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Escritor a la fuerza

Gabriel García Márquez
Conferencia en Ateneo de Caracas, 3 de enero de 1970


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El mundo de lo fantástico

Primero que todo, perdónenme que hable sentado. Pero la verdad es que, si me levanto, corro el riesgo de caerme de miedo. Yo siempre creí que los cinco minutos más terribles de mi vida me tocaría pasarlos en un avión y delante de veinte o treinta personas, y no delante de doscientos amigos, como ahora. Afortunadamente, lo que me sucede en este momento me permite empezar a hablar de mi literatura, ya que estaba pensando en que yo comencé a ser escritor en la misma forma en que subí a este estrado: a la fuerza.

A mí nunca se me había ocurrido que pudiera ser escritor. Pero, en mis tiempos de estudiante, Eduardo Zalamea Borda, director del suplemento literario de El Espectador, de Bogotá, publicó una nota donde decía que las nuevas generaciones de escritores no ofrecían nada, que no se veía por ninguna parte un nuevo cuentista ni un nuevo novelista. Y concluía afirmando que a él se le reprochaba porque en su periódico no publicaba sino firmas muy conocidas de escritores viejos y nada de los jóvenes, cuando la verdad —decía— es que no hay jóvenes que escriban. A mi me salió entonces un sentimiento de solidaridad para con mis compañeros de generación y resolví escribir un cuento, no más que por taparle la boca a Zalámea Burda, el que después llegó a ser mi gran amigo. Me senté; escribí el cuento; lo mandé al diario; y el segundo susto lo obtuve al domingo siguiente, cuando abrí el suplemento y a toda página estaba mi cuento con una nota donde Zalamea Borda reconocía que se había equivocado, porque evidentemente con ese cuento surgía el genio de la literatura colombiana o algo parecido. Esta vez si que me enfermé. Me dije: "¡En qué lío me he metido! ¿Y ahora qué hago para no hacer quedar mal a Zalamea Borda?"


Oficio y nuevas búsquedas

Seguir escribiendo, era la respuesta. Siempre tenía frente a mi el problema de los temas: estaba obligado a buscarme el cuento para poderlo escribir. Y esto me permite decirles una cosa que constato ahora, después de haber publicada 5 libros: el oficio de escritor es tal vez el único que se hace más difícil a medida que más se practica.

La facilidad con que yo me senté a escribir aquel cuento una tarde, no puede compararse con el trabajo que me cuesta ahora escribir una página. En cuanto a mi método de trabajo, es bastante coherente con esto que estoy diciendo. Nunca sé cuándo voy a poder escribir ni qué voy a escribir. Espero que se me ocurra algo; y cuando se me ocurre una idea que juzgo buena para escribirla, me pongo a darle vueltas en la cabeza y dejo que vaya madurando. Cuando la tengo terminada (y a veces pasa mucho tiempo, como en el caso de Cien años de soledad, que pasé diecinueve años pensándola), entonces me siento a escribirla y ahí empieza la tarea más difícil, la tarea que más me aburre. Porque lo delicioso de la historia es concebirla, irla redondeando, dándole vueltas y revueltas, de manera que a la hora de sentarse a escribirla, ya no le interesa a uno mucho, o al menos a mí no me interesa mucho.

Persistencia de Macondo

Les voy a contar la idea que me esta dando vueltas en la cabeza desde hace ya varias años. Sospecho que ya la tengo bastante redonda. Se las cuento ahora, porque seguramente cuando la escriba, no se cuando, Uds. la van a encontrar completamente distinta y podrán observar en que forma evolucionó. Imagínense un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno a sus hijos y se le advierte una expresión muy preocupada. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella responde: "No sé. Pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a suceder en este pueblo". Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar al billar y, en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el adversario le dice: "Te apuesto un peso a que no la haces". Todos se ríen; él se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y le preguntan: "Pero qué pasó, si era una carambola sencilla". Contesta: "Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi mamá esta mañana sobre algo grave que va a suceder en este pueblo". Todos se ríen de él y el que se ha ganado el peso regresa a su casa, donde está su mamá o una nieta o, en fin, cualquier parienta. Feliz con su peso, dice: "Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto". "¿Y por qué es un tonto?". Dice: "Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado por la preocupación de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo". Entonces le dice su madre: "No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen".

Obsesiones y compulsión

La parienta lo oye y va a comprar carne. Ella dice al carnicero: "Véndame una libra de carne"; y en el momento en que se la están cortando, agrega: "Mejor véndame dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado". El carnicero despacha su carne y, cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice: "Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se están preparando y andan comprando cosas". Entonces la vieja responde: "Tengo varios hijos, mire, mejor deme cuatro libras". Se lleva cuatro libras; y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo, en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y, de pronto, a las 2 de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice:
"¿Se ha dado cuenta el calor que está haciendo?"
"Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor".
(Tanto calor que es pueblo donde los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque, si tocaban al sol, se les caían a pedazos).
"Sin embargo, dice uno, nunca a esta hora ha hecha tanto calor".
"Pero a las 2 de la tarde es cuando hay más calor".
"Si. pero no tanto calor como ahora".
Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz: "Hay un pajarito en la plaza". Y viene todo el mundo, espantado, a ver el pajarito.
"Pero, señores, siempre ha habido pajaritos que bajan".
"Si, pero nunca a esta hora"
Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo.
"Yo soy muy macho, grita uno. Yo me voy".
Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen: "Si este se atreve a irse, pues nosotros también nos vamos", y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo.
Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice: "Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa", y entonces la incendia y otros incendian también sus casas.
Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, clamando: "Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca".



 

 

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