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LA COMPATIBILIDAD DE LOS SUCESOS EN “A CADA RATO EL FIN DEL MUNDO”,
DE GALO GHIGLIOTTO

Por Yuri Pérez
marzo 2013

 

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“Hela aquí: Ernesto Rousselet era un muchacho que intimó conmigo en virtud de no sé qué misteriosas afinidades. Era lorenés y de una familia protestante. Fui el único amigo a quien amó y con quien tuvo verdadera intimidad. Era, sin embargo, de una educación, de un carácter y de un modo de pensar muy distintos a los míos; más aún, completamente opuestos. Ernesto era un puritano: por nada del mundo dejaba de ir los viernes a los oficios y los domingos a oír la lectura de la Biblia en una capilla luterana. A veces le acompañaba yo, y, a pesar de mi espíritu burlón, no podía menos de respetar la honradota fe de mi buen amigo”

Clemente Palma, peruano (1872-1946)
 

Como han de ver, este fragmento del escritor Clemente Palma está cerca de varios de los relatos contenidos en el libro de Galo Ghigliotto. Un registro calmo, que está y se construye con el afán quizá de fotografiar, de atrapar como en un haiku, ciertos elementos que conforman la identidad y las acciones de los personajes. Es una relación rítmica-musical de la estructura del relato con la sensibilidad humana. En el libro cada personaje, distribuye, cada uno con sus propios demonios, las dosis justas de pausas, alientos y manejo de las velocidades. Lo de los vínculos de Ghigliotto con el haiku, es decir, sus lazos con la representación de imágenes desprovistas de grandes significados (eso, sólo en apariencia), es de todos modos un diálogo para otra ocasión.

Así, en el texto de Ghigliotto, los acontecimientos que dan corporeidad a las “sensaciones”; como el mismo hablante lo indica en el inicio del libro, se van a suceder sin que hubiera antes la remota idea de la composición literaria del modo en que la conocemos: es decir, de un modo tradicional, el modo que la RAE nos enseñó de pequeños y que, en ciertos momentos del ejercicio escritural individual, provoca estancamientos en los procedimientos creativos. Al contrario de esto, Ghigliotto mueve las escenas y los escenarios de un modo notable y nos obliga, como lectores, a ordenar a partir de nuestra propia identidad, los acontecimientos que no todo el tiempo tienen un final feliz. Y otras veces carece de finales.

La narrativa chilena actual ha venido, desde hace unos años, rompiendo con ciertos moldes del proceso de composición. Si nos concentramos, por ejemplo, en la narrativa chilena de los años 80 y 90, podemos ver en esos periodos, una sorpresiva similitud escritural (cosa detestable) y un paulatino deterioro en las capacidades narrativas, mudez, donde nada más quedó en nuestra retina aquella obra  que no cayó en facilismos retóricos. Es decir, quedaron en nuestra retina los autores que no se plantaron a “vender la pomada con la escritura”, venta que a la vez produce lectores que también venden la pomada.

En definitiva, mala literatura y peores lectores, cómodos, acostumbrados a que el autor les de hasta el postre y la manzana confitada.

Hoy, claramente, los márgenes de la escritura narrativa se han extendido en lo formal y en el fondo hacia rincones que guardan directa relación con apuestas que exigen y ponen  al escritor en una zona de riesgo, como debe ser el gesto artístico. También ha habido un acercamiento a lugares que están sobremanera próximos a la vida y a las condiciones sociales y emotivas de sujetos que anidan y se escabullen del espacio que los contiene.

Me detendré en algunos momentos del libro para referirme exclusivamente a los méritos en la obra de Ghigliotto. Me refiero a su escritura, a su mano, donde disfruté ciertos textos o fragmentos, que en mi opinión, son la transferencia encubierta y notable, de lo que el autor entiende por el oficio o por el arte de escribir.

Para desarrollar una breve disección del libro, me detendré en algunos pasajes o fracciones que dan cuenta de la habilidad del autor para manejar los tiempo, las pausas y las salidas, los tonos y las velocidades rítmicas. También por cierto, me detendré en los mundos sicológicos que deja entrever en la mayoría de los relatos.

Un pequeño ejemplo de lo que digo:

“Si esto fuera un relato, tendría un comienzo, un desarrollo, un desenlace definido, además de un personaje principal y quizás, al final, un aprendizaje o moraleja. Pero no he querido escribir relatos, quizás porque no sé hacerlo o porque creo más en la fuerza de los sucesos.”

Esta declaración de principios, o este modo de establecer los alcances y las intenciones de la obra que nos comparte el hablante, se practica en la mayoría de los textos del libro. Parece, a simple vista, una parada estilística difícil de mantener y de justificar, sin embargo, Ghigliotto impone, claramente, su postura estética particular.

Lo que sostiene la escritura en este caso son “sucesos”, no historias que se armen de manera matemática para lograr una propuesta artística, no, aquí se habla del arte fundado a partir de un desorden aparente y deliberado.

Finalmente, son los “sucesos”, las acciones materiales y sicológicas las que dan cuerpo a la obra.

Cito:

“El arte es la única forma de detener el tiempo. La vida es de quien lee, no de quien escribe. Vaya y busque entonces el principio y el final verdaderos, el argumento, el desarrollo y, si necesita desenlace, ya le digo: cualquier cosa sirve, incluso una pequeña manchita de tinta circular

Es aquí, precisamente en este párrafo, donde se hayan las pistas para entrar en el libro: claro está que, una visión del arte dicha en este tenor por un hablante con plena tranquilidad y convicción puede turbar a un adicto al ensayo que demoraría más de 100 páginas en ejecutar un examen convincente. Pero aquí, Ghigliotto no demora más de 5 líneas en proponer, exponer y posicionar una visión del arte que podría ser el final preciso para una tediosa discusión estética en un bar de Santiago entre un grupito de autores arrogantes e improductivos.

Incluso, existe en el libro un tipo de humor finísimo que a veces pasa por afirmaciones o negaciones serias y rotundas: sin embargo, hay guiños que Ghigliotto arroja con una delicadeza que si no estamos atentos, no vemos.

Sobre el aire decadente del libro, también debo mencionar ciertos rasgos distintivos: no se trata de un decadentismo mortuorio ni de bajo fondo, ni del clásico escritor ebrio y perdido de todo y de todos los que los significan. Imagen manoseada hasta el hastío por la literatura chilena que ha tenido diminutos méritos. No. En Ghigliotto la decadencia tiene que ver con temas claramente emotivos e internos. Es la plenitud de las sensaciones y sus cavilaciones que rayan en una soledad de la que muchos hemos sentido sus dientes.

Así, cuando uno de los personajes del libro, cuenta y habla de lo que debió hacer y de lo que no debió hacer para conseguir el número telefónico de una francesa hermosa, no hace otra cosa que mostrar un calibre de abatimiento y perdición interna, que, la mayor de las veces sobrepasa las predicciones materiales. Aquí no hay nada de bukowskiano y eso, desde ya, es otro mérito.

Aquí está la soledad y el enfrentamiento existencial contra la soledad, que la mayor de las veces, es una batalla perdida, aquí está la soledad que el autor no atribuye a agentes externos, ni político, ni sociales, ni económicos, acá la incomunicación y el ostracismo tienen ribetes que desatienden los fenómenos y las citas antropológicas, sociales y culturales. En este libro lo que importa es la sensación, el sentir y la reflexión inmediata del sentir. Otro acierto de Ghigliotto.

No cabe más que alegrarse por ver de qué modo se está estructurando un movimiento en los narradores contemporáneos, un movimiento en la forma de enfrentar el acto de la escritura.



 

 

 

 

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La compatibilidad de los sucesos en "A cada rato el fin del mundo", de Galo Ghigliotto.
Por Yuri Pérez.