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La herida del Yatagán; algunas anotaciones sobre el último libro de Gloria Dünkler

Por Emiliano Valenzuela

 


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Un yatagán. En Chile se le dice así popularmente a ciertos cuchillos o bayonetas militares. Lo cierto es que la imagen es la de un arma con filo; una punta, una suerte de puñal. En la idea de un cuchillo, o en este caso de un yatagán, siempre subyace otra idea latente e inmediatamente obvia: la herida, el tajo, el surco sangriento, el daño. Por supuesto que al ser primero la imagen del cuchillo la imagen posterior, o sea la herida, aparece como una abstracción que continúa en la posibilidad de blandirlo. Me parece que en este título subyace este ejercicio justamente. Yatagán es, en un gesto, la forma de invitarnos a mirar la herida. Y es que hay que escribir sobre las heridas, y con más hincapié sobre todo, si estas heridas son palabras pendientes, asomándose como un declive en la superficie. Pero es difícil. Y es que los hitos de la historia por ejemplo, están llenos de heridas no exploradas o ignoradas por completo. Uno piensa con frecuencia livianamente en los sucesos y sus efemérides, como límites y explicación, como perímetros de sentido dentro de una línea de tiempo que define, con etiquetas muy simples el devenir, ya de un hombre o un país, o quizás igualmente de alguna institución. Pienso en la Dina, por ejemplo, como el horror, o convertida sólo en el horror como palabra decidora o rótulo. O pienso en Manuel Contreras solamente como un monstruo. Por el contrario, uno no piensa o piensa escasamente en lo que está en el intersticio. Lo que está en las horas muertas uno no lo piensa casi nunca. Por ejemplo: las horas detenidas en el tedio de las oficinas de la Dina, la secretaria haciendo los trámites administrativos o repasando sus uñas con un algodón con acetona mientras se escucha una musiquita muy despacio proveniente de una radio. (“las Brigadas Femeninas planchan los uniformes para el gran desfile”) Uno no piensa en Manuel Contreras haciendo su boleta a fin de mes o mirando la ciudad con ojos inmóviles, mientras se reclina en un asiento que rechina, hacia atrás o hacia adelante. Uno no se imagina al Mamo haciendo el amor con su amante, besándola en una habitación en penumbras, mientras afuera el sol acaba de ponerse y pese a ello aún hace calor. Un calor que tanto a él como a ella los hace sudar profusamente. En fin. Hay que escribir sobre las heridas, sí, y sobre todo si estas heridas son perturbadoras palabras pendientes como esta vieja historia de la masacre del 5 de septiembre del año 38. Heridas que se esconden no en el nombre mismo de las cosas, en la palabra masacre o en la palabra nacismo – o en la palabra Dina o Cni- por ejemplo, sino en lo que subyace tras categorías simplonas como esas; no el hito, sino su desmenuzada y cruel minucia: las horas muertas de 1938, por ejemplo, la vida en el cuartel nacista de Huérfanos 1540 , los complotadores y su inocente esperanza, su juramento de “consagrarse por entero y por siempre a la grandeza de Chile”, sus fiestas del machitún, las peleas en la universidad, Javier Cox desnudado y lanzado a la calle y después vengado a paliza y marcha en los pasillos del aula, la muerte del poeta Barreto que sacó su anillo para levantarlo en el aire y decir “por aquí, por aquí pasen las balas”, en fin, lo que se esconde tras la estaca clavada en el llano. La grieta. El ripio. Ahí, dentro de la herida, en los detalles de la carne rasgada por el Yatagán, hay más de alguna inexplorada ruta para el entendimiento, y ahí, por supuesto, existe un material sujeto sólo a la voluntad del que se atreve a cuestionar su propia comodidad histórica con preguntas tan difíciles como la del nacismo y su vida íntima en Chile, o la Dina y el material que nadie toma por que quizás hay posiciones o mitos que es mejor no cuestionar para no incomodar a nadie.

Hay libros escritos con voluntad y otros con talento: este, pesé a ser en muchos tramos una transcripción textual de varias fuentes de la época convertidas a poema, es a mi parecer un libro escrito con ambas: voluntad y talento. Por ende con valentía. Indaga, con compleja curiosidad en los años del nacismo chileno y su significado. No lo aísla de Chile convirtiéndolo en nazismo, un producto alemán desconectado de lo nacional, como lo han hecho incluso especialistas en historia o escritores como Miguel Serrano. Si bien Dünkler no es historiadora, asume los riesgos y redimensiona, analizándolo como pocos lo han hecho, haciendo hablar un entramado disperso de voces que nunca tuvieron tribuna ni se juntaron para un análisis màs acabado del tema: autores como Tito Mundt, Enrique Zorrilla, Rodrigo Alliende o Carlos Keller, y viejas notas del diario Trabajo o la revista Acción Chilena. Aquí, como dije, se redimensiona el relato a un punto que sólo un autor había intentado y conseguido: Carlos Droguett y sus sucesivas versiones publicadas sobre la masacre del Seguro Obrero. Y es más, Dünkler va más allá de Droguett al tocar la inflexión más tensa que subyace tras la famosa masacre del Seguro Obrero – terreno del que Dorguett, quizás por comodidad o por contexto, no salió- . Dûnkler hace el ejercicio de no pensar en el rótulo como tal. Supera a Droguett, sí, no escrituralmente claro –pocos podrían-, pero si leyendo y escribiendo el tema desde este lado de la historia de Chile donde ya tanta agua y tantos muertos han pasado. Teniendo como referente claro pero parcial la visión de Droguett, lo trasciende en el intento escritural al enfrentar lo que está detrás realmente de la muerte de los 60 jóvenes. No eran sólo muchachos idealistas que murieron por el pueblo como reza la placa en el actual Ministerio de Justicia, sino también nacistas. Esta pregunta no está hecha por Droguett pero si por Dünkler. Droguett exalta la sangre y la enrostra en la cara de los culpables y hasta el final, como una reflexión honda sobre Chile mismo corrige su manuscrito publicado originalmente en la prensa en 1939. Dünkler asume un riesgo más peligroso; se obsesiona igualmente pero a la vez se fascina con el nacismo.

 Es interesante aclarar que el nazismo como tal, como “nazismo” con z -término que usó el periodista de La Tercera para hablar del MNS en un reciente artículo sobre este libro- no existió en Chile; existió, en cambio – y Dünkler nos lo aclara muy bien-, un movimiento difuso –que no era únicamente contradictorio, ya que esta mera crítica es muy fácil, sino algo peor: ambiguo en su paradójica revolución reaccionaria- animado por la difusa red del populismo nacionalista detrás del que estaba, como sostén principal, la voluntad de su Jefe, “Puma Gris” en el libro; Jorge González von Marées en la realidad. Pero debajo de aquella y su explosiva performance, estaban las bellas y minúsculas voluntades populares: los estudiantes de la Universidad de Chile, los obreros de Santiago, Valparaíso y Concepción; en fin, la fuerza de la protesta civil que desde las reflexiones que se agitaban en el plano internacional en esos años buscaron una respuesta en la izquierda marxista o en el nazismo que intentaban emular de Europa, sin éxito obviamente. En esa época, además, había milicias armadas del PS y existía un ejército paramilitar de derecha llamado Milicia Republicana, compuesto por más de 30 mil hombres, financiado por el estado para hacer frente a las posibles revoluciones promovidas desde sectores izquierdistas del ejército.

Los nacistas chilenos de aquel entonces no eran de derecha ni de izquierda, pero como cita Dünkler, estaban junto a la oposición. El porqué de esa declaración daba por González von Marées condicionada por el interés de plegarse a la candidatura de Ibañez desde 1937, obedece a un largo periplo y a muchos cambios de rumbo dentro del nacismo, condicionados por la polarización gradual del sistema de partidos en la época. Lo analizaremos brevemente: si bien el mito fundacional del nacismo, la idea autoritaria del estado de Portales es la misma idea fundacional de la derecha chilena, su viaje político fue hacia la izquierda o hacia una izquierda alternativa. Si bien buscaron en un comienzo el nicho de las simpatías de la derecha, cuando la tranquilidad gubernativa fue puesta a raya por Alessandri y sus políticas represivas, las bases de derecha abandonaron el MNS plegándose al oficialismo. Esto dejo a los nacis en un vacío de acción que fue necesario llenar cooptando el territorio de la izquierda, compitiendo codo a codo con esta en los barrios populares y en la universidad. Recuerdo una conversación con Gonzalo Rojas que me contó cómo fue a la morgue a reconocer los restos de su amigo César Parada muerto en el Seguro Obrero. “Esos no eran nazis”, recuerdo que me dijo. Y era cierto, aunque su estigma los embotellara para siempre en ese calificativo y su imagen quedara en esa categoría como etiquetada para siempre. Para nuestra fortuna Dûnkler desde la poesía se hace cargo de esa pregunta. Si pensamos bien en esos años incluso los partidos populares y revolucionarios –los comunistas abandonaron esta vía armada para plegarse a la estrategia de los frentes populares desde 1934 o 35- siguieron las rutas constitucionales y democráticas, avaladas en la constitución oligarca del 25 y las leyes represivas como la de seguridad interior del estado promulgada por Alessandri en 1937. Las protestas civiles que negaron este orden legal fueron pocas y por lo demás acabaron trágicamente. Los nacistas desde el Seguro Obrero fueron el ejemplo de un movimiento revolucionario genuinamente, aunque como lo testimonia brillantemente Dünkler, manipulados por Ibáñez. Dünkler amplía la lectura del MNS a la de un movimiento genuinamente popular y revolucionario, ambiguo, cuya marca difusa es dolorosa y que tiene algo más. Es una metáfora. Como ya dije, lo ve Droguett, pero por Dünkler visto de un modo más complejo: El libro aborda un acercamiento a la política y al poder, a la traición y al fracaso, al pueblo masacrado o a la narración de la sangre (Droguett); y en Dünkler: a la historia reciente del país se fusionan estos tópicos, no desde el petitorio y la épica de la izquierda, sino desde un ángulo más valiente pero más triste, màs tremendamente triste. Desde el desarraigo, desde lo difuso, desde, como ella dice, “la mirada de un ciudadano común que se ve enfrentado a un tema desconocido, chocante, confuso”. Porque qué más confuso que un nacismo chileno. Un nacismo que tiene obviamente su explicación para la época pero que esa explicación ha sido olvidada o archivada cuando ya pasaron casi 80 años. Es en las grietas o en las preguntas, en los terrenos incómodos o los agujeros donde no queremos mirar ya sea por cobardía o aprensión donde probablemente están las respuestas para comprender el por qué o el hasta dónde de nuestra dolor histórico. Un dolor viejo y nuevo, porque la historia siempre es la misma, y este libro valiente se encarga de ponerlo muy en claro al revivir las palabras de esa orden dada el 5 de septiembre desde la Moneda por el perro Alessandri: “mátenlos a todos”.



 


 

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