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Presentación de Hospicio (Pez Espiral 2018), de Gladys González
Por Macarena Urzúa Opazo
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Todo paisaje existe únicamente para la mirada que lo descubre
El tiempo en ruinas, Marc Augé.
Lo primero que leí de Gladys fue Gran Avenida, estando yo muy lejos y me sorprendí tanto de esa voz, esa novedad, ese desasosiego, incomodidad de una escritura casi textura que juntaba en una misma imagen la música de Ella Fitzgerald, Aretha Franklin con un paradero, una crónica del carrete, el desamor y un sujeto que deambula por una o varias avenidas.
Este libro Hospicio, es por una parte la reedición de un poemario publicado originalmente en 2011, después de Gran Avenida (2004) y Aire quemado (2009).
Al preguntarme ¿Qué es un hospicio? Y buscar sus diversas acepciones en el diccionario de la R.A.E. , se encuentran las siguientes: “Establecimiento benéfico en que se acoge y da mantenimiento y educación a niños pobres , expósitos o huérfanos . 2. m. Bol., Chile y Perú. Asilo para menesterosos . 3. m. Bol., Chile y Ec. Asilo para dementes y ancianos. 4. m. p. us. hospedaje (‖ alojamiento ). 5. m. p. us. hospedería / del latin, hospitium, acción de acoger, albergue, refugio”.
Sin embargo, pareciera ser que estos espacios acá habitados, presentan un resguardo que no es tal, en donde todo se vuelve inhabitable, arenas movedizas, pisadas dolorosas, un habitar que va mutando como también lo hace la mirada, “solo la imagen / de un escombro / apoyado en otro” (“Blindado”), o bien parafraseando otra imagen del texto, un escombro ovillado, ceniza que cae.
Y me pregunto si a ratos no es la poesía y la escritura sobre todo un espacio desde el cual quien escribe:
quisiera desaparecer
en lo negro
adherirme a la pared
perder los sentidos
sentir la noche
en sábanas limpias
meter la mano
dentro de mi cabeza
y cubrir
con los ruidos de la calle
los túneles de esta memoria (“Vidrio molido”)
¿Habita o se resguarda quien escribe? Sin embargo esto también ocurre con quien lo lee.
En estos poemas, la mirada del sujeto poético deambula, registre y ve desde la subjetividad este paisaje, apropiándoselo a partir de una mirada multitemporal traspasada por fragmentos, residuos y materialidades que exponen otra relación con lo natural y con la ciudad. El sujeto poético ve como surgen materialidades asociadas a la experiencia del vidrio molido, una vereda, un pasaje un hospicio, astillas vidrios veredas molidos, caminos y mapas del caminante, de la caminante que nos deja entrever de qué se compone la materialidad en el andar poético.
Hay una, la experiencia de las cosas que deviene también en una zona muda, la indecibilidad del lenguaje donde incluso el sujeto se vuelve un residuo:
la astilla a la deriva
que fui
pero que aún
secretamente
sigo siendo (“Astilla”).
Lejos de la contemplación sublime de un paisaje o una ciudad, aquí estos textos poéticos entregan recorridos de fragmentos de cuerpos, afectos, emociones que se deslizan en diversas calles, armando porciones de un paisaje urbano teñido de noche con un toque casi romántico, pero por el que pasa un filtro o un quiebre, que al mismo tiempo nos distancia de esa mirada, como en el poema “Vidrio molido”:
nadie
puede enseñarme
lo que es caminar
sobre vidrio molido
lijando
las aceras
con la palabra
sobrevivencia
lentamente
desapareciendo
Estos versos muestran por un lado, aquella particular materialidad del vidrio molido, como la materia de la que está hecha la palabra a la que la sujeto poético, se agarra como un salvavidas para lijar la acera, pero que por otro, es necesario para poder habitar y deambular en un espacio del que solo se puede desaparecer para habitarlo.
Jacques Rancière en La palabra muda, en la sección “De la poesía del futuro a la poesía del pasado” –aludiendo al texto de Schlegel, (Lecons sur la littérature et l’art), al referirse a la lírica del romanticismo, en cuanto a la potencialidad del fragmento como un germen (80), señala: “La poética del fragmento proporciona entonces la unidad anhelada entre el principio de igualdad y el principio de simbolicidad. El fragmento es símbolo: trozo cualquiera y microcosmos de un mundo. Es libre fabricación de la imaginación y es forma viva transportada en el movimiento de las formas de la vida” (83). A partir de la materialidad y potencialidad de estos fragmentos de Hospicio, vidrios, veredas, sangre, se pintarán paisajes poéticos que emergen de la experiencia y la observación, de la precariedad de lo moderno, en donde una última noche, una vereda, el eco de una habitación vacía, el yeso, el polvo cayendo, hacen mirar a otro lado y pensar que cualquier lugar puede devenir en un hospicio, pero que este es en realidad la escritura.
El poema es un recorrido que nos lleva por distintos espacios a preguntar acerca de qué tipo de lugares están siendo desplegados aquí, un sujeto que anda por caminos que no son fáciles, rutas que hieren: “dibujando ciudades / con la escarcha / de mis huesos” dice en “Escarcha”, que dan ritmo a las pisadas que se transforman también en versos. en donde la luz se esconde y ella “quisiera desaparecer / en lo negro”.
Otra imagen de este paisaje sonoro también de “Escarcha”:
el sonido
de la lluvia
golpeando
los cardos
de la calle
destrozando
la belleza
de lo primitivo.
Esta poesía es una de residuos que el ojo poético ordena, una tierra baldía con un cuerpo femenino que se materializa en la escritura como astilla, vidrio, vereda, sangre, cemento, pedazos que se posan en este espacio que exhiben las palabras, las contiene, pero el lugar ya está trizado.
Francine Masiello en “La naturaleza del poema” en El cuerpo de la voz dice que son los poetas quienes reproducen la inmediatez del paisaje en sus voces y sus cuerpos (109), aludiendo con esto a la relación que se da entre paisaje e intimidad en la poesía: “El paisaje crea su propio lenguaje, sus miradas, sus materias, sus cuerpos. Ubica a la poesía en íntima relación con lo visto. De esta manera, el paisaje cambia la mirada de quien lo ve” (110).
Podemos, en síntesis, señalar que el lenguaje poético se presenta como una frontera entre la realidad y ese otro lugar que funda la poesía, la fuerza creadora que infunde a aquello que inscribe el acto de ese lenguaje. La forma de operar sería el espacio poroso entre lo real y la mirada del sujeto poético, aquello que deriva en una frontera; en cuanto es una línea siempre movible e imaginaria que denomina temporalmente un lugar que no se puede habitar, pero que siempre está del otro lado: diremos que este es el lugar del poema.
Un sujeto poético que deambula entre escombros y residuos. Encuadra una imagen como si fuera una pintura postal postnatural, devolviéndole toda la potencialidad del fragmento, le dará una forma a aquello informe. En Hospicio, solo es la materialidad la que otorga esa noción de paso del tiempo, material poetizable para crear y dar lugar a una nueva geografía poética.
“No hay nombres en la zona muda”, dice Enrique Lihn citado como epígrafe en el libro de Gladys González, ni en estos últimos versos donde el tú y el yo desaparecen, o más bien devienen en objetos y materialidades, pieza de museo, equipaje, parte de un paisaje ardiendo en el reflejo de un cristal “sin saber nada / el uno del otro”.
No me queda más que agradecerle a Gladys por su amistad y su escritura, su poesía, que esperamos siga registrando editando y reeditando, para así tener la oportunidad de re leer, desde hoy y otra vereda estos poemas de Hospicio.