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Un viaje de voces y vacilaciones: El instante no es decisivo, de Gastón Carrasco Aguilar
Balmaceda Arte Joven, Santiago, 2014
Por
Fernando Pérez Villalón
Publicado en Revista Intemperie, 19 de Enero de 2015
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Desde que surgió la técnica de la fotografía, los poetas han sentido la tentación de tomarla como modelo para la escritura, concebida entonces no como lenta elaboración de imágenes, sentimientos o acontecimientos, sino como captura instantánea de lo que está ahí, frente a nuestros ojos, y que si se enmarca en una imagen que lo registra de modo preciso revelaría su esencia sin necesidad de explicación o mediación alguna. Uno de los casos más extremos es el de Blaise Cendrars, que originalmente había titulado como Kodak (1924) uno de sus libros, pero tuvo que cambiarle el título por el de Documentales ante una demanda de la compañía fotográfica. Sus poemas son breves instantáneas que registran un momento, una visión fugaz, las sensaciones del autor en su paso por diversos lugares (y no es casualidad que hayan sido escritos en viaje, su fascinación por los detalles tiene que ver con la mirada de quien está alejado de su ambiente habitual y cotidiano). Mucha de la poesía del siglo pasado se inscribe bajo el signo de esta pulsión documental, de registro conciso de acontecimientos e imágenes fugitivas.
Los poemas del libro de Gastón Carrasco El instante no es decisivo (Balmaceda Arte Joven, 2014) proponen también un diálogo con la fotografía, pero de naturaleza muy distinta al de Cendrars. Su título invierte una conocida expresión del fotógrafo Henri Cartier-Bresson para describir el trabajo del fotógrafo como captura del momento preciso. La frase aparece, de hecho, como la traducción al inglés (The Decisive Moment) de un libro que recogía sus imágenes con el título francés Images a la sauvette, pero se encuentra también en el ensayo introductorio de Cartier-Bresson para ese volumen y en el epígrafe con que lo abre, del Cardenal de Retz (“No hay nada en este mundo que no tenga un momento decisivo” es la versión abreviada de la frase que cita el ensayo). Cartier Bresson describe así el oficio del fotógrafo: “De todos los medios de expresión la fotografía es el único que fija un instante preciso. Jugamos con cosas que desaparecen, y cuando han desaparecido es imposible hacerlas revivir. Uno no puede retocar el tema; cuanto más se puede elegir entre las imágenes recogidas para presentar el reportaje. El escritor tiene el tiempo para reflexionar antes de que la palabra se forme, antes de ponerla en el papel; puede relacionar varios elementos, los unos con los otros.” Al contrario de quienes intentan utilizar la escritura como una cámara de fotos, me parece que los poemas de Gastón ahondan en ese contraste o tensión entre la captura del instante fugitivo y ese otro tiempo, más lento, de la escritura, de la rememoración y de la reflexión, del regreso al instante ya desaparecido pero susceptible de ser evocado, modificado por el recuerdo, transformado al relatarse con palabras. La poesía no sería entonces la mera captura o registro, sino la sedimentación del instante, tensionado con los tiempos de quien lo escribe (siempre a la zaga de los acontecimientos) y de quien lo lee.
Los poemas de este libro son meditaciones sobre la mirada, sobre la imagen en general, y sobre el trabajo de algunos fotógrafos en particular: hay poemas dedicados a Diane Arbus, Robert Frank, Robert Wiles, Nan Goldin, Sergio Larraín, Mauricio Valenzuela, Luis Navarro, Robert Capa, Dorothea Lange, Robert Doisneau, Fukase, Kevin Carter, Vivian Maier y el propio Cartier Bresson. No se trata en general de textos descriptivos, salvo algunas excepciones, sino de variaciones tejidas a partir de lo que la imagen da a ver, y en torno de lo que no muestra: el fuera de campo, los instantes que preceden o siguen a la apertura del obturador. Hay en todo el libro, creo, una aguda conciencia de que mirar fotos no es mirar directamente el mundo, sino verlo refractado, enmarcado por otras miradas, que son las que el autor intenta aquí retratar, en muchos casos como voces que regresan en monólogos a dar testimonio del momento en que captaron esa imagen. Varios pasajes son citas directas de declaraciones de fotógrafos, como ésta de Dorothea Lange: “ no recuerdo cómo expliqué a ella mi presencia / o la de mi cámara / pero recuerdo que no me hizo preguntas. / No le pedí su nombre o su historia. Me dijo su edad, tenía 32 años. (…) / Ahí estaba sentada reposando en la tienda / con sus niños abrazados a ella / y parecía saber que mi fotografía podría ayudarla / y entonces me ayudó. / Había una cierta equidad en esto.” (“Dorothea Lange y el surco”, 41) Esta declaración de la artista acerca de su famosísima fotografía “Madre migrante”, que captura de manera inolvidable la miseria de los años de la Gran Depresión norteamericana, fue hecha en una entrevista en 1960. Tal vez la razón por la que el instante no es decisivo, según el libro de Carrasco (y según el verso de Gianuzzi que del que saca esa formulación), tenga que ver con este desfase temporal entre la imagen y el testimonio que relata cómo se produjo, en un momento en que la mujer que el retrato fija ya no existe, sea porque ha muerto o porque ha envejecido hasta volverse otra. “Había una cierta equidad en esto”, declara Lange, pero uno no puede dejar de sentir que hay todo menos equidad. La mujer fotografiada no tiene nombre ni historia, su voz queda registrada solo a través de quien produjo su ingreso a la memoria de la humanidad.
Otros poemas se enfrentan a la imagen desde el intento de que renuncie a su obstinado mutismo y nos hable, como el magistral “Juchitán, pájaros y muerte (Graciela Iturbide)”: “¿Quién es la mujer bajo el turbante de iguanas? / ¿quién olvidó el peine en la cabeza de esa niña? / ¿cuánto demora desplumar un pollo? / ¿a quién acecha la serpiente? (…) / ¿qué esconden los ojos de doña Guadalupe? (…)” (31). Este poema, y varios otros en el libro, va contra la idea de la foto como evidencia, como revelación en la que está todo expuesto ante nuestra mirada. Al contrario, cada una de estas preguntas es un dato que las fotos ocultan, un enigma que la imagen hace aparecer sin darnos la respuesta. Los poemas del libro pueden leerse buscando las fotos que los inspiraron, lo que resulta un ejercicio interesante e instructivo que nos hará reencontrarnos desde un ángulo inesperado con algunas imágenes muy famosas, o también toparnos con otras que nos eran desconocidas, pero deben leerse también como objetos verbales construidos con el mismo cuidado que una buena foto, en un medio que permite otras posibilidades.
No todos los poemas remiten a una foto específica, algunos remiten a una serie o a la obra de un fotógrafo en general, otros son meditaciones sobre la mirada, sobre la visión. Dos de los poemas de la serie inicial, “Contra la captura” y “Contra el acierto” me parecen clave en su crítica a la estética del “instante decisivo” y sus epifanías perfectas: “Me canso de la búsqueda insaciable del acierto / quizá sea mejor moverse un poco // no llegar a tiempo, que tiemble la mano / dejar todo a medio hacer / no dar con la imagen // celebrar el descuido, el ocio, la incapacidad // porque estos versos no son más que eso / la imposibilidad del ojo frente al mundo // intentar fotografiar la cara de tu hijo / mientras el carrusel lo hace indefinible.” (16) Los poemas de este libro están en general cuidadosamente calibrados, construidos, salvo por algunos desajustes (por ejemplo, en mi opinión, las referencias demasiado literarias a Barthes o Rilke, o algunos versos que no alcanzan del todo a levantar el vuelo), pero lo que me atrae más en él son justamente sus vacilaciones, sus vacíos, testimonio de un esfuerzo por hacerse cargo de las posibilidades del poema, y de sus límites.