Puente de Madera de Ximena Rivera Órdenes
Por Gladys González
Viernes 15 de julio, Salón Blanco del Bar La Piedra Feliz (Valparaíso)
En el libro Puente de madera (Ediciones Balmaceda Arte Joven, Valparaíso, 2010) de la poeta Ximena Rivera se encuentran presentes, a lo largo de la obra, los cuatro elementos que rigen el mundo simbólico: tierra, fuego, agua y aire como una forma de proyección junguiana que mezcla “hilo y vacío” a la manera de Ariadna pero en una caverna platónica donde el descoser y volver a urdir se entraman con la propia capacidad de sostenerse y regenerarse de las sombras, del inconsciente torrentoso. En este poemario la figura de la sombra, del demiurgo, de las voces interiores que despiertan en el éxtasis del terror vacui -a lo que los aristotélicos recalcaban ”la Naturaleza aborrece el vacío”-, de la otredad y la rotación “como si la vida fuera un laberinto” o “la vida como (idea) de peregrinación“ cíclica: “ la Rota medieval, la Rueda de las transformaciones budistas, del ciclo zodiacal, del mito de Géminis y del Opus de los alquimistas”, de la desvinculación del ser y del espacio, van dibujando escenas que retrotraen a la oscuridad de Goya, a los escritos desde donde habita el imaginario de la alucinación, la autora rememora:
Yo escucho voces
Y sé lo que significa escucharlas
Ya que a grandes rasgos significa
Sentir una especie de vergüenza
Pero nunca sé
Muy bien porqué
Son las voces que habitan entre nosotros, silencios que difieren en su nomenclatura, en su definición, hábito, y forma de materializarse pero que avanzan siempre silenciosas, perniciosas pero fructíferas si se es valiente; voces que producen sordera en Beethoven, que llevan al Opio a Cocteau, voces sin matices que en medio de la ciudad enfebrecen y trastocan la realidad, la opacidad y el extrañamiento del lenguaje, que es la propia identidad melancólica, Ximena lo condensa así:
Pero la realidad de la nieve me sitúa
Su presencia no me deja ver más que la nieve
Y esta lo cubre todo
Lo ha cubierto todo por un tiempo largo
Y ya no tengo certeza si el abedul que estaba el otoño que pasó
Estará la próxima primavera
Entonces trato de mirar bajo la nieve
Trato de ver el abedul bajo la nieve
Pero sólo están las profundas e insistentes capas de eso blanco llamativo
Que no me dejan ver el abedul
voces que la enfrentan como a Virginia Wolff a un río exánime, inmutable, y calcinador. Cito:
Y que todo lo que sucede de malo
Se debe a una voluntad maléfica
Consciente, inteligente, concertada
La poeta como vidente se hace patente desde la experiencia, desde el yo y sus circunstancias desde la autobiografía en donde Ximena se vuelve su propio personaje y también oráculo donde la máxima “conócete a ti mismo” es como decir resucítate a ti mismo o vuélvete tu propia víctima, cito, nuevamente:
Y yo llegué a la temible confesión
Y cerré los ojos
Porque cerrar los ojos es restaurarse por dentro antes de caer
Los sustantivos que apelan al título están cargados de interpretaciones icónicas para el mundo mágico, el puente que Cirlot despliega como “una línea quebrada en el agua”, un espacio de tránsito entre dos distancias de “la humedad, el agua elemento pasivo y de desilusión”, un puente entre dos espejos, “el traspaso de un estado a otro”, a la otra orilla “ que puede ser el Leteo donde espera la muerte, tránsito de desaparición o renacimiento, un arquetipo que refleja como Hermes Trimegisto pretendía “lo de arriba es lo de abajo”, el matrimonio del cielo y el infierno como clamaba William Blake. El puente de madera, elemento noble y originario, símbolo femenino y de sabiduría, que los persas en la antigüedad consideraban como portador de fuego y vitalidad. El fuego que cruza el líquido mineral, fertilizador, dador de vida. El agua que “disuelve y purifica”, a lo que Bachelard comenta en su libro El agua y los sueños: “El arroyo, el río, la cascada tienen, pues, un habla que los hombres comprenden naturalmente (…) Cerca de los objetos nacen dos grandes movimientos de lo imaginario: todos los cuerpos de la naturaleza producen gigantes y enanos, el ruido de las aguas llena la inmensidad del cielo o el hueco de una concha. Se trata de dos movimientos que la imaginación viviente debe vivir. Aquel que oye las cosas bien sabe que éstas le van a hablar o muy fuerte o con demasiada suavidad. Hay que apresurarse a escucharlas. La cascada es estrepitosa, el arroyo balbucea. La imaginación es un altoparlante, debe amplificar o atenuar. Una vez que la imaginación es dueña de las correspondencias dinámicas, las imágenes hablan de veras”.
El cuerpo y la casa, también se hacen presentes en la escritura, la casa como extensión del propio cuerpo, la casa como lugar de salvaguarda y vigilancia, la casa donde habita la hablante como dama o ánima y el caballero purificado, Pepe, que constituyen“ la síntesis de la voluntad de salvación” en el amor, la pareja alquímica. El infierno y el cielo pequeño y sospechoso de lo que ocurre en el espejo que llevamos dentro, que Ximena carga como un camafeo incendiado por esas sombras que se golpean y revuelven buscando una salida de tanta provocación invisible pero táctil, existente e imponente.