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Revolución

Por Gonzalo Contreras
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 1 de Diciembre de 2019



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Francia, el país de la Razón, la elegancia y el savoir vivre, es el mayor productor mundial de revoluciones, al menos de las más sangrientas y resonantes. La de 1789 es por cierto la madre de todas las revoluciones, todas remiten a ella, y fue hecha en nombre de la Razón y a la luz de la Ilustración. Este es un dilema que la historia aún no puede resolver del todo. En 1989, con doscientos años de perspectiva, aún se discutía si el baño de sangre de El Terror fue indispensable. El debate todavía persiste y más aún si dio paso ya no a un rey sino a un emperador. A diez años de la caída de los borbones, Napoleón, luego del golpe del 18 Brumario, se erigía como Primer Cónsul; cuatro años después se calzaba la imponente corona de emperador y creaba una nueva nobleza. Pero luego vendría la Restauración borbónica con Luis XVIII, hermano del decapitado Luis XVI, quien sería a su vez sucedido por su otro hermano, el muy recalcitrante Carlos X, quien intentó reponer el absolutismo. Sería derrocado en 1830 con la llamada Revolución de Julio, que duró solo tres días, y que originó, entre otras cosas el famoso cuadro de Delacroix, "La libertad guiando al pueblo", tan citada en estos días. Un Parlamento liberal elegiría como nuevo monarca, esta vez constitucional, a Luis Felipe de Orleans, primo de los anteriores, quien gobernó hasta 1848 cuando otra revolución lo derribó. La de 1848 vería al genio de Baudelaire alzarse en las barricadas, exaltado por las utopías de Fourier, y de su admirado Joseph Proudhon, uno de los fundadores del socialismo moderno, pero, sobre todo, pidiendo en medio del clamor popular, el fusilamiento de su padrastro, el general Aupick, hombre de Estado que durante Luis Felipe fuera embajador en Constantinopla y en Madrid. Pero su fuego revolucionario se apagó junto con la decepción que le causaron los hechos que se sucedieron. El fusilamiento de mil quinientos sublevados y la elección por sufragio universal (para los hombres) de Luis Napoleón Bonaparte, sobrino de Napoleón I, quien se había presentado a las elecciones de 1850 con el curioso lema: "No más impuestos, abajo los ricos, abajo la República, larga vida al Emperador". Dos años después, luego de un golpe de Estado, se coronó emperador como Napoleón III dando lugar al Segundo Imperio. Luego de eso, Baudelaire renunció a sus expectativas democráticas y se hizo seguidor de Joseph de Maistre, un radical teosófico que consideraba la revolución de 1789 como obra de Satán.

Luego de un reinado sin sobresaltos, Napoleón III también habría de sucumbir ante otra violenta revolución: la Comuna de París. Derrotada Francia en la guerra franco-prusiana, la Guardia Nacional se toma la ciudad y se declara el primer gobierno socialista en forma: se deroga el matrimonio, el servicio militar, las deudas e intereses, los alquileres, y otras. Son quemados y saqueados: el palacio de las Tullerías, la biblioteca del Louvre (el Louvre se salva por un pelo, por la intervención de Courbet, se dice), el palacio de Justicia, el de Orsay, la estación Paris-Lyon, entre otros. En las calles se cuentan mil quinientas barricadas. El ejército regular retoma Paris al cabo de dos meses y son fusilados veinte mil comunnards entre hombres, mujeres y niños.

Si bien no fue una revuelta, el caso Dreyfus tensionó la sociedad francesa de un modo muy interesante. Además de Zola y su Yo acuso, Marcel Proust desarrolla minuciosamente el caso en En busca del tiempo perdido. Madame Verdurin, dama nueva rica y ambiciosa que lleva un salón intelectual formado por una corte de personajes un poco pomposos y ridículos, se jacta de no contar entre sus asiduos a duquesas y princesas, más que nada porque estas nunca pondrían un pie en su casa. El caso Dreyfus pone a duquesas y princesas del lado de la reacción conservadora, militarista y antisemita, mientras que el dreyfusismo reúne al pensamiento republicano, liberal progresista. La Tercera República es todavía frágil, los restauracionismos borbónicos y orleanistas están todavía muy vivos, y la antigua oligarquía, los residuos del ancien régime, se aferran a las categorías que las pueden aglutinar y el caso Dreyfus es una de ellas. Restablecida la inocencia de Dreyfus al cabo de cinco años, el salón intelectual, la "cultura" de madame Verdurin, que ha financiado por ejemplo a los ballets rusos, se pone de moda y las duquesas y princesas comienzan a acudir tímidamente a él; es el triunfo final del republicanismo liberal en Francia. Ya viuda, madame Verdurin se casa con el príncipe de Guermantes, el personaje que ocupa el más alto rango en la compleja estructura social que nos presenta la inmensa novela. En busca del tiempo perdido no es sino el punto final del viejo orden que durante dos siglos luchó por no morir.



 

 

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Por Gonzalo Contreras
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 1 de Diciembre de 2019