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POETICA DE CALAMINA DE GLADYS GONZALEZ

Por Eugenia Brito
Abril de 2014




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La poeta Gladys González es autora de varios libros. Su  palabra y su visión del mundo ya se han dejado conocer en libros como Gran Avenida, Aire quemado, Hospicio y en una Antología de Poesía Femenina Chilena.  Es conocido su esfuerzo por hacer oír la palabra poética y la figura femenina en la literatura chilena en  trabajos antologadores de la silenciada literatura escrita por mujeres  de su tiempo y de su generación así como de mujeres de generaciones precedentes.

El lugar de enunciación  de este último texto, Calamina, instala un sujeto situado en la zona del margen, víctima  de  exilios  voluntarios e involuntarios de cualquier lugar, sea del primer o tercer mundo.  Pesa en este sujeto la imagen  de  los estereotipos amasados por las ideas dominantes y el comercio internacional,  los que plantean  como  hermosos y sin mácula el  lugar de la familia y del “amor”, en su faceta   edulcorada y contaminante de ideología burguesa. Sin embargo, en  el poema “Pequeños Espacios “, se interrumpe este discurso moralizante, por  la existencia de un hombre, un vagabundo que duerme  a medio morir saltando “Como un animal destripado/los pantalones abajo / sus genitales congelándose en la lluvia” (p.4).

Este hombre ilustra lo recortado y violento del paisaje urbano de las ciudades del tercer mundo; como lo hiciera Baudelaire, en “Las Flores del Mal”, el margen  se inserta en el mundo oficial para cuestionar y criticar cualquier imagen  idílica de una burguesía satisfecha, reverente del Orden y de los ideologemas de la burguesía. El gesto político de Gladys González consiste en hacer ver aquello que el sistema “invisibiliza”, desnudando el cubrimiento  bajo el cual trabajan los signos, señalando intersticios y grietas en las que  cuerpos   no sumisos ni  reverenciales exponen sus cuerpos  y la indócil indumentaria del descontento. Ropas rasgadas, genitales descuidadamente expuestos y la cabeza  sostenida por un perro, son la imagen del desamparo que el texto acoge como la contraposición de la unión política de la familia.

Dice Homi Bhabha, en “La Otra pregunta” que “un rasgo importante del discurso colonial es su dependencia del concepto de “fijeza”, en la construcción ideológica de la otredad. La fijeza como  signo de la diferencia cultural / histórica /racial en el discurso del colonialismo, es un modo paradójico de representación: connota rigidez y un orden inmutable, así como desorden, degeneración y repetición demónica. (p. 91) (El lugar de la cultura. Buenos Aires: Manantial. 2002)

El espacio cartografiado en el primer poema de Gladys, "Nocturno de Bahía" juega una contraposición con el segundo, "Pequeños Espacios". El primero cartografía el lugar desde la función política del estereotipo: “los cerros parecen un parque de diversiones/ torcido/ interminable/ lejano”, si bien estas últimas líneas- tres epítetos- rompen la homogeneidad aparencial de las  primeras.

El humo de las chimeneas que navega  entre las pantallas y las imágenes televisivas y los altavoces de los buques solitarios de la bahía marca el paisaje psíquico de modo corrosivo, contaminado, distante de los centros preparando el espacio para ese hombre alcoholizado y su perro, los que verdaderamente caminan por la ciudad y cruzan sus laberintos, de los que, como excedentes marginados  emergen en la noche, como su más pleno y mejor habitante.

El carácter ondulante de la botella, que zigzaguea por el lugar,  metonimia de la persona y del lugar, es el punto de fuga de la perspectiva lineal, su cabal modo de resistencia y horadación al sistema, su precipitada pulsión de muerte, que desearía al igual que los pequeños pájaros precipitarse en el vacío de los acantilados.

En “Habitaciones”, Gladys González, se pregunta por el sentido de este trabajo de observar el mundo desde rendijas y terminales, es decir, de observar la  marcación de los días desde lugares inéditos,  lugares desolados que sólo muestran lo desarrapado del lugar a la vez que establecen una poética dura, que aflige a la que escribe, pero, que en su carácter inevitable se vuelve imprescindible como denuncia, como memoria y como testimonio. Es un modo de dar cuenta de un relato de la nación en la forma de la escritura del breve espacio. No sólo eso, también es la construcción de una desidentidad, que ella metaforiza en el vaho de un reflejo, pero que es el vaho de un contorno y de su geografía, brusca, solitaria y pobre.

Los objetos de la casa que sirve de habitación a la poeta  son pocos, sin embargo, desde su parquedad constituyen los soportes de su habla, los cimientos de su identidad  poética. Cáscaras de naranja, adobe, humedad, tablas rotas, escombros, están rugosos, no constituyen superficies plenas, sino  más bien residuos, restos de  un sistema devastador, de un capitalismo que una vez usadas sus  fuerzas laborales, almacena y destruye a los oficiantes del gran número que montó y que ahora  contempla, derribado. Esto sucede una y otra vez, como lo presenta Gladys  en “Insomnio”. La interminable mano  del tedio, que sólo quiere presente, presente y presente, aturdiendo en la voracidad de un rayo que no busca reflexión ni goce, sino la chatura y la chatarra que condena a quienes la padecen a la pérdida del aura, a la compulsión de la caída, a la somnolencia y letargo de la alienación.

Frente a eso, la escena de amor  de “Una luz en el puerto”, interrumpe la violencia de la circulación falologocéntrica con la certeza de la imagen poética. Alguien constituye para otro /a  su casa; alguien derrama un poco de luz, haciendo retroceder la oscuridad de la productividad neoliberal, alguien vive en ese derrumbe, después de todo.

En ese paisaje hay signos de vida, entre lo carcomido, y las casas  abandonadas, en la basura,  visualiza a hombres que hurgan entre esas ruinas. Lo hacen en las tardes, antes de que  se vaya la luz y cuando aún hay horizonte.

La imagen de esos hombres que merodean las ruinas, es la imagen de los excavadores, de los que en esos sitios que la historia busca eliminar, intentan la pregunta por el sentido. Entre ruinas  a las que  la esperanza de esos hombres, convierte en un lenguaje que contesta y contrasta  con el  lenguaje dominante, insertando en sus centros, la raíz de una pequeña revolución,  por su carácter  alegórico, que permite estratificar las mallas del sentido, desde el pasado de las casas  derrumbadas, desde la práctica signficante de su habitar, el inicio de una frase  que  desde esas certezas, pueda elaborar un presente y tal vez, un futuro.

Habitante de un universo intangible y  casi inexistente, un universo que se desploma, absurdo teorema en que lo inútil se une a lo inerte para conjugar los jardines sin vida y las habitaciones sin murallas de la casa de González, y  por eso, estos signos contribuyen a  dar cuenta de lo mortecino de este lugar particular.

Calamina es un  texto que  genera una poética de un viaje por un lugar imaginario  como  lugar final, reverso del paraíso imaginario de  las grandes  urbes y sus autopistas y sus edificios autoestables.

Puerto de las mareas, las brumas, los vientos, Valparaíso aparece enrollado en el escombro de los terremotos y en los escondites neoliberales para devorar el puerto en el hambre y la ruina, en la fugacidad del sinsentido y el idioma  del exilio ;  viaje que sólo deja memorias que son “ La traducción del dolor/ la impotencia / la versión de la alegría en imágenes/ y recuerdos borrosos” (p. 16). “ La palabra confianza y el mal sabor que deja / cuando la masticas / mientras tus cosas/ caen por la ventana”.

La última metonimia del texto con el cuerpo de la suicida que llega a la sala de “Urgencias”, en el poema homónimo cierra el texto poético de Calamina, como la última imagen con la que se termina de cerrar la casa literaria de  la escritura de G. González,  casa crítica y  cuestionadora, que recoge un lugar  para superponer sus escasos y   ruinosos materiales para horadar la falsa felicidad del mundo neoliberal, meter una daga en ellos y  concluir  con la imagen de la autodestrucción, junto con los recuerdos de la bahía, congelados como una postal.  Estas metonimias, parciales objetos, horadan  la presencia y el sentido omniabacador y represivo del logos, con el trabajo paciente y veloz de  las imágenes fugaces y prontas de la parte, puesto que no hay totalidad, sino más bien  la devastación, la ausencia de ella. Para plantear el reverso y el recorte de lo que aparece como un lugar posible, entre otros. Pero no, la poética de Gladys González no cree que existan, más que fugaces y precarios instantes de fraternidad en una cultura que sólo admite la desconfianza, el consumo y el adiós.



 



 

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Poética de "Calamina" de Gladys González.
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