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La simpatía de George Steiner

Por Gonzalo Contreras
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 23 de febrero de 2020



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Cuando se dice que con la reciente muerte de George Steiner (y meses antes, la de Harold Bloom) desaparece el ultimo humanista, ¿qué se quiere decir con ello?, ¿qué es un humanista? El término ha sido un poco trajinado, por cierto, y designa un concepto que no por especifico es menos amplio, puesto que reúne a todo el pensamiento y creación artísticos desde la antigüedad clásica hasta nuestros días. Esa obra innumerable, se encuentra compilada en los libros. La definición es poco canónica pero es la más funcional; aquel abuelo que amaba los libros o nuestra hija que los devora con pasión, son cabalmente humanistas. George Steiner lo era en grado sumo; tenía todas las condiciones para serlo, aunque estas condiciones nos están dadas a cada uno de nosotros; todo lo que sabía Steiner se encuentra en una biblioteca pública. Educado en una culta familia judía de Viena, desde sus primeros años su padre le leyó a Sófocles en el idioma original y sus diversos y tempranos exilios lo llevaron a París y luego a Nueva York donde amplió sus estudios. Pero George Steiner se definía como un lector, un traductor, a lo sumo un crítico, ejercicio que tomaba con modestia, y generosidad. "Tengo la sensación —dijo en una ocasión— de vivir en una época no de angustia, como se suele creer, sino de desprecio, envidia y celos". Refiriéndose a los cientos de artículos publicados tanto en Times Literary Supplement o New Yorker, señalaba: "He rechazado reseñar numerosos libros porque eran lamentables, y me he esforzado por elogiar, alegrar y decir a la gente: ¡Lean este libro!". Su propósito no era otro que expandir y multiplicar el don de la lectura y los libros, cuyo conocimiento nos ayuda a "discernir", palabra clave en el pensamiento de Steiner. Al concepto de posmodemidad, con el que nunca se sintió cómodo, oponía el de "poscultura", o "el mundo absolutamente plano" que no nos permite "distinguir a Baudelaire de un cantante de rock sin ser tachado de políticamente incorrecto", y de la "traición universal de la intelligentsia, que no se atreve a confesar que la 'gran cultura' es por definición antidemocrática, que excluye más de lo que incluye". Estos juicios no cayeron bien en amplios sectores académicos con los que tuvo siempre una relación más animada que controversial. Acerca de la academia americana dijo: "No soporto ver el populismo democrático expresado y proclamado con bombo y platillo por quienes se lo deben todo a la gran cultura, llevan una vida protegida y privilegiada en los bosquecillos de la academia e intentan ganar en los dos tableros".

Corrientes muy en boga como el psicoanálisis o la deconstrucción posestructuralista fueron también blanco de su agudeza crítica, aunque tratan a ambas con suma deferencia, ya que el humanismo enseña también buenas maneras. Para Steiner, la verdadera gran revolución de Occidente ocurre con la "separación de la palabra y el mundo", la gran sacudida de la inteligibilidad de "nuestros postulados históricos del yo y la sociedad", la ruptura con el "núcleo de confianza en el logos", se produce alrededor de 1870 en Europa, con el "yo es otro" de Rimbaud, y sobre todo con el radical postulado de Mallarmé: "La palabra rosa es la ausencia de toda rosa". Con ello se abre la era del after-word, la pospalabra, o la lógica nihilista de la semántica negativa. Cuando el estructuralismo de Roland Barthes supone que un texto "no es una secuencia de palabras que enuncian y comunican un significado", parece "no haber ninguna imagen de Dios y del mundo en la palabra". Considerando que logocéntrico es hoy día un epíteto injurioso en la academia posmodema, George Steiner tenía razón es sus aprensiones tempranas y premonitorias respecto de una nueva filosofía (Derrida es filósofo) que es "una negación absoluta del significado y del principio de que hay algo en lo que decimos", una presencia, "que puede ser la presencia de Dios en última instancia, tiene que serlo", según nos dice él desde su declarado agnosticismo. Contra la deconstrucción, que nos dice que el texto no significa lo que significa sino otra cosa, oscura y subrepticia que no es sino un emboscado instrumento de opresión, Steiner nos recuerda la calidad autónoma del acto poético, la desconfianza de "los significados autorizados" que humillan nuestra libertad, la repelencia al kitsch de lo que John Keats llamó "la manifiesta intención respecto a nosotros", y sobre todo, que "una buena lectura se queda corta respecto del texto por una distancia y un perímetro de inadecuación que son tan luminosos como la corona alrededor de un sol eclipsado". Una de las grandes gentilezas de George Steiner, es que más allá de cualquier teoría a priori, "las aperturas sobre el ser que implica el frente a frente con el otro, son usualmente las que implica el encuentro con el texto, la acogida, el alojamiento en nosotros que queremos darle".



 

 

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La simpatía de George Steiner
Por Gonzalo Contreras
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 23 de febrero de 2020