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Casas en el agua, de Guido Eytel

Por Javier Aguirre Ortiz

 

 

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Hay quienes piensan que la ironía y la parodia son útiles para distanciar y nos alejan de la realidad o de la empatía. En el caso de esta fabulación de Guido Eytel la burla sirve para hacernos ver lo ridículo de las narraciones enfáticas, de los grandes discursos patrióticos y sus mentiras gloriosas: es decir, para librarnos de un discurso previo y poder contar la historia de otra manera (siempre hay que volver a contarla). La Araucanía tuvo su épica fundacional con Ercilla, en un tiempo en que sus modelos italianos (el Orlando Furioso de Ariosto) eran ya manieristas y burlescos; era ya, entonces, una excepción. Los cantares de gesta son medievales, la épica es de otra época. Don Quijote es la demostración del fin de la épica en verso y la inauguración del nuevo tiempo de la novela, que nace antiheróica. Así que esta otra narración fundacional, la que nos ocupa, está contada desde una visión risueña, nunca desde el énfasis de la épica (o, si es el caso, para caricaturizarlo abiertamente). En una entrevista que se le hizo hace poco para un documental sobre su vida, Eytel afirma que “el escritor debe mentir para decir la verdad”; el propio Cervantes había dicho lo mismo de otra forma: “historias fingidas y verdaderas”. Por eso, en este relato no debemos esperar encontrarnos con la Historia. El autor desconfía de las grandes palabras “Patria”, “Historia”, y prefiere otras más cotidianas y minúsculas.

Los protagonistas de esta historia, los fundadores de San Estanislao de Rucaco, distan de la categoría de héroes, aunque una narración paralela se empeña en lo contrario. Frente al relato que considera a los nuevos llegados a la Araucanía como civilizadores (son los tiempos de la tan traída y llevada “pacificación”), la narración evidencia su torpeza e ignorancia (si el pueblo se llama “Rucaco”, casas en el agua, es por el asombro con el que los mapuche señalaban las construcciones de la ciudad en zonas que habrían de inundarse año tras año). Frente a la exaltación de los héroes de la patria y el progreso, con su contrapartida necesaria del bárbaro enemigo –bárbaro no significa otra cosa que extranjero- el autor simpatiza con el mestizaje (como en el caso de la bella rubia del río de rasgos indígenas y su idilio con un teniente).

No son muchos los personajes importantes de esta obra, pero tras sus historias se traza de forma somera pero también certera la astucia del empresario sin escrúpulos y su destrucción de los indígenas con el trago y la brutalidad, la dignidad del mapuche, el valor del encuentro de algunos, el despiste de otros, el sinsentido de la guerra, el paso y el peso de las estaciones.

Un libro amable y burlesco, en suma, pero que no esquiva el horror de la violencia, los abusos de la justicia y las matanzas, sin que por eso deje de quedarnos un buen sabor de boca, porque la misma muerte es parte de la vida, que es lo que este poeta se empeña en cantar.



 

 

 

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Casas en el agua, de Guido Eytel.
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