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ESTO NO ES EL ANTEPARAÍSO
Por Avril Blanco
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Y llega el mañana ya a no parecer mañana.
C. Cavafis
EL VIAJE
Guadalajara, México, diciembre de 2012: llegué a la ciudad al mediodía. Recorrí el aeropuerto unas cinco veces para encontrar un taxi que me llevara al hotel. Buena vista. Allá visitaría a amigos y hablaría del libro de una joven autora mexicana. Ya en el hotel, subí al cuarto, encendí la luz, escribí las notas para mi presentación y bajé a comer al restaurante.
A las siete de la tarde fui al centro de convenciones donde se llevaba a cabo la feria del libro a la que fui invitada. Lagos interminables de gente y manos y pies y brazos enloquecidos. ¿Podría decirme dónde se ubican las editoriales independientes? Pregunté sin recibir una dirección específica. Caminé, cuánto camine el mismo pasillo y por los mismos estantes. Una hora después, la gente del comité organizador supo de mí y me llevaron a su enorme estand donde tomé agua y esperé de pie al resto de los invitados.
Finalmente todo sucedió. Unas palabras de aprecio, una felicitación, la fotografía y una entrevista. Antes de salir del recinto y dar gracias y la mano unas diez veces más, miré esa estructura de casa atropellada por un huracán, que albergaba las obras, el lugar elegido: Ítaca.
Fui al hotel y cené en el cuarto. En la televisión, un comercial del nuevo rayador de verduras y legumbres.
Antes de dormir, y como había ocurrido durante todo el día, pensé en ti.
La mañana siguiente el despertador sonó puntual a las seis. Debía hacer todos los rituales matutinos uno tras o otro sin pausas, si quería alcanzar a verte. En el restaurante del hotel una fila extensa de adolescentes que mataban por el pan, los hot cakes y el jugo de naranja, sólo me permitió tomar café y un poco de cereal.
Salí. Atravesar la calle, unos cuantos pasos y estaría contigo. Caminé una larga fila hasta ver de nuevo esa estructura ahuecada con una marquesina que decía Chile. Entré allí. Tímidamente me acerqué al primer estand y vi esas antologías de poesía joven chilena que tanto había revisado en la biblioteca de la universidad. Un libro de cocina y poesía, recopilaciones y un enorme tabique nerudiano que aparecía como el padre de la casa.
Al fondo, tú; debajo de otros tantos, parecías como el libro que alguien ha tocado cientos de veces y finalmente, olvidado en la mesa de un café. Nadie sabía el tiempo que llevaba esperándote. Te tomé y abrí la primera página “aquí no hay glamour”. Sonreí, las dos finalmente nos encontrábamos.
LA POETA
Gladys González nació en Santiago de Chile en 1981, ha publicado al rededor de seis libros de poesía con sellos editoriales de Argentina y Chile. Entre ellos Vidrio molido (Libros La Calabaza del Diablo, 2011), el libro con el que me encontré finalmente en aquella ocasión.
Su poesía aborda el dolor y la desesperanza de una generación de jóvenes marcados por los despojos de la dictadura, trazando la geografía de una ciudad cuya desolación evoca la propia. Con versos sencillos, dotados de precisión sonora, Gladys González hace frente a una tradición poética no sólo chilena, sino latinoamericana.
Entre sus cualidades poéticas, se destaca el que no apela a la creación de un lenguaje cifrado, falsamente erudito y afectado. Sus poemas optan por la contundencia, las imágenes exactas. La sintaxis de los textos juega un papel fundamental en la construcción de un sentido completo en el que cada verso posee una plenitud discursiva íntegra.
Apoyada en una noción privilegiada de la sonoridad, esta poeta fundamenta la contundencia del discurso en un ritmo que evoluciona, se contiene y finalmente resulta en el nocaut del poema, donde el significado y la forma configuran un total absoluto y rotundo.
EL REGRESO
Ya en el avión, con Vidrio molido entre las manos, pensé en mi generación: ese mañana sin futuro.
Blindado
aprendí
a robar
a mentir
a esperar
el momento
adecuado
a observar
los gestos de desencanto
para reconocerse y extraviarse
conseguir
algunas horas de calma
dejar que los extraños
me protejan
como si fuera una pieza de museo
como si fuera
parte del equipaje
sin dinero
sin grandes promesas
solo la imagen
de un escombro
apoyado en otro
Doméstica
esta primavera
he comenzado a hacer mi cama
todas la mañanas
después de levantarme
busco domesticarme con pequeños rituales
lavar platos
pagar cuentas
hacer el desayuno
... . almuerzo
... . once
... . y cena
busco la manera perfecta
de arreglar mi cabello
y de hacer aeróbicos
en el gimnasio
todo
para verte desde lejos
y engañarme
con que mi vida
ya no escribe
hacia abajo
que ya no es
un verso largo
y menos un poema
Paraíso
aquí no hay glamour
ni bares franceses para escritores
sólo rosticerías con cabezas de cerdo
zapatos de segunda
cajas de clavos martillos alambres y sierras
guerras entre carnicerías vecinas y asados pobres
este no es el paraíso ni el anteparaíso
Pequeñas cosas
porque uno
puede morir
por las pequeñas cosas
como por el gracioso baile
de las esporas
que se arrastran
por la tela
de mi vestido
por el silencioso crujir
de la pintura hinchada
reventando en un día de lluvia
esparciendo un polvillo rosa
sobre mi nuca
* * *
Avril Blanco (ciudad de México, 1984). Poeta, narradora y editora. Ha publicado en diversas revistas literarias como Casa del Tiempo, Dédalo, Síncope, Este País, Palestra, Maldoror (Uruguay); la revista digital Valderrama y el suplemento cultural Guardagujas, de la Jornada Aguascalientes. Su primera obra poética Cosas que nunca dije antes de que estallaran las bombas fue publicada en 2012 por el sello editorial catalán Foc. Fue becaria en el área de narrativa por la Fundación para las Letras Mexicanas (2009-2010).