Presentación de Especies en cautiverio de Octavio Gallardo
Alumbra Ediciones, 2010
La infinita extensión de las visiones
Por Galo Ghigliotto
En su primer libro, Octubre (Santiago de Chile: Ediciones Tácitas, 2004), Octavio Gallardo declara: “El paisaje es semejante a una galería / abandonada / sobre las especies”. Llama la atención la mirada de este poeta, porque tiene la capacidad de situarse en el espacio con ojos de analogía. Está claro: escribir un texto es dejar una huella, pero que ese texto se convierta en poema, dependerá de la forma y el contenido de ese registro. Un poeta tiene todo el derecho de convertirse en el paisajista de su entorno, y trasvasijar imágenes desde un entorno bellamente construido al texto, para convertirlo en poema. Pero también es posible (y acaso necesaria) la existencia de otro tipo de poetas: los que trazan un esquema del paisaje que se superpondrá entre lo visto y el imaginario del autor, para permitir que este último se manche con las marcas de la visión (del mismo modo en que la luz escribe imágenes sobre papel fotográfico). Otro ejercicio que responde a la misma idea es desenmascarar el paisaje y extraer lo que existe bajo él para incluirlo en la fundación de una poética. Gallardo podría considerarse un autor que trabaja con estos conceptos, ya que su mirada se sitúa sobre las cosas y las traspasa, para encontrar en ellas los elementos que darán un tono específico a su voz.
La mirada, para este autor, posee la capacidad de encerrar elementos y disponerlos en forma ordenada, a disposición de lector. El poeta, como una especie de coleccionista, toma los elementos del paisaje, pero antes de verterlos en el poema los tiñe de una analogía. Los elementos (vuelvo por última vez a Octubre): “De este mundo absurdo (AQUÍ) donde las alegorías / son genuinamente un rito matinal –cada mañana–.” (Pág. 43).
Ya en el comienzo de su nuevo libro, una María que puede ser cualquier María del mundo, se hace “evidente entre la lluvia” (pág. 9). Quedamos ante la primera de las Especies en cautiverio que Octavio Gallardo nos presentará en el poemario que hoy se presenta.
La voz de este hablante no corresponde a una voz analítica, porque los versos no portan disquisiciones sobre las cosas, aunque las relaciona de una manera quieta e indiscutible. Esto sucede en “Ética y estética de un poema llamado María” (Pág. 11):
Quietas las dos son una ecuación
que trasunta el mismo aire
que se cuela entre sus piernas
y las abastece de amor:
El preludio es absoluto y exacto,
rompe la simetría entre ellas dos
pero al mismo tiempo las reúne y colecciona,
Si en este poema sabemos que hay dos amigas o hermanas que piensan en María, mientras son “una ecuación”, imágenes simétricas que el tiempo “reúne y colecciona”, entenderemos que estamos asistiendo a la personificación de un poema (en sentido contrario a la poetización de una persona). Esto constituye una inversión al orden tradicional de creación poética, donde es un autor quien piensa un poema. En este caso será el poema quien pensará las preocupaciones del poeta. “María atraviesa el parque, tiñe los abedules” (Pág. 11), con la misma cualidad nómade del pensamiento, capaz de absorber lo que sea para corporeizarlo en un lugar inmaterial, pero lleno de formas.
El poema será una acción que captura y encierra elementos que terminarán por componer una imagen, de igual forma como se construye el paisaje al interior de un acuario. El poema es un espacio que contiene elementos móviles, capaces de cambiar sus posiciones al interior del acuario. Así será posible distinguir diferentes posturas, configuraciones visuales, tantas como sean posibles, según la combinatoria de sus elementos. Esas combinaciones serán igual en número a la cantidad de interpretaciones que un poema puede entregar. En resumen: en un acuario donde los peces-elementos habitan en constante desplazamiento, cada mirada encontrará una situación diferente.
Pero aunque podamos hacer una analogía entre acuarios y poemas, siempre existirá una ventaja de los últimos, ya que éstos nunca pierden su condición de espacio abierto. Los límites del poema sólo pueden definirse por la mirada que los abarca, por la mirada que los consume y contiene.
María, poema y protagonista de la primera parte del libro, es la más grande de una serie de mamushkas. En ella se encierran sus hermanas, se besan frente al río, son captadas, absorbidas, imaginadas. María es el marco del poema y el poema al mismo tiempo. El espacio para el afiche y el afiche; las estampillas, el sobre y la dirección escrita. María es paráfrasis y voz propia, una cita de otros y de sí misma. En “Así” es inquietante la cita de Eduardo Anguita y la presencia del fuego, que nos hace pensar en el final de su vida. Pero ya hemos dicho que, en una poesía que celebra la mirada, lo que tenga que aparecer en el instante de la vista, aparecerá: lo que el ojo convertido en voz llame gritando hacia la memoria.
Pero los elementos ya se han transformado, en parte: la piedad se ha vuelto una vara, capaz de torcerse; los arrebatos de la moral se vuelven depredadores (Pág. 23).
En la segunda parte del libro, “Gela”, asistimos a una duplicación de las imágenes. Este poema-acuario es el lugar donde habrá un crustáceo que “tropieza consigo mismo, con otro yo irreal no literario / que yace en su costado” (Pág.27). ¿Será la duplicación una propiedad de la segunda especie en cautiverio? ¿Será María ese yo irreal al que se hace referencia? ¿Será que María ha cambiado de nombre, que María nunca se llamó así? Pero aunque se mantiene la idea del poema como un todo que se encierra a sí mismo, entendemos a este “animal de merienda”, como el que será consumido, como el ser que abre y cierra el poema, nace y muere en él, mientras podemos verlo en cualquiera de esos procesos. Tal como plantea Gallardo en este mismo texto, cuando dice “Dios podría ser el universo… El universo es el mar” (Pág. 27), el poema también podría ser dios, podría ser el mar, sin importar la extensión real de lo escrito: cada poema es una galaxia. Y el crustáceo que habita este poema hablará un lenguaje de signos, un idioma que nunca se comprenderá: “Animal perezoso arraigado en sí mismo /…/ habla en otra lengua / nunca callará” (Pág. 29). Cada galaxia le pertenece al poeta, como la imagen le pertenece al proyector y la inversión de la imagen al lector-espectador. El poema es la soledad que contiene al animal, y es esa soledad la que piensa al poeta. Este es el juego que Gallardo plantea en su poesía, el juego de un rayo que es a un mismo tiempo proyección y mirada.
Lo más interesante de este libro que el hablante se sabe la luz y la sombra, y eso se proyecta en los textos. Hay evidencias a lo largo de todo el libro, por ejemplo, en el juego de una letra en particular. La M de María, la M de Martín. Dos lados de un mismo rostro, diferente en su simetría.
La virtud del poema es la capacidad de alojar infinitas significaciones. En Especies en cautiverio esa cualidad brilla con la doble cualidad de la quietud y el movimiento, para enseñarnos que cada uno de nosotros (lectores) es tan amplio como el ancho de nuestras visiones.
Santiago, 27 de noviembre de 2010