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Gladys González: la poeta de las grandes avenidas

Por Gonzalo León
Publicado en Culto de La Tercera. 24 de Diciembre de 2019



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Cuando se conoció la noticia de que Gladys González (1981) había obtenido el premio poesía joven Pablo Neruda, que año a año desde 1987 entrega la fundación que cuida el legado de uno de nuestros dos premios Nobel de Literatura, ella estaba de lleno dedicada a la gestión y organización de la tercera Feria Internacional del Libro de Valparaíso (FILVA), que tenía como país invitado a Perú, por lo que sólo dos días después agradeció en su cuenta Facebook los saludos y las felicitaciones, y lo hizo de una manera colectiva más que personal: “Es un premio que abrirá, espero, y me dedicaré a abogar por eso, el camino a otras mujeres y otras voces disidentes, no canónicas ni de elite”.

Consultada por wasap a qué se refería exactamente, desde Valparaíso insistió en que este premio lo considera colectivo, porque “hubo muchos escritoras y escritores que no lo recibieron por no pertenecer a ciertos cánones en la literatura chilena o por no pertenecer a ciertos grupos que segmentan las posibilidades y oportunidades, como por ejemplo escribir en regiones es distinto que hacerlo en la metropolitana, porque se hace más difícil visibilizar los trabajos, entonces este reconocimiento tiene esa valía y por eso creo que la recepción de este premio de parte de los demás escritoras y escritores ha sido tan amable”. Gladys agrega que ella no viene de una elite y que ha construido una obra en base al barrio, a lo coloquial, a lo urbano, “y trabajando con otros imaginarios que no estaban dentro de la poesía escrita por mujeres”.

En el acta del jurado, compuesto por Elvira Hernández, Víctor Hugo Díaz, Paula Ilabaca, Jaime Pinos y Juan Antonio Massone, se destacó, precisamente, la experiencia urbana de su poesía y la crítica que hace “a la sociedad de consumo, que recupera y valoriza la experiencia de la persona por encima del espectáculo”. Como conozco varios de los libros de Gladys González (PapelitosGran AvenidaAire quemadoHospicio y Calamina), me permito discrepar con el acta del jurado y con la misma poeta. Esto obviamente puede dar lo mismo, porque, para algunos, los argumentos literarios operan algo así como “el fin justifica los medios”. Es decir, estando de acuerdo en el fin los argumentos no importan tanto. Yo, al contrario, siempre he tratado de colocar en el centro los argumentos.

Pero partamos por el principio. Conocí a Gladys a principios del 2000, cuando ella había publicado Papelitos en un libro doble con Diego Ramírez, que había editado Fundación Mustakis. Ambos eran alumnos brillantes de los talleres de poesía de Balmaceda Arte Joven, en uno de ellos Gladys conoció al poeta Sergio Parra y, por lo que sé, su influencia fue grande, sobre todo al comienzo. Se sabe que la experiencia urbana, para la generación de Parra (y Víctor Hugo Díaz, Malú Urriola y otros), fue un rasgo distintivo, y por ahí pudo haber entrado en parte esta influencia. Sobre todo en el primer libro en solitario de Gladys, Gran Avenida (La Calabaza del Diablo, 2005).

Gran Avenida es un libro que leí antes de que fuera publicado y cuando aún no tenía ese título. Pero como en todo, para que lo leyera con la detención que se merecía, tuvimos que hacernos cercanos, cosa que coincidió cuando me mudé a un departamento con balcón sobre calle Monjitas, justo al frente de lo que era el Partido Radical. Entre finales del 2003 Gladys comenzó a frecuentar ese departamento para charlar y beber vodka, que era su bebida favorita. Bebíamos vodka Stolichnaya de todos los sabores: durazno, limón, naranja, frutilla, ají y, por supuesto, el tradicional. Hoy Gladys no bebe, cosa que me alegra, pero en ese tiempo lo hacíamos y charlábamos de todo.

Como yo había ganado una beca de creación literaria, un día le propuse que fuéramos a Buenos Aires, y ella aceptó. Al momento de subirnos al avión me dijo que era su primera vez en uno, pero no recuerdo exactamente cuál fue su actitud durante el viaje. Ya en Buenos Aires nos hospedamos en el Hotel Waldorf, que no es un gran hotel y que queda casi al llegar a Retiro. En el mismo hotel estaban alojados unos marineros rusos, que en uno de nuestros viajes en ascensor algo le dijeron a Gladys. En los días que estuvimos de aquel verano del 2004 nos juntamos con el poeta trasandino Martín Gambarotta, quien nos obsequió una espléndida cena en su casa y varios libros de poesía argentina. Al otro día, en la habitación de tres camas que compartíamos, vi a Gladys leyendo uno de esos libros, era uno de Roberta Iannamico, que con los años ella terminaría publicando en Libros del Cardo, su editorial, aunque no el mismo título.

Hay una imagen que nos conmovió a ambos en ese viaje y que no sé si ahora lo recuerde: mientras almorzábamos unos ravioles en el bar Celta, a dos cuadras de Corrientes y Callao, entraron dos niños a pedir comida. Gladys quedó impactada y por supuesto le dio de su plato y el pan que acostumbran a poner los porteños junto a la comida. Habían pasado dos años y monedas del estallido del 2001 y todavía se notaban sus consecuencias: avenida Corrientes empobrecida, con pocas librerías abiertas a excepción de Gandhi (que, paradójicamente, con la reactivación económica cerraría), escasas luces. No era la Buenos Aires que decía la historia y los folletos turísticos. Y los cartoneros atravesando la ciudad era otra cosa habitual en el paisaje urbano, ya sea si uno estaba en Palermo, San Nicolás, Microcentro o Almagro.

Creo que fue en ese viaje que me mencionó que tenía un libro para publicar. A nuestro regreso a Chile le pedí que me lo mostrara y, después de unos meses, me mandó el original. Tengo una versión posterior guardada en esta compu y dice que el archivo fue creado el 10 de agosto de 2004, lo que indica que ese día guardé esta versión. No es necesario revisar el texto para hallar las recomendaciones que le hice porque las recuerdo como si las hubiera hecho ayer. La más patente siempre es la del poema ‘Paraíso’, que aparece citado en la página web de la Fundación Neruda y que ha pasado a ser una suerte de hit de Gladys, y dice: “Aquí no hay glamour /ni bares franceses para escritores /sólo rotiserías con cabezas de cerdo, /zapatos de segunda /cajas de clavos, martillos, /alambres y sierras /guerras entre carnicerías /vecinas y asados pobres. //Este no es el paraíso ni el anteparaíso”. Vuelvo a leer el poema, cotejo la versión de aquel agosto del 2004 y sólo hay cambios de ritmo; en la actual los versos –no todos– son más breves. Pero esa corrección se le ocurrió sola a Gladys, mis opiniones iban por el lado de la obviedad del verso final, en la que me parecía muy clara la cita a Milton y a Zurita, de hecho el poema que seguía, ‘Trozos de mercurio’, mencionaba a Milton. Cosas como esta discutimos en varias ocasiones. Pero al final ella tuvo razón.

El modo en que el libro se publicó tuvo mucho de azaroso. En esa época yo sólo era un autor de La Calabaza del Diablo y el sello no había publicado a ninguna mujer en los más de cinco años de existencia. Y como Jaime Pinos había dejado La Calabaza a fines del 2003, Marcelo Montecinos estaba receptivo para escuchar proyector editoriales; de hecho unos años después me enteré que había pensado en cerrar, pero justo ahí llegaron algunos títulos y entre ellos Gran Avenida. Gladys González no sólo se convertía en la primera mujer en publicar en La Calabaza sino además en el primer autor verdaderamente joven, y Montecinos tuvo la visión de incluirla en la nueva etapa del sello. Si mal no recuerdo, el libro salió en enero de 2005, y casi al mes de eso y sin firmar, escribí una breve reseña en el diario La Nación en la que decía que la línea principal del libro abordaba a la ciudad como mujer, la ciudad como madre, la ciudad como prostituta, “un paradero” como “mujer que lo habita”. Es decir ya en ese momento descreía que lo central fuera la experiencia urbana, sino más bien la ciudad pero como una mujer que va cambiando de roles, de papeles o papelitos, como diría ella. De ahí que la fotografía de Gladys en la portada fuera un acierto, pese a mi desacuerdo inicial, porque se trataba de eso, no sólo de la experiencia urbana, sino de la experiencia urbana como mujer.

Gladys González es una de esas poetas que la experiencia la modifica a tal nivel que su escritura puede cambiar cuando eso sucede. No es que sea una poesía autobiográfica, sino que es una subjetividad la que se está exponiendo. Subjetividad como manera de percibir el mundo. Y en Aire quemado (2009), su segundo libro, y que llegó a mis manos ya como uno de los editores de La Calabaza del Diablo. A esa altura, Gladys confiaba en mí, o al menos pensaba en que iba a leer su texto con detención y que ella finalmente iba a decidir sobre mis comentarios. Y eso es lo que me llamó la atención en ella, en que para ser una poeta de menos de treinta años siempre supo para dónde iba el libro que tenía entre manos y nunca permitió que otros metieran su cuchara más allá de lo que ella estaba dispuesta a permitir.

Aire quemado también me llegó con otro título, pero eso era lo de menos. Recuerdo una vez en esas idas y vueltas de la edición en que encontré un verso en un poema: aire quemado quedaba flotando en ese verso, y se lo hice saber. Después había un poema titulado ‘Naturaleza muerta’, en el que encontré que como ningún poeta de su generación había transformado la experiencia personal en experiencia literaria. Este poema dice en una de sus partes así: “hubo noches /en las que hacía barricadas /para que no me asesinara /con una cortadora de pasto /abriéndome lentamente //hubo noches /en las que me golpearon tanto /que caí al suelo /con un diente destrozado /y la cabeza rota /como una granada hirviendo”.

Esta habilidad para transformar la experiencia personal en experiencia literaria y de abordar, en su caso, tempranamente el tema de la violencia contra la mujer sólo la he encontrado en libros como los de la última novela de la escritora estadounidense Siri Hustvedt, Recuerdos del futuro. Allí, o más bien avanzada la novela, Hustvedt relata el abuso y casi violación de la que fue víctima, y señala a modo de complemento involuntario a ese poema de Gladys lo siguiente: “Estas historias no son ajenas a la pregunta en cuestión. Son necesarias si queremos entender cómo podemos sacar a nuestra heroína de ese lugar miserable donde espera al hombre que le hará daño, que sigue haciéndole daño, no porque él sea digno de consideración –no lo es–, sino porque la inmovilidad que se apodera de ella se le ha quedado grabada en la memoria como un castigo por lo que ella es: un error, de algún modo un error, una inadaptada y una advenediza que debe dejar de llamar la atención sobre sí misma”. A diferencia de Hustvedt donde lo que se reprocha el narrador es la inmovilidad, en el caso de la poesía de Gladys lo que se reprocha la voz es lo contrario, la movilidad, sobre todo en Gran Avenida, y en Aire quemado lo que se reprocha es cómo se ha permitido llegar tan lejos, exponerse tanto, y por eso es un libro donde se observa un repliegue.

Por eso este premio de poesía Pablo Neruda cobra otro significado, especialmente porque Neruda en los últimos años ha sido duramente cuestionado por la confesión de violación que hizo en sus memorias y que mujeres reflotaron. En algunos países, incluso, un movimiento pidió eliminar de los planes de estudio a Neruda. Para Gladys González, “es importante resignificar los espacios y la memoria política”, en ese sentido valora que el premio se le haya concedido, especialmente en un año con estallido social y con demandas feministas en la sociedad, “pero creo que no hay que olvidar la figura de Pablo Neruda y lo detestable de su comportamiento. Por eso este premio y otros hay que resignificarlos e introducirlos en una apertura hacia otros escritores para que el premio no siga una senda masculina, sino que tenga una impronta feminista, más abierta, para que otras literaturas, a través de la publicidad que da este premio, puedan ser reconocidas”.

El primer libro de Gladys González que no salió por Calabaza del Diablo fue Hospicio (Inubicalistas, 2011), y se lo perdono porque yo ya vivía en Buenos Aires. Éste es el libro con el que cierra su primera etapa, que ella misma tituló como Vidrio molido (2011), y está a la altura de los dos anteriores, pero cuenta con la desventaja tal vez de que su poesía ya había logrado una madurez previa. Una madurez que, como dice Hustvedt, de algún modo está marcada por el “error”, signo de una inadaptación a la vida, propio de seres advenedizos. Y me detengo en el término advenedizo, busco en internet para buscar una definición precisa y me sale que es el “que se ha introducido en una posición, un ambiente o una actividad que no le corresponde por capacidad”. Y esto es interesante en Gladys González, me refiero a este carácter advenedizo: ella está en la poesía, pero a veces siente que no le corresponde y transita hacia la edición, pero ahí nuevamente este rasgo vuelve a aparecer y transita entonces hacia la gestión cultural.

“Esa triada de edición, gestión y escritura”, explica Gladys, “me ha servido bastante para ver in situ, y también de forma externa, la cadena del libro y observar cómo se gestionan las invitaciones a escritores y escritoras a ferias importantes y cómo hay un gueto, que es importante erradicar”. Gladys cree que hay una clara segmentación entre editores, escritores y gestores, entonces algunos pueden moverse con soltura en el mundo de la literatura, lograr acceso a premios, viajes, invitaciones a universidades o incluso notas periodísticas: “De este modo trabajar en estas tres áreas me permite generar una suerte de horizontalidad y buscar autoras que también estén trabajando temas que me interesan, como el feminismo, la política, la violencia de género, los derechos humanos, el trabajo del diario íntimo, y me permite además a través de la editorial y de la producción de eventos ir posicionando a estas autoras fuera de sus países, donde muchas veces no tienen acceso a programas de movilidad o a becas”.

Quiero terminar esta nota, “ensayo-pop” como me pidió el editor (no sé si lo he logrado), con una anécdota. A comienzos del 2019, por primera vez, se dieron vuelta los roles entre Gladys y yo. Hablamos de un libro de entrevistas que yo le propuse y que, después de un tiempo, le mandé. Como no obtenía respuesta, le escribí preguntándole qué onda, y ahí, ella en su rol de editora, me dijo que estaba bien, pero que Libros del Cardo era una editorial feminista y de las disidencias. “¿Acaso no has visto el catálogo?”, me dijo amablemente. Y yo claro, había mandado un libro como si fuera una editorial más y su respuesta aclaraba que Libros del Cardo no era una editorial más, y que en esa diferencia estaba su mirada, su afán como editora. No lo pensé mucho y en unos meses reestructuré todo el libro. En ese momento ella fue editora para mí. Podría aquí decir que el premio estuvo bien dado y blablá, pero sería una redundancia porque el jurado ya falló. Por eso prefiero decir que, para mí, Gladys González es desde hace varios años la voz más interesante de su generación.



 

 

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