Elías se va desgastando junto a la ciudad que recorre. Hijo de un padre militante, Mario Alberto, sindicalista de la vieja escuela, y de un hermano mirista, tras el golpe militar vive la muerte de sus cercanos, y huye volviéndose parte del paisaje de la ciudad. A la manera de la carta robada de Poe, Elías se refugia a plena luz de un Santiago con toque de queda, sitiado, sin la libertad de movimiento y pensar de años anteriores.
En cierto sentido, la fuerza moral del padre “pagaré mi vida, por la lealtad del pueblo”, y la praxis fundada en el enfrentamiento del hermano, no se ven reflejadas en Elías. En cierto sentido, el elude toda esa tradición o carga, material y simbólica, de contra hegemonía. Su constante desplazamiento por los suelos de la ciudad lo hacen perder toda filiación ideológica con su familia. Si bien esta es constantemente rescata y elevada durante el texto, Elías no es capaz de erigirse o articular contienda alguna contra una dictadura que, en vez de generar una violencia o respuesta por parte de Elías, lo anula como sujeto activo políticamente.
El volverse un mendigo, le permite a Elías ser un sujeto silenciado por la sociedad, y la ciudad. No volverse un héroe, a la manera de los protagonistas de la novela social de la primera mitad del siglo XX[1], implica aceptar el final de todo sentido épico del relato y, más aún, de toda posibilidad de punto de fuga, redención, o encuentro con esa esquiva y anhelada utopía.
Si bien se evoca ese tiempo de un Chile en vías hacia el socialismo, parece ser que Salvatierra apuesta por dar cuenta de la neutralización de los individuos como sujetos políticos. Una vez muerto el sujeto, se anula, evidentemente, toda posibilidad de articulación de un colectivo. La vida de calle de Elías no hace más que profundizar este sentido de pérdida respecto al sentido histórico de avance del pueblo hacia el poder.
A la manera de testimonio, todo se vuelve un transitar y resaltar de qué manera la ciudad se va adaptando a las nuevas ideologías y sistemas implantados. Vamos recorriendo los espacios físicos, culturales y mentales de un nuevo sujeto obnubilado por las ideas del progreso y aspiración personal. Ese huir y buscar que implica cartografiar el Santiago de la dictadura y postdictadura, se va desarrollando paralelamente a un huir del legado político familiar o, más allá, un refugiarse en la nulidad política, entendido como única posibilidad de sobrevivencia.
En un complejo entramado discursivo de diversa índole: filosófico, poético, político, moral, crítico, reflexivo, divagatorio; cabe destacar, a manera de colofón, la constante pretensión de sopesar el tono directamente político con un lenguaje muchas veces poético (ver, por ejemplo, en la narración de los juego de infancia con su hermano, en la descripción de la casa familiar o en la historia sindical de su padre). Sobre todo en la visión del núcleo familiar, la narración adquiere un tono afectivo que potencia la sensación de vacío que va adquiriendo la vida de Elías hasta el momento de su muerte, cierre del legado de los Salvatierra, en manos de otro sujeto producto de esa violencia estructural que aún nos aqueja.
[1] Podríamos hablar de novela de [des]formación, o incluso de “contrabildungsroman”, término acuñado por Grínor Rojo, a propósito del personaje Aniceto Hevia, protagonista de la tetralogía de Manuel Rojas.