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La persistencia de un eco
"Calamina" de Gladys González

Por Patricio Contreras
http://colera.cl/

 

 



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Desde las primeras publicaciones de Gladys González, encabezadas por ese próspero anuncio que fue Gran Avenida (2005) hasta el presente  Calamina (2014), siempre me ha llamado la atención esa capacidad para crear un proyecto personal coherente, erigido contra viento y marea, fiel a sí misma y sus más íntimas pretensiones. Porque en su último libro no evidenciamos saltos cualitativos ni nuevos ejercicios de estilo, pero sí la madurez de una voz reconocible, tenaz en el objetivo de avanzar en su propia vía, como “una enredadera robusta / que crece / según la ortopedia de una reja, / lo más silenciosamente posible” (28).

Y claramente es así: su obra es protagonista dentro del silencio que la envuelve. Y no me refiero a que haga falta crítica, pomposidad o ruido a la hora de reconocer su talento, sino a que el silencio pareciera ser su hábitat, el lugar ideal donde progresa y madura “junto al sonido de la gotera / cayendo en el tarro de pintura” (18), manteniéndose fiel a los rasgos que le han permitido destacarse dentro del panorama actual de la poesía chilena.

En Calamina encontramos los mismos andamios de sus libros anteriores: versos totalmente escritos en minúscula, haciendo eco de su minuciosidad y preocupación por lo mínimo, por lo reducido a su propia condición (léase “Pequeños espacios”); la precariedad situada en ambientes ruinosos, desolados y llenos de escombros, que repercuten en un lenguaje acotado y agudo, calibrándose en un libro sintético de versos sumamente cortos (léase “Confidencias”); y la idea de un viaje continuo, desarraigado y sin fin, que sume a la hablante en un vaivén que siempre pareciera terminar mal (léase “Maletas” y “Urgencias”).

Todas estas características, habituales en su escritura, esta vez se desarrollan en Valparaíso, lugar que resulta idóneo para sus tópicos, y donde brillan por sí solos poemas como “Nocturno de bahía”, que abre el presente conjunto. Esa es la primera variación que encontramos en su esquema, y quizá sea la única, junto a dos poemas que encienden luces dentro de su propio túnel (léase “Una luz en el puerto” y “Orquídeas”), entendiendo el amor como refugio y haciendo respirar más tranquila a una voz que solloza y se queja –como destaqué antes– “lo más silenciosamente posible”.

Y así se va desenvolviendo su escritura, desde la Gran Avenida hasta esta Calamina, sin hacer mayor alboroto ni alteración en su intensidad, pero ejerciendo presión como ese viento frío que entra de noche en nuestras casas, quizá sin desordenar nada pero creando un eco que persiste incansablemente, hasta inquietarnos.



 



 

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La persistencia de un eco. "Calamina" de Gladys González.
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