El terror del mundo,
O monólogo desde la ciudad invertida.
(Comentario al libro Der Golem de Pablo Lacroix, ediciones Etcétera, 2011).
Por Gonzalo David
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Hace unos días fui al cumpleaños de Pablo. Ambos estamos pasando las vacaciones en San Fernando, junto a la familia y los amigos que poco y nada vemos durante el año. Era el único amigo del “medio literario”, el resto ex compañeros del colegio y socios de la vida loca en las noches etílicas sanfernandinas. De inmediato pensé en los chicos que no lloran, la patria en ruinas, el niño-pájaro y todo el imaginario escritural de la nueva poesía chilena en llamas, y no es que tengamos afinidades estéticas con el poeta Lacroix, sólo que hay una realidad mucho más fascinante y transcendente que un par de libros editados, y es que San Fernando es como un hematoma en la esquina del corazón.
Pablo me contó que junto a uno de sus amigos iba de noche al cementerio. No me pareció extraño, este pueblo fantasma tiene una fijación con ese lugar: la ruta el día de San Juan, los punkys que van a emborracharse, algunas parejas a follar. Lo curioso de la historia es que se metía junto al amigo en los mausoleos más antiguos y sacaban cráneos para jugar con ellos.
Lacroix tiene esa conciencia de muerte, sus textos son como la exhumación de una mente, una realidad paralela a esas fiestas privadas juntos a los analfabetos de turno, porque los chicos que no lloran han ido al Amity, al bar de la Gringa o a casas fabulosas, estrellándose contra el suelo con el deseo y la seguridad que despertarán con una feroz caña pero siendo las personas felices que odian a los que no son como ellos.
Pablo escribe desde la ciudad invisible, desde la tierra invertida, desde el Seol de la provincia colchagüina.
Vi a Lacroix junto a los analfabetos y parecía uno de ellos; me parece deslumbrante la forma en que su libro construye un personaje al que el lector recurre pero que finalmente está muy lejos de ser su autor. Los elementos poéticos le dan una forma exacerbada a los principios establecidos por el escritor.
Der Golem es un compendio de textos e imágenes que se atoran en los ojos como un coagulo del tamaño de una ciudad. La muerte ha sido una palabra tan manoseada y hecha lugar común por la poesía, pero Pablo en su libro le da una connotación radical, horripilante y bella, macabra y sublime, intranscendente pero eterna.
Los amigos preguntan por el precio del libro, de qué se trata, incluso uno dice que se reirá de por vida si encuentra aunque sea una falta de ortografía. Es interesante este fenómeno de dos ciudades dentro de una, del constructo poético de Lacroix con la mirada hacia abajo, o hablando “desde abajo”, mientras lo veo tomándose un ron y comiendo un choripan sobre la superficie.
Suena paradójico que un libro como Der Golem viene a revitalizar el panorama poético en San Fernando, monopolizado hasta ahora por grupos paganos perezosos. La muerte es una afrenta a los poemitas nauseabundos de los parásitos del poder, Pablo lo sabe, pero aún así habla con el desenfreno que sólo pueden tener los fundadores de una nueva independencia, de un nuevo pacto. Su poemario rebosa truculencia como muy pocos he leído el último par de años, y eso me hace creer que estamos frente a una extrema unción, pero no a la manera católica romana, sino como el hálito desgarrador de una reescritura donde pocos seremos los sobrevivientes.
