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"Gran avenida", de Gladys González
Editorial La Calabaza del Diablo, Santiago, 2004.
por Cristián Gómez O.
www.plagio.cl
Probablemente lo único de transgresor que tenga
este libro, tal como lo señala con lucidez Diego Ramírez en el texto de
la contraportada, sea esa mirada que deja de lado lo que habitualmente
se entiende por lo femenino. O por poesía femenina. Porque el discurso
de la precariedad en que está interesada Gladys González
(Santiago, 1981) centra el foco de sus atenciones en el descalabro
del paisaje urbano en tanto analogía del descalabro personal: en
esa medida, y sólo en esa medida, se entiende la opción por poetizar
desde una primera persona que no problematiza mayormente el lenguaje
y prefiere dejar de lado cualquier opacidad de éste. Así se entienden
también que los discursos "paratextuales", como le gustaba decir a
Carmen Foxley y su ortodoxia estructuralista, se centren en la figura
de la autora: la foto de la portada nos la muestra en el bandejón central
de la mentada Gran Avenida, en una noche de rayados en las paredes y
escaso tráfico vehicular; la contraportada, por su parte, nos entrega
una foto también de González -o su doble, vaya a saber uno-, pero esta
vez dándole la espalda al obturador, que es capaz de capturar sólo su
espalda o su partida, rumbo a deambular por esa misma Gran Avenida que
es a la vez referente y signo: los paraderos tristes y el deambular de
la hablante se condice entonces con este protagonismo del hablante, lo
que casi transforma la lectura del conjunto en la de una errática novela.
Los ires y venires de los personajes que pueblan este libro -básicamente
el desencuentro amoroso de la hablante y un tú no por díscolo menos ácido
que ella- intentan (y lo logran) retratar un recorrido urbano que, de
acuerdo a lo que se nos dice en el primer poema -en una cita que no es
gratuita- "no es el paraíso ni el anteparaíso", guiño para sus mayores
incluido. No estaría demás detenernos por un minuto en este texto,
paradojalmente titulado "Paraíso", porque con él se inaugura el libro.
Parte declarando: "Aquí no hay glamour/ni bares franceses para escritores".
Me interesa este poema no sólo por sí mismo -ya que me parece una pequeña
pieza de retórica perfectamente ajustada, como la maquinaria de un reloj
que, cortando el verso donde el ritmo obliga a cortarlo, no se adelanta
ni se atrasa-, sino porque por sobre todo me parece la declaración
identitaria de una generación. Sin ser un intento de poética, "Paraíso"
sí describe explícitamente, aunque también por omisión, el contexto que
le ha tocado vivir a un grupo importante de poetas más o menos noveles,
algunos de los cuales nos han entregado acabados primeros libros
(Claudio Gaete, Paula Ilabaca) y otros que con altibajos y mucho ruido han
hecho su desembarco en la escena nacional. En "Paraíso" asistimos a un
entorno degradado, pero no necesariamente marginal. Los asados son pobres
y las rotiserías con cabezas de cerdo ocupan el lugar de los más
fashionable bares franceses para escritores. Este Chile alejado de las
promesas democráticas y del (supuesto) esplendor neoliberal evoca, de
alguna manera, la producción inicial de autores como Sergio Parra, Malú
Urriola o Víctor Hugo Díaz, en un momento en que la poesía chilena pedía
a gritos que alguien fuera capaz de hacerse cargo de un discurso urbano
que no fuera necesariamente militante (tarea que, en otras esferas,
también se cumple en poemarios de Tomás Harris, Alexis Figueroa y otros
poetas); pero la obra de aquellos autores nucleados en torno a la revista
Piel de Leopardo respondía a una necesidad de aire fresco que, en
esa coyuntura, estos poetas resolvieron no sé si a plenitud pero sí,
en cualquier caso, como la primera expresión de que algo estaba cambiando
tanto en el ámbito cultural como en el ciudadano mismo. La escritura
de González en cambio parece que entra en el panorama que el crítico
argentino Fernando Rosenberg dibuja con estas palabras: "Me parece tan
loable como insuficiente la adopción de posturas críticas que ponen
énfasis en, por ejemplo, la presencia o el uso de elementos
massmediáticos en la imaginación poética; o la performance de un
habla que mimetizaría las voces de tribus urbanas, para poner como ejemplo
dos posibles y existentes tendencias poéticas de las dos últimas décadas y
los modos en que la crítica argumenta a veces su relevancia, o su
desacralización de la cultura alta como si eso tuviese todavía alguna
importancia, y como si fuese el modo de caracterizar a la producción
‘joven’" (1).
Queda por agregar que Gran Avenida reúne en la brevedad de sus
páginas un interesante número de poemas que despiertan la atención del
lector por el uso directo de la imagen verbal que, desnuda de otros
adornos, es capaz de señalarnos con la ira del desencanto el significado
de una experiencia urbana y que, en su apariencia post-ideológica,
sigue remitiendo, aunque implícitamente a una totalidad -Santiago, Chile
u otra que el lector determine- que subyace tras la(s) metáfora(s) de
Gran Avenida.
(1) Rosenberg, Fernando. "La sinrazón poética en tiempos de globalización"
, en Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, año XXIX, número 58,
2do. semestre 2003, Lima-Hanover.