Un recorrido personal por su experiencia de infancia en dictadura en un diálogo con el presente y los recientes sucesos de violencia en el marco del estallido social, es parte de lo que revisa la editora y poeta Gladys González en “Estado de Emergencia” y “Ruido Blanco”, títulos que suman una mirada poética al momento de conmemoración y disputas discursivas en torno a los 50 años del golpe de Estado y el inicio de la dictadura cívico- militar.
“La dictadura fue nuestra infancia”. Esta breve frase concentra parte de lo que las y los lectores podrán encontrar en “Ruido Blanco” y “Estado de Emergencia”, los títulos con los que la poeta Gladys González vuelve al campo editorial.
Una revisión personal, íntima más bien, de su experiencia en el periodo dictatorial que es publicada como parte de la conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado en Chile. Que es personal, pero que también es un retrato generacional de quienes vivieron este periodo desde los sectores más populares.
Visión generacional
Un cruce entre versos, prosa poética y documentos oficiales que evidencian el impacto del poder en la vida y subjetividad de la autora, así como en toda una generación que podrá verse interpelada en cada poema desde diferentes dimensiones: la violencia, el miedo, la pobreza, el hambre, la vergüenza, la lucha por la vida, la resistencia.
Vidas que se entrelazan con la cotidianidad, con los allanamientos y la vigilancia militar, y los hitos como el hallazgo de lasosamentas de detenidos desaparecidos y ejecutados políticos en Pisagua, y un salto temporal al 2019, año del estallido social, de los mutilados oculares y el retorno al toque de queda.
Pérdida, desairrago y muerte
Ruido Blanco (2022), y ahora Estado de Emergencia (2023), se suman al penúltimo libro de la autora, “Navaja”, el cual ahonda en la pérdida, el desarraigo y la pulsión de muerte.
Estos tres títulos se unen al universo poético de Gladys González, conformado por los textos Gran Avenida (2005), Aire Quemado (2009), Hospicio (2011), la compilación Vidrio Molido (2012), Calamina (2014) y Bitácora (2018), todos reunidos a su vez en la antología Pequeñas Cosas (2015).
—¿Cuán difícil es acercarse desde el lenguaje poético a la experiencia de la infancia, particularmente, a estos recuerdos enmarcados en el periodo dictatorial? —Ha sido un proceso gradual. Se fue dando por los hechos políticos y sociales que ocurrieron desde el año 2019 hasta ahora. La revuelta popular fue un gatillo a la memoria, desde una multiplicidad de medios de comunicación, a los traumas, a las representaciones de lo afectivo y las formas de relacionarse, o de evadir, que conlleva el haber vivido una infancia en dictadura. No es fácil rememorar imágenes de las que se huye inconscientemente, ni revalidar orígenes que se sancionan con indefensión, e inclusive con sarcasmo, pero me reafirma la disciplina de la escritura, del oficio y la importancia del testimonio.
—¿Qué aporte puede dar la poesía en este momento de disputas por las memorias, que es la conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado? —La poesía es lenguaje puro, incontenible. Es una fotografía del tiempo, de las emociones, pulida y ardiente, que no necesita más soporte, que la propia memoria. La poesía es tan feroz como humilde, no creo que haya una manera más sensible, más biológica, sencilla, sólo en aspecto, de proyectar una época, señalando lo innombrable sin adormecerse.
—La aproximación a las infancias en dictadura es relativamente reciente, y se da en diferentes registros. ¿Qué especificidades tiene la poesía en el ámbito de las memorias? —Desde la poesía el mecanismo del ejercicio del testigo, en el centro de lo proscrito, en este caso, tiene una fuerte connotación desde el imaginario generacional por el silencio con que se gesta. La identificación con una vivencia colectiva, que es masiva por su raíz social, violenta por su carácter totalitario y sanguinario, es aún más cruenta de pensar cuando el objeto del daño, la resistencia y la desarticulación es la niñez. Ese mecanismo debe lidiar con el lenguaje tradicional para expresar desde la mirada de una niña lo que se observó, con un ritmo, cadencia y fuerza propia del género, por lo que este debe ampliarse, volverse una experiencia de correspondencia híbrida, una suma de registros.
—Tú eres poeta y te expresas con la palabra, pero para quienes comparten experiencias como la tuya, ¿cuán importante puede ser revisar, hacer memoria de lo vivido, para comprender el presente? —Revisar las experiencias primero otorga justicia, y un espacio de redención, a una misma. Cuesta tiempo entender las formas en que se busca protección, amor o deterioro, también es una manera de comprender el entorno, la sobrevivencia y los miedos que se van heredando. Permite meditar sobre la indulgencia y el perdón, tal vez, a quienes cumplían el rol de adultos. Nadie nace preparado para vivir en una dictadura. A la vez, valorar y estimar profundamente el sentido de la verdad, la libertad y la ética.
—¿Qué miradas pueden dar y aportar estos dos libros para quienes no vivieron el periodo dictatorial? —Quizás dar una mirada hacia otros registros que amplíen o complementen las lecturas desde la poesía, en paralelo con los acontecimientos del año 2019, para poder sopesar la importancia de la conmemoración, la reivindicación y el luto. La historia se cierra cuando se abre a la prudencia de su propia reconstrucción en base a la integridad y entereza. Verdad, memoria y justicia son sus bases.
—¿Qué llamado harías para que los públicos conozcan estos dos libros? —Sería bello que la conmemoración de estos cincuenta años diera pie a un registro coral, un montaje de todas las historias que pudiesen emerger, las escritoras y escritores que no han sido parte de un canon visible en la actualidad, y a quienes debemos mucho, que fueron tenaces en su resistencia durante la dictadura, como Eugenia Brito, Aristóteles España, Eliana Ortega, Raquel Olea, entre otras intelectuales maravillosas. Sería un honor ser un muy humilde puente entre estos libros de poesía, aquellos libros inmensos y la valentía con que fueron escritos.
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Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Gladys González, la poeta para quien la infancia fue la dictadura:
“Revisar otorga justicia”
Ruido Blanco (2022), y Estado de Emergencia (2023)
Por Paola Flores
Publicado en EL DESCONCIERTO, 6 de agosto de 2023