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la poética del barro y la piedra en alejandro lavín

Gladys González


 

 


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La primera publicación de Alejandro Lavín se remonta a 1964 con su poemario Los Gallos Suburbanos (Talca), una edición de escaso tiraje y casi nula difusión.

Más de cuarenta años después presenta Fiesta del Alfarero (Ediciones Inubicalistas, Valparaíso, 2010) donde conecta la escritura con su oficio de artesano ceramista, operando como un vehículo transversal entre el conocimiento naturalista y la alta cultura. Establece en su obra una intertextualidad que tiene como elementos centrales la música, el arte y la literatura, los que desplegados con ingenio, se vuelven textos de alta densidad lingüística y retórica donde el humor tiene un rol vital.

Dos años más tarde anuncia el libro Pez de piedra, que alude por una parte a una isla de un poema chino del siglo VIII y, por otra parte, a pequeñas piezas escultóricas, que realiza en su taller de Vilches Altos, Talca, montadas con piedras de río. Los textos de Pez de piedra exponen una picaresca bucólica, y llaman a un ensimismamiento gozoso del instinto sensible ante lo silvestre, materializado en la cerámica que templa en el «dragón chino» de su hornillo de alfarería.

El despliegue del vocabulario es un atlas colorido que concentra una discursividad en torno a la oralidad popular y lo docto. De aquella mezcla emerge la flora y fauna de la región maulina, alusiones a la pintura clásica, la música, la filosofía y un anecdotario literario e historiográfico, en donde el mundo griego, persa y sobre todo chino inunda las páginas de su poemario.

Lavín recoge de la poesía china, el sentimiento contemplativo del poeta de la dinastía T´ang (siglo VIII) Yuang Chieh y su elegía «El lago del pez de piedra», en la que afirma hacia el final: (…) No ansío el oro, ni las ricas piedras;/ no anhelo los birretes de mandarín, ni los suntuosos carruajes./ Mas quisiera  sentarme en la orilla rocosa de este lago/ y contemplar sin fin su Pez de Piedra. Lo que Alejandro contesta: Amo/ este pez de piedra/ burilado/ por el arroyuelo/ Toco su forma/ de meteórica mandolina/ de manganeso y cuarzo/ ¿Podría yo pedirle/ a este tótem de basalto/ protección y sustento?/ Ahora me basta/ darle un beso/ y disfrutar como/ el viejo Guzmán Cruchaga/ el premio/ nunca recibido.

La hierofanía de esta arte poética se concreta en Alejandro Lavín, a través de la piedra y el barro, materiales en continua transmutación, que con modestia y humildad fraguan la consagración, como una alegoría al origen, de su artesanía como acto corpóreo y de su poesía como acto visceral, ambas inquietas y precisas como el propio entramado del bosque.



 

 

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Por Gladys González