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Pequeñas películas de bolsillo: «View-master» de Gastón Carrasco
Por Nicolás Meneses
Publicado en http://www.colera.cl/
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Ajiaco Ediciones nos presenta una necesaria reedición de View-Master de Gastón Carrasco Aguilar. La primera al aire gracias a los Cuadernos de Poesía de la Biblioteca de Santiago. Esta reedición cuenta con nuevos textos más la edición de algunos de la primera. Creo no haberme topado con uno o dos viewmasters en mi vida y desconocer cuál era el nombre de ese mecanismo de montaje visual; ahora veo que su objetivo era científico-médico: actualizar el antiguo estetoscopio. No masificarse como un juguete que entretiene a grandes y chicos con su disco de imágenes.
Los poemas plantean un juego interesante. Digo juego más que ejercicio, para explicar la disposición que prevalece en su lectura: pausar la secuencia. Tener la ventaja de parar los momentos y tratar de explicarlos, merodeando, con un lenguaje descriptivo y llano, que logra ahondar en la superficie la obturación de la memoria: «Los niños se secan la cara con las camisetas/ de los equipos de moda/ —versiones alternativas, falsificadas, por supuesto—» (Pág. 14). La mirada que se estaciona en pequeños ritos callejeros, cubriendo un plano sensorial y afectivo que logra decantar en reflexiones, como dice el hablante: «decenas de genuinas falsificaciones». Siempre almacenando pequeñas películas de bolsillo.
El trajín de la mirada se expande, asume su multiplicidad. Como una bolita le pega un quiñe a otra, las imágenes se persiguen, intentan colisionar, se alternan, contraponen: «Fin de los tiempos. Nombre de iglesia evangélica. / La gente así lo cree. Es cuestión de fe o aburrimiento» (Pág. 19). Lo que comienza como amago de juego termina convirtiéndose en algo serio y viceversa; como la Medusa que mira el escudo de Perseo y se vuelve de piedra, el Buda que cambia según de dónde se observe. Es el constante cuestionamiento de los sentidos a los que se opone un hablante que intenta ver en la porosidad de los recuerdos. No es accidental caer de lleno en los objetos, sumirse en ellos como jugando a las escondidas, dejar ir la cabeza en tribulaciones que no exigen un diálogo de palabras más que de lo que se ve y oye a simple vista.
«Hay que suprimir/ para dejar llegar nuevos recuerdos» (Pág. 23). Si el View-Master era una secuencia de siete o más imágenes alineadas en un correlato, un clic que hacía girar la rueda para dar vuelta las cosas, la cabeza parece un ovillo incapaz de seguir enrollando recuerdos. La saturación se torna evidente y ante la selección de momentos lo que prima, lo que el cerebro almacena y dinamita son afectos dispuestos a compartir o compartirse, la certeza que en algún momento le servirán al hablante como amuleto a un cercano, ser querido o a uno mismo, como señal de confidencia, cariño, fraternidad.
El libro finaliza con un pequeño diario de escritura, poemas en prosa que nacen con el viaje y el intercambio tácito con el paisaje, el asomo de tragedia y los que comparten el medio de transporte, de forma presencial o lejana: «Entonces entiendo, casi al final del trayecto: voy hacia ti» (Pág. 42). Un View-Master puede contener cualquier imagen, cualquier experiencia portátil. Pero por minúscula que sea, alguna explotará fuerte en la cabeza del lector. No hace falta ir a la caza de grandes momentos. Incluso si se repite la misma escena muchas veces, en distintos ángulos, el efecto siempre varía. Esa es la gracia de observar con todos los sentidos. Nuestros ojos son el recipiente de afectos más alcanzable, a veces suficientes para entender de qué va el juego.