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Muestra poética

Gloria Dünkler
(Pucón, 1977)

 

 


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LIBROS
Quilaco seducido (2003)
Füchse von Llafenko (2009)
Spandau (2012)



Rote Kämme

En las tardes nos montábamos en los techos para oír el coclear de las gallinas atacadas por el puma, o las quejas de una borrega extraviada. Embargados por el salvajismo de esta tierra que se perpetuaba más allá de lo que nuestros esfuerzos jamás alcanzarían. Saboreando el espectáculo de la luna redonda y dulce, ese panqueque como el seno de una madre, como un trago de cerveza, como una buena pierna de mujer, cantábamos borrachos y exhaustos, discutiendo las noticias que llegaban desde la patria.

 

 

El paso de los años: Unrein

No despiertes estos demonios
que respiran bajo mi sangre,
desaparecidos guerreros que acuñaron pasión y muerte;
no te burles, no pronuncies los viejos juramentos,
el beso que muerde,
las plegarias de mis ancestros por las noches
antes de amarse.
No los obligues, no me sometas, no te ensañes.
No me vendes los ojos, no descanses en mi selva
y te permitas nadar en mis ríos pedregosos.
No me empujes al abismo esta noche.

*

Un cobarde para mi nación,
remiso al decir de mi abuela,
inútil para mis amigos.
Fui débil
como un anciano agonizando
en la cama de un hospital
y asustadizo
como un muchachito en su primer día de escuela.
¿Cuántos otros morirían en mi nombre?
Bien lo sabía, pero más valió un plato de lentejas
y un camastro bajo la luna menguante.
Entonces el corazón me saltó por la boca
y se hundió en la traición
cuando, frente a todos,
dije no a las Juventudes NS.

Nuestros caminos se abrieron dolorosamente.

 

 

ANKUNFT DER EMIGRANTEN

Las tierras de Llafenko jamás fueron un edén como se nos dijo. Las huellas yacían pobladas de espinas; lluvias y vientos resultaban devastadores, antojadizos y el páramo cerraba sus entrañas a la siembra. Frutos silvestres y ovejas ramoneando los prados se negaban a dejar su cautiverio; el bosque no se permitía derribar y los ríos se abrían paso con más furia. Las tierras de Llafenko fueron un laberinto de secretos, un enjambre de preguntas sin respuestas.

 

No fuimos descendientes de reyes ni licenciados
y mi abuelo recogía la nieve
amontonada en las calles de Hamburgo.
Lo único que trajimos fue coraje, el buche
y los sueños en las maletas.
Aferrados al mástil del buque
taconeado de niños enfermos
de vivir con la peste y el hambre,
de mujeres que parían en la cubierta
y otros que dormitaban en los pasillos
o de a tres en los camarotes.
La maldición de errar por los mares había terminado.

 

¿Qué sabe un forastero sobre tomar un buen mate?
Nadie le dijo cómo se ceba: si amargo o untado en miel,
hojitas de cedrón o cáscaras de naranja.
Que el agua no se deja hervir,
que amaina el apetito y sosiega la mente.
¿Qué pienso? Quizá me complazca
y un día me instale con mi bombilla
en la arena movediza de la yerba.

 

Tu trabajo es despejar los caminos,
inventarlos a machete y prender fuego a las campiñas.
No te conozco, indio, no te comprendo.
Vendido, rumorean los tuyos, apatronado,
¿y tú sólo guardas silencio?
Mientras fabricas la batea para salar nuestra carne
y junto al padre unes tu fuerza,
yo te observo y me pregunto:
¿quién te dejó esa cicatriz en la frente?

Mi oficio es construir, encender motores,
soltar amarras, no volver atrás.
La miseria se despidió de mí
agitando su pañuelo al viento
comprendí entonces, mi destino era triunfar.
Era sostener las esperanzas amarradas al cinto,
remar en busca de tu orilla,
sembrar el poema y dejarlo brotar.

Aquí nadie se conoce
ni sabe uno si la familia del vecino no vale un cobre.
Aquí podemos inventarnos una sangre,
un escudo, una leyenda, una muerte gloriosa,
podemos ser, si se nos place,
una estirpe ungida por el rayo.



 

 


 

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Muestra poética: Gloria Dünkler (Pucón, 1977)