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«Desde el fogón de una casa de putas williche», de Graciela Huinao

Por Virginia Vidal
Publicado en PUNTO FINAL, 1 de octubre 2010



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La portada que Graciela Huinao diseñó para su novela, sumada al título, causa escándalo en su medio originario. Sucede que una boca de mujer está inscrita en el círculo formado por la trutruca, pero este instrumento musical sólo puede ser tocado por varones. Es un instrumento de poder: impone autoridad, convoca a las fuerzas divinas, puede ser grito de guerra, anuncia terremoto u otra catástrofe.

Esta no es la sola trasgresión de la notable poetisa. El sólo título, Desde el fogón de una casa de putas williche (Ed. Chaurakawin = Territorio Williche), ha sido considerado por muchos como la estrepitosa ruptura de un tabú. En su relato se conjugan vida, experiencias, duelos y alegrías, mucho humor —con peculiar sintaxis— y un lenguaje despojado que permite a Graciela llamar las cosas por su nombre sin el menor rodeo.

La escritora declara: "Como el hambre aparecía Desde el fogón de una casa de putas williche en mi vida; una sensación de vacío y no tener con qué llenarlo. La desesperación hizo que de mi propio costal arrancara una o dos raíces y lentamente empecé a digerir cada capítulo, cada personaje, así pude aliviar un poco el dolor. Confieso: el remedio fue peor que la enfermedad, ante mi mesa aparecieron los primeros tragos amargos, me los bebí todos, hasta el último concho ácido sabiendo que era el vinagre de la vida, con su inconfundible sabor a viejo y abandono que nadie quiere probar".

Entonces surgió la leyenda de la primera casa de remolienda del territorio williche, a la orilla del río Rahue. Se llamó "La trompa de pato" —también la mentaban cabaret, a la usanza de la urbe— y se convirtió en espacio de libertad, en refugio, en sitio de esparcimiento y armonización de cuerpo y alma, aun en "bastión de resistencia». Su fundación y consolidación adquiere mayor importancia en cuanto el pueblo originario desconoció el concepto de prostitución. En dicha "casa de perdición" estaba siempre encendido el brasero y "no desentonaba el ambiente, al contrario, se asemejaba al fogón de la ruka materna y de sus cenizas se levantaron muchas historias que se fueron acumulando durante años para continuar la tradición. En torno a ese fogón que arde en una tierra fría danzan, se mueven, actúan personajes notables, se elevan los olorosos vapores de las comidas que calientan el cuerpo, surge la picardía y ahí se arma el kawin.

Champuria, Kintún, Rosamaría, las Maracas, Pinkoyita la Regenta, Guatípota, Culítica, Potoquina, la Arrollado de Huaso, Areko, son los principales personajes femeninos plenos de humanidad. Estas mujeres son dueñas de historias tremendas; aguerridas y generosas animan con sus penas y risas la cálida historia: "Y ellas me entregaron la punta del hilo de sus vidas, el cual empecé a desenredar: hilos hervidos con agua de mar para que el tiempo no destiña y raíces de árboles de fruto dulce para suavizar la textura de sus vidas". Estas mujeres, como Pichún, sufrieron desde la temprana infancia la vil explotación de la servidumbre, la discriminación. Y, específicamente en esa región, supieron el robo de las tierras ancestrales por quienes "llegaron despatriados y acarreando un cúmulo de adelantos infecciosos que hicieron estragos en los pueblos originarios. A estos alemanes se les vio pasar a culo pelado arrastrando la codicia, el saqueo, y la muerte tuvo un olor putrefacto a extranjero que se dejó caer a modo de maldición por los limpios campos del sur".

Le fue difícil a la autora el encasillamiento del "ser femenino. Dentro de la cosmovisión mapuche siempre escuché hablar a mis antepasados de un ser total, y en sus diálogos enfatizaban que todo trabajo dignifica a la persona si lo realiza libremente". Y algo muy importante: no existe en ese mundo originario el concepto de pecado. La propia lengua, el mapudungún, tampoco conoce el concepto compraventa de sexo. La prostitución se inaugura en territorio mapuche hace sólo quinientos años. Y lo ocupa "como guerrillera".

Para Graciela Huinao, Desde el fogón de una casa de putas williche es su gemela, "con todo su sabor y olor a sur". Asegura que "conociendo a mis ancestros... a la sombra de una sagrada casa de putas, ellos deben de estar sonriendo en medio de los muertos". Está convencida de que esta novela "no cambiará la historia del pueblo mapuche ni chileno, pretencioso sería que fuera así. Bastaría que sólo fuese un grano de arena dentro del ojo de la sociedad de este país tuerto".


Definidos personajes masculinos

No falta el amor devoto, como el de Pichún que llegará a volverse "leso de amor"; él supo de la pérdida del hogar, de la escuela, de su herencia, robada entre el juez y el abogado; él y los suyos tardaron en entender «que una huella del dedo pulgar de su abuela, sobre un papel los dejaría fuera del cerco de sus propias tierras». Kintún, descendiente de jefes guerreros, tras la "pacificación de los mapuche", supo de su familia arrinconada por el Estado chileno en la peor tierra tras la usurpación. Tardó en entender que pudo ir a la escuela porque a cambio de ello el Estado reembolsaba la deuda que nunca pagó; allí lo torturan a varillazos y "de memoria aprendió la gloriosa historia de la conquista española, y los recientes acontecimientos históricos ocurridos en el norte de Chile"; "el maestro -mapuche de origen, pero renegado-, no les enseñó nada de su propia historia. Obligaba a todos los niños a gritar ¡Al abordaje chileno!". Pero la mayoría de los niños no conocía el mar. Y a fuer de brutales castigos les inculcó que "la peor lacra sobre la Tierra era el pueblo mapuche, por haberse alzado primero contra los conquistadores, luego contra el ejército chileno". La vida lleva a estos "huérfanos de selva y mar" a esa orilla del río Rahue: «No fue casualidad que estos dos naturales se conocieran en una casa de putas, por el contrario, las trabajadoras llevaban el imán en la sangre y ese lazo, Pichún y Kintún nunca pudieron cortar".

Desmitificadora en muchos sentidos, la autora enseña que la chicha vernácula "nunca pudo embriagar a nadie, y para llegar a un grado de intemperancia elevada se debe ingerir unos doscientos litros por persona". Fragancias y sabores deleitosos emanan del fogón: "El aroma encajonaba el barrio entre el cerro y el río, y como un insecto nocturno aleteaba en las fosas nasales de los williche y en los genitales clavaba su aguijón". Ritos, leyendas, costumbres, oralidad, poesía, fuerza femenina, experiencias dolorosas, van configurando esta historia que a veces estalla en una risa que abre paso a la alegría vigorosa. Hasta los funerales son rituales donde es imposible sofocar la fuerza de la vida.

A los instrumentos originarios se van sumando la guitarra y las maracas (percusión). La fiesta no da tregua. Se mezclan canto williche y wingka, se componen canciones, algunas de incomparable picardía como «Zorras con zorras se daban". Al calor de la fiesta, se desatan los cuerpos en el baile.

También hay horas de inagotables relatos y putas y clientes, alrededor del brasero, oyen embelesados al elocuente narrador.

La autora invita a la clientela a visitar la casa en la gran farra del "Bicentenario".

No es casual que sus agradecimientos personales terminen con estas palabras: "Y me indino ante las putas originarias del más allá, a modo de disculpa: por haber sido tan yegua en divulgar sus vidas".

Graciela Huinao nació en Chaurakawin, actual provincia de Osorno. El año 1987 publicó su primer poema "La Loika". En 1994 fue publicada en EE.UU. en la antología Ül: Tour mapuche poets. Ha publicado el libro de poesía bilingüe mapudungún-español Walinto (2001), y el libro de relatos williche La nieta del brujo (2003). El año 2006 publicó la coedición de poesía Hilando en la memoria: 7 mujeres poetas mapuche. La han incluido en antologías de Francia, Polonia, Argentina, México, EE.UU. y España. Por su trabajo literario ha sido invitada a Argentina, Brasil, Paraguay, Perú, Ecuador, México, Estados Unidos y China.


 

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