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Guido Eytel, unplugged
Puestos varios, Ril Editores, 2015

Por Ricardo Herrera Alarcón



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Guido Eytel (Temuco, 1945) es uno de los más importantes escritores de su generación. Lo conocí como poeta y luego como narrador o como un poeta que escribe prosa o en prosa. Primero llegué, entonces, a su trabajo lírico, que tardíamente publicó en dos libros que me parecen imprescindibles: Pluma y sangre, por Poleo Ediciones, el año 2011, y hace poco (2015), Poesía incompleta, por Ediciones Universidad de La Frontera, texto que recoge gran parte de la producción poética dispersa del autor. Los primeros recuerdos que tengo de él están ligados a mí juventud bajo dictadura y al grupo de escritores que lo rodeaba, una célula literaria cercana a la Sech filial Temuco y que tenía fama de bebedora y zurda, dos cosas que me atraían bastante en ese tiempo. Hablo de los ochenta, década fría y lluviosa, donde los poetas buscaban calor en peñas universitarias y bares como Don Moise, El Club Radical, El chinito, Cassuny, Don Roberto, El Sambacanuta, entre otros. Su nombre se asocia también en mi memoria a la revista Poesía Diaria, que editaba con Elicura Chihuailaf y donde empecé a saber de Guillermo Chávez, Hugo Alíster, Bernardo Reyes,  Juan Pablo Ampuero, entre otros autores que aún suenan en el casette de mi adolescencia. Todavía guardo libros de estos escritores, libros que leí con entusiasmo y conservo con mucho aprecio: Malditos y benditos, de Chávez; Porque ya no somos niños, de Alíster; El invierno, su imagen y otros poemas azules, de Chihuailaf; Relatos y retratos, de Ampuero, de los que recuerdo. Durante mucho tiempo para mi Guido Eytel fue el autor de estos versos grafiteados en las murallas del hospital de Carahue: “Besemos los erizos/ tacas piures cholgas y choros/ besemos/ sin arrepentirnos de nada/ porque hay que bautizar la mañana”, que ahora sé es un fragmento de su poema “Desayuno en el mercado” y que aparece en el citado Poesía incompleta.

A Guido lo avisté personalmente en esa época  o más tarde, no recuerdo bien. Pero lo que sí sé es que cada cierto tiempo le enviaba los pocos libros que iba publicando, a través de amigos en común que lo admiraban y querían, porque Guido Eytel es uno de los escritores más respetados y queridos por estos lados. Nos encontramos más tarde en el viejo Hotel Continental, para una feria del libro usado. Guido hacía las veces de presentador y/o maestro de ceremonias en una lectura de Guillermo Riedemann, de la cual recuerdo no solo los buenos poemas de Esteban Navarro, sino la cordialidad y naturalidad con que el autor de Casas en el agua hablaba de literatura, como si estuviera sentado en el living de su casa. Traté, infructuosamente, de salir a beber con los poetas, pero creo que Guido ya no bebía en ese tiempo o estaba en uno de sus periodos de intermitencia. Me costaba entender eso. Me costaba hacerme a la idea que un escritor no bebiera. Me costó más de tres décadas entender que vivir poéticamente no era eso. Pero no me costó tres décadas. La verdad es que, por lo menos, hace diez años que lo sé o lo intuyo. Darme cuenta no me llevó, como debes suponer, a dejar la bebida. Admiré con más fuerza a los artistas militantes de la uva o destilado. Sentía que de alguna manera yo no tenía esa fuerza, ese coraje para mandar al diablo un mundo, una realidad, quiero decir un orden social por el cual sentía y siento un fuerte desprecio. Y esa repulsión la encarnaban esos tipos desquiciados que se habían abandonado y no aceptaban otro código de honor, otras leyes que no fueran las propias. Pero hace una década, más o menos, algo cambió en esa zona achurada donde coexisten las perspectivas de futuro y la indiferencia a todo lo que no sea presente: ese puente donde se cruza sin miedo a mirar hacia abajo la correntada, llena  de tigres enterrados.  Me demoré casi tres décadas en entender que debía soltar el pie del acelerador, cuando las resacas y las depres post eran cada vez menos una luminosa oscuridad.

Pero vamos a rebobinar que quiero hablar de Guido Eytel y de su libro Puestos varios, publicado en Santiago por Ril, el año 2005.  Catorce cuentos que pretenden, en palabras del propio autor, salvar a algún vecino, a alguna vecina, con la tarde y la noche vacía por delante.

Por los cuentos de Puestos varios desfilan personajes a los cuales la vida no les ha sido fácil y cuyas experiencias sentimos cercanas, como si ocurrieran en el barrio, a la vuelta de la esquina. ¿Qué une a todos estos relatos escritos a través de un tiempo largo, según señala el mismo autor en la aclaración preliminar del texto? Creo que muchas cosas. La primera el lenguaje que los sostiene, una prosa en apariencia simple, donde las referencias literarias casi no existen, salvo los guiños a Girondo y la película El lado oscuro del corazón, en el relato “Matar a Padilla”, el único donde el trasfondo de la narración es la literatura, y el protagonista un poeta obsesionado con su escritura y la idea de acabar con un tal Padilla,  con  la muerte y el suicidio como ejes centrales. En el resto del libro la mataliteratura está absolutamente ausente, y los personajes se mueven en ambientes cotidianos del pueblo o el campo donde Eytel va tejiendo su universo personal. Porque detrás de cada relato asoma la configuración de un mundo con sus peligros y miedos y todos juntos constituyen una banda sonora donde una multiplicidad de narradores hablan a través de la voz de un Eytel que imaginamos un poco cansado, con su figura delgada que se diluye entre el humo de un cigarro puesto entre las cuerdas de una guitarra, acústica y desenchufada, que toca mientras lo escuchan boxeadores pendencieros, militares cómplices, vagabundos que practican una tierna necrofilia, campesinos asesinos y orgullosos, tipos enamorados de la tristeza y las putas, poetas dipsómanos y suicidas, padres que vuelven a rescatar al hijo pródigo muerto: todos protagonistas de las historias que salen de su voz aguardentosa. Porque la música de estos relatos parece más dirigida a la emocionalidad de sus lectores  que a su racionalidad (aunque en su mayoría son cuentos perfectos donde se equilibra armónicamente destreza lírica y progresión dramática). Dice uno de los personajes: “A veces miro al público y me doy cuenta de que estoy llegando, que me estoy metiendo adentro de sus corazones y haciéndolos llegar a lo más profundo de los recuerdos. Les veo en los ojos los viejos amores, los besos, las despedidas, los engaños, la tristeza tibia de los tiempos que ya no van a volver…”. La pretendida falta de pretensión que algunos textos literarios tendrían como característica, la asume Guido Eytel al inicio de Puestos varios: que el lector “al echarle una mirada a estas páginas encuentre un cuento que valió la pena”. Entiendo que se refiere al desdén por cualquier asunto extraliterario o que le es absolutamente indiferente y da lo mismo fama o premios (a pesar de haber obtenido el Gabriela Mistral, el Municipal de Santiago, el Academia de la Lengua, el MOL, entre otros). Y le creo. Y esa es otra de las características de estos cuentos: cada uno de los narradores es absolutamente verosímil, tanto en la voz más poética del enamorado en “Tomado de los ojos”, como en el discurso bajofondero, dramático y melancólico del vagabundo en “Este viejo calor que tengo guardado”, pasando por la distancia omnisciente que retrata el drama de los detenidos-desaparecidos en “Nunca más sola”. Quiero decir que en cada narración Eytel tensa las cuerdas del relato y construye unos entes de ficción que nunca impostan la voz. “Y no se olvide nunca que con la pura voz no basta. Lo importante es el sentimiento”, dice Mateo en “Para que nunca se vaya”. Y lo relaciono con la estructura de estos relatos, que no se quedan en su perfección formal, sino que “pretenden” tocar al lector y conmoverlo (dos palabras no casualmente boxeriles). La construcción de espacios sicológicos diversos donde conviven el amor, el humor y la muerte, junto a una pobreza siempre redimida por una moral anclada en la nostalgia y la ternura, permite que un bar tenga por nombre “El Faro”, o “Pueblo Paraíso” sea el lugar de un crimen. De verdad parece que uno ha visto a muchos de estos personajes en los campos de Llolletúe o Niágara, en Lautaro o Nueva Imperial, en La Serpiente o La Petite. Parece que no nos son tan ajenos y en eso nos vence esta escritura, porque en cada fragmento de estos retratos encontramos también a la tristeza que hemos querido, al poeta visceral que fuimos, al amor que no pudimos abrazar, al amigo que resiste ante el llamado de las parcas.

Guido Eytel ha construido en Puestos varios un libro bello, inteligente, lleno de melancolía y cariño por esas personas que se ignoran y que, en palabras de Borges, están salvando al mundo. Un libro que bajo la aparente sencillez de su lenguaje esconde una estructura sólida como la roca. Un libro poético para salvar no una, sino varias tardes y noches vacías por delante.


 

 

 

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