Aire quemado
(Ediciones La Calabaza del Diablo). 30 páginas.
Por Alejandro Lavquén
Segundo libro de Gladys González, autora de Gran Avenida, un poemario que, en su oportunidad, fue muy bien recibido por la crítica. Aire quemado, de alguna manera se conecta con aquella publicación, sobre todo en el estilo. Y nuevamente es protagonista la ciudad como referente del tránsito del sujeto poético: “construir una ciudad/ dentro de otra ciudad/ sin puertas/ sin ventanas/ sin salidas” (…) “todas las ciudades/ son iguales/ todas las ciudades/ se provocan/ en el mismo ejercicio/ todas las ciudades/ se queman/ al cruzar la frontera”. Gladys escribe con el corazón, es genuina en su propuesta. Se desplaza con sinceridad ante el dolor, ante la desesperanza y –sobre todo- ante la melancolía, porque Aire quemado es sin duda un libro donde la melancolía se percibe explícita o implícitamente en cada página, como una especie de columna vertebral en cuyo derredor se manifiesta el periplo de la poeta. Abandonos, soledad, habitaciones marginales, insomnios y posibilidades debaten permanentemente sobre un futuro incierto: “el aire está quemado/ todo huele a miedo y silencio/ nos miramos a los ojos/ y no encontramos nada/ que sirva para construir una advertencia/ aún menos/ los escombros de esta noche”. Dentro de todas las pesadumbres y desconsuelos que encontramos en los poemas también la esperanza juega su papel, tomando la forma de sobrevivencia. Cada poema es un desgarro, un grito de auxilio, un deseo de no morir, de ser la luz y avanzar, un clamor de ser escuchada. Avanzar, en el contexto del libro, toma como significado trasladarse, caminar, escapar, en definitiva sobrevivir. Pero deambular agota, fastidia, pues siempre será necesario un lugar definitivo, un lugar nuestro, que nos aguarde y nos dé asilo permanente: “durante cuatro años/ la misma rutina/ empacar/ desempacar/ llenar el suelo/ con colillas de cigarros/ botellas/ papeles arrugados/ dormir días/ sin ver el sol/ sin hablar con alguien/ que no sea un taxista/ a un vendedor del almacén”. A pesar de la brevedad del volumen, dieciséis poemas, tiene encanto y profundidad, conmueve. Refleja además una ciudad vertiginosa y poco amable con sus ciudadanos más vulnerables a los sinsabores que trae el horizonte, dejándonos como experiencia que ante los hechos más dolorosos siempre es posible seguir viviendo.